Cuando me enfrento a alguna palabra que elijo como título para las entradas de este blog, no tengo por menos que echar un vistazo al diccionario para ver su significado. A veces hay sorpresas como en este caso, pues todos sabemos lo que significa retroactivo e incluso lo hemos sufrido en propias carnes, generalmente como reclamo de un pago monetario atrasado. El diccionario me ha dejado la cara a cuadros, por si tenía alguna duda ahora me quedan más. He aquí su significado en el RAE
”Que obra o tiene fuerza sobre lo pasado”.
Antes de entrar en materia, voy a contar una pequeña historia cuyo parecido con la realidad tiene que ser tomado como una mera coincidencia. Hace años, en una empresa y en un departamento compuesto por cinco personas, algunas de ellas con más de diez años de antigüedad en esos cometidos, se produjo un relevo en el jefe. Sí, me gusta escribir jefe, aunque ahora se emplean todo tipo de palabrejas alternativas como director, coordinador, responsable u otras zarandajas por el estilo. Como decía, el jefe recién llegado procedía de otros estamentos de la empresa y no tenía ni idea de lo que se hacía y cocía en el día a día. Al principio fue patente su humildad a la hora de preguntar y tratar a sus subordinados, pero poco a poco las tornas fueron cambiando. El jefe se hizo fuerte, abandonó su humildad y se dedicó a tomar las riendas con formas y modos que no parecían de recibo. Una de las cosas que hacía, a primera hora de la mañana, era espiar lo que habían hecho los trabajadores en el día anterior, consultando informáticamente los documentos y ficheros que habían visto y/o modificado. Entraba en los directorios, ordenaba por fecha descendente, curioseaba y curioseaba y, lo que es peor, no decía nada. Si al menos se hubiera dirigido a alguien a preguntarle, de forma directa o velada, se podrían haber explicado o justificado las causas de haber realizado o consultado un fichero para realizar una tarea determinada.
Fue pasando el tiempo y en pocos años, de los cinco integrantes originales del departamento solo quedaba uno. Y con la salvedad añadida que no pedían el traslado a otros departamentos sino que pedían la baja voluntaria, se marchaban de la empresa y se iban a otras empresas a desarrollar la misma labor que hacían en esta. Todos perdían su antigüedad y la empresa perdía sus conocimientos y experiencia de tantos y tantos años. Pero eso no importaba y lo que nunca se supo es si ese vaciado departamental fue un hecho que ocurrió sin que nadie lo planificara o es que quizá el nuevo jefe, motu proprio u ordenado por la superioridad, había recibido el encargo de aportar nuevos aires y deshacerse de los viejos elefantes que bramaban mostrando su colmillo retorcido. Al cabo de unos años quedó este jefe, con nuevas incorporaciones y uno solo de sus empleados iniciales al que aburrió hasta decir basta.
El tiempo es un consejero infalible que da y quita razones y pone a las cosas y a las personas en su lugar. Es posible que pasado un tiempo, alguna de las cabezas pensantes en otros departamentos de la empresa alcanzase a darse cuenta del desaguisado producido, aunque como el trabajo y la calidad no es lo más importante hoy en día, no hay problema. Pero supongamos que a alguien le diera por analizar el asunto y llegara a descubrir que este jefe y su gestión habían sido nefastos. Y en este supuesto me hago la pregunta: ¿además de destituirle fulminantemente, alguien se hubiera puesto en contacto con esos cuatro antiguos empleados para intentar una vuelta a la situación original? Retroactividad.
Ya digo que cualquier parecido con la realidad es una mera coincidencia y seguro que ejemplos de estos tenemos todos los días en el mundo real. Veamos si no el titular de del periódico “20 minutos” un día de esta semana, en donde se informa que el Gobierno ha reculado en el asunto de los despidos baratos que puso en marcha hace unos meses. ¿Qué ocurre con los efectos retroactivos de esta sonora reculada?
Conozco varios casos. Uno de ellos, muy cercano, se encontró el primer día tras la vuelta de sus vacaciones del verano con el despido fulminante al haberse acogido su empresa a las nuevas normas promulgadas en aquellas fechas. La empresa marchaba de forma boyante, a tenor de los cochazos y lujos de sus directivos y este empleado llevaba más de veinte años laborando para hacer avanzar a esta empresa que de un día para otro, con alevosía y “agostía”, le daba una patada en salva sea la parte con un dinerillo que era menos de la mitad de lo que le hubiera correspondido.
Dejo la pregunta en el aire, con una mueca de sonrisa en mi cara:
¿Esta reculada gubernamental va a obligar con efectos retroactivos a los empresarios a abonar a los despedidos las cantidades no abonadas?
No me conteste, que me da la risa.
Retroactividad, mucha y bendita retroactividad.