Cada
vez soy más aficionado a observar los comportamientos humanos en situaciones de
interacción, descubriendo un sinfín de matices que tienden a reforzar la
individualidad: yo y lo mío, lo de los demás en segundo plano y ya veremos.
Esta entrada podría considerarse una continuación de otra ya reflejada en este
blog en 2012 y que llevaba por título «COLAS» y que puede leerse en este
enlace.
Como
viene siendo costumbre, la redacción de estas líneas es una oportunidad para
encontrarme con el diccionario y ver lo que este refleja acerca de una
determinada palabra. La que hoy me sirve de título no figura como tal, dado que
es un diminutivo de listo, aunque si figura directamente en otros diccionarios
digamos no tan oficiales como el de Espasa Calpe de 2005. En todo caso, dentro
de «listo», en el DRAE figura
expresamente el significado que voy buscando en su acepción quinta que reza
como un adjetivo utilizado en forma coloquial y despectiva con el significado
de «Hábil para sacar beneficio o ventaja
de cualquier situación» seguido del correspondiente ejemplo muy ilustrativo
para mis fines: «solo los listillos sacan
beneficio en situaciones adversas.»
No
recuerdo con exactitud cuanto tiempo hacía que no pisaba una oficina bancaria. Yo
que empecé mis actividades laborando como administrativo de cara al público en
una de ellas y que parecía que iba a estar allí hasta mi jubilación, ahora las
están cerrando a espuertas en una huida hacia delante de las entidades
bancarias por conseguir que todos nos hagamos las operaciones en nuestras
casitas o nuestros teléfonos y con nuestros propios medios, aunque hace años
decían que la banca por internet no tenía futuro y que los clientes necesitaban
el contacto físico como una prueba de confianza.
El
caso es que por unas historias truculentas derivadas de los procesos
administrativos oficiales en un ayuntamiento, me vi en la tesitura de adelantar
un dinero particular por unos días y para recuperarlo terminé recibiendo un
talón bancario. Tampoco recuerdo el tiempo que hacía que no veía uno de ellos,
pero siguen existiendo. Por otros motivos que tampoco vienen al caso decidí no
ingresar el talón en mi cuenta y dirigirme a la oficina bancaria a cobrarlo por
ventanilla. Horror y terror.
Empezaré
por el final diciendo que el proceso me costó sufrir cincuenta y tres minutos
de cola ante un único puesto abierto en la oficina para atender las operaciones
de caja. Y encima fui poco previsor y no me llevé mi libro electrónico y no
tenía ninguno cargado en el teléfono. Así que a distraerse observando a la
gente y las interacciones entre el público y los empleados en una oficina
bancaria actual. La cola iba lenta pues las operaciones de caja son pesadas y
muchas de ellas eran realizadas por personas mayores que siguen yendo a cobrar
su pensión en dinero contante y sonante que puedan tocar. En esto entró un
señor mayor, superaría los setenta, y desde el primer momento que se puso a la
cola empezó a despotricar a diestro y siniestro quejándose en voz alta de que
hubiera un solo puesto y del tiempo que previsiblemente iba a perder en la
cola, y encima de pie, para realizar sus operaciones.
En
un momento determinado, este personaje, este listillo, abandonó la cola y se
dirigió a uno de los puestos no dinerarios donde le atendió un empleado. Yo me
estaba fijando atentamente y pude ver cómo tras una pequeña conversación, este
empleado se dirigió a la zona de caja, interrumpió las operaciones en curso y
sacó un dinero. Tuve claro en todo momento que estaba haciendo la operación del
listillo, por lo que cuando pasaba por mi lado no pude resistir la tentación de
decirle, más o menos con estas palabras, que yo también tenía prisa y quería
que por favor me colara a mí también. Intentó explicar lo inexplicable, con unas
justificaciones que no le convencían ni siquiera a él mismo, con lo que tuvo
que ponerse el rabo entre las patas y huir corriendo a su despacho. Algo debió
de referirle al listillo, porque cuando salió del despacho este listillo se
dirigió a mí a intentar darme explicaciones de lo ocurrido, por si no lo tenía
suficientemente claro. Con el empleado de la sucursal me mostré todo lo educado
que pude pero con el listillo no pude refrenar mis instintos y le dije
claramente que era un jeta, un caradura, que se había colado y que a que venía
tanto despotricar como despotricó el tiempo que permaneció en la cola. Siguió
insistiendo; no sé por qué cada vez más tengo la certeza de la educación se va
perdiendo a pasos agigantados a medida que nos vamos haciendo mayores, con lo
que opté por cortar la conversación diciéndole que me dejara en paz, que
seguiría aguardando pacientemente mi turno hasta que me tocara y que él ya se
podía ir, pues ya había acabado con éxito lo que había ido a hacer, además de
reírse en nuestra propia cara de todos los que estábamos haciendo cola
pacientemente. Por cierto, mientras estaba él presente nadie dijo ni pío, pero
en cuanto salió por la puerta todo eran comentarios sobre el asunto.
No
entiendo como soportamos actitudes como estas sin decir nada. Estábamos en la
cola unas ocho personas… ¿sólo me di cuenta yo de la acción de este empleado en
nuestras propias narices? Lo peor del caso es que comentando este sucedido con
otras personas, dos de ellas me han contado actuaciones similares, derivadas
por lo visto de que antes había dos oficinas de ese banco en la localidad, pero
han cerrado una de ellas y las operaciones han congestionado la única que queda
abierta. Lo que ocurre es que no todos los clientes son iguales y a algunos hay
que atenderlos con mayor deferencia que a otros no vaya a ser que se lleven sus
dineros a otra entidad. Lo difícil es decidir a cual, pues me temo que habría
que buscar la menos mala, porque buena no parece que haya ninguna.
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