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domingo, 14 de septiembre de 2025

AUTONOMÍ…trifulca

Cualquier lector que haya seguido de forma regular la trayectoria de este blog sabrá mis consideraciones cobre el Estado de las Autonomías Españolas, aclaro, tal y como están concebidas. Desde un lejano ya 2011 en que un profesor de la Universidad Carlos III de Madrid, en los cursos de mayores, nos encargó a varios alumnos un trabajo sobre las Autonomías, ha sido un tema que me toca los perendengues. Y es que no mejora, sino que a medida que pasa el tiempo… sin comentarios.

Utilizando el buscador se pueden localizar varias entradas —que facilito al final con sus enlaces—, por si algún lector anda interesado en dar un repaso. A buen seguro que habrá muchas ideas repetidas entre ellas y con esta entrada. No las he querido releer para no condicionar este texto.

Este verano de 2025 ha sido una prueba de fuego para las Autonomías. Cambio climático mediante, ola de calor extremo… Lo de fuego dicho con toda la intencionalidad posible, porque los incendios han devorado miles y miles de hectáreas en el suelo español, especialmente en algunas de las Autonomías. La competencia en la gestión de los incendios, como en otros muchos (demasiados) asuntos, está transferida de forma completa a los Gobiernos Autonómicos, que han tomado sus decisiones de forma aislada y no consensuada en cuanto a los mecanismos de gestión y, sobre todo, de prevención de estos desastres que se repiten verano tras verano.

Pero… llueve sobre mojado, aunque esta frase no venga mucho a cuento, pero si su significado. A finales del año pasado 2024, una DANA asoló de forma espeluznante la Comunidad Valenciana, con más de 200 muertos y poblaciones destrozadas. También en otras Comunidades con menor intensidad. El asunto no es novedoso: en 2021, cuatro años ha, el volcán Tajogaite en la isla de La Palma, Comunidad de Canarias, tuvo en jaque a la población durante 85 días llevándose por delante todo lo que la lava que vomitaba sin parar encontraba a su paso. ¿Soluciones?

Otros desastres con menor cobertura mediática hay por todo el territorio español. A modo de ejemplo, los problemas derivados en los edificios de San Fernando de Henares —no confundir con Alcalá de Henares como hizo la presidenta autonómica— por una al parecer inadecuada construcción de la línea 7B del metro madrileño. No sigo, porque la lista sería interminable en todos los rincones de esta ya vieja, cansada y muy harta piel de toro.

Evito hacer comentarios personales sobre la forma de acometer estos sucesos, no solo por las Comunidades Autónomas sino también por el Gobierno Central; aunque no sea de su competencia e incumbencia directa, siempre está ese 155 que nunca se quiere invocar. Y parece que algunas veces es más que necesario ante tamañas incompetencias. Para que no sea de mi cosecha, reproduzco aquí un Carta al Director de El Diario Montañés, periódico de Cantabria, dirigida por el lector Iván Arenal Ríos y publicada el 31 de agosto de este 2025:

Lo que en su día se nos vendió como un avance de la democracia española se ha convertido en un sistema total-mente anti democrático. La democracia entendida como la igualdad entre los españoles, se rompe cuando entran en juego los intereses políticos de una casta canallesca que dirigen las autonomías y el país. No hay igualdad cuando en función de donde vives recibes una asistencia médica de mayor calidad o estás dos años en lista de espera, pagas más o menos impuestos, tienes buen transporte público o ni tan siquiera tienes. Hasta el reparto de inmigrantes menores depende de los votos que necesite el gobierno central, o te mandan más o te liberan de la obligación de acogida.

Con los convenios de las empresas pasa lo mismo, no gana lo mismo un andaluz o un cántabro que un vasco o un catalán en el mismo sector. Y cómo no, la educación pública, en función de la comunidad donde vivas, a tu hijo le enseñan una cosa u otra y el nivel de calidad y exigencia variará.

Hemos visto como las grandes catástrofes, inundaciones de Valencia, incendios, solo sirven para atacar al adversario político, pero nunca para sacar conclusiones, hacer planes creíbles y evitar que vuelva a suceder. Menos fotos y más ayudas rápidas a los afectados, menos palabrería y más gestión pública de calidad.

Si no hay igualdad, responsabilidad y buena gestión en estas cosas básicas, ¿puede haber democracia?
A mi desde hace muchos años me llama la atención como la izquierda defiende con tanto ahínco este sistema hipócrita, corrupto e injusto con los ciudadanos.

El tema está claro, al menos para mí. Eso sí, los esfuerzos de nuestros políticos, autonómicos o centrales, incluso locales, se enfocan a despedazarse dialécticamente en parlamentos, congresos, ayuntamientos o generalidades, también en los medios, gastando una energía que deberían dedicar a lo verdaderamente importante: mejorar la vida de los ciudadanos, pero en esto ni están si se les espera, parafraseando aquella famosa frase de un lejano 23-F.

La tensión se palpa, las confrontaciones y trifulcas están a la orden del día, aunque dialécticas, ya veremos por cuanto tiempo. Los ciudadanos, exánimes, ya ni siquiera asistimos a ellas, hartos de tanta incompetencia y falta de seriedad. Como decía en una magistral frase cuyo autor no he conseguido encontrar: «Aquí todo el mundo va a lo suyo menos yo que voy a lo mío».

