Supongamos que se encuentra Vd. estos textos que siguen y le da por leerlos con una cierta curiosidad y atención:
La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país. Quienes nos gobiernan, moldean nuestras mentes, definen nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas son en gran medida personas de las que nunca hemos oído hablar.
En lo sucesivo, los estadounidenses aceptamos que, en aras de la simplicidad y el sentido práctico de las cosas, las maquinarias partidistas deberían reducir las posibilidades de elección a dos candidatos, tres o cuatro a lo sumo.
…la sociedad consiente en que sus posibilidades de elección se reduzcan a ideas y objetos que se presentan al público a través de múltiples formas de propaganda. En consecuencia, se intenta sin descanso y con todo el ahínco capturar nuestras mentes en beneficio de alguna política, artículo o idea.
Trotter y Le Bon llegaron a la conclusión de que la mente del grupo no piensa en el sentido estricto del término. En lugar de pensamientos tiene impulsos, hábitos y emociones. Al tomar decisiones su primer impulso suele ser el de seguir el ejemplo de un líder de confianza…
Las empresas se percatan de que su relación con el público no se limita a la producción y venta de un determinado producto, sino que esta relación incluye también la venta de sí mismas y de todo aquello que representan en la mente del público.
No sigo con más, hay muchos más, porque corro el peligro de ser advertido por estar violando las leyes del Copyright. Lo interesante de estas frases es que están escritas hace (casi) cien años. Sí, parece mentira, casi un siglo hace que Edward L. Bernays publicó este libro que podemos ver en la imagen titulado «Propaganda» al que en algún momento se le añadió la coletilla de «Cómo manipular la opinión en democracia».
Esta semana me han ocurrido dos hechos sin aparente conexión que han propiciado mi acercamiento a este personaje y a leer un poco sus andanzas más que interesantes a lo largo de una buena parte del pasado siglo XX. El martes pasado, mi buen amigo Manolo, compartidor de curiosidades interesantes de todo lo que se agita en el mundo cultural, me hizo llegar una información de cuatro capítulos visionables en Youtube bajo el título de «El siglo del Yo». En la carpeta de mi ordenador llamada «Temas de interés» dejé archivada la información hasta que llegara el momento de poder acometer el visionado recomendado, sin saber nada de nada de su contenido.
Pero al día siguiente, en la clase de Historia Contemporánea de la Universidad Carlos III, la profesora Beatriz de las Heras nos habló de un personaje llamado Edward L. Bernays que en los años veinte del siglo pasado había formado un departamento gubernamental en EE.UU. para moldear la opinión pública. Este para mí desconocido señor era sobrino del psicoanalista de fama mundial Sigmund Freud, cuyas estrambóticas ideas (para la época) adaptó a la práctica consiguiendo sonados éxitos en la manipulación de masas. La profesora nos recomendó encarecidamente la lectura de su libro «Propaganda» con la clara advertencia de que nos acercáramos a él alejados de todo presentismo, porque su publicación tuvo lugar en 1928. El libro ha sido reeditado recientemente y puede encontrarse con cierta facilidad.
Otro tema, otra lectura más que añadir al apartado de pendientes. Pero, por una casualidad, en esa tarde del miércoles me acordé de los documentales sugeridos por Manolo y vi el primero, que lleva por título «Máquinas de felicidad». ¡Increíble! Todo el capítulo está dedicado a la figura y andanzas de Edward Louis Bernays, una coincidencia que me hizo aparcar momentáneamente la lectura histórica en la que estaba enfrascado — «Un hombre y mil negocios. La controvertida historia de Antonio López, marqués de Comillas», de Martín Rodrigo y Alharilla— y ponerme frenéticamente con «Propaganda».
Con las ideas capturadas en el documental, la lectura de «Propaganda» se mostró reveladora. No sé si tuve en cuenta la advertencia de la profesora acerca del presentismo, pero a cada párrafo que se avanza en el libro uno no puede por menos de pensar que han transcurrido cien años, pero… todo sigue igual. Aclaremos, siguen igual las ideas, pero la manera de llevarlas a la práctica se ha visto profundamente alterada por la existencia de las redes sociales y las comunicaciones globales que facilitan de forma espectacular una difusión global e instantánea. Si una versión actualizada del amigo Edward levantara la cabeza de su tumba —falleció en 1995 a la edad de 104 años— y se encontrara con los medios actuales para difundir sus ideas a buen seguro que le daba un patatús.
A lo largo de las seiscientas ochenta y siete entradas anteriores a esta en el blog, publicadas semanalmente en los últimos quince años, me he ocupado de este asunto de la propaganda y la publicidad en varias de ellas: «PROPAGANDA», «RECLAMOS», «ANUNCIOS», «PUBLICIDAD», «ENGAÑIFA», «AÑAGAZA» y a buen seguro que alguna se queda en el tintero —ahora teclado del ordenador—. El asunto empezó cuando hace doce mil años dejamos de ser cazadores-recolectores y nos asentamos convirtiéndonos en agricultores. Empezaron a surgir las figuras que vivían a costa de los demás, sin trabajar, uno de cuyos últimos estadios en la actualidad podrían ser los políticos profesionales, una nueva figura laboral. Para esas figuras, la publicidad y el «comer el coco» a sus congéneres es vital en su perpetuación. Y no se cortan un pelo. Lo malo es que muchas veces ni nos damos cuenta de lo que hacemos siguiendo sus directrices como verdaderos borregos. Y en estas, no puedo por menos de dejar constancia de una de las portadas actuales de este magnífico, instructivo y clarificador libro. A veces es mejor no saber nada y vivir en la inopia, claro que, «ojos que no ven… trampa en la que caes».