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domingo, 9 de marzo de 2025

HOSTIGADOS

Este fin de semana pasado se han celebrado en muchos lugares desfiles, fiestas, cenas y bailes de carnaval. La tradición se va recuperando con cierta lentitud al estar durante muchos años prohibida en España. Pero… ¿Qué tiene que ver la imagen que encabeza esta entrada con el carnaval?

Hace ya muchos años, cincuenta, un fenómeno al que estaba ciertamente sensible era el que yo denominaba «el acoso de los vendedores de enciclopedias». Había vendedores de muchas cosas que llamaban a tu puerta, convocaban actos en salas públicas e incluso, no sé como se las ingeniaban, aparecían por las oficinas de las grandes empresas a enseñarte sus catálogos en los que te brindaban la obtención de la enciclopedia completa y la ibas pagando en «cómodos» plazos mensuales. Conservo, no sé por qué, varias de aquella época que ocupan un espacio enorme en mi biblioteca: Historia de España, Enciclopedia del Arte, Diccionario Espasa… Hoy en día, con internet, este tipo de publicaciones no tiene sentido.

Volviendo al asunto del carnaval, un amigo al que le gustan estas jaranas montó un grupo con otros tres emulando a Los Beatles. Disfrazados como ellos, ambientaron una cena de carnaval con una peña y al final acabaron con un karaoke en el que, por supuesto, interpretaron algunas famosas canciones de Los Beatles. No podía faltar, claro, «Yellow Submarine».

Hoy en día, los eventos no se quedan circunscritos al lugar donde se celebran. Los asistentes graban y retequegraban en sus teléfonos inteligentes todo y más y la cosa no queda ahí: lo lanzan al mundo mundial a través de WhatsApp, Twitter-X, Tik-Tok, Instagram, Facebook, Youtube, Bkuesky y algunas más que no menciono por no hacer esta lista interminable. Sí, esas llamadas redes sociales que se encargan de expandir esas retahílas de ceros y unos desde nuestros equipos informáticos por todos lados. Y ya lo dice el refrán, un poco actualizado por mí: «palabra y piedra (e imagen) suelta no tienen vuelta» Y lo que es peor, hemos perdido todo el control sobre ellas y sus destinatarios.

Pero en este caso, el teléfono inteligente en que grabamos fotos y vídeos cobra vida para otros intereses que, aunque antes sospechábamos, hoy en día no tenemos duda: nos espía y además con nuestro consentimiento, si, con nuestro consentimiento no siempre obtenido de forma clara. Tengo en mi lista de lecturas pendientes el libro de Belén Gopegui titulado «Te siguen» que a buen seguro aporta nuevos conocimientos sobre estos asuntos. La autora y la trayectoria me permiten augurar esto, aunque como hago siempre me abstengo de leer sinopsis o reseñas de un libro antes de acometer su lectura.

Vamos cerrando el círculo. En los días posteriores a esa cena y esas actuaciones, el teléfono inteligente de mi amigo empezó a mostrar «insinuaciones» procedentes de Google, y de otra de las aplicaciones instaladas, por si mi amigo estuviera interesado en la compra de esa caja de fichas de Lego del «Yellow Submarine» de Los Beatles. Blanco y en botella, porque nunca antes, ni ahora, mi amigo tiene interés en promociones comerciales —los ingleses lo llaman merchandaising— sobre este famoso grupo de cantantes. No queda otra que pensar que los mecanismos de espía que llevamos en nuestros aparatos se pusieron manos a la obra para deducir esto a raíz de las fotos, las grabaciones del karaoke y los mensajes intercambiados a través de las redes sociales. Y si no es así, que alguien me lo explique.

