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domingo, 31 de agosto de 2025

CALIDAD

 

Desconozco las valoraciones que hacen los departamentos de marketing de las empresas respecto de la calidad de sus productos o campañas publicitarias. Aunque el trasfondo final siempre acaba teniendo tintes económicos, muchas veces el alcance de ciertas prácticas incide, por lo general (muy) negativamente, en los usuarios que andamos ya cansados cuando no hartos de ellas. Vencidos o aburridos por sus mañas y tejemanejes, hacemos cosas que no queremos o cuando menos no nos gustan lo más mínimo. ¿Tragar? ¿Plantarse?

Pongamos un ejemplo. Pago mi entrada de cine para ver una película y o bien llego más tarde o si acudo a la hora programada tengo que sufrir quince o veinte minutos de anuncios comerciales con algún tráiler de futuras proyecciones, que no dejan de ser anuncios también. El llegar tarde no es una opción adecuada, ya que te toca entrar a oscuras para buscar tu localidad, con una evidente molestia para los otros espectadores que «disfrutan» con la publicidad.

El concepto de calidad es completamente subjetivo, pues cada persona otorgará sus valores en función de sus expectativas. De un mismo producto o espectáculo, habrá diferentes opiniones y valoraciones a nivel personal.

Mi abuela y mi madre reutilizaban una y otra vez telas que parecían eternas para arreglar ropa que iba pasando de mayores a pequeños. Los cuellos de las camisas, cuando estaban desgastados por el roce eran dados la vuelta para seguir teniendo una segunda vida. Por no decir cuando las camisas de manga larga se convertían en camisas de verano de manga corta. Yo tengo un polo desde hace más de cuarenta años, con unas cuantas puestas y sus correspondientes lavados, que está como el primer día. Justo es decir la marca: Lacoste. Ahora las prendas, cuando no se desechan por pasarse de moda van a la basura tras unas pocas puestas.

Resulta más que evidente que la tecnología actual es capaz de mejorar la calidad y duración de los productos, pero lo cierto es que se afana más por buscar la mediocridad y conseguir unas deficiencias justas que cada vez son más admitidas. La cantidad de tecnología que se emplea en lo que se ha dado en llamar obsolescencia programada es de matrícula de honor. Muchos electrodomésticos, incluso coches, podían durar toda la vida con un mantenimiento programado y la sustitución de las piezas que por desgaste lo requieran. Pero no, es mejor desecharlo y cambiarlo por uno nuevo. Ya decía mi admirado profesor Antonio Rodríguez de las Heras ─cinco años ha que nos dejó por el maldito COVID─ que los arqueólogos del futuro se asombrarán cuando hurguen en los basureros y encuentren multitud de aparatos completamente nuevos y en perfecto estado de funcionamiento que han sido desechados por la aparición de uno nuevo.

Mi primer vuelo en avión ocurrió a principios de los años setenta del pasado siglo XX. Por motivos de trabajo tuve que utilizar en varias ocasiones durante algunos meses el puente aéreo Madrid-Barcelona. No sé lo que costarían los billetes ─pagaba la empresa─ pero lo cierto es que ibas como un señor, atendido, con un piscolabis (ligera refacción que se toma, no tanto por necesidad como por ocasión o por regalo), en asientos cómodos. Ahora se han abaratado los precios, pero también las distancia entre asientos y si quieres refrigerio en vuelos cortos y no tan cortos te lo pagas aparte. Y ya están hablando de asientos en los que iríamos semi de pie para aumentar el número de pasajeros. La gente tragamos con todo…

A finales de los años ochenta del siglo pasado, la entidad bancaria en la que trabajaba implantó en España los primeros cajeros automáticos. Los clientes no estaban acostumbrados y para ello lanzó una campaña regalando casi dos millones de tarjetas de plástico para animar el mercado. Completamente gratis. Cuando la gente se acostumbró a su uso, la gratuidad desapareció.

La disonancia entre quienes somos y quienes fuimos se retroalimenta con el contraste —quizá más importante— entre quienes somos y quienes queremos ser. Aunque es un impulso lógico culpar a las multinacionales que maximizan sus márgenes de beneficio a costa de los consumidores, y a los gobiernos cuyos recortes asfixian unos servicios públicos ya de por sí depauperados, la lógica mercantil es irrefutable: las cosas no son peores; en gran medida, son tal como las queremos o como nos las han hecho querer. Dicho de otro modo: quienes somos de peor calidad somos nosotros. 

Y el asunto tiene toda la pinta en adquirir tintes exponenciales. Las empresas están por la labor de entregar sus servicios de atención al cliente y sus campañas a algoritmos y robots, esos que disponen de Inteligencia Artificial y que son o parecen capaces de ocuparse de todo.

No quiero entrar en el deterioro de los servicios públicos, como, por ejemplo, la Sanidad, porque no hay alternativa salvo contratar ─además de tener la pública─ una sanidad privada. Pero es que, tragamos con todo y si no veamos lo que ha ocurrido con servicios opcionales, de coste. Mal de muchos… epidemia.

Hace años, el gigante de las ventas por internet que empieza por «A» anunció a un coste por encima de los 20 euros la posibilidad de contratar anualmente la posibilidad de envíos sin coste de sus pedidos. Algunos, yo entre ellos, debido al uso, lo valoré y lo contraté por resultarme rentable. Al cabo del tiempo, el precio se duplicó porque se incorporaban a ese mismo concepto de los envíos la disponibilidad de multimedias ─películas, series, documentales, música, libros…─. Pero claro, la posibilidad de tener SOLO ENVÍOS se acabó, quisieras o no, aunque solo siguieras con los envíos y no utilizaras multimedias, el coste se te había duplicado. Y, recientemente, una vuelta de tuerca más: a tragar con anuncios en medio de las películas o series.

Hace años los televidentes nos quejábamos amargamente de que nos cosían a anuncios publicitarios que eran la manera de soportar la gratuidad de las emisiones de las cadenas en abierto. Con el tiempo surgieron las plataformas a través de internet ─Movistar+, Netflix, HBO, Disney, Atresmedia…─ con un coste mensual. Bueno, era una manera de seleccionar lo que querías ver en cualquier momento y no tener que sufrir anuncios, porque se entendía que pagabas por el servicio. Ahora… anuncios en casi todas ellas, aunque algunas son magnánimas y te permiten obviar los anuncios si suscribes una cuota mensual más alta.

La calidad está en franco deterioro: cuesta abajo y sin frenos. Las empresas lo saben y cuentan con que los sufridos usuarios, acostumbrados ya, vamos a tragar más y más, aunque nos zurzan con más y más publicidad. Y, además, como todas lo hacen…

ADICIÓN POSTERIOR A LA PUBLICACIÓN ORIGINAL

Un asiduo lector de este blog desde sus inicios y buen amigo, Manolo, me hace llegar un comentario (que comparto) sobre el tema y que reproduzco a continuación con su autorización:

Tragamos con todo.
Algo que no soporto es los bares que no atienden las mesas de las terrazas. Tienes que pedir en la barra y llevarte las cosas, tú mismo, a la mesa.
Hay que manifestar tu oposición a esa norma y buscarte otro lugar donde den trabajo a camareros.

 




 

domingo, 24 de agosto de 2025

HIBAKUSHA

En este mes de agosto de 2025, concretamente el día seis, se cumplieron ochenta años del lanzamiento de la primera bomba atómica por parte del ejército norteamericano sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Tres días más tarde, una segunda bomba atómica ─ la última por el momento ─ fue lanzada sobre la también japonesa ciudad de Nagasaki. No han sido utilizadas más bombas atómicas desde entonces, salvo numerosos ensayos controlados.

«Han pasado 80 años, pero nada ha cambiado»
                                                                            Masako Wada

A pesar de que la Segunda Guerra Mundial se había dado por finalizada en Europa, la lucha seguía activa en el Pacífico entre Japón y Estados Unidos, que se planteaba una invasión terrestre de Japón, que hubiera costado muchas vidas (americanas) y mucho tiempo. El presidente norteamericano Henry Truman tomó la decisión de utilizar la bomba atómica, desconocida hasta entonces. La enorme devastación causada ─que ahora se comentará─ no fue suficiente para conseguir la rendición japonesa que pensó de forma equivocada que no dispondrían de una segunda bomba. Craso error que sufrieron en sus carnes los habitantes de Nagasaki. Japón, entonces sí, claudicó.