Las posiciones intermedias, contenidas, tolerantes, dialogantes... ha tiempo que han desaparecido de la escena pública y política. El culto al «y tu más», el fomento del insulto y la falta de respeto, lo soez y barriobajero, se han instalado a machamartillo con una solidez e intensidad que asusta. Y los medios y las redes sociales se frotan las manos asistiendo y fomentando el espectáculo. ¡Maremía!

¿Dónde han quedado el diálogo y el consenso? ¿Queda algo de mesura por ahí en el fondo? ¿Valemos algo como especie?

La verdad es que es difícil seguir aguantando esto. Sin entrar en comentarios, la imagen en la cabecera de esta entrada ilustra por sí sola —sin que a nadie se le caiga la cara de vergüenza— una situación básica personal ocurrida esta semana, ante la necesidad de una actuación traumatológica en la Sanidad Pública. A la vista de la fecha, dentro de más de siete meses, me ofrecieron derivarme a la privada, sin coste directo para mí, claro. Pero como apostilla mi buen amigo y maestro Eduardo… «Ese es el plan, Degradar lo público para que lo privado sea una opción aceptable».

17-may.-2014    AUTONOMÍ…suyas            
5-jul.-2014        AUTONOMÍ…desemejanza            
18-abr.-2021     AUTONOMÍ…yaestábien            
20-feb.-2022     AUTONOMÍ…zarabanda            
5-mar.-2023      AUTONOMÍ…sanidad           


 

domingo, 7 de septiembre de 2025

O.S.B.

 
Escribía en este blog la entrada «O.S.H.» en octubre de 2021. En ella comentaba mi estancia en la Hospedería Monástica del monasterio de El Parral de Segovia con los monjes jerónimos. Ya en agosto de 2010 ─ ¡cómo pasa el tiempo! ─ redactaba la entrada «INEFABLE» refiriendo otra estancia similar en el Monasterio de Santo Domingo de Silos.

«A la tercera va la vencida» es un refrán clásico utilizado con profusión. Significa que, si no se consigue lo anhelado a la tercera intentona… ¿hay que abandonar? Porque este dicho se utiliza cuando no se consigue al primer ni segundo intento el fin que pretendemos, sino tras repetir con mayor ahínco. En el asunto que voy a comentar hoy no me es de aplicación, porque, aunque va a ser la tercera vez que realizo esta actividad, no se trataba de conseguir nada concreto.

Se trataba de pasar tres días de retiro monástico que en esta ocasión han tenido lugar en el monasterio de Santa María de El Paular, ubicado en la madrileña localidad de Rascafría. Un sitio maravilloso en cuanto al entorno y también al propio monasterio, visitable, y con unas maravillas en su interior entre las que cabe destacar el llamado Transparente y el Claustro con sus 52 portentosos e impresionantes «Carduchos» y cuya historia es un verdadero milagro desde su desaparición y desperdigamiento por toda España en 1836 con la desamortización de Mendizábal hasta su recuperación, restauración y juntamiento, de nuevo, en el claustro para el que fueron concebidos en el siglo XVII.

Estando en el monasterio y gracias a sus muchas obras de restauración que continúan, nadie diría que estuvo abandonado tras la desamortización más de 100 años. Desde su construcción en 1390 por Juan I de Trastámara hasta la fecha de la desamortización estuvo habitado por monjes cartujos, que en 1954 rechazaron la oferta de volver, finalmente aceptada por monjes de la orden benedictina, que es la que actualmente cuida del monasterio. Decir con pena, respeto y preocupación que, en estos días de septiembre de 2025, tan solo CINCO monjes conforman la comunidad. Siempre me ha resultado muy difícil estimar la edad de los monjes, pero a buen seguro que jovencito no es ninguno de ellos.

Sorprende que en este caso acepten mujeres, cuestión que desconocía y de la que me enteré al asistir al primer rezo, Sexta, y a la comida posterior, en completo silencio mientras un monje leía un texto que me llamó mucho la atención por su contenido: un episodio de la historia de España del conocido como Desastre de Annual de 1921, un tema de mi interés. De la comida decir que es muy buena y abundante, servida por los propios monjes incluido el abad, perdón, el prior. Por concretar, el desayuno es de tipo bufet, con abundante variedad de quesos, embutidos, fruta… y un bollo casero delicioso. Luego hablaré de una comida especial que tuvo lugar el jueves a mediodía… 

Son muchos los monasterios que ofrecen este tipo de recogimiento monacal con condiciones similares desde tres días como mínimo hasta un máximo de diez o doce. Se incluye alojamiento y pensión completa y en algunos casos el estipendio es la voluntad y en otros hay un precio fijado por día. En este caso el precio en la actualidad, septiembre de 2025, es de 57 euros. Como todo en esta vida hay unas normas, muchas de ellas de convivencia y sentido común en cuanto al atuendo y comportamiento y otras más relacionadas con el propio retiro en sí. En este caso, había obligación de asistir con los monjes tanto a los rezos previos como a las tres comidas: rezo de Laudes a las 08:00 seguido del desayuno, rezo de Sexta a las 14:00 seguido de la comida y rezo de Vísperas a las 20:00 seguido de la cena. Este último de Vísperas incluía la misa del día. Algunos de los asistentes al retiro eran a su vez sacerdotes y participaban en la misa, con lo que esta adquiría una cierta solemnidad con sus cantos.

