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domingo, 14 de abril de 2024

APRENDER

En mi opinión y por experiencias propias, la frase que encabeza esta entrada es rotunda y representa una cruda realidad. Lo fundamental en las personas es que quieran aprender con lo que harán todo lo imposible por adquirir conocimientos donde sea y como sea. Hogaño es mucho más fácil que antaño…

Por contar una experiencia personal me retrotraigo a mi época de estudiante de sexto de bachillerato. Por razones de fuerza mayor y que no vienen al caso ahora, estudiaba en un colegio de postín, de esos reservados para las élites de la época. Hay que decir que no todos los profesores estaban a la altura y uno tenía su corazoncito a la hora de aprovechar el tiempo y los buenos dineros que mi padre tenía que apoquinar con mucho esfuerzo mes a mes.

Corrían los principios de los años 70 del siglo pasado y eso de internet hacía un par de años que había sido inventado cuando el Departamento de Defensa de los EE.UU. creo la red ARPANET, precursora de lo que hoy es internet. Pero no estaba disponible para el público en general. La biblioteca del pueblo, que ya existía, estaba ubicada en una sala baja del Ayuntamiento y sus fondos eran más bien exiguos, aunque contaba entre ellos la maravillosa Enciclopedia Universal Ilustrada de Espasa-Calpe, de cerca de un centenar de volúmenes entre los básicos y las ampliaciones. Una joya.

Las clases de Lengua y Literatura eran, para mis gustos y deseos, más bien flojas. Impartidas por un fraile agustino cuyo nombre recuerdo perfectamente pero no mencionaré —como tampoco el nombre del Colegio— me quedaba con ganas de profundizar en los contenidos, porque el profesor se limitaba al libro —también flojo para mi entender—. Esa biblioteca antes aludida era mi refugio de muchas tardes para intentar profundizar en algunos temas. La «Espasa» me acogía con sus volúmenes abiertos y era una fuente de conocimientos.

Estos conocimientos añadidos y mi juventud e inexperiencia hicieron que me significara ante el profesor con algunas preguntas y comentarios en clase que se veía que le incomodaban, con lo que me cogió una cierta inquina. Es verdad que no se tradujo en la nota final, pero sí en el hecho de que, en el último mes de curso, cuando preparábamos —preparaba yo solo por mi cuenta— los exámenes de Reválida de Bachiller Superior me expulsase de su clase y luego del colegio, al pillarme estudiando física y no atendiendo a lo que decía y que no voy a calificar. Vengativo que fue el fraile.


Aclaro que aquel año fue el último en que hubo exámenes de Reválida de Bachiller Superior y que, de los 72 alumnos aprobados del curso, todos menos yo renunciaron a presentarse dado que el nuevo COU o el antiguo Preuniversitario convalidaban la prueba. Yo no sabía si podría seguir estudiando y me presenté y aprobé mi reválida, por si acaso.

Yo quería aprender, pero este fraile no me enseñaba…

Ya en la actualidad hay varios ejemplos de esto que certifican la frase, uno de ellos ocurrido esta misma semana. Te preguntan por un determinado tema, una forma de hacer algo, generalmente de ordenadores. Se lo cuentas con todo lujo de detalles, de ejemplos, pero te das cuenta de que la atención que te prestan no es la adecuada. Sí, toman notas, mentales y escritas, hacen las prácticas, pero te estás dando cuenta que realmente lo que quieren es salir del paso y cuando haya que hacerlo de nuevo, pues eso, que ya veremos. Te volverán a decir que les eches una mano, especialmente sin son cuestiones esporádicas, esas que no se realizan a diario y que ocurren de Pascuas a Ramos.

Y no se trata de un caso aislado. Yo podría contar multitud de ejemplos a lo largo de estos últimos años donde por mucho que te esfuerces, repitas y requeterrepitas, la persona o personas que atienden tus enseñanzas no se enteran. No es cuestión de volver a aquello tan desmedido de que «la letra con sangre entra» pero está claro que, si no se tiene una verdadera necesidad y ganas de aprender, ni el mejor maestro puede hacer nada.

