Hay
ciertos hechos en la vida que dejan una huella profunda en las personas,
especialmente si hablamos de sus pensamientos y creencias. Cuando uno enfila ya
la recta final para escapar de esta vida terrenal sin saber a ciencia cierta si
hay algo más allá, cuando parece que todo se tiene claro después de muchos años
de deambular por este mundo, determinadas situaciones pueden hacer crujir las
entretelas y cuestionar y cambiar algunas cosas. Nunca es tarde si la dicha es
buena.
Es
evidente que un mismo hecho influye de manera diferente en cada persona. El
libro que aparece en la imagen, del cual hice una reseña en el blog amigo
de «A leer que son 2 días» ha marcado
un antes y un después en determinadas concepciones que llevaban muchos años
alojadas en mi mente. Tras su lectura, ciertos aspectos de la vida han dado un
giro espectacular y algunos planteamientos han tomado otro rumbo en mi forma de
pensar y, por qué no, de actuar. El título, «De animales a Dioses» es sugerente y atractivo, y la adición del
texto, «Una breve historia de la
humanidad» deja atisbar su verdadero contenido, que no es otro que la
descripción en clave antropológica de algunos hechos relevantes que han
ocurrido en los doce mil últimos años de la vida de los que los científicos han
catalogado como «homo sapiens», es
decir, nosotros, la raza humana. La verdad es que después de su lectura uno
piensa que de «sapiens», de inteligentes, tenemos bastante poco.
Como
decía en el blog, ha sido la primera vez en mi vida que al finalizar un libro acometo su lectura de nuevo, con el objeto de
disfrutar de su contenido de una forma más sosegada y aprehender con más calado
muchas de las ideas que transmite. Me viene al recuerdo una frase contundente
que un profesor de filosofía, Nicas, repetía machaconamente a sus alumnos: «No trabajas, no comes». Sencilla y
corta, pero contundente. En el caso de un estudiante, se entendía por trabajo
el cumplir con sus obligaciones como tal. Hoy en día los estudiantes que
suspenden y no se afanan en sus tareas no solo comen, sino que en muchos casos
lucen en el bolsillo trasero de su pantalón vaquero espléndidos «iphones» o
«galaxys» de alta gama y reciente aparición que sus padres, a pesar de sus
incumplimientos, les han regalado.
Hace
doce mil años, la vida del hombre sobre la tierra sufrió un cambio profundo y radical
que ha marcado nuestra existencia, se supone que para mejor. Pero después de
leer el libro surgen algunos interrogantes. Fue la época en la que
aproximadamente dejamos de ser cazadores-recolectores y nos convertimos en
agricultores. De vivir en pequeños grupos, trashumantes, que tenían que
trabajar a diario para comer en forma de cazar animales o recolectar frutos,
hemos pasado a grandes grupos de millones de personas que viven en enormes
asentamientos urbanos y en los que su trabajo, cuando lo realiza, no está
directamente relacionado con su sustento diario. Esta es una de las muchas
ideas desarrolladas en el libro de la que se deducen muchas derivadas que
condicionan nuestra vida hoy en día.
Pero
la cosa va de entelequias. El
diccionario de la Real Academia de la Lengua no puede ser más escueto en su
acepción número dos, la que nos interesa: «cosa
irreal». Estamos rodeados de entelequias, de cosas y conceptos que no
existen. Lo que sí existe y es real es la persona, con sus componentes físicos y
mentales que la dan razón de ser. Todo lo demás son conceptos elaborados que
basan su existencia entre nosotros en función de las atribuciones que queramos
darles y cuantas más personas coincidan en dar por válido un concepto
abstracto, más validez tendrá y más influirá en nuestras vidas. Otro de los conceptos
que se desarrollan en el libro y que tiene un enorme calado.
Pongamos
un ejemplo, por lo demás reciente y que hoy en día, agosto de 2015, muchos
entenderemos, lo que no ocurrirá de aquí a unos años. Durante trescientos años
existió la entelequia «Cajamadrid»,
ya sabemos, una empresa bancaria, una caja de ahorros, a la que muchas personas
confiaron durante años sus ahorros y disfrutaron, o a última hora sufrieron,
sus servicios. Pues bien, hoy en día, esa empresa, esa entelequia, no existe,
ha desaparecido. Su existencia dependía de que las personas reales la tuviéramos
en nuestras mentes y la consideráramos «existente». Realmente el concepto no ha
desaparecido, sino que se ha transformado en otro, Bankia, pero dentro de unos
años nadie se acordará de esto, salvo los historiadores y estudiosos que nunca
entenderán como aquel Monte de Piedad fundado por el Padre Piquer en 1702 ha
llegado a convertirse en nada. Otra entelequia que emergió a principios de los noventa del siglo pasado fue Argentaria, de la que hoy solo queda su «A» inicial fagocitada en el nombre de un gran banco. En
el libro el ejemplo se materializa con una conocida marca de coches,
mundialmente conocida y con más de cien años de existencia. ¿Existirá,
enteléquicamente hablando, dentro de cien años? Al ritmo que va esto puede que
no, o que siga existiendo pero en vez de fabricar coches se dedique a la
construcción de cohetes espaciales.
Países,
religiones, partidos políticos, clubs deportivos, asociaciones, empresas… son
conceptos que empiezan a existir cuando las personas les atribuimos contenido y
que desaparecen cuando se lo retiramos. Otro ejemplo: España, como nación, ¿Cuántos
años tiene? Unos quinientos, una nimiedad en la historia de la humanidad. En resumen,
no deje de leer el libro. Yo me pongo a ello inmediatamente, por tercera vez. El
divagar sobre este asunto me ha despertado las ganas de leerlo de nuevo.