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sábado, 27 de agosto de 2016

LISTILLOS




Cada vez soy más aficionado a observar los comportamientos humanos en situaciones de interacción, descubriendo un sinfín de matices que tienden a reforzar la individualidad: yo y lo mío, lo de los demás en segundo plano y ya veremos. Esta entrada podría considerarse una continuación de otra ya reflejada en este blog en 2012 y que llevaba por título «COLAS» y que puede leerse en este enlace.

Como viene siendo costumbre, la redacción de estas líneas es una oportunidad para encontrarme con el diccionario y ver lo que este refleja acerca de una determinada palabra. La que hoy me sirve de título no figura como tal, dado que es un diminutivo de listo, aunque si figura directamente en otros diccionarios digamos no tan oficiales como el de Espasa Calpe de 2005. En todo caso, dentro de «listo», en el DRAE figura expresamente el significado que voy buscando en su acepción quinta que reza como un adjetivo utilizado en forma coloquial y despectiva con el significado de «Hábil para sacar beneficio o ventaja de cualquier situación» seguido del correspondiente ejemplo muy ilustrativo para mis fines: «solo los listillos sacan beneficio en situaciones adversas

No recuerdo con exactitud cuanto tiempo hacía que no pisaba una oficina bancaria. Yo que empecé mis actividades laborando como administrativo de cara al público en una de ellas y que parecía que iba a estar allí hasta mi jubilación, ahora las están cerrando a espuertas en una huida hacia delante de las entidades bancarias por conseguir que todos nos hagamos las operaciones en nuestras casitas o nuestros teléfonos y con nuestros propios medios, aunque hace años decían que la banca por internet no tenía futuro y que los clientes necesitaban el contacto físico como una prueba de confianza.

El caso es que por unas historias truculentas derivadas de los procesos administrativos oficiales en un ayuntamiento, me vi en la tesitura de adelantar un dinero particular por unos días y para recuperarlo terminé recibiendo un talón bancario. Tampoco recuerdo el tiempo que hacía que no veía uno de ellos, pero siguen existiendo. Por otros motivos que tampoco vienen al caso decidí no ingresar el talón en mi cuenta y dirigirme a la oficina bancaria a cobrarlo por ventanilla. Horror y terror.

Empezaré por el final diciendo que el proceso me costó sufrir cincuenta y tres minutos de cola ante un único puesto abierto en la oficina para atender las operaciones de caja. Y encima fui poco previsor y no me llevé mi libro electrónico y no tenía ninguno cargado en el teléfono. Así que a distraerse observando a la gente y las interacciones entre el público y los empleados en una oficina bancaria actual. La cola iba lenta pues las operaciones de caja son pesadas y muchas de ellas eran realizadas por personas mayores que siguen yendo a cobrar su pensión en dinero contante y sonante que puedan tocar. En esto entró un señor mayor, superaría los setenta, y desde el primer momento que se puso a la cola empezó a despotricar a diestro y siniestro quejándose en voz alta de que hubiera un solo puesto y del tiempo que previsiblemente iba a perder en la cola, y encima de pie, para realizar sus operaciones.

En un momento determinado, este personaje, este listillo, abandonó la cola y se dirigió a uno de los puestos no dinerarios donde le atendió un empleado. Yo me estaba fijando atentamente y pude ver cómo tras una pequeña conversación, este empleado se dirigió a la zona de caja, interrumpió las operaciones en curso y sacó un dinero. Tuve claro en todo momento que estaba haciendo la operación del listillo, por lo que cuando pasaba por mi lado no pude resistir la tentación de decirle, más o menos con estas palabras, que yo también tenía prisa y quería que por favor me colara a mí también. Intentó explicar lo inexplicable, con unas justificaciones que no le convencían ni siquiera a él mismo, con lo que tuvo que ponerse el rabo entre las patas y huir corriendo a su despacho. Algo debió de referirle al listillo, porque cuando salió del despacho este listillo se dirigió a mí a intentar darme explicaciones de lo ocurrido, por si no lo tenía suficientemente claro. Con el empleado de la sucursal me mostré todo lo educado que pude pero con el listillo no pude refrenar mis instintos y le dije claramente que era un jeta, un caradura, que se había colado y que a que venía tanto despotricar como despotricó el tiempo que permaneció en la cola. Siguió insistiendo; no sé por qué cada vez más tengo la certeza de la educación se va perdiendo a pasos agigantados a medida que nos vamos haciendo mayores, con lo que opté por cortar la conversación diciéndole que me dejara en paz, que seguiría aguardando pacientemente mi turno hasta que me tocara y que él ya se podía ir, pues ya había acabado con éxito lo que había ido a hacer, además de reírse en nuestra propia cara de todos los que estábamos haciendo cola pacientemente. Por cierto, mientras estaba él presente nadie dijo ni pío, pero en cuanto salió por la puerta todo eran comentarios sobre el asunto.
 
No entiendo como soportamos actitudes como estas sin decir nada. Estábamos en la cola unas ocho personas… ¿sólo me di cuenta yo de la acción de este empleado en nuestras propias narices? Lo peor del caso es que comentando este sucedido con otras personas, dos de ellas me han contado actuaciones similares, derivadas por lo visto de que antes había dos oficinas de ese banco en la localidad, pero han cerrado una de ellas y las operaciones han congestionado la única que queda abierta. Lo que ocurre es que no todos los clientes son iguales y a algunos hay que atenderlos con mayor deferencia que a otros no vaya a ser que se lleven sus dineros a otra entidad. Lo difícil es decidir a cual, pues me temo que habría que buscar la menos mala, porque buena no parece que haya ninguna.
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