Hace
ya tiempo que no como galletas y los paquetes de galletas que se ven en la
imagen son solo para apoyar lo que voy a intentar contar en las siguientes líneas.
El hecho de realizar las fotografías me ha llevado a tener una tremenda tentación
de sustraer alguna de ellas pero me la he aguantado, por mi bien, ya que la
galleta es un producto elaborado de los que van directo al michelín por su alto
contenido en hidratos de carbono y azúcares, dos conceptos que hace meses
desterré de mi alimentación y que hasta dentro de dos o tres no recuperaré y
con mucho cuidado y prudencia si no quiero volver a las andadas, entendiendo
por andadas esos kilos de más que se me vienen encima casi solo con respirar.
Dentro
de la serie de recados en los que me comisionaba mi madre cuando era un infante,
se encontraba el ir a por galletas a la tienda de ultramarinos de Paramio, un
señor muy mayor con gafas de culo de botella que vendía de todo. Las galletas, María
Fontaneda si la memoria no me traiciona, se compraban a granel, al peso, con lo
que yo acudía provisto de una caja de lata, de hojalata, donde ponerlas
directamente y así evitar los improperios del tendero, que se despachaba a
gusto con los clientes que no llevaban bolsas o cachivaches donde llevarse sus
productos. Si hacía un extraordinario te envolvía las cosas en papel de
estraza, pero lo corriente era el papel de periódico para todo. Si no nos hemos
muerto con aquellas prácticas, es que estábamos vacunados y bien vacunados.
Ahora
todo viene envasado y las galletas no iban a ser una excepción. Pero aunque se
compre una caja de ellas, en el interior vienen empaquetadas en forma cilíndrica o
prismática según sean redondas o cuadradas, y con papel transparente u opaco. La
cuestión era poner el paquete de pie en el armario, romper la parte de arriba y
cada vez que había que sacar alguna hacerlo con mucho cuidado, no volcando el
paquete sino metiendo los dedos delicadamente para ir subiendo por la
columna las que quisiéramos coger. Lo normal era acabar haciendo un gurruño en
la parte superior para evitar que las diera el aire y se secaran.
En
esta semana, mi compañera Vanesa acudió al momento del desayuno con su paquete
de galletas de la marca que puede verse en la fotografía, unas galletas hechas
con no sé sabe qué ingredientes y con chocolate en medio que recuerdo estaban
buenísimas y eran una tentación constante. Llevaba el paquete convenientemente
arrugado en su parte superior. Por un momento pensé que era de los antiguos,
pero al fijarme con detalle mientras ella se dedicaba a calentar su leche en el
microondas, aprecié que se trataba de un paquete de los nuevos. Por ello no me
cuadraba mucho que la parte superior del mismo estuviese arrugada. No le perdí
ojo a su vuelta y observé que extraía las galletas a la antigua usanza,
desarrugando la parte superior y metiendo los dedos con mucho cuidado hasta
sacara por la parte superior un par de ellas.
Cuando
acabó le pedí que si me daba una galleta, lo cual la extrañó porqué sabe que
estoy en un régimen de comidas estricto y que no me lo salto. —Es que voy a
pecar un poquito le dije yo. Cuando me autorizó, cogí la pestaña de la parte
inferior, abrí la ventanilla, empujé por detrás y la galleta salió limpiamente
como puede verse en la segunda imagen de las que ilustran esta entrada. Me
miraba atentamente y pude apreciar la cara de sorpresa que puso al observar mis
operaciones pues desconocía esa posibilidad.
Es
una tontería, pero me parece una innovación que nos hace la vida más fácil,
contribuye a solucionar un problemilla y permite que no haya que romper el
paquete ni arrugarle para facilitar su conservación. Pero todo esto puede
disparar la picaresca. Y para comprobarlo me he pasado por un supermercado esta
mañana, aun siendo un pecado para mí por ser festivo, a fisgonear como estaban
empaquetadas estas galletas, pues en caso de no tener un precinto cualquier podía
sacar un par de ellas cuando no le vieran y darse un pequeño festín gratuito a
cargo de la empresa. No había paquetes individuales y venían de tres en tres
con su correspondiente celofán de envoltorio que acababa con las intenciones de
los pícaros.
No sé
desde cuando estos envoltorios se han sofisticado y vienen con ventanilla
inferior practicable. Mi compañera lleva años consumiendo galletas de esta marca y no
se había enterado de esta posibilidad. Uno entra en la rutina y no se preocupa
de mirar con detenimiento el envoltorio de cosas que lleva comprando toda la
vida. Una lástima, que las empresas se rompan los sesos para innovar en cosas
como estas y pasen desapercibidas a los consumidores.