Estos rezos comentados se realizaban en la Sala Capitular, una pieza maravillosa anexa a la iglesia principal. Los dos rezos voluntarios se realizaban en una pequeña capilla muy recogida, el oratorio, accesible desde el claustro. Sin ninguna obligación, se podía asistir a estos dos rezos oficiales más: Maitines, a las 06:30 de la mañana y Completas a las 22:00 horas. Al de Completas había una cierta asistencia, no masiva, pero al de Maitines, por aquello de madrugar, solo asistimos los tres días que estuve tres personas. Había devocionarios y folletos para seguir perfectamente los rezos y cánticos, con lo que se podía participar como uno más. Otros rezos oficiales existentes en otros monasterios — Prima, Tercia, y Nona — no tenían lugar en este al menos de forma explicitada.

Dotado de una llave maestra, podía deambular a cualquier hora del día y de la noche con toda libertad y con casi ninguna limitación por todo el monasterio y sus adyacentes, como la huerta. Algunas cosas a destacar en mi caso: estar a solas en el Transparente sin el bullicio de un montón de turistas, en la propia iglesia contemplando el soberbio retablo barroco, disfrutar de los Carduchos en un claustro silencioso, pasear por la huerta comiendo frutos directamente cogidos del árbol, sentarse a leer en un banco del jardín del claustro en medio de un pequeño cementerio de monjes, contemplar desde ese mismo banco la amanecida tras el rezo de Maitines en espera del de Laudes o, entre otros y por no ser exhaustivo, cantar en la misa de Vísperas el Padrenuestro en latín, que no he olvidado desde mi época de monaguillo cuando niño.
 

He hecho alusión anteriormente a la comida del jueves que fue muy especial. Durante toda la estancia en el monasterio está prohibido hablar con los monjes, excepto con el hermano hospedero, José Antonio, en caso de necesidad. Los (y las) asistentes al retiro pueden hablar entre sí pero en voz baja y de forma particular. El silencio preside todas las horas del día. Pero el jueves, en la Sala Capitular y al rezo de Sexta, los monjes aparecieron vestidos de forma casual: pantalones cortos, camisetas, deportivas. Impactaba verlos en sus puestos, donde normalmente asistían con sus hábitos, vestidos de esta guisa. Algo pasaba, o iba a pasar. La comida no se realizó en el refectorio, sino que la procesión post comida alcanzó el porche de una edificación en la huerta donde había una mesa corrida ya preparada. Nos sentamos todos, seguía el silencio, el prior bendijo la mesa y... ¡Podéis hablar! Todos, monjes incluidos, nos lanzamos a multitud de conversaciones en una opípara comida con aperitivos de patatas fritas y aceitunas, bebidas de todo tipo incluyendo sangría y cerveza (la propia fabricada en el monasterio, que está muy buena y se sube que no veas). Una magnífica ensalada florida, paella, sandía y melón ya cortado de postre, café con dos tipos de pastas y chupitos de varias clases de remate. No se puede pedir más. Pero lo interesante fueron las conversaciones que permitieron descubrir aspectos inéditos de la rica personalidad de los monjes que es imposible detectar en su recogimiento y silencio diario.
 
Salvo en horario nocturno, se puede salir libremente del monasterio. Para dar un toque de rabiosa actualidad a esta entrada, comentar que una de las personas asistentes había preguntado a la I.A. (Inteligencia Artificial) por la recomendación de un alojamiento en la sierra de Madrid, donde hubiera paseos por los alredores, posibilidad de baño en ríos, tranquilidad, pensión completa... Parece imposible creer que la propia I.A. fue la que recomendó la estancia en el Monasterio. ¡Ver para creer! 

Para aclarar el título de esta entrada, O.S.B. son las iniciales en latín de Ordo Sancti Benedicialesicti, Orden de San Benito, que es una orden religiosa, perteneciente a la Iglesia Católica, dedicada a la contemplación, fundada por Benito de Nursia, con unas reglas dictadas por este a principios del siglo VI para la abadía italiana de Montecassino.

Y ya que estamos hablando de San Benito y sus reglas, me viene a la memoria un capítulo, el LXVIII, que me vino muy bien en mi época laboral cuando intentaba entender lo que me mandaban mis jefes. Dice así:

Capítulo LXVIII  ¿Qué deben hacer los monjes si les mandan cosas imposibles? 
Si por acaso mandaren a algún monje cosas muy difíciles o imposibles, reciba con toda mansedumbre y sumisión el precepto que se le haga. Y si viere que lo mandado excede absolutamente de sus fuerzas, representará a su prelado las causas de su imposibilidad, sin alterarse, y con la circunspección posible, no con ademanes de contradicción, resistencia o altivez; pero si después de su representación insistiere el prelado en que obedezca, tenga por cierto el monje que así le conviene; y confiando en el favor de Dios, haga lo que le manda, por caridad.


domingo, 31 de agosto de 2025

CALIDAD

 

Desconozco las valoraciones que hacen los departamentos de marketing de las empresas respecto de la calidad de sus productos o campañas publicitarias. Aunque el trasfondo final siempre acaba teniendo tintes económicos, muchas veces el alcance de ciertas prácticas incide, por lo general (muy) negativamente, en los usuarios que andamos ya cansados cuando no hartos de ellas. Vencidos o aburridos por sus mañas y tejemanejes, hacemos cosas que no queremos o cuando menos no nos gustan lo más mínimo. ¿Tragar? ¿Plantarse?