Hoy en día oímos con demasiada frecuencia en las noticias hablar del armamento nuclear, como pretendido elemento disuasorio del enfrentamiento entre potencias. En aquella época solo disponía de la terrible arma Estados Unidos, pero hoy en día, que se sepa con certeza, nueve países disponen de arsenales nucleares. Además de EE.UU., Rusia, Francia, Inglaterra, Israel, China, India, Pakistán y Corea del Norte. Se estima que las bombas actuales son mucho más potentes que aquellas.

Yo no había nacido cuando ocurrieron estos hechos, pero he oído hablar de ellos en muchas ocasiones como recuerdo de aquel horror. Pero… ¿Qué pasó realmente? ¿Cuáles fueron los efectos? Intentemos llegar un poco más al detalle.

Los problemas derivados de la energía atómica han llegado a nuestros días por problemas en instalaciones nucleares de generación de electricidad, una forma considerada «verde» hoy en día por las autoridades. Apunto aquí mi opinión de que yo no la considero verde pero si necesaria en estos tiempos, siempre que se asuman completamente sus riesgos, desechos y (posibles) consecuencias. El problema en Chernóbil en 1986 y el posterior en Fujushima en 2011 derivaron en un escape de radiaciones que afectaron enormemente a las zonas circundantes. De esta última, diez años después, Kum Nemoto y Manuel Rodríguez Redondo nos brindaron una interesante conferencia que puede seguirse en Youtube en este enlace. Se estimaron 19.747 personas fallecidas, 2.556 desaparecidos y se contabilizaron 6.242 heridos. Han vuelto los fantasmas de este tipo de incidentes con la actual guerra en Ucrania y la inestabilidad derivada de actividades bélicas en las cercanías de la central de Zaporiyia, estimada como una de las diez más grandes del mundo.

Volvamos a Hiroshima. A las 8:15 de la mañana de aquel 6 de agosto de 1945, en un radio de 4,5 kms. del impacto de la primera bomba sobre Hiroshima, bautizada como «Little boy, (niño pequeño)» se generó una temperatura de 4.000 grados centígrados que carbonizó literalmente todo y todos, de forma indiscriminada. La onda expansiva provocó el colapso y consiguiente derrumbe de prácticamente todos los edificios. La onda expansiva con la radiación generada se propagó varios kilómetros a la redonda afectando a miles de personas, muchas de las cuales murieron o quedaron afectadas durante muchos años por la radiación. No es necesario mencionar que la segunda bomba ─ Fat Man (Hombre gordo) ─ provocó los mismos efectos relatados en la ciudad de Nagasaki.

Yo, confieso, no tenía ni idea del asunto del incremento brutal de la temperatura y del colapso de los edificios. He querido acercarme un poco al tema mediante la lectura de dos libros entre los muchos que hablan de la tragedia, y que he elegido por información en la red. El primero, muy sencillo, pertenece a la colección de Historia de «En 50 minutos», se titula «Hiroshima» y su autor es Maxime Tondeur. En poco menos de una hora se pueden conocer más detalles de los prolegómenos, los actores intervinientes y los hechos. Para entrar más a fondo he acometido la lectura de «Hiroshima» de John Hersey, periodista con un relato ameno que se centra en la vida de varios supervivientes. Por ahondar un poco más en el asunto, estoy leyendo estos días un tercer libro, del periodista Agustín Rivera, con años ejerciendo de corresponsal en Japón y titulado «Hiroshima. Testimonios de los últimos supervivientes».

Después de leer estos libros y leer algunos artículos se me pone la piel de gallina al ver la ligereza con la que se habla de las armas atómicas. En aquella ya lejana ocasión, Japón no pudo «contestar» a su agresor americano, pero hoy en día alguno de esos nueve países que hemos comentado tiene el tiempo suficiente para «responder». Según figura en la Wikipedia, con todas las salvedades, el número de ojivas nucleares de las que disponen las dos máximas potencias, EE.UU. y Rusia, supera las 5.000 cada uno. Suficientes para generar una devastación nunca imaginada.

Una información de las muchas que proliferan en la red y que me ha resultado interesante es el reportaje de Carlos Serrano en la BBC cuya fotografía inicial ─de las muchas que contiene─ encabeza esta entrada. Está accesible en este enlace. Según este reportaje, «los cálculos más conservadores estiman que para diciembre de 1945 unas 110.000 personas habían muerto en ambas ciudades. Otros estudios afirman que la cifra total de víctimas, a finales de ese año, pudo ser más de 210.000». 

Masako Wada, autor de la (muy preocupante hoy en día) frase consignada tras el primer párrafo de esta entrada, es un hibakusha de Nagasaki. Hibakusha es un término japonés que hace referencia a los supervivientes de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Su significado literal es «persona afectada por la bomba» o «persona expuesta a la explosión». Los hibakusha son testigos de la devastación causada por las armas nucleares y, por lo general, han soportado traumas físicos y psicológicos de mayor o menor intensidad a lo largo de sus vidas.

Los «hibakusha» eran susceptibles a secuelas mucho más peligrosas por las enormes dosis de radiación recibidas de la bomba. Sobre todo fue evidente, hacia 1950, que la incidencia de leucemia en los «hibakusha» era mucho más alta de lo normal. (En el libro «Hiroshima», de John Hersey).


IMAGEN B-034


domingo, 17 de agosto de 2025

ATROPELLO(S)

Dos sucesos muy similares ocurridos en el intervalo de una semana me han disparado las alarmas. Como reza el título de esta entrada, han sido dos atropellos, vocablo que significa, dicho de un vehículo y según la acepción tercera del diccionario, «alcanzar violentamente a personas o animales, chocando con ellos y ocasionándoles, por lo general, daños». En un caso los daños han sido leves, pero en el otro la cosa, sin llegar a la gravedad, se ha complicado.

En la imagen una visión desde atrás del SEAT 127, primer vehículo que tuve allá por los años setenta del siglo pasado. Mi interés en esta imagen son los asientos delanteros: espartanos, sin reposacabezas, sencillos a más no poder. Digamos también que, aunque la imagen puede verse el espejo lateral izquierdo, los espejos laterales no venían de fábrica, pero era costumbre comprar aparte el espejo del conductor para evitar el ángulo muerto, especialmente en los adelantamientos. Hay que recordar que autopistas y autovías había muy pocas en España en aquellos años setenta… 

Cuando me disponía a dar marcha atrás, lo corriente era, tras meter la reversa, echar el brazo por encima del asiento para girar completamente el cuerpo todo lo posible al objeto de tener una visión lo más completa posible de la trasera del coche y sus alrededores. Sin embargo, con esto no estabas exento de tener algún percance. El más sonado que recuerdo es tener el coche aparcado en un campo, mirar, no ver nada, poner la marcha atrás y justo en ese momento, «alguien» puso un árbol justo en el centro: menos mal que en aquella época los parachoques eran metálicos y bastante resistentes, pero aún así y todo se abolló considerablemente.

Esta operación de echar el brazo por encima del respaldo hoy en día es imposible. El tamaño de los asientos y el reposacabezas es enorme y no lo posibilitan. Como mucho hay que girar el cuerpo y la cabeza todo lo posible y aún así la visión no es muy amplia que digamos. Sin embargo, los coches más modernos están dotados de todo lo inimaginable para facilitar las maniobras, especialmente la de marcha atrás: espejo central panorámico, espejos laterales, sensores de proximidad e incluso cámaras de visión trasera y simulación de espacios 360º alrededor del vehículo.

Parece imposible dar a alguien o algo en una maniobra de marcha atrás. Sin embargo…

Zona de vacaciones, aparcamiento amplio, toda la familia despidiendo a un familiar que se reintegra a sus quehaceres laborales de la vida normal. Maniobrando con mi coche nuevo, que tiene todas esas ayudas referidas, marcha atrás, muy lentamente, mirando todo, oído atento y… ¡atropello! Golpeé a un familiar sin haberle visto ni por los espejos ni por las cámaras, y lo que es peor y más mosqueante: sin que sonaran los avisos de los sensores de proximidad. Parece increíble, pero simplemente ocurrió. Iba despacio, muy despacio, pero un golpe a una persona distraída con un objeto de casi dos toneladas en movimiento no es moco de pavo; cayó al suelo con raspaduras en brazos y rodillas. Gracias a Dios, no ocurrieron mayores «averías».

Como digo, gran mosqueo con el asunto que motiva que ahora, cuando tengo que dar marcha atrás no me fío de nada. Cuando hay otros coches, o paredes o columnas, los sensores avisan en las pantallas con colores rojos además de emitir un sonido estridente que te pone sobre aviso. ¿Personas o animales no son detectados? No es cuestión de hacer pruebas, pero el hecho ahí está.