Estos casos, tan claros y meridianos, empiezan a ser (muy) frecuentes. No se cortan ni un pelo. A mí me ocurrió personalmente uno de corte similar que reflejé en la entrada «REVISIONISMO» de mayo de 2023 accesible desde este enlace. Nos escuchan los Alexa's, Siri's, Ok Google y similares en nuestras casas, nos escucha y nos fisga permanentemente nuestro teléfono y ahora también, por lo que parece, los coches modernos hiperconectados también están vigilantes. Con el tiempo acabarán chivándose a la Guardia Civil de lo que hablamos, y de las normas que incumplimos. No quiero dar ideas…

Todas estas actuaciones alrededor de nuestras vidas rayan, o alcanzan plenamente, el hostigamiento, una molestia más que continuada a nuestras personas y nuestra intimidad, un fastidio demasiado frecuente que resulta cansino. El problema es que es muy difícil por no decir imposible, escapar hoy en día de ello. Lo primero que tendríamos que hacer es tirar el teléfono a un río y pocos estamos dispuestos a ello por infinitas razones. Yo lo he intentado y he acabado enmarañándome más. Recupero aquí un magnífico texto que  María José Blanco Barea colocó hace años, en 2002, en el foro de una plataforma de afectados por acoso moral en el trabajo, «mobbing», titulado «La tela de araña» y que reproduzco a continuación:

Así lo veo yo: una TELA DE ARAÑA, y no precisamente porque yo fuese una mosquita moribunda, todo lo contrario, me defendía, pero he ahí el error:  cuanto más me movía y más me defendía, más me enredaba, y más desgastada me estaba quedando. Un día, un buen psicólogo, que me vio, empezó a enseñarme a darme cuenta de que, si hacia tal movimiento se me enredaba la pierna, y si hacia el otro me atrapaba el cuello, entonces aprendí que la única manera de salir de allí era aprender cual es el juego de la araña, aprender cuáles son sus técnicas, cuando esta como dormida y sin embargo sigue tirando de los hilos para tensar el nudo que me aprieta el alma. Aprendí a verme a mí misma como lo que soy, y a saber que soy libre, tan libre, que ninguna tela de araña podía atraparme. Aprendí a ver a la araña desde cerca y desde lejos y  a ver que la tela en la que estaba la había tejido enteramente la araña, y que ahí caí yo, es decir, que a mí no me había tejido la araña, así que en  una gota de rocío me vi reflejada una madrugada, era YO, no era una mosca, y ya no tenía aracnofobia, y la tela de araña se podía deshacer o no -eso se  lo dejo a la araña- pero mi libertad y mi dignidad esas estaban sin atrapar,  esas son intangibles, así que cogí todas las fuerzas del mundo, todo el  coraje, y toda la dosis de humor y ternura que había olvidado tenia, y respiré hondo y volé, me alcé, sin más esfuerzo me desprendí de la tela de  araña y allí la dejé.

Sé que mi error era luchar contra la tela de araña, cuando el enemigo era la araña. Me dediqué durante muuuuucho tiempo a ver la geometría de la tela y perdí tanto tiempo en su análisis y comprensión sin ver que el origen de todo estaba en el sujeto araña.

Desde entonces, cuando veo a alguien tejiendo a mi alrededor, me inflo de dignidad y libertad, y esto debe ser un maravilloso insecticida, porque descubren que no me van a enredar y aunque dejan su asqueroso hilo o rastro en alguna esquina, no consiguen atraparme.

Desde entonces, cuando veo a alguien que construye con pilares firmes y paredes maestras, con puertas y ventanas abiertas de par en par sin trampa ni cartón, a la entrada y a la salida, ambientes de buen humor, de buenas intenciones, de generosidad, de solidaridad, de cariño, de compromiso, me  uno a su ejército de buenas gentes y nos vamos al campo de la vida de excursión a dejarnos enredar por las estrellas porque desde la serenidad de  la seguridad en uno mismo y en los que nos rodean, se puede llegar a tocar  el cielo con las manos.