Pongamos un ejemplo. Pago mi entrada de cine para ver una película y o bien llego más tarde o si acudo a la hora programada tengo que sufrir quince o veinte minutos de anuncios comerciales con algún tráiler de futuras proyecciones, que no dejan de ser anuncios también. El llegar tarde no es una opción adecuada, ya que te toca entrar a oscuras para buscar tu localidad, con una evidente molestia para los otros espectadores que «disfrutan» con la publicidad.

El concepto de calidad es completamente subjetivo, pues cada persona otorgará sus valores en función de sus expectativas. De un mismo producto o espectáculo, habrá diferentes opiniones y valoraciones a nivel personal.

Mi abuela y mi madre reutilizaban una y otra vez telas que parecían eternas para arreglar ropa que iba pasando de mayores a pequeños. Los cuellos de las camisas, cuando estaban desgastados por el roce eran dados la vuelta para seguir teniendo una segunda vida. Por no decir cuando las camisas de manga larga se convertían en camisas de verano de manga corta. Yo tengo un polo desde hace más de cuarenta años, con unas cuantas puestas y sus correspondientes lavados, que está como el primer día. Justo es decir la marca: Lacoste. Ahora las prendas, cuando no se desechan por pasarse de moda van a la basura tras unas pocas puestas.

Resulta más que evidente que la tecnología actual es capaz de mejorar la calidad y duración de los productos, pero lo cierto es que se afana más por buscar la mediocridad y conseguir unas deficiencias justas que cada vez son más admitidas. La cantidad de tecnología que se emplea en lo que se ha dado en llamar obsolescencia programada es de matrícula de honor. Muchos electrodomésticos, incluso coches, podían durar toda la vida con un mantenimiento programado y la sustitución de las piezas que por desgaste lo requieran. Pero no, es mejor desecharlo y cambiarlo por uno nuevo. Ya decía mi admirado profesor Antonio Rodríguez de las Heras ─cinco años ha que nos dejó por el maldito COVID─ que los arqueólogos del futuro se asombrarán cuando hurguen en los basureros y encuentren multitud de aparatos completamente nuevos y en perfecto estado de funcionamiento que han sido desechados por la aparición de uno nuevo.

Mi primer vuelo en avión ocurrió a principios de los años setenta del pasado siglo XX. Por motivos de trabajo tuve que utilizar en varias ocasiones durante algunos meses el puente aéreo Madrid-Barcelona. No sé lo que costarían los billetes ─pagaba la empresa─ pero lo cierto es que ibas como un señor, atendido, con un piscolabis (ligera refacción que se toma, no tanto por necesidad como por ocasión o por regalo), en asientos cómodos. Ahora se han abaratado los precios, pero también la distancia entre asientos y si quieres refrigerio en vuelos cortos y no tan cortos te lo pagas aparte. Y ya están hablando de asientos en los que iríamos semi de pie para aumentar el número de pasajeros. La gente tragamos con todo…

A finales de los años ochenta del siglo pasado, la entidad bancaria en la que trabajaba implantó en España los primeros cajeros automáticos. Los clientes no estaban acostumbrados y para ello lanzó una campaña regalando casi dos millones de tarjetas de plástico para animar el mercado. Completamente gratis. Cuando la gente se acostumbró a su uso, la gratuidad desapareció.

La disonancia entre quienes somos y quienes fuimos se retroalimenta con el contraste —quizá más importante— entre quienes somos y quienes queremos ser. Aunque es un impulso lógico culpar a las multinacionales que maximizan sus márgenes de beneficio a costa de los consumidores, y a los gobiernos cuyos recortes asfixian unos servicios públicos ya de por sí depauperados, la lógica mercantil es irrefutable: las cosas no son peores; en gran medida, son tal como las queremos o como nos las han hecho querer. Dicho de otro modo: quienes somos de peor calidad somos nosotros. 

Y el asunto tiene toda la pinta en adquirir tintes exponenciales. Las empresas están por la labor de entregar sus servicios de atención al cliente y sus campañas a algoritmos y robots, esos que disponen de Inteligencia Artificial y que son o parecen capaces de ocuparse de todo.

No quiero entrar en el deterioro de los servicios públicos, como, por ejemplo, la Sanidad, porque no hay alternativa salvo contratar ─además de tener la pública─ una sanidad privada. Pero es que, tragamos con todo y si no veamos lo que ha ocurrido con servicios opcionales, de coste. Mal de muchos… epidemia.

Hace años, el gigante de las ventas por internet que empieza por «A» anunció a un coste por encima de los 20 euros la posibilidad de contratar anualmente la posibilidad de envíos sin coste de sus pedidos. Algunos, yo entre ellos, debido al uso, lo valoré y lo contraté por resultarme rentable. Al cabo del tiempo, el precio se duplicó porque se incorporaban a ese mismo concepto de los envíos la disponibilidad de multimedias ─películas, series, documentales, música, libros…─. Pero claro, la posibilidad de tener SOLO ENVÍOS se acabó, quisieras o no, aunque solo siguieras con los envíos y no utilizaras multimedias, el coste se te había duplicado. Y, recientemente, una vuelta de tuerca más: a tragar con anuncios en medio de las películas o series.