Así quedó la cosa, cuando al cabo de una semana, en otro entorno familiar en la zona, en una situación parecida, un familiar con un coche tan alicatado hasta el techo o más que el mío, dando marcha atrás golpeó ─atropelló─ a una anciana de la familia. La cosa ha sido más grave: rotura de fémur y diversas luxaciones, urgencias del hospital, requiere una operación e inmovilización tras la misma. Situación ya de por si comprometida con una anciana cuando se encuentra en su entorno para que ocurra estando de vacaciones lejos del domicilio.

Dos hechos tan similares en tan poco tiempo tienen que llamar la atención poderosamente. He buscado en internet por si hubiera más casos de este calado, pero sin éxito, lo cual no quiere decir que no hayan ocurrido. He encontrado el siguiente párrafo en una página web americana (la negrita es mía):

Uno de los choques más desgarradores es un accidente por atropello en marcha atrás causado por un vehículo, generalmente estacionado en una entrada al garaje o en un estacionamiento que retrocede sobre una persona invisible detrás del carro. La víctima suele ser un niño o una persona mayor. En 2022, según la organización sin fines de lucro Kids and Cars, 18 niños menores de 12 años murieron en incidentes por atropello en marcha atrás. Según un informe de 2022 de la Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras, el promedio de 5 años, de 2016 a 2020, fue de 264 muertes accidentales por vehículos dando marcha atrás.

Cualquier área alrededor del vehículo que el conductor no pueda ver, ya sea directamente o a través de un espejo lateral o retrovisor, se considera un punto ciego. Todos los vehículos tienen puntos ciegos, y el más ciego de todos está en la parte trasera del vehículo. Los niños son especialmente vulnerables cuando caminan o juegan detrás de un vehículo estacionado, ya que son pequeños y es poco probable que el conductor los note desde el interior del carro.

Es curioso que, en el caso de marcha hacia adelante, si nos acercamos peligrosamente a un objeto el propio coche es capaz de frenar bruscamente para evitar la colisión. Estamos hablando de coches actuales que tienen implementados los llamados ADAS ─Advanced Driver Assistance Systems─, conjunto de tecnologías diseñadas para mejorar la seguridad y comodidad al conducir un vehículo. Estos sistemas utilizan sensores, cámaras y radares para recopilar información del entorno del vehículo y proporcionar asistencia al conductor, ya sea a través de alertas o intervenciones automáticas.

En otra página web y en un apartado publicitario figura el siguiente texto:

Los estudios de seguridad vial han demostrado que una de cada cuatro colisiones de peatones con vehículos se produce con la parte trasera de estos. Cada año, las aseguradoras pierden también millones de euros para cubrir incidentes en maniobras marchas atrás y de aparcamiento.

Algo que podría verse reducido en consideración si se implantara de forma generalizada la tecnología de frenado de emergencia (AEB) pero para dar marcha atrás. Esta tecnología ya existe en los coches, y de forma obligatoria en Europa, al circular hacia adelante.

Las precauciones a tomar siempre serán pocas. Y por lo menos yo me fiaré lo justo o nada de espejos, cámaras y pitidos de aviso que en este caso no se produjeron. Hay casos especiales en que tienes que salir marcha atrás de un aparcamiento en batería en los que no tienes visibilidad por tener coches aparcados en los laterales y en el último momento se te cruza… ¡un joven en patinete! Apagar la radio, bajar las ventanillas para escuchar posibles ruidos o voces de aviso, ir muy despacio, mirar a todos los espejos, cámaras y directamente por la ventanilla de atrás… todos los consejos son pocos, pero no se pueden seguir a la vez con lo que una persona, animal u objeto en movimiento puede no ser detectado.

Al menos a mí, y espero que a los que lean esta entrada, me queda claro que las cámaras y los sensores no son una garantía absoluta en el proceso de dar marcha atrás.


 


domingo, 10 de agosto de 2025

ODIO

Por lo general, la gran mayoría de la gente elige ─elegimos─ mirar para otro lado, pero eso no arregla el que el ambiente de la vida pública española está deviniendo inasumible. Y lo digo y pienso en general, no solo referido a la clase política que anda en el candelero en estos días. ¿se puede ensalzar a un político por presentar su dimisión al descubrirse un título universitario falsificado? El mundo del revés.

Ya es imposible tapar tanta basura como se desvela a diario llegando al conocimiento público por todos los medios que, por mucho que lo intenten, son incontrolables dada la difusión de las redes sociales a través de internet. Antaño se podía poner ciertas puertas al campo, pero hogaño poner ventanas al cielo resulta ya casi imposible.

Unos y otros ya nos resultan infumables a la ciudadanía de a pie. Pero el problema, con ser grave, es otro, mucho más preocupante a mi entender.

La localidad en la que residía de pequeño y adolescente distaba una cincuentena de kilómetros de una gran capital española. En verano de los años sesenta del siglo pasado, siglo XX, la época veraniega conllevaba un aumento de la población de diez mil a cincuenta mil habitantes. Numerosas viviendas y chalets eran utilizados durante la época estival por familias cuyas madres por lo general no trabajaban y los padres iban y venían a su trabajo en la capital. Eran los conocidos como «los veraneantes». Siempre había sus más y sus menos entre los «veraneantes» y los «locales» pero dentro de una tolerancia general. El aumento de población suponía unos ingresos extra para muchos de los comercios locales. En mi caso, un par de veranos ayudé ─con una pequeña remuneración─ a un panadero local a repartir las barras de pan por los chalets y en otro par de veranos colaboré con un empresario para llevar las cuentas y pedidos de su restaurante. Mi caso no era único: uno de mis amigos, Mariano, estuvo varios años empleado en un supermercado repartiendo pedidos y otro, Carlos, echaba una mano a su padre en temas de jardinería. Estos aumentos de población se dan hoy en día...

Las emociones nos llevaban a «tener entre ojos» a los veraneantes, pero los bolsillos hablaban otro lenguaje, mucho más práctico.

Por aquello de las vueltas que da la vida, en esta última etapa de mi vida me he convertido en «veraneante» en un pueblo de la costa española, en el que paso los meses de julio y agosto, amén de algunos puentes o las vacaciones de Navidad y Semana Santa. Como antaño hacían los veraneantes en mi localidad, además de pagar los impuestos correspondientes por mi vivienda, compro en los supermercados, echo gasolina en las gasolineras, repongo cosillas en la ferretería, adquiero medicamentos en la farmacia, un jardinero me echa una mano con el jardín, tomo mis aperitivos en los bares, en ocasiones voy a comer a los restaurantes, asisto a algunos actos culturales… Una vida normal como un ciudadano más. Añadiré que, en invierno, la vida local queda paralizada con muchos o casi todos los comercios y restaurantes cerrados. Como diría un castizo, «hacen el agosto» y no precisamente con las emociones de los locales sino con los dineros de los turistas, de los visitantes y seguramente también de los veraneantes.

En esta zona costera de la que hablo hay un apodo o mote para designar a los veraneantes. No lo voy a desvelar aquí para no dar pistas concretas, porque creo que este asunto es general en muchos pueblos de la geografía española. Utilizaré el vocablo de significado similar «mochufas» que inventara y pusiera de moda el escritor Santiago Lorenzo en su magnífico libro «Los asquerosos» cuya lectura recomiendo.

Aunque algún comentario no precisamente positivo respecto al tema había llegado a mis oídos, no había notado yo ─personalmente─ hasta ahora ninguna animadversión hacia los mochufas. La vida es aquí tranquila y las relaciones con los comerciantes, el camarero o el que viene a revisar la caldera o instalar la fibra son cordiales. Pero dando un paseo en solitario por las tranquilas calles del pueblo, me cruzo con un grupo de niñas, de unos ocho años, que iban cantando una canción a voz en cuello:

A los mochufas
no hay que echarlos,
hay que matarlos

Reconozco que me quedé impresionado. No creo que un niño de esa edad tenga la suficiente capacidad para calibrar el alcance de ese vocabulario. Entiendo que están repitiendo lo que han oído a personas mayores, posiblemente en sus casas. Un niño no tiene la suficiente capacidad para poner en contexto una palabra como «matarlos». Entre personas mayores podemos calibrar hasta dónde llega figurativamente lo de «matarlos». Pero… ¿un niño? Utilizar expresiones imprecisas delante de niños es un verdadero problema cuyo alcance muchas veces es imposible de medir. ¿Por qué digo esto?

