Las personas que hayan seguido este blog con cierta asiduidad, habrán percibido mi mensaje constante de que hay que andar ojo avizor si no se quiere en estos días ser pasto de todo tipo de añagazas en las relaciones comerciales, grandes o pequeñas.
El mundo del comercio ha cambiado mucho. Recuerdo de pequeño, cuando mi madre me mandaba a hacer los recados, que los comercios eran más o menos del mismo tipo: un mostrador y detrás de él un tendero o tendera al que tenías que solicitar el género que quisieras y tener buen cuidado de que te entendiera, lo que no siempre era fácil al no recordar exactamente lo que te había dicho tu madre o bien que no tenía eso en concreto y te ofrecía algo alternativo. Los desplazamientos eran cortos pero en más de una ocasión he realizado varios viajes de la tienda a casa y de casa a la tienda hasta conseguir lo deseado. En todo caso estabas en manos del dependiente y de lo bueno o malo que este fuera en el arte de vender, o de despachar, que no es lo mismo.
Con la introducción de los grandes almacenes esta técnica cambió radicalmente. El género, con su precio, estaba expuesto a la vista del cliente, que podía deambular, ver, tocar, comparar precios, marcharse sin comprar nada e incluso sin relacionarse con ningún dependiente, aunque generalmente y de forma educada, antiguamente por lo menos, se ofrecían a ayudarte y asesorarte en tu decisión. Hoy brillan por su ausencia y por lo general tienes que ir tú a buscarlos, y encima con bastante frecuencia notas que saben mucho menos que tú de lo que les estás preguntando a poco que te hayas informado un poco con antelación.
Hogaño, los hipermercados y supermercados, e incluso tiendas tipo bazar como los denominados “chinos” utilizan esta forma de venta poniendo todo al alcance de tu fisgoneo sin tener que hablar o pedir algo a una persona que te espera tras un mostrador. Facilita mucho las cosas y sobre todo el anonimato, pues puedes mirar lo que te dé la gana sin manifestar tus deseos e incluso por puro entretenimiento si realmente no tienes nada que comprar.
Sin embargo, las tiendas clásicas siguen existiendo. Yo reconozco que siento debilidad por ellas y procuro adquirir lo que necesito en ellas un poco por mantener un sistema que viene bien que exista, pues suele ser más cercano al domicilio y no te ves en la necesidad de coger el coche para desplazarte al centro comercial. Pero lo tienen muy difícil, pues la competencia y los precios son feroces y además algunos tenderos siguen con prácticas ancladas en el pasado en las en muchas ocasiones se les ve el plumero y te dan ganas de no pisar una tienda pequeña más en tu vida, salvo que sea la de toda la vida donde hay una relación personal con el dependiente por encima de lo estrictamente comercial.
Antes de relatar lo que me ha sucedido pongo un ejemplo. Estás en un bar donde has entrado por primera vez en tu vida y pides unas cañas, que te sirven mondas y lirondas. Al rato entran otros parroquianos y con las cañas les ponen unas tapitas. Para eso son clientes de toda la vida y tú no.
Vamos al sucedido. Hay otro tipo de comercio mixto. Tiendas que por lo general responden a una franquicia y que mantienen el aspecto de toda la vida pero tienen detrás un fuerte componente en internet donde se informa con pelos y señales de todos sus productos y sus precios. También está la posibilidad, no siempre más barata, de comprar directamente por internet y que te lo traigan a casa, aunque a veces esto supone un coste adicional no exiguo y algún que otro dolor de cabeza al tener que estar secuestrado en casa hasta que aparece el repartidor. No te puedes ir ni a por el pan porque según Murphy aparece en este preciso momento: conste que me ha ocurrido.
Soy muy dado a esto de las nuevas tecnologías y generalmente intento comprar los cacharrillos que me van haciendo falta por internet. Un sitio recomendable es
www.pccomponentes.com y últimamente también
www.amazon.es aparte de los clásicos. Otros que utilizo mucho, por su formato mixto y sus muy buenos precios, son
www.appinformatica.com o
www.madridhifi.com, porque permiten contemplar su catálogo en la web y luego dirigirte a la tienda a por el artículo, que si no está disponible te lo entregan en uno o dos días, informándote con exactitud de cual.
Estoy de vacaciones y para un enjuague que quiero probar he necesitado un cable HDMI para conectar un aparatejo a una televisión. En el pueblo cercano hay una tienda de “appinformática” que servía para mis propósitos casi de forma parecida a como si estuviera en casa. He accedido a la web y he visto que el cable que necesitaba costaba 5,80 euros en su longitud de 1 mts, aunque había otros de 1,80 y 3,00 mts que costaban respectivamente 6,90 y 8,20 euros. Luego estaban los especiales, con ferritas, con terminales de oro y demás zarandajas, con un precio máximo de 10,20 euros para el que tenía de todo e incluso hablaba.
Con este conocimiento me he dirigido a la tienda a comprar mi cable si lo tenían disponible. No había entrado nunca en esa tienda y no volveré a entrar en mi vida, aunque repita sitio de vacaciones, dado lo que me ocurrió y que relato. El dependiente me dijo que no disponía del cable de 1 mts pero que tenía el de 1,80. Yo jugaba con ventaja al saber los precios, así que por un euro con diez más le dije que de acuerdo. Me tiende el paquete sin mirarlo y cual no será mi sorpresa cuando al preguntarle el precio me responde sin despeinarse: 10 euros. El paquete no estaba etiquetado y no ponía el precio por ningún lado. Hagamos apuestas: ¿el dependiente tiene una memoria prodigiosa y se sabe de memoria los precios de todos los artículos? o ¿a este pardillo le voy a sacar unos euros? Cada uno podrá optar por una u otra solución e incluso aportar alguna más.
Educadamente le hice ver que no estaba interesado sin mencionar nada de mis conocimientos previos sobre el precio. Que le den, si se comporta de esa forma con sus clientes, en función de si son conocidos o no, mal le irá, aunque eso no es problema mío. En el fondo, a mí me va a costar mucho más el dichoso cable, porque tendré que coger el coche y hacerme 60 kilómetros hasta el centro comercial más próximo donde los tengan, y esos kilómetros en mi caso suponen a día de hoy un coste de 14,5354785 euros, pero aprovecharemos el viaje para hacer, de paso, otras cosas.