Hace años los televidentes nos quejábamos amargamente de que nos cosían a anuncios publicitarios que eran la manera de soportar la gratuidad de las emisiones de las cadenas en abierto. Con el tiempo surgieron las plataformas a través de internet ─Movistar+, Netflix, HBO, Disney, Atresmedia…─ con un coste mensual. Bueno, era una manera de seleccionar lo que querías ver en cualquier momento y no tener que sufrir anuncios, porque se entendía que pagabas por el servicio. Ahora… anuncios en casi todas ellas, aunque algunas son magnánimas y te permiten obviar los anuncios si suscribes una cuota mensual más alta.

La calidad está en franco deterioro: cuesta abajo y sin frenos. Las empresas lo saben y cuentan con que los sufridos usuarios, acostumbrados ya, vamos a tragar más y más, aunque nos zurzan con más y más publicidad. Y, además, como todas lo hacen…

ADICIÓN POSTERIOR A LA PUBLICACIÓN ORIGINAL

Un asiduo lector de este blog desde sus inicios y buen amigo, Manolo, me hace llegar un comentario (que comparto) sobre el tema y que reproduzco a continuación con su autorización:

Tragamos con todo.
Algo que no soporto es los bares que no atienden las mesas de las terrazas. Tienes que pedir en la barra y llevarte las cosas, tú mismo, a la mesa.
Hay que manifestar tu oposición a esa norma y buscarte otro lugar donde den trabajo a camareros.

 




 

domingo, 24 de agosto de 2025

HIBAKUSHA

En este mes de agosto de 2025, concretamente el día seis, se cumplieron ochenta años del lanzamiento de la primera bomba atómica por parte del ejército norteamericano sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Tres días más tarde, una segunda bomba atómica ─ la última por el momento ─ fue lanzada sobre la también japonesa ciudad de Nagasaki. No han sido utilizadas más bombas atómicas desde entonces, salvo numerosos ensayos controlados.

«Han pasado 80 años, pero nada ha cambiado»
                                                                            Masako Wada

A pesar de que la Segunda Guerra Mundial se había dado por finalizada en Europa, la lucha seguía activa en el Pacífico entre Japón y Estados Unidos, que se planteaba una invasión terrestre de Japón, que hubiera costado muchas vidas (americanas) y mucho tiempo. El presidente norteamericano Henry Truman tomó la decisión de utilizar la bomba atómica, desconocida hasta entonces. La enorme devastación causada ─que ahora se comentará─ no fue suficiente para conseguir la rendición japonesa que pensó de forma equivocada que no dispondrían de una segunda bomba. Craso error que sufrieron en sus carnes los habitantes de Nagasaki. Japón, entonces sí, claudicó.

Hoy en día oímos con demasiada frecuencia en las noticias hablar del armamento nuclear, como pretendido elemento disuasorio del enfrentamiento entre potencias. En aquella época solo disponía de la terrible arma Estados Unidos, pero hoy en día, que se sepa con certeza, nueve países disponen de arsenales nucleares. Además de EE.UU., Rusia, Francia, Inglaterra, Israel, China, India, Pakistán y Corea del Norte. Se estima que las bombas actuales son mucho más potentes que aquellas.

Yo no había nacido cuando ocurrieron estos hechos, pero he oído hablar de ellos en muchas ocasiones como recuerdo de aquel horror. Pero… ¿Qué pasó realmente? ¿Cuáles fueron los efectos? Intentemos llegar un poco más al detalle.

Los problemas derivados de la energía atómica han llegado a nuestros días por problemas en instalaciones nucleares de generación de electricidad, una forma considerada «verde» hoy en día por las autoridades. Apunto aquí mi opinión de que yo no la considero verde pero si necesaria en estos tiempos, siempre que se asuman completamente sus riesgos, desechos y (posibles) consecuencias. El problema en Chernóbil en 1986 y el posterior en Fujushima en 2011 derivaron en un escape de radiaciones que afectaron enormemente a las zonas circundantes. De esta última, diez años después, Kum Nemoto y Manuel Rodríguez Redondo nos brindaron una interesante conferencia que puede seguirse en Youtube en este enlace. Se estimaron 19.747 personas fallecidas, 2.556 desaparecidos y se contabilizaron 6.242 heridos. Han vuelto los fantasmas de este tipo de incidentes con la actual guerra en Ucrania y la inestabilidad derivada de actividades bélicas en las cercanías de la central de Zaporiyia, estimada como una de las diez más grandes del mundo.

Volvamos a Hiroshima. A las 8:15 de la mañana de aquel 6 de agosto de 1945, en un radio de 4,5 kms. del impacto de la primera bomba sobre Hiroshima, bautizada como «Little boy, (niño pequeño)» se generó una temperatura de 4.000 grados centígrados que carbonizó literalmente todo y todos, de forma indiscriminada. La onda expansiva provocó el colapso y consiguiente derrumbe de prácticamente todos los edificios. La onda expansiva con la radiación generada se propagó varios kilómetros a la redonda afectando a miles de personas, muchas de las cuales murieron o quedaron afectadas durante muchos años por la radiación. No es necesario mencionar que la segunda bomba ─ Fat Man (Hombre gordo) ─ provocó los mismos efectos relatados en la ciudad de Nagasaki.