Un segundo acontecimiento de corte parecido me ha disparado las alarmas. Y esta vez no ha sido en la calle, sino en casa de unos conocidos. Una niña de tan solo nueve años ha dicho, claramente y sin ambages, que «Perro Sánchez es un traidor, hay que matarle». En esta ocasión no estaba solo, sino que varios oímos la frase. No estamos hablando de niños desconocidos que van por la calle sino de uno que conocemos, así como a sus padres. ¿Se lo ha oído a ellos? ¿Lo tiene tan interiorizado como para repetirlo ante otras personas sin venir a cuento? ¡Maremía!

Creo que el odio se está instalando a marchas forzadas entre nosotros. No ya el fracaso de las relaciones internacionales con la vuelta a los enfrentamientos y guerras sino en las propias familias. El lenguaje influye en las emociones y las emociones influyen en las acciones. Si seguimos por ahí, estos niños, cuando lleguen a mayores, ejecutarán literalmente aquello que vienen oyendo y asumiendo desde su infancia. ¿Hay medicina para este odio que se manifiesta tan alegremente? Estamos en una inercia peligrosa que puede convertirse en una espiral de violencia de consecuencias ingratas para todos.

Me resulta curioso el comprobar como hoy en día la gente se deja llevar por las emociones, asumiendo ideas y tomando decisiones cuyas consecuencias afectan personal, directa e incluso negativamente a su vida diaria y futura. Los agitadores de masas ─políticos, influenciadores, contertulios, medios…─ lo saben y son verdaderos especialistas en dirigir sus mensajes a las emociones de la gente en lugar de a hechos reales y constatables. Lo de vender humo es todo un ejercicio hoy en día, con verdaderos especialistas en sus técnicas más sofisticadas.




 

domingo, 3 de agosto de 2025

VORACIDAD

«Pleitos tengas y los ganes» es uno de los sesudos refranes españoles que, según aclara el Instituto Cervantes, «se refiere a las cuantiosas pérdidas que puede acarrear un pleito tanto si se gana como si no, pues, aunque resulte favorable la sentencia, lo habitual es que no se quede en uno solo, con el consiguiente gasto, que en ocasiones acarrea la ruina». Aunque el término pleito pudiera parecer que hace referencia a asuntos judiciales, su alcance es más general y puede referirse a cualquier disputa entre dos partes; en el caso que voy a tratar hoy en términos administrativos (por el momento).

Hace dos años, en 2023, tuve conocimiento de una ley que trataba del llamado «Complemento de la brecha de género». Por mis características, número de hijos y fecha de jubilación, tenía derecho a solicitar su aplicación a la Seguridad Social, lo que supondría unos atrasos y un pequeño incremento mensual en mi pensión de jubilación. Por aquello del refrán aludido no pensaba meterme en líos, pero también me hablaron de un despacho de abogados que se encargaba de todo y solo cobraría un porcentaje en caso de tener éxito en la gestión.

Hay varios despachos especializados. Yo me puse en manos de «Padres Jubilados» en agosto de 2023. Documentos, escritos, solicitudes, autorizaciones, poderes judiciales, juicios, renuncias, comunicados mediante, el 24 de diciembre de 2024 ─un año y cuatro meses después─ obtuve una resolución favorable que devino en el abono del atraso en mi cuenta con fecha 3 de enero de 2025. Lo de las fechas es importante, porque, aunque yo entendí que al recibir el importe en enero de 2025 tendría que declararlo en la Declaración de la Renta de ese año 2025, la Seguridad Social no lo entendió así, aplicó la fecha de resolución y me incluyó el importe en 2024 y además desglosado por anualidades.

Este desglose por importes ─desde 2020 por aquello de las caducidades─, suponía rectificar mis declaraciones de la Renta desde 2020 a 2023. Pasado el calvario de la reclamación a través de Padres Jubilados, empezaba el calvario con la Agencia Tributaria. Las personas normales y corrientes estamos obligadas, ahora, a nuestro trato con Hacienda a través de intricados procedimientos habilitados en internet para los que necesitamos una autentificación digital, sea @CLAVE, Certificado FNMT, DNI u otros. Empieza el lío. Recuerdo una y otra vez lo de pleitos tengas…

Accedo a mis declaraciones de años anteriores y me encuentro que las que yo he ido realizando están modificadas desde la intranet de la AEAT por un «funcionario público habilitado» (no identificado) en un mes que no menciono de 2024 y a las 22 horas. Ver imagen que encabeza esta entrada. Todas ellas están en estado de pendientes de resolución y desconozco a que son debidas estas rectificaciones, mas deduzco que no tienen nada que ver con el asunto de la brecha de género que se solventó a finales de 2024, cuatro meses después.

Procedo a rectificar mis declaraciones de 2020, 2021 y 2022 con los importes cobrados esperando los cargos en mi cuenta de los dineros devengados. A las dos semanas, recibo una notificación de la AEAT mencionando que mis declaraciones estaban hechas sobre unas que están pendientes de resolución ─las rectificaciones realizadas por ellos─ y que proceden a anularlas. Otra vez con el asunto en pendiente.

Aunque parece que los sufridos ciudadanos, contribuyentes, clientes o lo que seamos de la Agencia Tributaria tenemos que saber de todo, consigo una cita presencial en la que me cuentan la manera de hacerlo, que sería sobre mis declaraciones originales obviando las pendientes realizadas por ellos. Así lo hago y por desconocimiento en una de ellas se produce un cargo en mi cuenta bancaria ─directo y en el momento─ sin llegar a finalizar el proceso. Retomo el proceso eligiendo pago con tarjeta y consigo realizar las tres rectificaciones. 

Aunque yo doy por finalizado el asunto de los atrasos de la brecha de género, tengo que bucear en el proceloso mundo de la web de la AEAT para reclamar ese importe ─más de 200 euros─ cargado en mi cuenta y que no responde a ningún expediente. Consigo presentar un escrito y tengo suerte que a la semana siguiente me lo aprueban y me reintegran el dinero mediante abono en mi cuenta.

Respiro honda y profundamente. Todo concluido. ¿Todo concluido? Quia, naranjas de la china. Hacienda vuelve al ataque. Menos mal que soy un ciudadano corriente que cobra una pensión. ¿A quién se le ocurre solicitar atrasos por la brecha de género…?

¡Nuevas notificaciones! Tres, relativas a los años 2020, 2021 y 2022. Las rectificaciones de mis declaraciones están bien ─parece─ pero agárrate que vienen curvas… ¡Fuera de plazo! Y por ello, me abren expedientes de multa, ellos lo llaman eufemísticamente recargo, de un 15% por el retraso aplicando además intereses de demora. Pero, vamos a ver, si he cobrado los importes en enero de 2025, me los han notificado como datos en mi Declaración de la Renta de 2024, he realizado las rectificaciones dentro del plazo… ¿Qué es eso del recargo por hacerlas tarde? Me lo explique alguien. Eso sí, se sienten magnánimos y me aplican un descuento en el importe de la multa del 25%. Será por pronto pago.

El detalle de la liquidación de uno de los años

Por el momento se trata de expedientes administrativos. Me dicen que puedo reclamar contra estar resolución ─recuerdo que son tres parecidas─ aportando alegaciones, considerandos, documentación, plazos, bla, bla, bla…  En total las cantidades que me reclaman por los tres expedientes no llega a ochenta euros. Pleitos tengas… decido pagar a pesar de que creo que es injusto y dejar de litigar con los que siempre o casi siempre llevan la presunción de veracidad. Y si no, llevan la atribución de atosigamiento hasta que el sufrido ciudadano se aburre.

¿Se ha acabado todo? Pues no estoy tan seguro. Con mi identificación digital accedo a la web de la AEAT y hay un apartado titulado «Mis expedientes». Accedo a él y veo lo siguiente

Siguen pendientes de resolución las tres rectificaciones realizadas desde la intranet de la AEAT por el funcionario público habilitado un día de agosto de 2024 pasadas las diez de la noche. ¡Qué capacidad de trabajo!

En condiciones normales, aquí acabaría la entrada del blog, pero me ha dado por indagar un poco y lo que he conseguido es calentarme la cabeza y que se me pongan los pelos como escarpias. 

En estos días hemos conocido varios «casos gordos» de temas relacionados con la AEAT. Uno de ellos ha sido la incongruencia tras dieciséis años de proceso de la condena a cárcel del actor Imanol Arias tras haber pagado más de dos millones de euros en «recargos» mientras que otros actores en el mismo supuesto han sido completamente absueltos. Absueltos, sí, pero no olvidemos lo de pleitos tengas… Los 16 años de idas y venidas no se los quita nadie. Otro asunto ha sido el descubrimiento de los posibles tejemanejes del ministro Montoro para favorecer a ciertas empresas, eso sí, a cambio de nada, por amor al arte.

