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domingo, 24 de julio de 2016

GARGANTA




Por muchos es conocida como «La Garganta Divina». El río Cares, en su fluir a lo largo de millones de años, ha hendido en profundidad los Picos de Europa creando un desfiladero que une las provincias de Asturias y León permitiendo al caminante contemplar uno de los más espléndidos paisajes de montaña que pueden verse. La ruta une los pueblos de Poncebos, cerca de la más conocida población asturiana de Arenas de Cabrales, con el de Caín, ya en la provincia de León. Son doce kilómetros de senda espectacular, grandiosa, que puede recorrerse por la mayoría de las personas con unas exigencias mínimas, pero que no deben desdeñarse. Mis recuerdos me han traicionado y el pasado miércoles veinte de julio de 2016, cuando la realicé completa por última vez, sufrí más de la cuenta, por mi imprevisión.

Allá por 1974 tuve mi primer contacto con esta ruta de leyenda. En la oficina donde trabajaba, además de compañeros de verdad, no como ahora, éramos amigos y organizábamos un sinfín de actividades, bien por las tardes a la salida del trabajo bien en fines de semana, puentes y vacaciones. En uno de ellos, un grupo al que se unieron familiares y amigos nos desplazamos a la zona para realizar la ruta, en dos días. Cargados de comida, sacos de dormir y tiendas de campaña, hicimos la ruta un día en un sentido, dormimos en Caín, y regresamos al día siguiente. Eran otros tiempos y Caín era una población pequeña, de ganaderos, que ni siquiera tenía acceso por carretera, habiendo una pista poco transitable desde la zona de León. Recuerdo que nos llovió todo lo que quiso y más, tanto que incluso un cabrero se apiadó de nosotros al ver que íbamos a montar tiendas de campaña bajo un aguacero inmisericorde y nos cedió un establo, sacando a sus cabras a dormir al raso, limpiando como pudo aquello y extendiendo paja nueva en el suelo. Dormimos a cubierto y seguramente mejor que en las tiendas de campaña, pero el olor a cabra no se me ha olvidado y yo creo que sigue en el saco de dormir que aún conservo. Experiencias inolvidables del pasado, de otros tiempos en los que las cosas eran de otra manera. Hoy Caín es un pueblo pujante, turístico, con multitud de tiendas, restaurantes, bares y hoteles, al que llega una espléndida carretera desde la localidad de Posada de Valdeón, distante nueve kilómetros.

He vuelto varias veces a la ruta, en diferentes formas y condiciones. La vez siguiente, a mediados de los años ochenta fue con un grupo de matrimonios amigos, pero esta vez de forma más cómoda. Teníamos el campamento base en el «Hotel del Oso», en la zona de Potes y Fuente Dé, y contratamos unos 4x4 que nos llevaron por unas pistas maravillosas hasta el comienzo de la ruta en Poncebos y nos recogieron en Caín para devolvernos al hotel. Fue una ruta de ida y como yo digo, con las manos en los bolsillos, un paseo, comiendo en un restaurante y casi sin despeinarnos. De forma parecida volví con mi hijo, esta vez alojados en un hotel familiar en Arenas de Cabrales y utilizando el mismo sistema de taxi 4x4 a la salida y recogida en la llegada.

Volví otra vez con un amigo de la oficina hacia 1994 o 1995, no recuerdo bien la fecha, aunque por ahí estarán las fotos que siempre son una manera de datar los sucesos, aunque no quiero ni mirarlas porque solo de recordarlo se me ponen los pelos de punta; uno de esos hechos inconscientes que uno realiza en la vida y que nunca debiera haber hecho. Estábamos haciendo rutas en bicicleta de montaña por la zona cuando en una de ellas llegamos a media mañana a Caín. Mientras tomábamos un refrigerio a mi amigo se le pasó por la cabeza: hacer la ruta del Cares en bicicleta, una acción absolutamente desaconsejada, pues ya había habido alguna muerte por caída del ciclista al vacío. Hay que tener en cuenta que el camino es lo suficientemente ancho pero irregular y transita de forma continua con un precipicio al lado en el que cualquier caída sería mortal. Nos liamos la manta a la cabeza e hicimos toda la parte llana, unos ocho o nueve kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. No hubo ningún contratiempo y hay que decir que dada la época no nos cruzamos con nadie. Yo le había advertido a mi amigo que si veíamos a alguien deberíamos parar la bicicleta hasta que hubiera pasado, pues una cosa es que nosotros estemos un poco locos y otra es que pongamos en peligro la vida de los demás. Aquello salió bien y es una experiencia en el recuerdo que aún todavía no sé cómo pude realizar.

Y el pasado miércoles ha sido la última vez y en esta ocasión de forma académica, ida y vuelta y nada de taxis 4x4 que te llevan o te recogen. En la zona de Poncebos dos amables guías informaban a los automovilistas que llegaban y les indicaban todo lo necesario así como organizaban el exiguo aparcamiento de los coches. Es una zona muy concurrida, especialmente en verano y se me ocurre que debieran hacer algo como ya vi hace años en la Laguna Negra de Soria: un gran aparcamiento abajo y un autobús que suba y baje a los visitantes. Algo hay desde Arenas de Cabrales pero por lo que pude leer resulta poco práctico tal y como está concebido. Como he dicho al principio, los recuerdos me traicionaron y además menosprecié un poco el paseo, que no fue tal. Veinticuatro kilómetros son veinticuatro kilómetros y aunque el día estuvo delicioso, el sol pegó fuerte en algunos momentos, pero lo peor fue que no llevé calzado adecuado y las piedras se clavan en las plantas. Además no tuve la precaución de cortarme las uñas de los pies, craso error, que me ha costado perder cuatro de ellas. Pero lo peor de todo, que como digo no recordaba pues nunca la había realizado, fue a la vuelta la bajada final hasta Poncebos, un desnivel que está empedrado, con cantos sueltos, escalones y muy irregular. Menos mal que había comprado dos bastones telescópicos en Caín que me fueron de gran ayuda, pues por otro error había dejado los míos en el coche pensando que iban a ser un estorbo más que una necesidad.

A la montaña siempre hay que tenerla respeto pues las condiciones cambian de un momento para otro y lo que parece que va a ser un agradable paseo puede convertirse en un verdadero suplicio: hay que ir preparado y no fiarse de la memoria que te puede jugar una mala pasada.