He
finalizado esta semana la lectura de un libro de esos considerados universales.
Se trata de uno de los que contribuyeron a que Gabriel García Márquez obtuviera
el premio Nobel en 1982 y no es otro que «Cien
años de soledad», considerado como uno de los grandes de la llamada
literatura hispanoamericana y que vio la luz en 1967. Ha sido mi segunda
lectura de este libro, forzada por un hecho que más tarde comentaré y solo
decir que ha sido un dolor. Lo leí anteriormente en diciembre de 2007 y como
comentario en esa fecha tengo la anotación siguiente: «Sin comentarios. No me ha gustado nada de nada, pero algo tendrá si le
han valorado como para un premio Nobel».
Con
estos planteamientos y con todo lo que tengo pendiente de leer, se me hacía muy
cuesta arriba la tarea de acometer de nuevo su lectura, tarea que me había
sobrevenido por haber sido elegido en uno de los clubs de lectura en los que
participo. Nunca hasta ahora he acudido a las reuniones de recensión sin haber
leído recientemente el libro propuesto y no iba a ser esta la primera vez en
los casi cinco años que llevo en este particular club. Pues tras esta segunda
lectura mi opinión no ha cambiado mucho, me he dedicado a disfrutar del
lenguaje, de las situaciones, de los personajes y del libro en general pero sin
entusiasmo y casi con sufrimiento y unas ganas de acabarlo cuanto antes, tarea
no fácil si tenemos en cuenta los más de ciento cuarenta mil vocablos que
contienen sus páginas.
En
los clubs de lectura me he visto en la tesitura de releer algunos libros por
segunda vez, es lo que tiene ser un letraherido. Desde el año 2004 llevo
anotando puntualmente en una hoja excel los libros que voy devorando, con una
pequeña calificación y comentario a los mismos. Los comentarios son en algunos
momentos y desde hace algunos años extensos por realizar una pequeña reseña en
el blog amigo «A leer que son dos días». Según estas notas son 683 obras las leídas
hasta el momento, algunas de ellas en más de una ocasión. Concretamente los
club de lectura me han llevado a segundas lecturas en estos libros: «Infancia» de John Maxwell Coetzee, «El lector» de Bernhard Schlink, «Rojo y negro» de Stendhal, «El
hereje» de Miguel Delibes, «El
curioso incidente del perro a medianoche» de Mark Haddon, «Traficantes de mentiras o cuando las moscas
se equivocan» de Consuelo Sanz de Bremond, «Brooklyn follies» de Paul Auster e «Intemperie» de Jesús Carrasco. No han sido muchos y en algunas de
estas segundas lecturas he podido disfrutar de nuevo pues como ya dijo Isaac
Asimov… «Además, si diez mil personas
leen el mismo libro al mismo tiempo, no obstante cada una de ellas crea sus
propias imágenes, sus propias voces, sus propios gestos, expresiones y
emociones. No será un solo libro, sino diez mil libros», cuestión que me
atrevo a hacer extensible y aplicable a cuando un mismo lector hace una
relectura, pues su vida y sus apreciaciones habrán cambiado.
En
alguna ocasión he escuchado la frase que dice que un libro que no merece ser leído dos veces no puede ser bueno. Como siempre las excepciones vienen a
confirmar la regla pues todo es relativo. Por ejemplo, el libro «Intemperie» de Jesús Carrasco no admite
a mi entender una segunda lectura porque una gran parte de su magia es la
atmósfera que va creando página a página y que si se sabe de antemano le deja sin
gracia. Siempre se obtienen nuevas sensaciones pero conocer el desarrollo y el
final le quita mucho atractivo.
Aparte
de lo comentado anteriormente de segundas lecturas «por una cierta obligación»,
a lo largo de mi vida he leído algunos libros varias veces y me propongo hacer
un recuerdo de ellos en esta entrada. Como siempre las listas son malditas pero
he hecho el ejercicio de recuperar de mi memoria y de mis notas tres de los
libros que he leído varias veces y que sin duda volveré a leer y son los que
figuran en la imagen que encabeza esta entrada: «El juego de Ender», de Orson Scott Card, «La sustancia interior» de Lorenzo Silva» y «El ladrón de tumbas» de Antonio Cabanas. Aunque no en tantas
ocasiones como los anteriores, hay muchos más que volveré a leer como por
ejemplo «De animales a dioses» de
Yuval Noah Harari, un libro que leí en tres ocasiones el año pasado y que me
encantó por sus enseñanzas prácticas. Otras relecturas han sido el clásico «Los pilares de la Tierra» de Ken Follett,
«El significado de la noche» de
Michael Cox, «El conde de Montecristo»
de Alejandro Dumas, «Ben-Hur» de
Lewis Wallace, «Espartaco» de Howard
Fast, «Pigmalion» de George Bernard
Shaw o «El salón dorado» de Jose Luis
Corral Lafuente. En algún momento hay que parar porque la lista podía ser
interminable.
En
los próximos días y por una nueva indicación de uno de los clubs de lectura voy
a ponerme con la relectura de un libro que tenía pendiente, que leí muy deprisa
en octubre de 2013 y del que se pueden sacar buenas enseñanzas con una lectura
pausada. Se trata de «El funcionario prudente»,
una auto publicación de mi buen amigo Ricardo Ruiz de la Sierra, que si todo
sigue como se ha planteado asistirá a la reunión del club de lectura a finales
de junio. Me conmino a leerlo pausadamente y aprovechar sus muchas indicaciones
para comentarlas en vivo y en directo con el propio autor. Una relectura que
estaba pendiente y que me apetece enormemente.