Pero ahí no queda la cosa. Cuando uno habla de estos sucedidos con familia y amistades te llegan informaciones variadas por todos lados. Cada uno tendrá que saber si se las cree o no porque bulos y mentiras, además de verdades hay a porrillo. Voy a comentar dos entre los muchos que me han llegado en estos días. Yo les doy credibilidad, pero puedo estar equivocado.

Un familiar tiene entre sus amistades un alto funcionario de la sección de inspectores de Hacienda. Comenta que tienen instrucciones ─dijo órdenes─ de la ministra de acrecentar todo lo posible las inspecciones sean completamente ciertas o solo posibles. Pero eso sí, con una limitación muy sibilina y es que la cantidad reclamada a pagar no sea superior a 999 euros. ¿A qué es debida esta limitación? Hacienda tiene muchos datos y entre ellos el conocer que por esas cantidades la gente prefiere pagar para olvidarse de litigar. Y al que litiga siempre le pueden admitir las alegaciones y cancelar el expediente. Parece que hemos olvidado que la obligación del Estado con el contribuyente es ayudarle, pero ahora el que tiene que hacer las cosas es el contribuyente y Hacienda se arroga el derecho de decir que está mal y levantar expediente, Pero no queremos entrar en ello y preferimos pagar y olvidar. Entrar en interpretaciones es una lucha desigual en la que se supone que todo lo que dice la administración es válido, veraz, cierto y presumiblemente legal. ¿Recurriremos los ciudadanos ante un juez para enfrentarnos con Hacienda? Pleitos tengas…

Como asunto colateral de lo anterior no entramos en esa más que posible retribución variable de los inspectores de Hacienda en función de los expedientes que levanten, sean o no llevados a término satisfactoriamente.

Y el otro asunto al que me refería tiene que ver con el famoso anuncio de hace años de la publicación de la lista de morosos con Hacienda. El primero de ellos resultó ser un tal Agapito García Sánchez, un ciudadano particular completamente anónimo que lleva ¡25 años! de litigios. ¡Pobre Agapito! ¡No sé cómo aguanta! No deje de ver el documental de hora y media en este enlace que cuenta su historia y de paso aporta unos datos muy jugosos de nuestra querida agencia tributaria. ¿Arbitrariedad? ¿Afán recaudatorio? ¿Todos somos defraudadores? ¿Persecuciones? ¿Abuso sistemático? ¿Vulneración de derechos?

Hay mucha información en medios «no oficiales»: podcasts, páginas web, blogs… Es (muy) laborioso y lleva su tiempo el indagar y formarse cada uno su propia opinión sobre los sucesos. Y muchas veces no sé si merece la pena calentarse la cabeza. Es mejor elegir ignorar las cosas.

En todo caso, recuerde, pleitos tengas…





sábado, 26 de julio de 2025

CRUZADA

Sigo de forma regular artículos de algunos escritores, catedráticos o profesores en diferentes medios tales como Antonio Muñoz Molina, Irene Vallejo, Eduardo Juárez Valero, Leonardo Padura, Ignacio Morgado, Ignacio Sánchez Cuenca, Lola Pons, Santiago Alba Rico, Antonio Elorza, Gutmaro Gómez Bravo o Najat El Hachmi entre otros. Muchos de ellos tienen libros publicados y en ellos, supongo que, por la maquetación y las correcciones orto tipográficas de las editoriales, las dobles comillas empleadas en sus textos son las recomendadas por la Real Academia Española en su manual de Ortografía de la Lengua Española, esto es, las conocidas como comillas angulares, también llamadas latinas o españolas (« »). También aparecen nominadas como francesas.

Desconocidas para mí entonces, en 2013 me topé con este signo de puntuación trabajando sobre un libro de Pedro Sainz Rodríguez titulado «Un reinado en la sombra». De la pelea que mantuve con las dichosas comillas y de la solución para incorporarlas al teclado del procesador de textos Word dejé constancia en la entrada de este blog titulada «COMILLAS» accesible en este enlace.

Desde entonces mantengo una cruzada particular abogando por el uso correcto de las mismas. Alguna satisfacción he cosechado no solo en terrenos digamos particulares sino también en ámbitos literarios o universitarios. Sin embargo, los artículos de algunos de los autores referidos en el primer párrafo, cuando son publicados en el diario «El País» aparecen siempre con las comillas inglesas (" "). En alguna ocasión he logrado contactar con alguno de ellos y la respuesta, cuando ha tenido lugar, ha sido ambigua o evasiva por lo general. Menos en un caso en que se me aclaró que no era cosa suya sino de «El País».

Omitiendo el nombre de este autor, catedrático y con varios libros publicados, consigno a continuación las ideas esenciales del correo que le dirigí:

Lo primero de todo es pedir disculpas por mi atrevimiento al dirigirle este correo electrónico.

Sigo con interés sus magníficos artículos en el diario «El País»; de hecho, los voy coleccionando y me construyo con ellos —para un uso estrictamente personal— un libro electrónico para poder leerlos en mi lector electrónico.
El motivo de este correo es comentar con Vd. el uso de las dobles comillas ("…" o “…”) en los mencionados artículos.

Supongo que es un tema derivado del uso del procesador de textos, probablemente Word, que no permite un uso fácil de las que modestamente entiendo y según la Academia y el Diccionario Panamericano de Dudas serían las correctas, es decir, las llamadas comillas angulares, latinas o españolas («…»). Aunque se va generalizando muy lentamente su uso, artículos como los suyos en «El País» —también de otros escritores que sigo como Antonio Muñoz Molina o Irene Vallejo entre otros— siguen utilizando las mencionadas “…”. He visto que, en sus libros, por ejemplo «xxxx yyyy», se utilizan las angulares supongo que debido a correcciones en la editorial.

Es una pequeña cruzada contra la globalización de nuestra lengua que inicié personalmente en un ya lejano 2013. Es muy sencillo incorporar nuestras comillas angulares al programa Word (y me imagino que a cualquier otro procesador de textos) como ya contaba en la entrada «COMILLAS»…

Como letraherido y aficionado a temas de lingüística, me gustaría conocer (para mi uso exclusivamente personal), su opinión más que autorizada sobre este asunto. Ya en los años setenta del siglo pasado me peleaba con los americanos por el uso indebido de la «Ñ» en temas informáticos, como puede verse en esta otra entrada de mi blog titulada precisamente «Ñ», accesible en este enlace

Agradecido enormemente por su atención y su tiempo, reiterando de nuevo mis más sinceras disculpas por este atrevimiento, reciba un cordial saludo.
Este catedrático y escritor tuvo la enorme deferencia de contestarme y aclararme lo que yo venía sospechando.

Le agradezco su mensaje, que sea lector de mis artículos y, qué bonito el detalle, que los esté seleccionando y antologando. Es emocionante. Uno escribe sin saber quién está al otro lado, y cuando los lectores se encarnan en personas concretas, con nombre y apellidos y con preocupaciones e inquietudes, se despeja un poco el horizonte de sombras y dan más ganas de seguir.

Ángel, ocurre con esto de las comillas que es el sistema del periódico. Es una cuestión de cada medio. Tengo una pequeña colaboración mensual en otro medio en el que sí usan las angulares o españoles y nunca las inglesas. Yo escribí mi tesis doctoral usando las inglesas, sin haber reflexionado sobre eso, pero los años me han hecho más cuidadoso con los detalles (y más maniático) y ahora a mis discípulos les exijo comillas españolas (y hasta el punto de los ordinales: 2.ª, 3.º... se ríen como quien aguanta el hábito senil de alguien venerable). De hecho, ahora estoy terminando de escribir un nuevo libro y directamente he puesto como método abreviado de teclado el uso de las angulares, para no tener que rebuscar en el comando de «Insertar Símbolo». En suma, le digo que estamos juntos en el mismo frente de esta cruzada. Y, con la nostalgia y el realismo propios de los perdedores, le anticipo mi convicción de que en esta cruzada vencerán los otros.

En esta semana me he animado a escribir a la Defensora del lector de «El País»:

Estimada Defensora del Lector:

Tras la lectura del artículo «Cuando la edición falla: el desafío de escribir bien en tiempos de inmediatez» me animo a escribir este correo para comentar la machacona insistencia por parte de «El País» de no utilizar correctamente las «dobles comillas».

