Nadie está a salvo de ser tocado por la nostalgia en muchos momentos de su existencia. Exactamente un día como hoy, 2 de octubre, hace cincuenta años, un suceso tuvo mucha influencia en mi vida. A las ocho quince de la mañana traspasaba la puerta de una oficina de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid para presentarme al director en aquel entonces, Carlos García Rubiales, como nuevo empleado administrativo.
A comienzos de 1972 cursaba yo estudios de COU. Tras ellos, en el siguiente curso académico, lo lógico hubiera sido iniciar una carrera universitaria. Eran otros tiempos y los estudios superiores no estaban al alcance de todas las familias. Mi padre me alentaba a seguir con un «ya nos apañaremos» pero la economía familiar no daba para ello. Se imponía buscar una alternativa que no era otra que abandonar los estudios, al menos por el momento, y pasar al mundo laboral. En previsión de ello, compré en una academia madrileña los manuales para preparar las oposiciones a banca y cajas de ahorro: cálculo mercantil, contabilidad, derecho mercantil, geografía, historia… incluso algo que nunca se me olvidará, los 27 puntos de la Falange de José Antonio.
En los ratos que me quedaban libres tras asistir a clase y laborar unas horas como administrativo en una empresa de construcción, me entregaba a estudiar por mi cuenta aquellos manuales, preparando una posible oposición para después del verano. Mi padre habló con un amigo suyo, el señor Romo, que era corresponsal de banca en la localidad y regentaba una cacharrería. Cuando él y yo podíamos, en la trastienda me daba unas charletas exprés sobre temas de contabilidad, ya se sabe, el debe y el haber, los libros mayor y diario...
Pasó el verano y me matriculé en la carrera de Arquitectura, solicitando la beca correspondiente y con la intención de seguir laborando en la empresa de construcción, pero no parecía que la cosa fuera a prosperar, al tratarse de una carrera exigente y con un desplazamiento de cincuenta kilómetros. A principios de septiembre me enteré de la convocatoria de dos oposiciones: Banco Español de Crédito y Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid. Me presenté a las dos con buen resultado en ambas, pues saqué plaza. Tocaba decidirse por una de ellas y renunciar a la otra.
Cuando estaba inmerso en esa indecisión, recuerdo que un día a las tres de la tarde, mientras estábamos comiendo toda la familia, se presentó en casa un buen amigo de mi padre, Andrés Pascual Bravo (q.e.p.d.), director a la sazón de la oficina de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid en la localidad. Se había enterado de mi aprobado en las dos entidades y argumentó hasta el infinito sus razones para que no atendiera la plaza de Banesto y eligiera la Caja. Le hice caso y directamente me citó, ya, para el día siguiente, en el departamento de personal de la Caja sito en la Plaza del Celenque de Madrid y al que corresponde la portada que ilustra esta entrada.
Personado allí, me recibió directamente el director de personal, Eloy Rivas Fresnedo que me felicitó por la oposición realizada y me dijo, no se me olvidará nunca, que mientras él estuviera al frente de ese departamento no existirían los «enchufes». Luego pude comprobar, ya como empleado, la veracidad de esta aseveración, que me confirmó otro empleado de personal, Esteban Jiménez Caloto, con el que entablé cierta amistad al jugar ambos en un equipo de baloncesto aficionado.
La vida da muchas vueltas. De la oficina como administrativo pasé un año más tarde al centro de proceso de datos como programador y veinte años después, en 1992, abandoné la Caja buscando nuevas ilusiones y, dicho sea de paso y como comentario, perdiendo bastante dinero en el sueldo.
Parecía que la Caja iba a ser una empresa para «toda la vida». El Monte de Piedad había sido fundado por el padre Francisco Piquer en 1702 y en 1838 el marqués viudo de Pontejos impulsó la adición de la Caja de Ahorros. Con una operativa bancaria restringida, que se amplió en los años setenta del siglo pasado, ya todos sabemos el devenir de aquella empresa centenaria: se convirtió en Bankia y después fue fagocitada por la Caixa. Desapareció.
Tras esa portada churrigueresca que vemos en la imagen y que fue salvada de su emplazamiento original en otro edificio, hoy ya no queda vestigio alguno de aquella Caja, Banco, Monte o lo que fuera. Un moderno hotel ofrece sus servicios a los turistas y visitantes de la ciudad de Madrid.
Por cierto, el vocablo «decalustro» no figura en el diccionario y por ello utilizo las comillas. Podría ser una combinación de deca —diez— y lustro —cinco años—. Reconozco que me ha sorprendido gratamente la palabra.