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domingo, 2 de marzo de 2025

MELILLA



Hago esta semana un experimento que podría ser de anticipación. Escribo estas líneas a mediados de semana para que vean la luz el domingo próximo, como es costumbre en este blog desde hace dieciocho años. Programaré la publicación usando una funcionalidad que permite publicar las entradas en una fecha y hora concreta, de forma automática.
 
El título lo dice todo. Una ciudad, española, enclavada en pleno Marruecos en el Norte de África, al igual que otra similar, Ceuta, aunque esta está más accesible de visitar por encontrarse en el mismo estrecho de Gibraltar. Un viaje en barco permite la visita en el día, lo que no ocurre con Melilla porque en barco la travesía es en estos momentos de seis horas y media desde Almería o de seis horas desde Málaga. Pero siempre tendremos el avión.
 
El escribir unas líneas de recuerdos sobre esta ciudad es porque, IBERIA mediante, este fin de semana aprovecharé para recordar viejos tiempos: hace 50 años pasé un año de mi vida en aquella ciudad, haciendo el Servicio Militar obligatorio. Recalco lo de obligatorio, porque voluntariamente yo no hubiera ido, ni al servicio ni mucho menos tan lejos.
 
Hay algunos escritos en este blog hablando del tema, pero no he querido releerlos para evitar modificar mis recuerdos en estos momentos, un par de días antes de volver por allí. Ahora, con el tiempo, todo se ve de otra manera, pero el que yo llamé, llamo y llamaré «secuestro legal» al que me sometió el Estado Español, o su gobierno o quién fuera no es para olvidar. Un año perdido de mi vida, un retraso enorme en mi desarrollo laboral en el que ya estaba plenamente inmerso, que me provocó perder valiosos conocimientos en el mundo de las tarjetas bancarias que veían la luz en aquella época. A mí vuelta, fui destinado a otros menesteres mucho menos interesantes y valiosos que el mundo de los cajeros automáticos y las tarjetas de plástico. En fin, daños colaterales que en aquellos años sufríamos estoicamente todos los varones españoles.
 
Como digo, poco o nada aprendí tras la puerta de aquel cuartel infame cuya entrada preside la foto en esta entrada del blog, valga la redundancia. Me licencié de Cabo 1º, obligado, de Intendencia, en la compañía de Suministros, pero en todo aquel año jamás vi ni utilicé ninguno de los equipos y materiales propios de mi cuerpo militar —hornos, cocinas, duchas, etc. Según llegué me destinaron a la oficina del cuartel y allí pasaba las mañanas rebajado de servicios pero en las tardes los refuerzos de guardia y patrullas fueron innumerables, de perder la cuenta. Pero no quiero recordar cuestiones de la mili, sino de la ciudad.
 
Melilla lleva siendo española desde 1497 en que Pedro de Estopiñán tomó la ciudad y la incorporó al Reino de Castilla. Es de esas cosas actuales que tienen una controvertida explicación, como Ceuta o Gibraltar; enclavadas en otro territorio, generan no pocos problemas a los Estados y a sus habitantes por diversas controversias que surgen continuamente. Hoy en día es una Ciudad Autónoma, con 85.000 habitantes. No sé los militares que ahora formaran parte de esta población, pero si recuerdo que en 1977 éramos 14.000 militares los ubicados allí y la atmósfera militar se respiraba por doquier.
 
Cuando teníamos tiempo libre, era obligatorio salir del cuartel en perfecto estado de revista, obligados a mantenerlo en todo momento, incluso dentro de bares, restaurantes o cines. Yo recuerdo a la policía militar entrar en el cine con linternas y llevarse arrestados a los soldaditos a los que se les había ocurrido desabrocharse el collarín de plástico de la guerrera. Si estabas sentado en una terraza en la calle principal o aledaños, los mandos se dedicaban a pasear por delante teniendo que levantarte, ponerte firmes y saludar militarmente, aunque ellos fueran de paisano con sus familias. Estaba terminantemente prohibido alquilar pisos o habitaciones y algunas otras limitaciones que muchas veces te llevaban a quedarte en el hogar del soldado charlando con los compañeros y renunciando a salir a la ciudad.
 
De aquella época conservo seis carreteres de fotografías en color y tres de blanco y negro. Me he entretenido en estos días en pasarlos por el escáner, como recuerdo, aunque muchos de los que allí aparecen ni siquiera los recuerdo… ¡que habrá sido de ellos! Tras aquellos años solo he mantenido el contacto con dos: Manuel y Antonio, andaluces ellos, de Almería y de Sevilla. A Manuel lo veré este fin de semana y Antonio, siempre imprevisible, en los momentos en que esto escribo no sé si acudirá o no. Y estaba avisado desde octubre del año pasado…
 
La maravilla de internet hoy en día permite asomarse a la ciudad y ver cómo es hoy. Multitud de fotografías, y de información pueden accederse desde la pantalla del ordenador o del teléfono. Uno de los lugares a visitar sería el cuartel de la Agrupación Logística Número 7 en cuya compañía de Suministros pasé un año de mi vida, 1977. Visto en Google Maps, el cuartel ya no existe y en su ubicación hay un enorme solar anexo a un Centro Comercial moderno. Otra zona de recuerdo intenso es Rostrogordo, una explanada en la parte alta de la ciudad donde con frecuencia se organizaban desfiles y demostraciones de fuerza a las que eran muy aficionados los mandamases militares de la ciudad. Decir que, para los soldaditos, al menos los de mi cuartel, era una verdadera cruz, subir y bajar andando hasta allí, 5,7 kms. de ida y otros tantos de vuelta, cargados con todo el equipo, más el tiempo «estacionados» en la explanada y los desfiles; un verdadero calvario cada vez que se anunciaba que al día siguiente «tocaba» Rostrogordo.
 
La ciudad tiene pinta de haber cambiado mucho. Los monumentos clásicos que conocí en aquel año deben seguir igual, pero los ambientes de las calles, plazas y parques supongo que habrán sufrido cambios. Las ciudades han cambiado mucho en los últimos años y supongo que Melilla no será una excepción. Cuando esté allí espero que se activen mis recuerdos y los de mis compañeros de fatigas militares y podamos recordar eventos y sitios. Por lo pronto, un restaurante donde solíamos ir cuando queríamos celebrar algo ya no existe. Se llamaba «Las Palmeras». El cine donde acudíamos a ver alguna película sigue existiendo como Teatro Cine Perelló, pero no es cuestión en un fin de semana meterse al cine, así que lo recordaremos por fuera.
 
Varios cuarteles a los que podíamos acceder libremente han desaparecido por lo que parece un agrupamiento dado que a buen seguro y desde la desaparición del Servicio Militar Obligatorio, el número de militares, ahora todos profesionales, que residan en Melilla habrá descendido drásticamente.
 
Los churros que allí se tomaban y se toman ahora con té con hierbabuena nos están esperando, así como los pinchos morunos, los caracoles y las frituras de pescado variadas que en aquellos años hacían nuestras delicias para contrarrestar el rancho cuartelero, que unos meses se podía comer y otros menos, según el oficial de cocina que tocara y sus miramientos para con los soldaditos. Alguno miraba más para sí mismo que para nosotros, de lo que tuve pruebas al estar en la oficina y ver ciertas cosas que estaban a la orden día por entonces.
 
En fin, esperemos pasar unos gratos días de recuerdos y nostalgia. Con Manolo al menos y quizá con Antonio.