Voy
a empezar esta entrada con una frase un poco irreverente, pero tiene sus años y
su enjundia como todas las frases y refranes a los que soy tan aficionado.
Concretamente es aquella, con perdón, que dice que «con buena picha bien se jode». Viene a cuento porque cuando uno se
pone a hacer cualquier trabajito de bricolaje es fundamental contar con las
herramientas adecuadas. Yo he visto a algún desalmado intentar poner un
tornillo con un formón, con el consiguiente desaguisado, falta de
fuerza en el apretado del tornillo y mellado del formón dejándolo de herramienta decorativa. Para los tornillos se han inventado los destornilladores. O podríamos
decir igualmente atornilladores, tanto monta.
Aunque
últimamente no practico de forma activa el bricolaje, he dedicado muchas horas
de mi vida a esta actividad. Especialmente en los años setenta y ochenta del
siglo pasado, cuando disponía de un garaje que convertía en un pequeño taller
con solo sacar el vehículo a la calle. Y una de mis debilidades era el disponer
de la herramienta adecuada para cada cosa. Recuerdo numerosas tardes placenteras haciendo
tareas varias acompañado siempre de la radio como compañera constante. Una
delicia. No me importaba gastar, yo lo denomino invertir, en herramientas
especiales para cada tipo de trabajo, pues con ello conseguía hacer las cosas
mejor y al mismo tiempo disfrutar más de la actividad.
Tenía
la enorme suerte en aquellas fechas de laborar en un curro, acepción admitida
por el diccionario para conversaciones coloquiales, que me dejaba libre a las
tres de la tarde. Aquello sí que era conciliar familia, ocio y trabajo, y no lo
que hay ahora, que se habla mucho y se practica poco, especialmente porque
parece que a las empresas, por lo general miopes en estos asuntos, lo único que
parecen querer controlar son las horas que sus trabajadores están «estando», que no
trabajando. Así nos luce el pelo.
Volviendo
al asunto de la inversión económica en herramientas, una práctica fundamental
era o bien no prestárselas a nadie o si acaso a algún conocido con mucho
cuidado y miramiento: lo del formón que he contado antes es una historia real
que presencié en mi propio «taller» cuando el amigo me «ayudaba» a hacer un
mueble para su casa. Ello me derivó en numerosas horas dedicadas a hacer
cositas para las amistades, cuestión que no me importaba entonces porque me
servía de entretenimiento y relajación, salvo cuando algunos, concretamente
alguna, se volvió exigente y hubo que decirla esa palabrita corta de dos letras
que raramente se entiende y que no es otra que «no». De
aquellos años conservo muchas herramientas. No prestándolas no corres el
peligro de que no te las devuelvan o que lo hagan dejándolas en un estado
lamentable, cosa que también me ocurrió con demasiada frecuencia hasta que me
hice egoísta y la palabra «no» afloraba con velocidad a mi vocabulario en estos
asuntos. Paso a comentar dos de mis herramientas preferidas.
La
más querida era una fresadora, ya se sabe, una máquina eléctrica que te permite
hacer filigranas al labrar los cantos de la madera y sentirte, dentro de la
modestia, como si hubieras subido un peldaño y empezaras a ser un ebanista en
lugar de un carpintero, que para todo hay categorías. En la imagen se pueden
ver dos maderas que conservo de la época y que son una maravilla de diseño: con
la misma fresa utilizada en el canto de una madera en sus dos posiciones,
horizontal y vertical, se conseguía una canaleta que permitía encajar
perfectamente una pieza con otra de forma que no se viera el canto y que
utilicé con profusión para confeccionar desde simples sujeta libros hasta
cajones y muebles más complicados, como una mesa de salón para un amigo que me
quedó la mar de aparente. Desgraciadamente la fresa no la conservo, no sé dónde
habrá ido parar en los muchos movimientos de cachivaches realizados en mi vida,
pero sí conservo la maquina fresadora, que funciona a la perfección.
La
otra herramienta es una sierra de ingletear –no se puede decir «ingletar»–,
que puede verse en la imagen y que permite cortar las molduras en ángulos de 45
grados u otros para unirlos. Por aquella época hacía exposiciones de fotografías
y enmarcaba muchos cuadros propios, por lo que me decidí a construirme yo mismo
los marcos. Fue un pelín complicado, por aquello de no ser un profesional, pero
conseguí que me dejaran comprar molduras en sendas fábricas de Villaviciosa de
Odón y Torrijos, en Madrid y Toledo respectivamente, con lo que a base de
sierra y cuidado hacía los ingletes en las molduras y con el gato especial que
también puede verse en la imagen me confeccionaba mis marcos. Una cuchilla
especial me permitía también confeccionar los paspartús de cartón con lo que el resultado final de mis trabajos quedaba como si
fueran de verdad.
Tenerlas
todas en orden, cuidarlas, limpiarlas, engrasarlas y sobre todo no prestarlas son
las buenas prácticas para disponer de herramientas y disfrutar con ellas en
nuestros trabajos caseros. Algunas veces me doy un paso por los «Akíses» o los «LeroyMerlines» de turno y se me hace la boca agua al constatar cómo han
evolucionado las cosas y la cantidad de nuevos archiperres que se han inventado
en este mundillo. Solo estoy a la espera de tener que hacer ese trabajo
especial que me justifique la adquisición de una nueva herramienta…