En esta semana he podido ver y disfrutar por fin una película acerca de las vicisitudes de un maestro de la República Española que seguí con interés hace algunos años, cuyo libro leí en su día escrito por Francesc Escribano y otros: «Antoni Benaiges, el maestro que prometió el mar. (Desenterrando el silencio)». El título de la película de 2023 es el mismo, «El maestro que prometió el mar», dirigida por Patricia Font. Mi recomendación es leer primero el libro y luego ver la película. La acción tiene lugar en 1934 en un pueblo perdido de Burgos, Bañuelos de Bureba, donde llega destinado Antoni Benaiges, un joven maestro de Tarragona. Mediante un innovador método pedagógico, Antoni inspiró y motivó a sus alumnos y les hizo una promesa: llevarlos a ver el mar. El maestro quería enseñar y los alumnos querían aprender. Magnífica película y magníficas enseñanzas para los espectadores que asistan a ella sin prejuicios por conocimientos erróneos y desgraciadamente muy extendidos sobre una época española tristemente frustrada cuyo aniversario se celebra precisamente hoy.

En las clases de mayores de la Universidad Carlos III de Madrid a las que asisto con cierta regularidad desde más de una decena de años, los profesores manifiestan estar encantados con las personas mayores como alumnos por eso, porque voluntariamente y sin ninguna obligación o necesidad, quieren aprender.




 

domingo, 7 de abril de 2024

OKUPADA

En la zona donde vives el aparcamiento está complicado, tanto por el día por ser una zona libre próxima a la zona azul como por la noche por encontrarse todo el mundo en sus domicilios. Como sueles llegar tarde, cansado tras un día de trabajo y ajetreo, lo que menos te apetece es estar dando vueltas para aparcar el coche, por lo que alquilas una plaza de garaje en un edificio contiguo al tuyo. Pero… llegas un día y te encuentras tu plaza… okupada. ¿Qué hacer? No tienes ni idea de quién puede ser el coche y no hay ninguna nota de cortesía con algún teléfono en el que poder localizar al «okupante u okupanta» para que desaloje.

No te queda otra que aguantarte las ganas de desinflarle las cuatro ruedas —con el viejo truco del grano de arroz— y lanzarte a la calle a buscar aparcamiento para poder llegar a casa y descansar, que el día siguiente es día de trabajo. No son horas de hacer otra cosa. Al día siguiente te comunicas por wasap con el propietario de la plaza para comentarle lo ocurrido, ya que tú no tienes opciones en esa comunidad de iniciar ninguna acción. El propietario te dice que le dejará una nota y hablará con el administrador de la finca para tratar de enterarse de quién es el coche y hablar con él. En suma, nada concreto y te quedas con la duda de si esa noche se habrá ido y dejado la plaza libre o seguirá allí.

Por aquello de no quedarte con los brazos cruzados te pones manos a la obra para enterarte de cosas. Avisar a la Policía Municipal no sirve de nada al parecer, ya que no tienen competencias en el interior de una propiedad privada y el vehículo, cómodamente aparcado, «no supone un riesgo inminente para las personas o las cosas». Lo único que podría hacer la policía, si lo tienen a bien y sin ser obligación, es utilizar su acceso telemático a la Dirección General de Tráfico (DGT) para obtener los datos del propietario y tratar de buscar en el padrón municipal un domicilio y/o teléfono, que no te facilitarían a ti pero que podrían utilizar ellos para llamar y ver que ha ocurrido en todo este entramado.

Al final te da por pensar que pudiera haberse equivocado de aparcamiento, vamos, que te ha hecho una faena sin querer, por un desafortunado error. Eso solo se podría saber si se habla con él o la okupa y te lo comenta.

