«Cuando el río suena,
agua lleva» reza el refrán popular. No hay cosa peor que oír negar o
afirmar cosas a dirigentes, políticos, economistas, gurús de esos en suma, para
echarse a temblar: si afirman algo que absolutamente no va a ocurrir, ya nos
podemos ir preparando para que se nos venga encima tarde o temprano. Son
técnicas modernas que se emplean con profusión en los medios de comunicación.
Se habla más y más de un tema, con opiniones que a nada comprometen, para que
la opinión pública vaya asumiendo poquito a poco cualquier maldad hasta que llega el
momento ese de «me lo temía» o «ya lo decía yo».
Los que ya vamos contando con algunos años asistimos al
mundo del revés con harta frecuencia. Sucedidos que eran inconcebibles hace
pocos años se presentan ante nuestras narices como si tal cosa. Nos van
preparando poco a poco para la transición hasta que ya asumimos que era
inevitable. Y a poco que cavilemos ─pensemos con intención o profundidad─ un
poquito, nos daremos cuenta de que nos la están metiendo doblada.
A principios de los setenta del pasado siglo XX y tras unos años como
administrativo en una empresa de construcción, aprobé mis oposiciones de banca
y empecé a laborar como administrativo en una oficina de la extinta,
desaparecida o transformada Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid. La
operativa por aquel entonces era básica: los clientes nos traían o se llevaban
sus dineros o pedían préstamos. Y poco más. Eso de pagar los recibos por banco,
aunque era una operativa que se daba, era mínima y pocas empresas lo hacían. La
gente pagaba sus recibos en casa cuando el cobrador correspondiente les
presentaba al cobro los recibos de la luz, el agua o el «de los muertos», entre
otros.
Los bancos daban unos réditos, unos intereses, a los
ahorradores por el dinero depositado, según la modalidad: las cuentas corrientes
eran muy poco remuneradas, las libretas de ahorro un poco más y las modalidades
conocidas como de «a plazo» algo más. Pero lo importante, lo verdaderamente
importante, es que daban algo. El manejo del dinero, un dinero que les
depositaban los clientes, era su razón de ser, la base de su negocio. Si ningún
cliente, insisto, ninguno, llevara su dinero a un banco, este perdería su razón
de ser y tendría que cerrar.
Pero los tiempos cambian y las personas olvidan los
orígenes, en este caso del puro y duro negocio bancario. Y por eso nos
encontramos con noticias como la que ilustra esta entrada, donde un alto
dirigente de uno de los más grandes bancos de España nos dice que, lo siente
mucho, que se ven obligados, que no les queda más remedio, que… nos van a cobrar
comisiones por tener nuestro dinero, un dinero con el que siguen negociando, en
sus cuentas. Como digo… ¡El mundo del revés!
Los bancos y entidades de crédito no nos dan hoy en día nada
prácticamente por nuestros depósitos en sus cuentas. Me gustaría que alguien me
dijera, me razonara con estrictos argumentos bancarios, que beneficio obtengo
yo por tener mi dinero en una cuenta bancaria. Lo de la seguridad de no tenerlo
en casa por si me lo roban o se quema no me vale, es un argumento que cae
dentro de las fuerzas de seguridad y policía y no tiene nada que ver con
criterios bancarios. Y con mi dinero en el banco, Hacienda sabe lo que tengo y
a algún Gobierno se le puede pasar por la cabeza hacer eso que se denomina
«corralito». Y ahora, por si fuera poco, los bancos me quieren cobrar por tener
mi dinero. Ver la imagen siguiente y quedarse ojiplático es lo menos que cualquier persona que cavile un poco
puede, debe, hacer.
No se ve bien en la imagen, pero debajo del título en letra negrita reza lo siguiente:
«La decisión está tomada, pero ninguna entidad está dispuesta a ser la primera en dar el paso para evitar una fuga de depósitos. "El BCE no nos deja otra salida"».Aunque ya han aprobado la medida, resulta que no se atreven para evitar una fuga de depósitos. Pero ahora viene una cuestión colateral: ¿estarían los bancos preparados para que todos retirásemos nuestros dineros de sus cuentas? Porque, en consecuencia, a ese cobro, la respuesta que deberían obtener es que les dijéramos adiós como clientes. Pero aquí entraríamos en una cuestión de las sociedades modernas: ¿Estamos preparados para volver a los años 70 del siglo pasado? Por analogía… ¿podríamos vivir sin internet?, ¿sin teléfonos inteligentes?, ¿sin Wasap, Twitter, Facebook, Instagram o similares?, ¿sin grandes superficies?, ¿sin aviones o coches?, ¿sin frigoríficos, lavadoras y otros electrodomésticos?, ¿sin Amazon, eBay…?, ¿sin...?. ¿Podríamos?
Nos tienen cogidos por los cataplines. Hasta se plantean
hacer desaparecer el dinero físico y que todo sea electrónico, que mejor manera
de tener todo controlado y bien controlado, saber si doy un donativo en el
cepillo de la iglesia, en que bar tomo mi aperitivo, donde cómo y qué película
voy a ver al cine. Lo saben todo, pero también quieren saber a qué hora hacemos
el amor, con quién y cuánto dura y acabarán poniendo sensores en los colchones
inteligentes para deducir con sus programas de Inteligencia Artificial el grado
de satisfacción. Me voy por las ramas.
No podemos, hoy en día, y de eso se valen, vivir sin tener
una cuenta bancaria, principalmente por la domiciliación de los recibos de los
múltiples servicios que necesitamos hoy en día: agua, luz, gas, comunidad, telefóno, internet, seguros, impuestos municipales y estatales, colegios, suscripciones, sindicatos, oenegés… que no podremos contratar si no aportamos una cuenta
bancaria en la que domiciliar los pagos. Y en cuanto a nuestros ingresos, no veo a
las empresas volviendo al sistema de abonar sus salarios con dinero contante y
sonante. No tenemos más narices que tener una cuenta bancaria para todas estas
interacciones económicas. Y de eso se valdrán para hacernos pasar por el aro.
Otra cosa será la implementación de esas comisiones a las
que manifiestan tener miedo. La gente tendría una única cuenta, con el banco
que menos les cobre, y con el menor saldo posible para atender las obligaciones
perentorias. El resto… al «bankcolchón».
Cuando ya tenía este escrito terminado y pendiente de
publicación, me encuentro un editorial en El Diario Montañés titulado «Ahorro
bancario» que pone el foco sobre este asunto, y que finaliza con el párrafo que
reproduzco a continuación, que es un certero resumen: «En la práctica, lo que ocurre es que los productos basados en renta
fija no son atractivos y los que lo hacen en renta variable están expuestos a
la volatilidad de esta. No hay que ser un analista avezado para entender que
esta situación no es sostenible ni razonable. Si los bancos no son capaces de
cumplir su función ─recibir dinero
ajeno, retribuirlo, prestarlo─ no tienen razón de ser. Con lo que habrá que
concluir que, si no se recupera la normalidad de unos tipos de interés
positivos que permitan actuar sobre el ciclo económico, el sistema financiero
tendrá que reinventarse por entero».