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domingo, 14 de julio de 2013

"B"


En estos días la letra “B” está de moda, y si no es el caso, la ponemos. Podríamos referirnos a la letra inicial del vocablo “bárcena” que en plural diríase “bárcenas” y que según el diccionario nos refiere se trata de “lugar llano próximo a un río, el cual lo inunda, en todo o en parte, con cierta frecuencia” o por otro lado a aquello de “cobrar o pagar en “B”” que no requiere explicación sobre su significado y menos hoy en día, por ser un “deporte” que practica todo el que puede en la medida de sus posibilidades. Y es que las cosas no están para bromas y el ”sálvese quien pueda manque se hundan los demás” está a la orden del día.

Abandonado un día de esta semana por la familia, cuando volvía de comprar pan y periódico y hacer unos recados, pasaba por delante de un restaurante de esos de carretera que siempre están llenos principalmente de obreros y laborantes, porque el menú que sirven es además de muy barato y muy bueno tremendamente abundante. En estos tiempos que corren por nueve euros te dan a escoger entre cuatro primeros y cuatro segundos más bebida, pan y postre de muy buena calidad y tan tremenda abundancia que podrían comer dos personas hasta saciarse y si me apuras tres sin quedarse con hambre. Y como hay que hacer propaganda de quien se la merece diré que el restaurante se llama “Venta de Tramalón” y está situado en la carretera CA-131 que transita entre Santillana del Mar y Comillas, justo pasado Cóbreces dirección Comillas y tras una fuerte pendiente que culmina en el restaurante y el desvío a la localidad de Trasierra. No tiene pérdida. He parado sin intención de comer, porque siempre está hasta los topes, pero al constatar que había sitio me he sentado a degustar el menú, armado de libro por aquello de que iba solo, aunque la rapidez con la que operan los camareros me ha dejado poco tiempo de lectura.

Y además no he podido concentrarme en la lectura, porque en la mesa de al lado, tres laborantes, muy posiblemente del ramo que se ha dado en llamar del ladrillo aunque realmente es de la construcción, discutían acaloradamente y en voz ciertamente alta acerca del tema de las facturas, el I.V.A. y lo que se llevan los políticos y los que no lo son. Imposibilitado de concentrarme en la lectura de mi libro electrónico, con disimulo he puesto la oreja a captar la conversación. Ha habido de todo, pero lo que destaco para esta entrada es como uno de ellos contaba que había ido con la factura correspondiente a cobrar la reparación de un tejado por un importe superior a 2.000 euros. El destinatario le hizo ver que más de 400 euros de I.V.A. eran una barbaridad, con lo que mejor le hacía una factura por alrededor de 400 para cubrir el expediente y el resto se lo pagaba en billetitos con lo que todos ganaban y tan contentos. Supongo que el “todos” se refería a ellos dos, laborante y contratante, porque el resto de los españoles a buen seguro “perdemos”.

Y es que hay que reconocer que un 21% de I.V.A. es una verdadera, permítame que lo manifieste, “salvajada”. Porque además no solo es eso, sino que viene detrás de los impuestos sobre la renta, los impuestos municipales, el precio del litro de combustible con sus "céntimos sanitarios" y demás. Y además, ese I.V.A. que se paga no se recupera si eres un españolito final que no tengas empresa a la boca que echarte donde camuflar estos gastos. Vamos, que si te ponen “como a Felipe II” delante de la oportunidad de ahorrarte cuatrocientos euros en un pago, habría que ver cuántos nos resistimos si la cosa no tiene peligro. Y aprovecho para manifestar que esa cantidad es la mitad del sueldo mensual de muchos de los que cuentan con la fortuna de tener empleo. Esto es solo un ejemplo de la llamada “picaresca” nacional, aquella que se inventara hace ya cinco siglos y que tan bien tenemos reflejada en libros como “El Lazarillo de Tormes” y similares. Y es que son muchas pequeñas cosas como aquello del oficinista, o la oficinista, que se lleva unos folios para la impresora de casa, la secretaria, o secretario, que llama para asuntos particulares desde el teléfono de la oficina, la enfermera, o enfermero, que distrae unas vendas de escayola para hacer ese muñeco para la carroza de las fiestas, o la albañila, o el albañil, que coge un poco de cemento del tajo para esa chapuza en casa. No hacen falta más ejemplos porque todos sabemos de lo que estamos hablando.

El dicho popular, muy arraigado, lo refleja con precisión: “ponme donde haya que de coger ya me ocupo yo”. Y en función de muchas cosas, tales como el peligro de ser detectado, los beneficios obtenidos, la posición del operario y fundamentalmente la cantidad y calidad de las cosas a arramblar… ahí lo tenemos.

Y una de las cosas más peligrosas es el dinero, la pasta. Y otra las influencias y los contactos. Y donde hay mucha y se puede coger, algunos no se resisten y al grito de “que todos los hacen” pues yo también. Y con esto enlazamos con la otra “B” que hemos mencionado al principio de pasada, la “B” del apellido de ese señor tan famoso en los últimos meses que lleva por nombre Luis y por mote el nombre del macho de la cabra. ¿Qué hay de verdad en todo este entramado que además es uno solo de los posiblemente miles que existen? Política y dinero se han unido desde los tiempos inmemoriales. Lo que ocurre es que antes eran cuatro o cinco y ahora tiene toda la pinta de que medra hasta el concejal de la oposición del último ayuntamiento de cualquier provincia de España. Y de ahí para arriba, cada uno en la medida de sus posibilidades, ejecuta aquello que mi buen amigo Carlitos Martín reflejaba hace ya muchos años con dos sentencias definitivas: “alguien trinca” y “no hay soluciones técnicas a problemas políticos”.

Las informaciones de unos y otros, con sus mentiras y sus verdades irán y vendrán, escribiendo un capítulo tras otro de la historia que una y otra vez, tozudamente, nos negamos a aprender. Lo que siempre será cierto que cada uno tenemos nuestras opiniones personales sobre los asuntos, a raíz de nuestros conocimientos. ¿Quieren saber mi opinión sobre el caso “B”? No hace falta, está muy clara: “alguien trinca” y lo coge, perdón hispanohablantes suramericanos, y se lo lleva. Y si le descubren y le dan posada entre rejas, suponiendo que esté allí un tiempo, no devolverá lo cogido ni por asomo.

¿Nos ponemos a comentar el caso de otra persona cuyo apellido también empieza por “B” y tiene por nombre Miguel y que está de rabiosa actualidad aunque no se hable de ello?.

Aquí lo dejo, que me lío.