Hace ya muchos años, diecinueve para ser exactos, vi encima de la mesa de un compañero de oficina una postal que me llamó poderosamente la atención. Con el tiempo la compré a mi vez pero en estos momentos no sé donde la tengo. Representaba un camino que subía en zig-zag por la ladera de una montaña. Cuando le pregunté por la zona me contó que se trataba de la ruta conocida como la “Garganta de Urdón” que salvaba un gran desnivel para enlazar el desfiladero de La Hermida con el montañoso y escarpado pueblo de Tresviso, en el corazón del parque nacional de los Picos de Europa.
Desde aquel mismo instante pensé en realizar la ruta algún día. El tiempo ha ido pasando y por unas razones u otras nunca llegaba el momento. A medida que van cayendo años a las espaldas, acciones como esta que requieren de un cierto esfuerzo físico van siendo más difíciles de superar y no estaba dispuesto a que esta quedara en el apartado de los sueños no realizados.
Ayer, un lunes de agosto, fue el día elegido. Se anunciaba un tiempo fresquito, de 12 grados a las ocho de la mañana, nublado y con pocas posibilidades de lluvia hasta bien entrada la tarde. El comienzo de la ruta está situado, como ya hemos comentado, en el desfiladero de la Hermida, esa hermosa carretera que juega con el río Deva entre las localidades de Panes y Potes. Uno de los grandes problemas de la realización de esta ruta es el del aparcamiento. Hay muy pocas plazas disponibles y se suelen ocupar a muy temprana hora, por lo que era necesario el madrugón, y además sin ninguna garantía de que al llegar hubiera sitio. Accedíamos mi mujer y yo a los alrededores de la pequeña central hidroeléctrica de Urdón a eso de las siete y media de la mañana, encontrando plaza para dejar nuestro coche debidamente aparcado y prepararnos con tranquilidad para la ruta. Una opción posible es utilizar un familiar o amigo, o contactar con algún taxi, que te acerque por la mañana y a golpe de llamada te recoja por la tarde en el mismo sitio o mejor en Tresviso, el final de la ruta, para evitarte la bajada.
A las 07:57 iniciábamos la marcha en una cota de 92 mts. sobre el nivel del mar. Una ruta preciosa y tranquila en sus primeros momentos, en la zona conocida como “Entrelospuentes”, al existir tres de ellos que permiten a la ruta coquetear con el río. Pronto llegan las hostilidades al entrar en la zona conocida como “La Bargona”, un serpenteante camino de pendiente notable encajonado entre las montañas para llegar a la cota de los 400 mts. Las grandes pendientes y la existencia de mucha piedra suelta hacen necesario un calzado adecuado en forma de botas de montaña que mantengan el pie sujeto y los tobillos asegurados, además de tener que mirar con mucho cuidado donde se pisa para evitar resbalones y tropezones que pudieran resultar peligrosos. Superada esta zona se sale a una zona abierta conocida como “El Balcón de Pilatos”, la más famosa en las fotografías, donde el camino alcanza 650 mts de altitud y permite disfrutar de unas vistas preciosas que ensanchan el espíritu, eso sí, con cuidado pues el firme sigue siendo muy irregular y hay que mirar donde se pisa. Superado este tramo, nos adentramos por unos cientos de metros en una zona ya más llana y verde que nos lleva a los “Invernales de Prías”, unas casas semiderruidas en las que disponemos de una fuente y que son la base para el último repecho hasta alcanzar el pueblo de Tresviso, cuya base está situada en una cota de 877 metros. Nuestro GPS indicaba que habíamos salvado un desnivel de 785 metros en una distancia de 7,433 km en dos horas y nueve minutos de marcha real más un tiempo añadido de 42 minutos de descansos y paradas para recuperar el resuello, beber algo de agua y reponer fuerzas a base de frutos secos. Sin embargo, los datos oficiales de la ruta hablan de una distancia de 5,800 km, por lo que desconozco a que será debida la diferencia.
La experiencia de la subida fue dura pero positiva por aquello del sueño cumplido. Vagueamos un rato por las empinadas calles de Tresviso y sus casas de piedra preparadas para resistir los rigores del invierno hasta la hora de la comida en que se acercaron nuestros dos hijos a comer con nosotros en el único bar-restaurante de la localidad, lleno hasta los topes y en que tuvimos mesa por ser de los primeros en llegar por la mañana y poder reservar. Ya dice el refrán que “al que madruga Dios le ayuda”. Mis hijos llegaron en coche a través de una tremenda vuelta que hay que dar llegando desde Panes hasta Arenas de Cabrales y ahí tomando el desvío a Presa Poncebos para continuar a Sotres y Tresviso por una serpenteante carretera que cruza el corazón de los Picos de Europa y cuyo estado de conservación depende de la comunidad que vele por ella. Como en los viejos tiempos se notaba el cambio de provincia en las carreteras, aquí se nota el cambio de comunidad autónoma.
Tras la comida se imponía el regreso, en el que nos acompañó mi hija Irene. No es lo mismo subir que bajar, decía. Pero tengo que decir que para mí el descenso fue poco más o menos que horroroso, mucho peor que el ascenso. El hecho de que haya tantos cantos sueltos y las fuertes pendientes obligan a tener mucho cuidado para evitar resbalones y pasos en falso que pueden resultar peligrosos y dependiendo de los sitios, fatales por los precipicios al lado del camino. Las rodillas sufren mucho más que en la subida.
Un sueño cumplido que deriva en una satisfacción personal unida a los dolores por el esfuerzo, que en este caso son recibidos de forma agradable y que serán olvidados en un par de días.