Hay otra opción añadida y es preocuparte tú de obtener los datos de ese vehículo. Necesitarías disponer de una autenticación digital tipo certificado FNMT o Cl@VE para acceder a la sede electrónica de la DGT y obtener tú directamente los datos, eso sí, previo pago de la correspondiente tasa de 8,67 euros y manifestando para qué quieres los datos. Esto es una operación muy utilizada cuando se producen compraventas entre particulares para conocer el estado de un vehículo en cuanto a multas o ITV’s pendientes.

Por aquello de agotar todas tus posibilidades, si no para esta vez para saber que hacer en otras, te pones manos a la obra y te gastas los ocho y pico euros para conocer todos los datos del vehículo. En este caso concreto, averiguas que el vehículo está a nombre de una empresa de la que es fácil obtener el teléfono, porque es este un dato que no figura en el informe de la DGT.

En toda esta vorágine, recibes un wasap del propietario de la plaza en el que te informa que el coche ya se ha ido y tienes la plaza libre. Sin detalles ni especificaciones. Por lo menos esta noche y las siguientes podrás aparcar tranquilamente en tu plaza salvo que el mismo u otro se despiste —vamos a ser bien pensados—.

Cómo puede verse en la imagen, esta plaza en concreto es bastante estrecha y se encuentra ubicada entre dos columnas. Como todos los garajes modernos, que parecen pensados para coches de los años ochenta del siglo pasado, las plazas son exiguas, así como el pasillo central, por lo que hay que hacer unas cuantas maniobras y tener buen tino para colocar el coche. Lo que hay que sufrir para aparcar el coche en esa plaza no parece que conlleve a pensar en una equivocación; hay que aclarar que el garaje es una planta única, es decir, no hay varias plantas en las que pudieran estar repetidas las plazas y hubiera sido una equivocación de planta.

En la parte positiva de investigación gramatical derivada de esta entrada, el término «okupa» está recogido en el diccionario de la Lengua Española y se emplea para referirse a la persona o al movimiento que propugna la ocupación de viviendas o locales deshabitados. Concretamente el diccionario reza «Tomar una vivienda o un local deshabitados e instalarse en ellos sin el consentimiento de su propietario». Una vivienda cerrada no implica que esté deshabitada cuando no hay nadie en ella, pero eso no se sabe salvo que hagas guardia o tires la puerta abajo. Una plaza de garaje está deshabitada cuando no tienes el coche aparcado en ella, lo que ocurre, lógicamente, con frecuencia, especialmente durante el día si utilizas el coche para ir a trabajar o a lo que te venga en gana.




 

domingo, 31 de marzo de 2024

PARADORES

Allá por los inicios de los años 80 del siglo pasado una de mis aficiones favoritas era la fotografía, en blanco y negro aclaro. Disponía en casa de un pequeño laboratorio propio donde pasaba horas y horas revelando carretes y positivando fotografías. Dentro del mundillo, varios amigos teníamos contactos y nos reuníamos para enseñarnos nuestras fotos y hablar de fotografía.

Una de las actividades era reunirnos en la casa que Juan Antonio Sáez tenía en Collado Villalba. A estas reuniones acudía un buen amigo suyo, casi desconocido por entonces, Rafael Sanz Lobato, que luego tuvo un nombre en el mundo de la fotografía llegando a ser Premio Nacional de Fotografía del Ministerio de Cultura en 2011. Lamentablemente, Juan Antonio falleció en un accidente mientras practicaba piragüismo en el pantano de Valmayor y con ello se acabaron aquellas reuniones y el contacto con Rafael.

Rafael Sanz Lobato nos contaba historias de su constante deambular por España a la caza de imágenes. Entre otros asuntos, siempre demostró una gran pasión por su primera visita —en 1970— a Bercianos de Aliste, un pueblo perdido en las profundidades de Zamora a algo más de 50 kilómetros de la capital. Él hizo internacional la Semana Santa alistana: «Bercianos cambió mi vida», repetía con frecuencia, mientras nos mostraba impactantes fotografías de la Semana Santa del pueblo, especialmente de la procesión del Viernes Santo. Una procesión especial en la que, a una hora determinada, los habitantes salían de sus casas vestidos con las túnicas blancas que llegada la hora de su muerte les servirán de mortaja. Como un río humano, iban a la Iglesia para representar en procesión el entierro de Cristo camino del Calvario. De hecho y como prueba del amor correspondido de Rafa por esta localidad, sus cenizas descansan en el museo de la Pasión de esta localidad

