Desde el preciso instante en que nos asomamos a este mundo
no hay mayor responsable directo de nuestra salud que nosotros mismos. En alguna
ocasión he dicho que no hay mejor médico personal que la propia persona que no
en vano está todo el día presente en las diferentes acciones que llevamos a
cabo. Todo requiere una especialización pero la observación directa de las
actividades que realizamos a lo largo del día nos compete a nosotros y a poco
que nos esforcemos podremos tomar parte activa en condicionar nuestra salud. Ya
hace tiempo que se abandonó aquello que la salud es la ausencia de enfermedad
para ir mucho más allá. Todos conoceremos personas que no tienen enfermedad
alguna diagnosticada pero no por ello gozan de lo que pudiéramos considerar
como una buena salud.
Un viejo profesor mío de psicología, dicho lo de viejo con
todo el cariño porque ya se ha jubilado, mantenía que era muy difícil asumir
conductas de salud cuando no estamos enfermos, mientras que por el contrario
tras una enfermedad y mucho más si es especialmente grave, se asumen con toda celeridad. El médico nos puede estar aconsejando que no fumemos, que perdamos
peso, que hagamos ejercicio, que cuidemos nuestra alimentación y un sinfín de
«cosillas» que hacemos mal con frecuencia pero seguramente atenderemos poco o
nada estos consejos. Eso sí, si nos arrea un infarto de miocardio o un ictus y
salimos de ello, la observación pulcra de todas estas indicaciones y alguna más
será una constante en nuestra vida. Esto por regla general, porque siempre hay
excepciones que no hacen caso a los avisos y siguen con su rutina como si nada
hubiera pasado.
La profesión médica tiene sus problemas como todas. No hay
soluciones técnicas, eminentemente técnicas, a problemas políticos y mucho de
esto hay en el mundillo de los hospitales y de los médicos, continuamente
acosados por las multinacionales farmacéuticas para que, sin dejar de observar
su juramento a Hipócrates, receten tal o cual medicamento en lugar de otro. En
este blog he comentado varios pensamientos míos acerca de uno de los males
actuales con que más nos bombardean, el colesterol y que pueden verse en este
enlace y en este otro.
Una de las enfermedades actuales que más asustan hoy en día
son los problemas cardiovasculares, que son la principal causa de muerte en el
mundo. Todos conocemos a alguien que los ha sufrido sin que aparentemente
estuviera predispuesto a ello. Con ello tenemos la sensación de que cualquier
día nos puede ocurrir a nosotros mismos incluso aunque sobre el papel nuestras
probabilidades sean bajas.
Nuestro comportamiento en nuestras actividades diarias es
vital para incidir en mejorar aspectos básicos de nuestra salud. Ya comentaba
en las entradas referidas mi negativa absoluta a tomar ningún tipo de Estatina
para bajar mis niveles de colesterol que de toda la vida he tenido altos. En la
época en que me dejé convencer por mi médico y los estuve tomando conseguí
arreglarme el colesterol –según los índices generales médicos—pero me estropeé
todo los demás: sueño, vista, azúcar en sangre con peligro de diabetes, ácido
úrico, bilirrubina, triglicéridos, amén de un disparo al alza descomunal en la
enzima llamada CK-Creatikinasa que es sinónimo de destrucción muscular y que me
tenía todo el día apocado sin ganas de levantarme del sofá. Váyanse al guano
las Estatinas y su complementarias Ezetimibas y arriba el colesterol como mi
cuerpo decida y por lo menos el resto de mi analítica quedaba en parámetros.
Pero todo esto no quita para que de forma complementaria
modificara mis hábitos alimenticios. No hablo de sedentarismo porque es un
deporte que no practico a pesar de mis maltrechas rodillas, poniéndome en
marcha en cuanto puedo para dar caminatas por el campo o pequeñas carreras
suaves. Tampoco puedo hablar de retirarme de la bebida o de fumar porque son
actividades que tampoco practico así como de otro tipo de cuestiones peligrosas
como la hipertensión arterial que de momento, toquemos madera, no me afecta como
puedo comprobar cuando acudo cada cuatro meses a donar sangre. De las que andan
flotando por ahí me quedaba la obesidad como uno de los riesgos que se comentan
para el asunto de las enfermedades cardiovasculares y con ella ando lidiando,
bajando y subiendo kilos con todo el esfuerzo del mundo, pues los que somos de
coger peso así que respiremos un fin de semana, el «Michelín» se pone a cien. Cámbiese lo de respirar por engullir más
de la cuenta en cualquiera de las muchas actividades sociales en las que participamos,
donde todo se realiza o finaliza alrededor de una mesa. Tradición cultural.
Lo ideal sería incorporar conductas de salud desde que somos
niños, pero siempre es difícil aunque nunca es tarde para empezar. Los
beneficios serán acordes a nuestro estado, a nuestra constancia y a la
intensidad con que nos apliquemos a la tarea antes de que ocurran las
desgracias. Pero no nos engañemos, además de empezar nuevas conductas lo
importante es mantenerlas en el tiempo. Ya lo manifiesta así el eminente cardiólogo
español Valentín Fuster, «los datos
confirman que aunque la formación y educación en hábitos saludables son
importantes y tienen un impacto sobre la salud, si no se mantienen con el
tiempo, pierden su eficacia».
No pretendamos empezar a cepillarnos a diario los dientes
cuando ya los hemos perdido o a realizar ejercicios de flexibilidad en nuestras
piernas cuando estemos en una silla de ruedas. También sería interesante
influenciar en la medida de lo posible en nuestro entorno para que la
observancia de conductas de salud sea generalizada, aunque los
condicionamientos sociales y los usos actuales hacen que sea difícil de
lograrlo. Un ejemplo, vamos en coche hasta el aparcamiento más cercano al
trabajo en lugar de dejarlo a una cierta distancia y caminar y luego por la
tarde nos apuntamos a un gimnasio. Las actividades de la vida diaria aportan suficientes
componentes para incorporar conductas apropiadas si queremos y sabemos
utilizarlas.