Explico el calificativo de machacona porque he comentado esta extrañeza con colaboradores de artículos en el periódico y me han manifestado que no es cosa suya sino de la maquetación y tratamiento de los textos por parte del diario.

A pesar de su ausencia en el procesador de texto Word, el uso recomendado por la Academia de la Lengua, la Fundeu o el Diccionario Panhispánico de Dudas, entre otros, las comillas que se deberían utilizar primeramente en los textos en español son las conocidas como «Comillas angulares o latinas (« »)». El uso generalizado en «El País» de las inglesas (“ “) no deja de ser una (posible) anomalía, aunque poca gente es consciente de ella.

Es una «cruzada» particular que doy por perdida desde el año 2013 en que me topé con este asunto y escribí en mi blog la entrada «COMILLAS» donde se cuenta entre otras cosas una manera sencilla de incorporar al procesador de textos Microsoft Word el uso de las mismas.

La contestación de la Defensora del Lector de «El País» ha sido clara y demoledora. Juzgue cada cual las razones esgrimidas por el diario para no atender a las normas de la Academia.

EL PAÍS se rige por su Libro de Estilo y en él se especifica: "Se usan comillas inglesas o dobles, así como las simples, pero nunca las francesas o angulares".

El manual es una elección de estilo que hace el periódico y no tiene ningún afán de querer imponer nada, simplemente de establecer unas normas internas, que no siempre van atadas a lo que establecen las academias.

Esta elección está vigente desde la fundación del periódico y se ha convertido en un elemento característico, que se explica en que las comillas inglesas ocupan menos matrices y hacen que los textos sean más limpios en términos de diseño, y por lo tanto facilita la lectura. 

«CRUZADA», en la acepción sexta del DRAE significa «actos para conseguir un fin». Yo manifestaba en 2013 que… «No nos hemos dado cuenta y estamos haciendo las cosas quizá mal, llevados por la tecnología global, de fuerte componente inglés o americano, donde ciertas peculiaridades van siendo asumidas y aceptadas en aras a no complicarnos la vida».

Pues eso, pequeños actos ─correos electrónicos, entradas en el blog, conversaciones…─ para luchar contra los elementos. Todavía me sigo admirando de que los teclados de todos los ordenadores tengan la españolísima letra «Ñ».




 

domingo, 20 de julio de 2025

VESPA

Los objetos inanimados tienen también sus historias, aunque ellos no las puedan contar. La moto Vespa que se puede ver en la imagen aparcada en una calle cualquiera tiene una dilatada historia, extendida en el tiempo.

Residiendo en una localidad distante de Madrid cincuenta kilómetros, comencé a trabajar en la Oficina Central de la extinta Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid en noviembre de 1973. Por aquel entonces, estaba situada en la Plaza del Celenque, a 260 metros de la Puerta del Sol. Yo todavía no había cumplido los 20 años, pero debido a la suerte y a mi buen salario disponía de coche y posibilidad de desplazarme al trabajo desde mi localidad en mi Seat 127. Comencé a hacerlo así; dejaba aparcado el coche en el madrileño Paseo de Moret y me iba andando por la calle de la Princesa y la Gran Vía hasta Santo Domingo, donde giraba a la derecha por la calle de San Bernardo y callejeaba hasta llegar a la Plaza de las Descalzas donde se encontraba la entrada principal del Edificio. No podía llevar el coche hasta esa zona porque existía también el sistema denominado de la hora, en el que sin coste se podía aparcar pero solo durante hora y media. Un paseo matutino por lo general agradable, aunque el tiempo en Madrid tiene su aquelo según la estación del año. Acabada mi jornada laboral, por lo general a las 15:00, la opción de volver andando no era muy apetecible por lo que tomaba normalmente el Metro o, algunas veces, un compañero, Pedro F.M., de más categoría laboral y que disponía por ello de aparcamiento en el edificio, me acercaba en su coche al Paseo de Moret camino de su casa. 

Pero esa repetición diaria de conducir esos cien kilómetros no me acababa de convencer y la supuesta comodidad del vehículo propio no hacía mella en mí. Así que, empleando más tiempo pero menos dinero, opté por el transporte público en tren hasta la estación de RENFE del paseo de Recoletos y desde allí un agradable paseo, tanto a la ida como a la vuelta, hasta el trabajo.

Sin embargo las cosas cambiaron en 1978. El edificio central de la Caja se quedaba pequeño y sobre todo muy inadecuado para mi departamento, el Centro de Proceso de Datos, por lo que la Dirección hizo un traslado rápido y en mi opinión muy poco meditado al Barrio de San Blas, a la otra punta de Madrid. Seguí con la opción del tren hasta el Paseo de Recoletos, un paseo hasta la Puerta de Alcalá y allí tomaba el autobús 28 de la EMT que me llevaba, empleando un cierto tiempo, hasta la puerta del nuevo emplazamiento. Lo bueno de ese mayor tiempo empleado en los desplazamientos es que me permitía desarrollar mi pasión por la lectura por lo que devoraba materialmente los libros. Aclaro que por aquella época todos en papel y algunos verdaderos mamotretos.

Mas este nuevo edificio se reveló como una chapuza temporal poco meditada, por lo que enseguida se empezó a estudiar una nueva localización para construir un edificio pensado por y para un centro de cálculo «moderno». Con ello, en 1984 sufrimos un nuevo traslado a una zona del Parque de San Juan Bautista en la confluencia de la M-30 con la Carretera de Barcelona. El acceso en transporte público se complicó sobremanera teniendo en cuenta las fechas, por lo que por un tiempo opté de nuevo por el coche dado que todos los empleados disponíamos de aparcamiento en el edificio. Pero el hastío volvió a anidar de nuevo en mí. Y entonces fue cuando apareció la Vespa, esa Vespa, en mi vida.

Alquilé una plaza de moto en el aparcamiento público situado en el Centro Norte frente a la estación de Renfe de Chamartín. Me bajaba del tren, cruzaba la calle y en la Vespa y por la M-30 en apenas diez minutos estaba en mi nuevo centro de trabajo. Una delicia. Me hice motero de los de verdad, en todo tiempo y condición, lloviera o hiciera sol. Gané un montón de tiempo, que se redujo de tiempo de lectura porque leer conduciendo una moto es un poco complicado.

Pero la dicha no es eterna. En 1992 se produjo un nuevo cambio del centro de proceso de datos de la Caja, esta vez a la localidad de Las Rozas de Madrid. Lo de la moto ya no tenía sentido y fue a parar al garaje de mi casa sin una utilidad más que meramente de disfrute. Además, opté por un cambio de empresa, empezando a laborar en el Banco Hipotecario de España cuyo centro de trabajo estaba ubicado en el hermoso palacio del Marqués de Salamanca, en pleno Paseo del Prado; vuelta de nuevo a la estación de Recoletos de Renfe, a la mismísima puerta del edificio.

Con ello, la Vespa quedó aparcada y sin utilidad efectiva. Además, ese mismo 1992 tuvo lugar un cambio radical en mi vida personal que tenía como consecuencia el no disponer de la moto en tanto se solucionara el problema del reparto de los bienes gananciales por separación matrimonial. De momento, la Vespa quedó en la DGT – Dirección General de Tráfico en estado de Baja Temporal para evitar gastos de seguro de accidentes, impuesto del ayuntamiento y paso de la I.T.V.

Cuando en 2004 se consiguió por fin hacer el reparto, la moto volvió a mi poder. No tenía yo un propósito claro para ella y lo que parecía que procedía era su venta. La moto tenía ya 20 años, pero estaba como nueva tras doce años parada. La revisé y puse al día, pero permanecía en el garaje. Eso sí, cada mes la ponía en marcha y daba unas vueltas por el garaje para mantenerla en una cierta actividad. 

Una primavera tras otra y de cara al verano me planteaba rescatar la Vespa en Tráfico y ponerla en circulación para darme una vuelta de placer. Pero para cuatro paseos y dos meses al año… No me decidía. Y así fueron pasando los años hasta la actualidad. Entre unas cosas y otras, la Vespa llevaba 33 años como canario en jaula, en perfecto estado, pero sin poder circular por la calle. Intenté regalársela a mi hijo o a mi hermano, verdaderos motoristas, pero no les hacía tilín. Mi mujer la miraba con ojos golosinos pero la verdad es que para ella era muy pesada y poco manejable.

