El domingo pasado se han celebrado elecciones generales en el país. Hace ya algunos años, a finales de los años setenta del siglo pasado, los españoles recuperamos esta opción tras unos cuantos años de dictadura. Reconozco que en aquella época sentí una cierta fascinación por el proceso, máxime en las primeras elecciones de carácter local que tuvieron lugar. Todo era nuevo y la novedad trajo consigo una serie de expectativas aportadas por lo desconocido que me llamaban la atención. De hecho estuve a punto de participar activamente como candidato a concejal aunque no por uno de los partidos políticos que resurgieron sino en una candidatura independiente de carácter local. Si bien no lo hice, seguí de cerca los pasos y vicisitudes de un amigo que al final resultó elegido al figurar el primero de su lista de no-partido oficial y que fue bisagra en el primer gobierno municipal durante los cuatro años siguientes, mediando entre lo que yo y muchos empezábamos a conocer como izquierda y derecha.
Han pasado casi treinta años desde aquello y por lo que a mí respecta lamento tener que decir que en la actualidad el desencanto anida en mis pensamientos cada vez que llega un período electoral. Aunque sigo el asunto todo lo de lejos que puedo, no es muy factible evitar los ecos en la prensa, radio y televisión de las encendidas campañas electorales. Viéndolas desde lejos, con los ojos y los oídos medo entrecerrados, me doy cuenta, en mi modesta opinión, de las actuaciones a las que se someten no solo los líderes y principales representantes de los partidos sino también el público que apoya los mítines o actos electorales, como se quieran llamar. El hecho de ser de unos o de otros implica un fervor y apoyo condicional a los míos y un rechazo frontal, diría que con un poco de odio, a los otros, bueno no a todos los otros, sino progresivamente a los que nos pueden hacer sombra.
Muchas de las opciones prometidas y vertidas son fantasiosas, pero bueno, ellos y los que les escuchan lo saben. Luego se intentarán cumplir las promesas, pero tampoco pasa nada si no se llega a conseguirlo. Simplemente se vuelven a prometer en las elecciones siguientes siempre y cuando sea necesario para conseguir los ansiados votos.
Y a esto del voto quería yo llegar. En algún momento me interesó conocer la famosa ley d’ Hont por la que se escrutan los resultados y se designa a los elegidos. Recuerdo que lo hice hace años con motivo de unas elecciones locales y lo que me queda de aquello es que era un tremendo galimatías y que servía para favorecer a los partidos más votados en detrimento de los menos.
No mantendría esta apreciación hoy en día y tampoco voy a estudiarme la ley. Pero lo que si que constato es que si bien son unas elecciones generales de todo el país, no valen lo mismo los votos de unos ciudadanos y de otros. Depende de donde seas, o en términos oficiales, a que circunscripción estés adscrito según el censo, tu voto tendrá más fuerza. ¿Cuánta fuerza? Pues eso no lo sé, pero viendo que con 830.000 votos un partido ha conseguido 10 diputados mientras que otro partido con 1.270.000, 50% más, solo ha conseguido 5, es decir la mitad que al anterior, la cuestión de la fuerza diferente si parece que existe. El primero es un partico de circunscripción nacionalista mientras que el segundo es relativo a todo el territorio nacional. ¿Alguien me explica esto? Y , para más “inri”, si comparamos este 1.270.000 con 5 electos con otro partido que ha obtenido 3 electos con 220.000 votos, o con otro que únicamente ha obtenido 1 con 300.000….. la cara se nos puede quedar a cuadros.
Algo no está bien desde mi más humilde punto de vista. Parece que se favorece a ciertas circunscripciones minoritarias, parece o más bien es cierto a tenor de lo expuesto, que el voto de unos no vale igual que el de otros, lo que permite cierta representación cuantiosa en el Parlamento con una mínima cantidad de votos.
Hay una nada despreciable cantidad de votos en blanco que supera los 400.000 adicionados por la no desdeñable cantidad de 260.000 votos nulos, queriendo o sin querer. ¿Cuántos diputados hubieran obtenido el Partido Voto-en-Blanco o el Partido Voto-Nulo?
Quizá fuera una buena idea asignar el número de escaños a la población total que puede votar y cubrir solo aquellos derivados de la votación en la urnas, de la participación real, dejando vacíos los que hubieran correspondido. Pero no, se llenan todos, acudamos todos o no acudamos ni la mitad a votar, y además, como hemos sugerido en estas líneas, se llenan de una manera que por lo menos podemos calificar de poco ortodoxa desde el punto de vista del hombre de la calle, aunque me imagino que no desde el punto de vista de los partidos políticos.
Los votos en blanco me dan vueltas y vueltas en la cabeza. ¿Ciudadanos que quieren mostrar que cumplen con su “obligación” de votar pero que no se expresan? ¿o que expresan que no les gusta ninguno de los candidatos? ¿o que no les gusta el sistema? ¿o que respetan lo que digan los otros? Cada uno de los más de 400.000 españoles que ha votado en blanco lo sabrá y tendrá su razón particular para obrar así. Pero remato con una última pregunta: Desde el punto de vista práctico, ¿es igual votar en blanco que no votar? Ojo, parece ser que no. El voto en blanco es válido y por lo tanto incrementa la cuenta de número total de votantes. Si tenemos en cuenta que no se consideran aquellos partidos que no alcancen en número de votos el 3% del total, los votos en blanco pueden “echar” literalmente y “quitar” realmente algún diputado a partidos menos votados, diputado que, así a bote pronto, iría a engrosar las filas de los más votados. Sería interesante efectuar un cálculo simulado eliminando los votos en blanco.