Dicen
que el ser humano es un animal de costumbres. Tendemos a hacer las mismas cosas
de forma repetitiva a lo largo de amplios períodos de tiempo, muchas veces casi
sin darnos cuenta. Antaño las cosas eran más duraderas
y había personas que mantenían los mismos hábitos a lo largo de toda su vida.
Hogaño los cambios son más rápidos y las personas nos vemos sometidos a
alteraciones en nuestras actividades que incorporamos para sobrellevarlos de la
mejor manera posible.
Pero
también tendemos a intentar regularizar todas nuestras actividades, porque en
el fondo es una ventaja y una garantía que a nosotros mismos nos viene bien: las costumbres en nuestra vida nos aportan una relativa
sensación de seguridad.
Ahora tenemos todos cada vez más unas agendas recordatorias que llevamos
permanentemente en el bolsillo durante el día y descansan en nuestra mesilla
durante la noche bien cerca de nosotros. Complementariamente, nuestras enormes
posibilidades de comunicación casi instantánea con cualquiera en cualquier
parte del mundo y en cualquier momento nos permiten eso que se conoce como
«quedar en el móvil» o «hacer una perdida cuando sea el momento».
A
pesar de todo ello, es bueno periodificar nuestras actividades, no solo las
personales sino aquellas en las que tenemos que entablar relación con otros,
especialmente las que van más allá de una semana. Las semanales quedan muy
controladas por su repetitividad: ir a clase de clarinete todos los jueves a
las 20:00, asistir a un monográfico en la universidad los miércoles por la
mañana o atender las conferencias del Ateneo en la mañana de los sábados son
tareas que no se olvidan por repetirse semanalmente a lo largo de varios meses.
Otra
cosa son las actividades que tienen lugar de forma mensual o en períodos más
amplios. Ahí si es muy recomendable echar mano de tipificarlas. Todo depende
también de cuáles sean nuestras actividades, pues hay personas cuya vida social
es más bien exigua y no se encuadran en actividades diversificadas y
repetitivas. Bien es verdad que un poco de entropía viene bien y dejarse llevar
por la sorpresa añade un poco de aliciente a la vida. Por ejemplo, sería bueno
comer cuando se tiene hambre en lugar de hacerlo a unas determinadas horas
simplemente porque llega la hora, pero hasta los médicos recomiendan que las
actividades de comida, aseo, sueño, etc.etc. se hagan de forma regular a las
mismas horas para que el organismo «carbure» mejor y tengamos una buena calidad
de vida.
Se
me ocurren unos ejemplos, algunos de los cuales sigo y otros pudieran ser de
aplicación al común de los mortales. Tras el afeitado de los domingos, limpieza
de las cuchillas de la maquinilla de afeitar retirando los restos de polvillo de
toda la semana. La jarra del agua será objeto de una limpieza a fondo tras la
comida del domingo, de forma rutinaria. Los primeros martes de cada mes,
excepto en el periodo veraniego, reunión del club de lectura para debatir y
poner en común aspectos del libro leído. En los últimos días de cada mes
revisión de los movimientos de las cuentas bancarias a ver si se han cargado
los recibos y todo está en orden. El segundo lunes de cada mes reunión con los
colegas del grupo fotográfico para intercambiar experiencias y opiniones.
Arrancar
y mover un poco una moto antigua o cortarse el pelo pueden ser tareas
repetitivas a realizar cada dos meses, aunque en este periodo se pueden elegir
fórmulas con una ligera complicación pero que también responden a una pauta,
como por ejemplo quedar a comer con antiguos compañeros de trabajo los últimos
martes de cada mes impar excepto el mes de julio por aquello de las vacaciones.
Esta periodicidad da mucho juego aunque bien es verdad que alguno de los
participantes tiende a olvidarse y hay que andar con el correo electrónico
mandando misivas de recuerdo, que algunos son muy desmemoriados y además se
niegan a recurrir a las agendas electrónicas, mientras haya otro que les avise…Y
también hay eventos anuales, como es el «San Canfrán» que tiene lugar el miércoles
de la semana en la que cae la fiesta de san Isidro labrador.
Y me he dejado para el final una relacionada con la fotografía que acompaña esta
entrada. Quienes hayan seguido de forma regular este blog sabrán que soy amigo
de leerme de cabo a rabo los prospectos que acompañan a los cachivaches y
archiperres que llenan nuestros hogares. Uno de ellos es la estación de
planchado, cuyo calderín es conveniente limpiar cada dos meses. Yo lo hago tras
el primer planchado de los meses impares. Me gustaría saber cuántas personas
realizan esta tarea de forma regular si es que la realizan. Basta con hacerlo una vez para darse cuenta
de la importancia de la misma, si queremos mantener nuestro aparato en perfecto
estado; otra cosa es que nos guste cambiarlo y la mejor manera muchas veces es
dejar que se estropee. En la foto se
pueden apreciar los restos en forma de piedrecitas calcificadas que salen en la
limpieza. Yo me quedo alucinado y el recuerdo de la imagen hace que no se me
olvide esta rutina periódica bimensual.