Hace unas semanas, un vecino de mi garaje me vio haciendo las vueltas de rigor que ya he comentado. Se interesó por ella, lo pensé, hablamos y la Vespa ha revivido a sus cuarenta y un años de edad en otras manos. Atrás quedan emocionantes excursiones en ella, entre otras, a las Hoces del Duratón o a visitar a mi amigo Luis en su pueblo de Aldea del Rey en Ciudad Real, verdaderas aventuras para una moto de esas características.

La Vespa sigue vivita y coleando. Su historia seguirá adelante mientras aguante, pero ya será otro u otros los que tengan que contarla.




 

domingo, 13 de julio de 2025

DESEMBALAJE

Ya he comentado a lo largo de varios artículos de este blog mi afición a leer ─de cabo a rabo─ los folletos de los archiperres que voy adquiriendo. No siempre es sencillo por varias razones. La primera es que, últimamente, ya ni se molestan en añadir al producto un manual de instrucciones, mantenimiento y posibles averías. Será por aquello del ahorro de papel y el medio ambiente. Antaño venían unos folletos exagerados, algunos de ellos en multitud de idiomas. Ahora… hay que ir a internet y buscar el librillo en la red para leerlo en una pantalla ─cuestión que odio─ o bien descargarlo e imprimirlo a tu costa. Otro problema de los folletos antaño era la letra enormemente reducida: en algunos casos era incluso necesaria una lupa.

¿Pinchamos? ¿Pinchamos mucho? Me refiero a las ruedas del coche. Esta semana, mi hermano que volvía de su viaje de vacaciones pinchó una rueda de su coche. Antaño, muy antaño, se ponía la rueda de repuesto y se seguía camino. Menos antaño, la rueda de repuesto era una «simulación de rueda», conocida con el nombre de «galleta» que servía para avanzar a poca velocidad hasta el taller más próximo. Hogaño… ni la rueda de galleta. En su lugar un repara-pinchazos y un compresor. Sabemos cambiar una rueda, pero… ¿utilizar este moderno repara-pinchazos? Mi hermano acabó utilizando el compresor para hinchar la rueda y seguir hasta el pueblo siguiente, Arenas de Iguña. Era por la mañana, de día, un día laborable… porque también circulamos de noche, los días festivos…

Tuvo la enorme suerte de entrar en un bar y preguntar al camarero. Precisamente en la barra estaba tomando café un mecánico de un taller cercano que se brindó a ayudarle, arreglarle el pinchazo, darle una clase teórica de cómo se utilizan los repara-pinchazos y encima no cobrarle nada. Mi hermano pasó de nuevo por el bar a dar las gracias al camarero y dejarle pagados varios desayunos para los días siguientes. Agradecimiento en diferido que se diría ahora.

Volviendo al tema de los folletos, reproduzco aquí un texto escrito en este blog en octubre de 2010 en la entrada «PRECINTOS».

Ocurrió hace casi veinte años. Debido a cambios personales en mi vida que me hicieron casi partir de cero en muchos aspectos, acudí a unos grandes almacenes, concretamente El Corte Inglés, a comprar una colección de diez discos de música clásica que aún conservo y escucho, eso sí, digitalizados en un disco duro, que los soportes en CD se van quedando un poco obsoletos. A lo que íbamos, el paquete de diez discos venía debidamente precintado con su celofán. AL llegar a casa me hice el propósito firme de escucharlos que ya sabemos lo que pasa cuando se compran colecciones de este tipo, que al cabo de los años siguen en las estanterías sin haber sido usados ni siquiera una vez. Intentaba cada día oír un disco completo y cuál fue mi sorpresa, pasados unos días, que al abrir la caja del quinto disco estaba vacío. Vivía solo, había desprecintado yo mismo el paquete de diez, no había usado ese disco con anterioridad……. ¿Dónde estaba el disco? Se me quedó la cara a cuadros. La única explicación posible es que no hubiera sido metido en la caja en donde hubieran preparado y precintado el paquete.

Compré mi coche actual a principios de año, hace ya seis meses. Tenía pendiente la lectura del folleto, que en este caso no viene con el vehículo. Pone por algún lado que lo puedes solicitar al concesionario, cosa que hice pero todavía lo estoy esperando. Las instrucciones se pueden ver de manera sencilla y rimbombante en el teléfono móvil y en la red, pero yo lo que quiero es una versión digital para poderla imprimir ─pagando yo─ y leerla tranquilamente con mis notas y subrayados. 244 páginas encuadernadas con espiral cuando antes venía, siempre, con el coche. ¡Tiempos modernos! Ya nadie lee los folletos…

Como estamos de vacaciones, dicho y hecho. Lectura con detenimiento del folleto enterándome de muchas cuestiones y posibilidades que no conocía. Pero la gran sorpresa vino al asomarme a las profundidades del maletero a revisar la NO existencia de rueda-galleta y las herramientas y el kit de reparación provisional de pinchazos. Por cierto, me ha sorprendido la «españolidad» del vocablo kit que aclara el diccionario que alude a «Conjunto de productos y utensilios suficientes para conseguir un determinado fin, que se comercializan como una unidad».

Esto es lo que encontré en el maletero

 


Más vacío que el frigorífico al volver de vacaciones. Por lo menos no había telarañas. Lo sorprendente y sospechoso es que no estaba vacío del todo. Una de las herramientas, la argolla de remolcado desmontable, sí que estaba, como puede verse en la imagen. ¿y el resto de herramientas y el kit? ¿Un departamento mete una herramienta y otro departamento las demás? Llevo seis meses circulando con el coche, casi 10.000 kilómetros, y sin saber que no llevaba ─y no llevo todavía─ la posibilidad de reparar un pinchazo si me ocurre. Ahora se llama la asistencia para que te socorra, lo que no sé es si las grúas llevarán su kit para conductores despistados como yo que no dispongan del suyo.

Por el momento y hasta que vuelva de las vacaciones seguiré así, que remedio.  Como pasó con los discos precintados que he referido al principio ─y que al final me dieron─ he llamado al concesionario, creo que me han creído y aunque es muy raro dados sus controles de calidad de fabricación, asumen que no les estoy queriendo timar para conseguir un «segundo kit». 

En todo caso, me estoy planteando la posibilidad de hacerme con un gato de los de toda la vida y una rueda, completa o de galleta. Parece mentira que en vehículos que se acercan a los 30.000 euros de coste escatimen un folleto en papel y una rueda de repuesto. El folleto me ha costado algo menos de 4 euros imprimirlo por mi cuenta y los precios de la rueda de galleta más un gato oscilan algo por encima de los 200 euros. Es dinero, pero no en comparación con el coste del coche. Se ve que las empresas quieren ahorrarse hasta el alpiste del canario y encima darle de beber un día sí y otro no.

 AÑADIDO EL MARTES 15 DE JULIO DE 2025 CON POSTERIORIDAD A SU PUBLICACIÓN

La respuesta oficial del concesionario Citroën en el que adquirí mi vehículo es que está bien, que el coche no trae nada de las herramientas, kit o rueda. ¡NADA! Está bien así. Solo se me ocurre uno, bueno dos, comentarios a esto: ¡RÁCANOS! ¡CUTRES! Pero por lo menos deberían avisar con letra grande, roja y en negrita, porque…

El Real Decreto 2822/1998, de 23 de diciembre, por el que se aprueba el Reglamento General de Vehículos que está en vigor, en su ANEXO XII referente a los «Accesorios, repuestos y herramientas de los vehículos» y en su apartado c) dice claramente….

c) Una rueda completa de repuesto o una rueda de uso temporal, con las herramientas necesarias para el cambio de ruedas, o un sistema alternativo al cambio de las mismas que ofrezca suficientes garantías para la movilidad del vehículo. En estos casos se circulará respetando las limitaciones propias de cada alternativa.

De esto se deduce que llevo más de seis meses circulando infringiendo el código de circulación. Menos mal que la Guardia Civil no me han parado y revisado mis accesorios y herramientas de cambio de rueda porque me hubieran cascado una multa cuyo importe desconozco. No demos ideas a ver si los de verde se van a dedicar a revisar los maleteros de los coches nuevos, al menos los Citroën…

AÑADIDO EL VIERNES 18 DE JULIO DE 2025 CON POSTERIORIDAD A SU PUBLICACIÓN

215 euros después y Amazon mediante, las profundidades del maletero del coche presentan este otro aspecto

Me he puesto en contacto con el servicio de atención al cliente de Citroën España/Stellantis y les he facilitado mis datos de contacto y lo sucedido.