Perdona si esto ha salido así, es que me siento libre y me siento bien.  Salí del infierno sin la cola del diablo ni el tridente en la mano, por eso no soy diablo ni mato, ni pego, y trato de no insultar ni de maldecir, salí del infierno y no quiero, no quiero, no quiero, llevar ni una llamarada por donde vaya. Salí del infierno y me gustaría que los que están atrapados en él, puedan disfrutar de la emoción de pertenecer a un ejército de guerrilleros que luchemos con otras herramientas, con las nuestras, no con las suyas, para no enredarnos más en la tela de araña.





 

domingo, 2 de marzo de 2025

MELILLA



Hago esta semana un experimento que podría ser de anticipación. Escribo estas líneas a mediados de semana para que vean la luz el domingo próximo, como es costumbre en este blog desde hace dieciocho años. Programaré la publicación usando una funcionalidad que permite publicar las entradas en una fecha y hora concreta, de forma automática.
 
El título lo dice todo. Una ciudad, española, enclavada en pleno Marruecos en el Norte de África, al igual que otra similar, Ceuta, aunque esta está más accesible de visitar por encontrarse en el mismo estrecho de Gibraltar. Un viaje en barco permite la visita en el día, lo que no ocurre con Melilla porque en barco la travesía es en estos momentos de seis horas y media desde Almería o de seis horas desde Málaga. Pero siempre tendremos el avión.
 
El escribir unas líneas de recuerdos sobre esta ciudad es porque, IBERIA mediante, este fin de semana aprovecharé para recordar viejos tiempos: hace 50 años pasé un año de mi vida en aquella ciudad, haciendo el Servicio Militar obligatorio. Recalco lo de obligatorio, porque voluntariamente yo no hubiera ido, ni al servicio ni mucho menos tan lejos.
 
Hay algunos escritos en este blog hablando del tema, pero no he querido releerlos para evitar modificar mis recuerdos en estos momentos, un par de días antes de volver por allí. Ahora, con el tiempo, todo se ve de otra manera, pero el que yo llamé, llamo y llamaré «secuestro legal» al que me sometió el Estado Español, o su gobierno o quién fuera no es para olvidar. Un año perdido de mi vida, un retraso enorme en mi desarrollo laboral en el que ya estaba plenamente inmerso, que me provocó perder valiosos conocimientos en el mundo de las tarjetas bancarias que veían la luz en aquella época. A mí vuelta, fui destinado a otros menesteres mucho menos interesantes y valiosos que el mundo de los cajeros automáticos y las tarjetas de plástico. En fin, daños colaterales que en aquellos años sufríamos estoicamente todos los varones españoles.
 
Como digo, poco o nada aprendí tras la puerta de aquel cuartel infame cuya entrada preside la foto en esta entrada del blog, valga la redundancia. Me licencié de Cabo 1º, obligado, de Intendencia, en la compañía de Suministros, pero en todo aquel año jamás vi ni utilicé ninguno de los equipos y materiales propios de mi cuerpo militar —hornos, cocinas, duchas, etc. Según llegué me destinaron a la oficina del cuartel y allí pasaba las mañanas rebajado de servicios pero en las tardes los refuerzos de guardia y patrullas fueron innumerables, de perder la cuenta. Pero no quiero recordar cuestiones de la mili, sino de la ciudad.
 
Melilla lleva siendo española desde 1497 en que Pedro de Estopiñán tomó la ciudad y la incorporó al Reino de Castilla. Es de esas cosas actuales que tienen una controvertida explicación, como Ceuta o Gibraltar; enclavadas en otro territorio, generan no pocos problemas a los Estados y a sus habitantes por diversas controversias que surgen continuamente. Hoy en día es una Ciudad Autónoma, con 85.000 habitantes. No sé los militares que ahora formaran parte de esta población, pero si recuerdo que en 1977 éramos 14.000 militares los ubicados allí y la atmósfera militar se respiraba por doquier.
 