Había estado en los eventos de la Semana Santa en muchos lugares de España: Sevilla, Murcia, Valladolid… Bercianos de Aliste estaba a casi 300 kilómetros de mi domicilio, lo que suponía un viaje de casi cuatro horas en aquellos tiempos de coches y carreteras muy distintas a las de hogaño. Pero… no hay nada cómo tener un aliciente para echarse hacia adelante. Madrugamos un Viernes Santo de aquellos años de principios de los 80 y nos dirigimos a Bercianos de Aliste, planteando un viaje de ida y vuelta en el día solo para ver la procesión. Si mis recuerdos no me traicionan y algunas fotografías estarán en mi archivo, la procesión tuvo lugar por la mañana. Tras ella regresamos a Zamora capital con la intención de comer en el Parador Nacional antes de seguir viaje de vuelta a casa.

Un suceso curioso nos ocurrió en el Parador ubicado en lo que en otros tiempos fue el palacio de los condes de Alba y Aliste, construido en el siglo XV. Antes de entrar al comedor y sabiendo de antemano la respuesta, me acerqué a la recepción a preguntar si por algún casual o renuncia de última hora disponían de alguna habitación libre para esa noche. La recepcionista, con una enorme sonrisa, me respondió que no, que estaba todo lleno desde varios meses antes de que llegara la Semana Santa. Mencioné que íbamos a comer en el restaurante.

Mientras degustábamos una espléndida comida con tintes locales, se acercó a nuestra mesa la recepcionista con la que habíamos hablado y nos dijo que al finalizar pasáramos un momento por la recepción para hablar con nosotros. La intriga estaba en el aire ¿habría alguna sugerencia sobre el tema del alojamiento? Nuestra intención inicial era volver a casa, pero la Semana Santa de Zamora, castellana, también tenía su aliciente.

Personados en la recepción, nos dijo que disponían y podían ofrecernos una habitación especial, tipo «suite». Pensando que el precio sería elevadísimo para mi economía, rechacé la oferta aludiendo a este extremo a lo que me comentó que el precio por «esa suite» sería el de una habitación normal. Por supuesto que nos quedamos alojados disfrutando de una habitación de ensueño, enorme, con todo tipo de comodidades entre las que se contaba una muy especial: estaba situada en un ala del palacio con un enorme balcón a una de las calles principales de Zamora por la que transcurría la procesión de esa tarde.

Pudimos deleitarnos con la procesión zamorana de la tarde del Viernes Santo desde nuestra atalaya, sentados cómodamente. Si yo hubiera estado abajo hubiera pensado quién sería aquella pareja instalada en una de las mejores habitaciones del Parador Nacional. Al final pudimos visitar Zamora el sábado por la mañana y tras comer de nuevo en el Parador regresamos a casa.

Ese suceso referido no ha sido único, aunque estas cosas no se deben contar por aquello de que no se prodiguen. En 2001 íbamos a pasar unos días, fin de semana alargado, en Mérida, Badajoz. No pudimos reservar habitación en el parador por estar completo y lo hicimos en un hotel algo alejado del centro. Antes de personarnos en nuestro hotel, pasamos a comer al Parador y… ¿mira tú que si funciona? Repetimos la operación de pasar por la recepción y preguntar.

Como si fuera una repetición de la jugada sucedió lo mismo que veinte años antes en Zamora. Nos ofrecieron la «suite» a precio normal. Antes de aceptar la oferta, dije que teníamos una reserva en otro hotel de la ciudad. El recepcionista cogió el teléfono y, de memoria, marcó el número del hotel mencionado para que pudiéramos anular nuestra reserva. Dice el refrán que «no hay dos sin tres»...