Hola. Primero, gracias por su atención. En enero de 2025 adquirí un C4 híbrido automático de 136 CV en su concesionario XXXX. Decir que es mi TERCER C4, habiendo hecho a los dos anteriores un total de 650.000 kms. Nunca lo había mirado, pero ahora, seis meses después, accedo al compartimento de rueda de repuesto o kit de pinchazo y está completamente vacío. Solo está el tornillo de arrastre. Puesto en contacto con el concesionario me dice que el coche «viene así, sin nada»: lo tengo que adquirir yo por mi cuenta. Me ha extrañado mucho y menos mal que en estos seis meses no he pinchado, pero he estado sin cumplir el Código de la Circulación que obliga a llevar «lo que sea» para facilitar la movilidad del vehículo. Aunque no venga, sería interesante que se avisara de ello por lo inaudito de la situación. Un saludo cordial.

Muchas gracias. Hemos trasladado ya tu caso al servicio de atención al cliente para que se pongan en contacto contigo lo antes posible.

Estoy a la espera de su contestación. Supongo que corroborarán lo indicado por el concesionario, aunque sigo pensando que no es de recibo que el coche de fábrica no traiga nada de nada. Entiendo que son muchas veces 215 euros (para ellos serán menos), pero la imagen de la marca también tiene su valor.

 AÑADIDO EL JUEVES 24 DE JULIO DE 2025 CON POSTERIORIDAD A SU PUBLICACIÓN

El Servicio de Atención al Cliente de Citroën España o Stellantis o quién corresponda no se ha puesto en contacto conmigo. Buenas palabras y ningún hecho. Por mi parte desisto, me quedo con la imagen que va siendo cada vez más generalizada de que los servicios telefónicos o similares ─nunca presenciales─ de las compañías están para desatender a los clientes y aburrirles en lugar de solucionar sus problemas de los clientes. Me aburro y… desisto.

Pero para rematar esta historia y darla por finalizada por mi parte, comentar un sucedido nuevo que tiene sus bemoles… Resulta que los tornillos de las ruedas vienen protegidos con un embellecedor de plástico, embutido a presión en los mismos. La zona es tan estrecha que no caben los dedos ni otra herramienta ─las pinzas de dar la vuelta a las sardinas en la barbacoa─ por lo en caso de pinchazo y suponiendo que tengamos las herramientas para cambiar la rueda… ¿Cómo diantres quitamos los protectores de los tornillos para poder utilizar la llave? Y esto tampoco te lo dicen cuando compras el coche y ciudadanos despistados como yo tardamos seis meses en enterarnos. Alguno más habrá por ahí que se llevará la sorpresa en el momento más inoportuno. Pues nada, hace falta otro archiperrino como el que puede verse en la imagen:

Unas pinzas de plástico especiales con unas muescas para enganchar la cabeza del embellecedor y poderlo extraer. Es tan barata que no te la venden sola, sino en un set que cuesta cuatro euros y que vienen cuatro ejemplares de esta llave y de otras tres distintas. Debe ser que el número y sistema de embellecedores en las ruedas de los coches tiende al infinito.

Y yo me pregunto: ¿no te pueden dar una pinza de estas incluida en el coche? La avería que se puede organizar por no tenerla es morrocotuda además del tiempo y energías en adquirirla.


 



 

domingo, 6 de julio de 2025

DEVOLUCIONES

 
No soy nada amigo de los cambios y las devoluciones. Me gusta informarme con antelación y acudir a la compra a tiro hecho, minimizando la posibilidad de que lo adquirido no me sirva o incluso sea defectuoso. Con ello, en el caso de las interacciones con dependientes, quiero un vendedor y no un despachador, para lo cual es muy conveniente estar informado previamente. El mundo de las compras por internet ha añadido otros procedimientos a este asunto que, según las empresas, no siempre funcionan adecuadamente.

Una de las grandes de las ventas por internet es, sin duda, Amazon. La primera vez que aparece mencionado el vocablo Amazon en este blog data de junio de 2008 en la entrada «eCOMPRAS». La siguiente vez es ya en enero de 2011 en la entrada «EFI.....QUÉ? AMAZON». No he seguido mirando, pero estoy seguro que se ha mencionado muchas más veces más hasta a la actualidad. Generalmente de forma positiva o muy positiva, ya que mis relaciones comerciales con esta empresa, desde cuando no estaba en España y había que comprar directamente a EE.UU., han sido muy y satisfactorias.

Ha pasado mucho tiempo desde aquel lejano 2011 en el que me quedé ojiplático en todo el proceso de compra y reposición de un lector electrónico de libros y como solucionaron mi problema. He vuelto a leer la entrada y me he vuelto a quedar anonadado. Pero esta semana me ha ocurrido un suceso con un pedido que ya no es que me haya dejado asombrado, sino lo siguiente.

Realizo una compra por internet con varios productos que me llegan al día siguiente. Había cosas mías y de mi hija y se ve que no presté la debida atención a las cosas que estaban en la cesta de compra. Cuando recibo el pedido, observo que uno de los productos me venía por duplicado cuando yo pensaba que había pedido solo una unidad, que era lo que necesitaba. Fácil el ir a comprobar el pedido y la factura y advertir que me había equivocado y por error realmente había pedido y abonado dos.

Los procesos de devolución con esta empresa son sencillos: indicas en su aplicación del teléfono o vía web que quieres devolver algo, te preguntan por cualquiera de los medios habilitados —Courier, Correos, establecimientos…— y te generan una etiqueta electrónica. En el procedimiento que he utilizado en alguna anterior ocasión, solo hay que ir al establecimiento con la etiqueta que te han generado en tu teléfono y el paquete original —sin envolver ni hacer nada extraño con él— y listo. Por lo general en ese mismo día o al día siguiente tienes el importe devuelto y aquí paz y después gloria. Ninguna justificación, ninguna pega.

Ya he mencionado que no me gustan las devoluciones. Un amigo mío las realiza sin pudor: pide, utiliza, prueba, requeteprueba, maneja, toquetea, compara y… devuelve. Y pide otro. Y vuelta a empezar. No hay ningún problema. En el caso que nos ocupa el procedimiento sería devolver los dos productos para obtener el reintegro y pedir uno solo. Fácil. Pero… ¿Y si…? ¿Sería posible devolver solo medio pedido? ¿El producto que me sobraba?

Conectado en la página web de Amazon en el ordenador, hago clic en «Atención al cliente». Entre los variados vericuetos que se me ofrecen llego a uno en el que me pregunta si quiero ser llamado por teléfono y en que idioma. No acabo de hacer clic en sí cuando suena el teléfono, descuelgo y a mi «dígame» me contesta Yura: «Hola, sr. XXX, soy Yura, de atención al cliente de AMAZON, en que puedo ayudarle?»

Cuento mi caso y la posibilidad de devolver uno solo de los dos productos, es decir, medio pedido, y me pregunta qué procedimiento de los habilitados escojo para hacerlo —Courier, Correos, establecimientos…—. Menciono establecimientos y me pide en apenas un suspiro que por favor acceda a mi correo electrónico. Lo hago y ya tengo disponible en mi bandeja un correo electrónico de Amazon conteniendo en su interior un código QR para efectuar la devolución que quiero.

Entregué el producto a las 09:30 de la mañana en el estanco que tengo cerca de mi casa. Sin envolver, con el código QR en mi móvil que fue suficiente para registrar la devolución y darme un resguardo de haber efectuado la misma.

A media tarde recibí un nuevo correo electrónico acusando recibo del producto y procediendo a la devolución del importe.

Simple, fácil, sencillo. Es difícil resistirse a estos sistemas —tan avanzados— de compra. La capacidad de efectuar devoluciones de forma rápida, gratuita y sin tener que dar ninguna explicación hace que sea más fácil decidirse por algo al disponer del comodín de la devolución. Hace un mes necesitaba comprar un Android TV para convertir mi vetusta televisión en lo que se llama ahora una Smart TV, es decir, una televisión inteligente. Miré y requetemiré, pero el primer aparato que pedí no se ajustaba con propiedad a las características descritas y a mí no me servía. Devolución al canto y petición de uno nuevo que al día siguiente tenía en mi casa y que esta vez sí, funcionamiento correcto para lo que yo necesitaba.

Soy de la opinión de que hay que favorecer el comercio local, pero no siempre es sencillo. La disponibilidad de cachivaches y archiperres no es tan enorme como en una tienda virtual, especialmente en «esa» tienda virtual y la facilidad de selección, compra y envío prácticamente al día siguiente a tu domicilio o a puntos de recogida ponen muy difícil al comercio tradicional competir con este sistema que se impone —se nos impone— sin remedio. Podemos resistirnos, pero será a base de algunos inconvenientes por nuestra parte.