Cuando teníamos tiempo libre, era obligatorio salir del cuartel en perfecto estado de revista, obligados a mantenerlo en todo momento, incluso dentro de bares, restaurantes o cines. Yo recuerdo a la policía militar entrar en el cine con linternas y llevarse arrestados a los soldaditos a los que se les había ocurrido desabrocharse el collarín de plástico de la guerrera. Si estabas sentado en una terraza en la calle principal o aledaños, los mandos se dedicaban a pasear por delante teniendo que levantarte, ponerte firmes y saludar militarmente, aunque ellos fueran de paisano con sus familias. Estaba terminantemente prohibido alquilar pisos o habitaciones y algunas otras limitaciones que muchas veces te llevaban a quedarte en el hogar del soldado charlando con los compañeros y renunciando a salir a la ciudad.
 
De aquella época conservo seis carreteres de fotografías en color y tres de blanco y negro. Me he entretenido en estos días en pasarlos por el escáner, como recuerdo, aunque muchos de los que allí aparecen ni siquiera los recuerdo… ¡que habrá sido de ellos! Tras aquellos años solo he mantenido el contacto con dos: Manuel y Antonio, andaluces ellos, de Almería y de Sevilla. A Manuel lo veré este fin de semana y Antonio, siempre imprevisible, en los momentos en que esto escribo no sé si acudirá o no. Y estaba avisado desde octubre del año pasado…
 
La maravilla de internet hoy en día permite asomarse a la ciudad y ver cómo es hoy. Multitud de fotografías, y de información pueden accederse desde la pantalla del ordenador o del teléfono. Uno de los lugares a visitar sería el cuartel de la Agrupación Logística Número 7 en cuya compañía de Suministros pasé un año de mi vida, 1977. Visto en Google Maps, el cuartel ya no existe y en su ubicación hay un enorme solar anexo a un Centro Comercial moderno. Otra zona de recuerdo intenso es Rostrogordo, una explanada en la parte alta de la ciudad donde con frecuencia se organizaban desfiles y demostraciones de fuerza a las que eran muy aficionados los mandamases militares de la ciudad. Decir que, para los soldaditos, al menos los de mi cuartel, era una verdadera cruz, subir y bajar andando hasta allí, 5,7 kms. de ida y otros tantos de vuelta, cargados con todo el equipo, más el tiempo «estacionados» en la explanada y los desfiles; un verdadero calvario cada vez que se anunciaba que al día siguiente «tocaba» Rostrogordo.
 
La ciudad tiene pinta de haber cambiado mucho. Los monumentos clásicos que conocí en aquel año deben seguir igual, pero los ambientes de las calles, plazas y parques supongo que habrán sufrido cambios. Las ciudades han cambiado mucho en los últimos años y supongo que Melilla no será una excepción. Cuando esté allí espero que se activen mis recuerdos y los de mis compañeros de fatigas militares y podamos recordar eventos y sitios. Por lo pronto, un restaurante donde solíamos ir cuando queríamos celebrar algo ya no existe. Se llamaba «Las Palmeras». El cine donde acudíamos a ver alguna película sigue existiendo como Teatro Cine Perelló, pero no es cuestión en un fin de semana meterse al cine, así que lo recordaremos por fuera.
 
Varios cuarteles a los que podíamos acceder libremente han desaparecido por lo que parece un agrupamiento dado que a buen seguro y desde la desaparición del Servicio Militar Obligatorio, el número de militares, ahora todos profesionales, que residan en Melilla habrá descendido drásticamente.
 
Los churros que allí se tomaban y se toman ahora con té con hierbabuena nos están esperando, así como los pinchos morunos, los caracoles y las frituras de pescado variadas que en aquellos años hacían nuestras delicias para contrarrestar el rancho cuartelero, que unos meses se podía comer y otros menos, según el oficial de cocina que tocara y sus miramientos para con los soldaditos. Alguno miraba más para sí mismo que para nosotros, de lo que tuve pruebas al estar en la oficina y ver ciertas cosas que estaban a la orden día por entonces.
 
En fin, esperemos pasar unos gratos días de recuerdos y nostalgia. Con Manolo al menos y quizá con Antonio.