Yo, confieso, no tenía ni idea del asunto del incremento brutal de la temperatura y del colapso de los edificios. He querido acercarme un poco al tema mediante la lectura de dos libros entre los muchos que hablan de la tragedia, y que he elegido por información en la red. El primero, muy sencillo, pertenece a la colección de Historia de «En 50 minutos», se titula «Hiroshima» y su autor es Maxime Tondeur. En poco menos de una hora se pueden conocer más detalles de los prolegómenos, los actores intervinientes y los hechos. Para entrar más a fondo he acometido la lectura de «Hiroshima» de John Hersey, periodista con un relato ameno que se centra en la vida de varios supervivientes. Por ahondar un poco más en el asunto, estoy leyendo estos días un tercer libro, del periodista Agustín Rivera, con años ejerciendo de corresponsal en Japón y titulado «Hiroshima. Testimonios de los últimos supervivientes».

Después de leer estos libros y leer algunos artículos se me pone la piel de gallina al ver la ligereza con la que se habla de las armas atómicas. En aquella ya lejana ocasión, Japón no pudo «contestar» a su agresor americano, pero hoy en día alguno de esos nueve países que hemos comentado tiene el tiempo suficiente para «responder». Según figura en la Wikipedia, con todas las salvedades, el número de ojivas nucleares de las que disponen las dos máximas potencias, EE.UU. y Rusia, supera las 5.000 cada uno. Suficientes para generar una devastación nunca imaginada.

Una información de las muchas que proliferan en la red y que me ha resultado interesante es el reportaje de Carlos Serrano en la BBC cuya fotografía inicial ─de las muchas que contiene─ encabeza esta entrada. Está accesible en este enlace. Según este reportaje, «los cálculos más conservadores estiman que para diciembre de 1945 unas 110.000 personas habían muerto en ambas ciudades. Otros estudios afirman que la cifra total de víctimas, a finales de ese año, pudo ser más de 210.000». 

Masako Wada, autor de la (muy preocupante hoy en día) frase consignada tras el primer párrafo de esta entrada, es un hibakusha de Nagasaki. Hibakusha es un término japonés que hace referencia a los supervivientes de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Su significado literal es «persona afectada por la bomba» o «persona expuesta a la explosión». Los hibakusha son testigos de la devastación causada por las armas nucleares y, por lo general, han soportado traumas físicos y psicológicos de mayor o menor intensidad a lo largo de sus vidas.

Los «hibakusha» eran susceptibles a secuelas mucho más peligrosas por las enormes dosis de radiación recibidas de la bomba. Sobre todo fue evidente, hacia 1950, que la incidencia de leucemia en los «hibakusha» era mucho más alta de lo normal. (En el libro «Hiroshima», de John Hersey).


IMAGEN B-034


domingo, 17 de agosto de 2025

ATROPELLO(S)

Dos sucesos muy similares ocurridos en el intervalo de una semana me han disparado las alarmas. Como reza el título de esta entrada, han sido dos atropellos, vocablo que significa, dicho de un vehículo y según la acepción tercera del diccionario, «alcanzar violentamente a personas o animales, chocando con ellos y ocasionándoles, por lo general, daños». En un caso los daños han sido leves, pero en el otro la cosa, sin llegar a la gravedad, se ha complicado.

En la imagen una visión desde atrás del SEAT 127, primer vehículo que tuve allá por los años setenta del siglo pasado. Mi interés en esta imagen son los asientos delanteros: espartanos, sin reposacabezas, sencillos a más no poder. Digamos también que, aunque la imagen puede verse el espejo lateral izquierdo, los espejos laterales no venían de fábrica, pero era costumbre comprar aparte el espejo del conductor para evitar el ángulo muerto, especialmente en los adelantamientos. Hay que recordar que autopistas y autovías había muy pocas en España en aquellos años setenta… 

Cuando me disponía a dar marcha atrás, lo corriente era, tras meter la reversa, echar el brazo por encima del asiento para girar completamente el cuerpo todo lo posible al objeto de tener una visión lo más completa posible de la trasera del coche y sus alrededores. Sin embargo, con esto no estabas exento de tener algún percance. El más sonado que recuerdo es tener el coche aparcado en un campo, mirar, no ver nada, poner la marcha atrás y justo en ese momento, «alguien» puso un árbol justo en el centro: menos mal que en aquella época los parachoques eran metálicos y bastante resistentes, pero aún así y todo se abolló considerablemente.

Esta operación de echar el brazo por encima del respaldo hoy en día es imposible. El tamaño de los asientos y el reposacabezas es enorme y no lo posibilitan. Como mucho hay que girar el cuerpo y la cabeza todo lo posible y aún así la visión no es muy amplia que digamos. Sin embargo, los coches más modernos están dotados de todo lo inimaginable para facilitar las maniobras, especialmente la de marcha atrás: espejo central panorámico, espejos laterales, sensores de proximidad e incluso cámaras de visión trasera y simulación de espacios 360º alrededor del vehículo.

Parece imposible dar a alguien o algo en una maniobra de marcha atrás. Sin embargo…

Zona de vacaciones, aparcamiento amplio, toda la familia despidiendo a un familiar que se reintegra a sus quehaceres laborales de la vida normal. Maniobrando con mi coche nuevo, que tiene todas esas ayudas referidas, marcha atrás, muy lentamente, mirando todo, oído atento y… ¡atropello! Golpeé a un familiar sin haberle visto ni por los espejos ni por las cámaras, y lo que es peor y más mosqueante: sin que sonaran los avisos de los sensores de proximidad. Parece increíble, pero simplemente ocurrió. Iba despacio, muy despacio, pero un golpe a una persona distraída con un objeto de casi dos toneladas en movimiento no es moco de pavo; cayó al suelo con raspaduras en brazos y rodillas. Gracias a Dios, no ocurrieron mayores «averías».

