Pudiera ser que uno de los índices de progreso de un país se estableciera en función de la cantidad de desechos que genera cada habitante. En mi infancia tuve la oportunidad de vivir en dos ambientes por aquello de ir a pasar una parte amplia de las vacaciones de verano al pueblo de mi madre, un pueblo eminentemente agrícola por aquellas fechas de la provincia de Toledo. Si en aquel pueblo el índice de progreso hubiera estado en función de la basura que cada familia generaba, el progreso estaría por venir. Nada iba a la basura en el sentido en que lo entendemos hoy. Envoltorios, envases y bricks no existían, de las mondas y residuos orgánicos daban buena cuenta los marranos y las gallinas, del aceite usado se hacía jabón y el resto era buen abono para que en la huerta crecieran las hortalizas sin los abonos y pesticidas que poco a poco nos están matando a todos. Residuros cero.
En la otra vivencia, un pueblo más o menos adelantado, sí que se producía basura, pero en una cantidad mínima, fundamentalmente por lo ya comentado de que los envoltorios y envases brillaban por su ausencia. El lechero vertía directamente la leche en la cazuela casera, el aceite se compraba a granel en la tienda de ultramarinos y los yogures y bebidas tenían su preceptivo cambio de casco en la venta. La fruta se despachaba envuelta en papel de periódico que luego servía para forrar el cubo de la basura y que no se manchara mucho. ¿Qué era eso de las bolsas de plástico, y de colores, en los cubos de basura? Mejor dicho, ¿Qué era eso de las bolsas de plástico?
Hace tiempo tuve la oportunidad de hacer una visita a Valdemingómez, el vertedero de la capital. Quedé impresionado de lo que se maneja allí y como se maneja y hacia donde vamos. Debería ser una visita obligada para que todos tomaramos conciencia de lo que estamos haciendo y como no podemos seguir así, incrementando día tras día nuestros desechos. Ahora la cosa se ha invertido, las ciudades más progresistas del mundo lo que están haciendo es reducir la tasa de basura por habitante. Es curioso que lo que en una época fue signo progreso ahora lo es de des-progreso.
Las ciudades y pueblos de cierta envergadura se enfrentan ahora al problema de la recogida de la basura. En los tiempos en que antes he comentado la recogida se hacía desde un camión que llevaba los detritus al aire y que pasaba a una hora fija más o menos por los barrios. Tocaba una campanilla y las mujeres, generalmente las mujeres que vivían en casa y no trabajaban, bajaban prestas a librarse de su basura del día anterior, ya que la recogida según recuerdo era por la mañana. Con el tiempo esto del camión no era operativo y se instaba a dejar la basura en bolsas bien cerradas, ya aparecieron las bolsas, a una hora determinada en la que pasaba el servicio de basuras y las recogía. Pero esto tenía el inconveniente de la existencia de algunos animales sueltos que deshacían las bolsas en busca de sustento dejando imágenes deplorables a la puerta de las casas.
Con el tiempo llegaron contenedores donde depositar las bolsas, contenedores enormes que estaban todo el día en las esquinas y que ningún vecino quería tener delante de su casa. Contenedores sucios, llenos, con basura por fuera y que no daban una imagen agradable. Y buscando soluciones hemos llegado hoy en día a los contenedores soterrados, que cumplen la función sin aportar visiones desagradables.
Los ayuntamientos intentan mejorar día a día la vida de los ciudadanos, pero para eso tiene que haber ciudadanos que se dejen mejorar, que sean educados y que cumplan las normas. En cuanto uno o unos pocos no lo hagan, los esfuerzos serán baldíos y, en este caso, la basura volverá a florecer en calles y avenidas. No podemos tener un policía cada uno a nuestro lado las veinticuatro horas del día que nos recuerde lo que debemos y lo que no debemos hacer.
Hay un servicio de recogida de muebles y trastos viejos. Dos días al mes. Se trata de llamar a un teléfono y avisar donde vamos a dejar, esos días concretos, un mueble o trasto voluminoso para que sea retirado. La imagen, mala por ser de un teléfono móvil, que ilustra esta entrada está tomada un sábado a las ocho de la mañana, un día en el que no hay servicio de recogida. El vecino habrá cambiado su lavadora, el servicio que le trajo la nueva no ha retirado la vieja y el mejor sitio para poner el desecho es en la puerta de la calle. ¿Será un vecino de esa casa? Lo más probable es que sí, porque las lavadoras pesan lo suyo, así que no estaría de más que la policía municipal se diera una vuelta y caso de averiguar quién ha sido el depositador le infringiera una multa de tomo y lomo para que él y los demás nos lo pensáramos la próxima vez.
En el día a día, cuando vamos desde nuestra casa con la bolsa a depositarlas en los contenedores enterrados, también nos asaltan malas intenciones. Desde dejarlas fuera para evitar el abrir la tapa hasta ahorrarnos el paseo si encontramos en nuestro camino un contenedor de obra. Cualquier sitio es bueno para deshacerse cuanto antes de tan molesta compañía.