Como digo, gran mosqueo con el asunto que motiva que ahora, cuando tengo que dar marcha atrás no me fío de nada. Cuando hay otros coches, o paredes o columnas, los sensores avisan en las pantallas con colores rojos además de emitir un sonido estridente que te pone sobre aviso. ¿Personas o animales no son detectados? No es cuestión de hacer pruebas, pero el hecho ahí está.

Así quedó la cosa, cuando al cabo de una semana, en otro entorno familiar en la zona, en una situación parecida, un familiar con un coche tan alicatado hasta el techo o más que el mío, dando marcha atrás golpeó ─atropelló─ a una anciana de la familia. La cosa ha sido más grave: rotura de fémur y diversas luxaciones, urgencias del hospital, requiere una operación e inmovilización tras la misma. Situación ya de por si comprometida con una anciana cuando se encuentra en su entorno para que ocurra estando de vacaciones lejos del domicilio.

Dos hechos tan similares en tan poco tiempo tienen que llamar la atención poderosamente. He buscado en internet por si hubiera más casos de este calado, pero sin éxito, lo cual no quiere decir que no hayan ocurrido. He encontrado el siguiente párrafo en una página web americana (la negrita es mía):

Uno de los choques más desgarradores es un accidente por atropello en marcha atrás causado por un vehículo, generalmente estacionado en una entrada al garaje o en un estacionamiento que retrocede sobre una persona invisible detrás del carro. La víctima suele ser un niño o una persona mayor. En 2022, según la organización sin fines de lucro Kids and Cars, 18 niños menores de 12 años murieron en incidentes por atropello en marcha atrás. Según un informe de 2022 de la Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras, el promedio de 5 años, de 2016 a 2020, fue de 264 muertes accidentales por vehículos dando marcha atrás.

Cualquier área alrededor del vehículo que el conductor no pueda ver, ya sea directamente o a través de un espejo lateral o retrovisor, se considera un punto ciego. Todos los vehículos tienen puntos ciegos, y el más ciego de todos está en la parte trasera del vehículo. Los niños son especialmente vulnerables cuando caminan o juegan detrás de un vehículo estacionado, ya que son pequeños y es poco probable que el conductor los note desde el interior del carro.

Es curioso que, en el caso de marcha hacia adelante, si nos acercamos peligrosamente a un objeto el propio coche es capaz de frenar bruscamente para evitar la colisión. Estamos hablando de coches actuales que tienen implementados los llamados ADAS ─Advanced Driver Assistance Systems─, conjunto de tecnologías diseñadas para mejorar la seguridad y comodidad al conducir un vehículo. Estos sistemas utilizan sensores, cámaras y radares para recopilar información del entorno del vehículo y proporcionar asistencia al conductor, ya sea a través de alertas o intervenciones automáticas.

En otra página web y en un apartado publicitario figura el siguiente texto:

Los estudios de seguridad vial han demostrado que una de cada cuatro colisiones de peatones con vehículos se produce con la parte trasera de estos. Cada año, las aseguradoras pierden también millones de euros para cubrir incidentes en maniobras marchas atrás y de aparcamiento.

Algo que podría verse reducido en consideración si se implantara de forma generalizada la tecnología de frenado de emergencia (AEB) pero para dar marcha atrás. Esta tecnología ya existe en los coches, y de forma obligatoria en Europa, al circular hacia adelante.

Las precauciones a tomar siempre serán pocas. Y por lo menos yo me fiaré lo justo o nada de espejos, cámaras y pitidos de aviso que en este caso no se produjeron. Hay casos especiales en que tienes que salir marcha atrás de un aparcamiento en batería en los que no tienes visibilidad por tener coches aparcados en los laterales y en el último momento se te cruza… ¡un joven en patinete! Apagar la radio, bajar las ventanillas para escuchar posibles ruidos o voces de aviso, ir muy despacio, mirar a todos los espejos, cámaras y directamente por la ventanilla de atrás… todos los consejos son pocos, pero no se pueden seguir a la vez con lo que una persona, animal u objeto en movimiento puede no ser detectado.

Al menos a mí, y espero que a los que lean esta entrada, me queda claro que las cámaras y los sensores no son una garantía absoluta en el proceso de dar marcha atrás.


 


domingo, 10 de agosto de 2025

ODIO

Por lo general, la gran mayoría de la gente elige ─elegimos─ mirar para otro lado, pero eso no arregla el que el ambiente de la vida pública española está deviniendo inasumible. Y lo digo y pienso en general, no solo referido a la clase política que anda en el candelero en estos días. ¿se puede ensalzar a un político por presentar su dimisión al descubrirse un título universitario falsificado? El mundo del revés.

Ya es imposible tapar tanta basura como se desvela a diario llegando al conocimiento público por todos los medios que, por mucho que lo intenten, son incontrolables dada la difusión de las redes sociales a través de internet. Antaño se podía poner ciertas puertas al campo, pero hogaño poner ventanas al cielo resulta ya casi imposible.

Unos y otros ya nos resultan infumables a la ciudadanía de a pie. Pero el problema, con ser grave, es otro, mucho más preocupante a mi entender.

La localidad en la que residía de pequeño y adolescente distaba una cincuentena de kilómetros de una gran capital española. En verano de los años sesenta del siglo pasado, siglo XX, la época veraniega conllevaba un aumento de la población de diez mil a cincuenta mil habitantes. Numerosas viviendas y chalets eran utilizados durante la época estival por familias cuyas madres por lo general no trabajaban y los padres iban y venían a su trabajo en la capital. Eran los conocidos como «los veraneantes». Siempre había sus más y sus menos entre los «veraneantes» y los «locales» pero dentro de una tolerancia general. El aumento de población suponía unos ingresos extra para muchos de los comercios locales. En mi caso, un par de veranos ayudé ─con una pequeña remuneración─ a un panadero local a repartir las barras de pan por los chalets y en otro par de veranos colaboré con un empresario para llevar las cuentas y pedidos de su restaurante. Mi caso no era único: uno de mis amigos, Mariano, estuvo varios años empleado en un supermercado repartiendo pedidos y otro, Carlos, echaba una mano a su padre en temas de jardinería. Estos aumentos de población se dan hoy en día...

Las emociones nos llevaban a «tener entre ojos» a los veraneantes, pero los bolsillos hablaban otro lenguaje, mucho más práctico.

Por aquello de las vueltas que da la vida, en esta última etapa de mi vida me he convertido en «veraneante» en un pueblo de la costa española, en el que paso los meses de julio y agosto, amén de algunos puentes o las vacaciones de Navidad y Semana Santa. Como antaño hacían los veraneantes en mi localidad, además de pagar los impuestos correspondientes por mi vivienda, compro en los supermercados, echo gasolina en las gasolineras, repongo cosillas en la ferretería, adquiero medicamentos en la farmacia, un jardinero me echa una mano con el jardín, tomo mis aperitivos en los bares, en ocasiones voy a comer a los restaurantes, asisto a algunos actos culturales… Una vida normal como un ciudadano más. Añadiré que, en invierno, la vida local queda paralizada con muchos o casi todos los comercios y restaurantes cerrados. Como diría un castizo, «hacen el agosto» y no precisamente con las emociones de los locales sino con los dineros de los turistas, de los visitantes y seguramente también de los veraneantes.

En esta zona costera de la que hablo hay un apodo o mote para designar a los veraneantes. No lo voy a desvelar aquí para no dar pistas concretas, porque creo que este asunto es general en muchos pueblos de la geografía española. Utilizaré el vocablo de significado similar «mochufas» que inventara y pusiera de moda el escritor Santiago Lorenzo en su magnífico libro «Los asquerosos» cuya lectura recomiendo.

Aunque algún comentario no precisamente positivo respecto al tema había llegado a mis oídos, no había notado yo ─personalmente─ hasta ahora ninguna animadversión hacia los mochufas. La vida es aquí tranquila y las relaciones con los comerciantes, el camarero o el que viene a revisar la caldera o instalar la fibra son cordiales. Pero dando un paseo en solitario por las tranquilas calles del pueblo, me cruzo con un grupo de niñas, de unos ocho años, que iban cantando una canción a voz en cuello:

A los mochufas
no hay que echarlos,
hay que matarlos

Reconozco que me quedé impresionado. No creo que un niño de esa edad tenga la suficiente capacidad para calibrar el alcance de ese vocabulario. Entiendo que están repitiendo lo que han oído a personas mayores, posiblemente en sus casas. Un niño no tiene la suficiente capacidad para poner en contexto una palabra como «matarlos». Entre personas mayores podemos calibrar hasta dónde llega figurativamente lo de «matarlos». Pero… ¿un niño? Utilizar expresiones imprecisas delante de niños es un verdadero problema cuyo alcance muchas veces es imposible de medir. ¿Por qué digo esto?

Un segundo acontecimiento de corte parecido me ha disparado las alarmas. Y esta vez no ha sido en la calle, sino en casa de unos conocidos. Una niña de tan solo nueve años ha dicho, claramente y sin ambages, que «Perro Sánchez es un traidor, hay que matarle». En esta ocasión no estaba solo, sino que varios oímos la frase. No estamos hablando de niños desconocidos que van por la calle sino de uno que conocemos, así como a sus padres. ¿Se lo ha oído a ellos? ¿Lo tiene tan interiorizado como para repetirlo ante otras personas sin venir a cuento? ¡Maremía!

Creo que el odio se está instalando a marchas forzadas entre nosotros. No ya el fracaso de las relaciones internacionales con la vuelta a los enfrentamientos y guerras sino en las propias familias. El lenguaje influye en las emociones y las emociones influyen en las acciones. Si seguimos por ahí, estos niños, cuando lleguen a mayores, ejecutarán literalmente aquello que vienen oyendo y asumiendo desde su infancia. ¿Hay medicina para este odio que se manifiesta tan alegremente? Estamos en una inercia peligrosa que puede convertirse en una espiral de violencia de consecuencias ingratas para todos.

Me resulta curioso el comprobar como hoy en día la gente se deja llevar por las emociones, asumiendo ideas y tomando decisiones cuyas consecuencias afectan personal, directa e incluso negativamente a su vida diaria y futura. Los agitadores de masas ─políticos, influenciadores, contertulios, medios…─ lo saben y son verdaderos especialistas en dirigir sus mensajes a las emociones de la gente en lugar de a hechos reales y constatables. Lo de vender humo es todo un ejercicio hoy en día, con verdaderos especialistas en sus técnicas más sofisticadas.