En estos días han puesto
(de nuevo) de moda el tema. Es un asunto recurrente que cada cierto tiempo sale
a la palestra y en este caso es una buena excusa para lanzar una cortina de
humo en la que todos los españolitos nos enrollamos y que permite dejar en
segundo plano otros asuntos de más calado: mientras estamos en la empresa, en
la familia, en el bar con los amigos y en otros tantos y tantos sitios hablando
del tema, del que todos entendemos un montón, no hablamos de otras cosas como
por ejemplo el asunto de las pensiones. Cada vez tengo más claro que manejar la
(des)opinión pública es tarea sencilla, y cada vez más con la ayuda de las
redes sociales y los medios que entran al trapo a nada que se les mencione una
cuestión.
Se hace énfasis en que se
trata de debatir acerca de los horarios laborales, pero a nadie se le escapa
que estos horarios están estrechamente ligados a los «demás» horarios. Un
escueto comentario a lo manifestado por la ministra en los medios diciendo que
si salimos del trabajo a las seis de la tarde podemos hacer otras muchas cosas,
entre ellas, conciliación familiar o deporte. Respecto de lo primero habrá que
ver si queremos hacerla y de lo segundo parece que se olvida que si está
hablando de un gimnasio o un polideportivo, los encontraremos cerrados si los
empleados de estos establecimientos TAMBIÉN finalizan a las seis. ¿Estamos
hablando de TODOS los horarios laborales o solo de los de grandes empresas e
incluso de los de oficinas? ¿Nos hemos planteado entonces que los horarios de
los empleados que salen antes, por ejemplo a las tres de la tarde, tienen que
ser ampliados hasta las seis para que todos seamos igualitos?
Llevo más de cuarenta años,
concretamente cuarenta y ocho, laborando en diferentes empresas y diferentes
sectores y los horarios se han ajustado a las necesidades del negocio. Mi
primer cometido tuvo lugar en una empresa de construcción, en una oficina, y el
horario era de siete a diez de la tarde-noche y los sábados por la mañana, que no
olvidemos que antiguamente se trabajaba los sábados. Esto era así porque los
obreros acababan los tajos a esa hora y pasaban por la oficina a dar los partes
que había que procesar a mano. No es cuestión de hablar de horarios
alternativos porque el jefe, que era el que pagaba, lo quería así.
Con posterioridad accedí a un
puesto administrativo en el sector de banca. En aquellos tiempos, en peleas
enconadas con la «autoridad», que en aquellos años era mucha y apabullante pues
estábamos en época de Franco, se consiguió el horario continuado para la banca,
de ocho de la mañana a tres de la tarde, sábados incluidos. Vaya por delante mi
opinión de que un horario de siete horas diarias, treinta y cinco a la semana
aunque antes eran cuarenta y dos por los sábados, es el mejor horario posible.
Pero claro, siempre y cuando nos dediquemos realmente a trabajar, no a dormitar
o jugar al Candy Crash como hacen algunos próceres que se permiten sentar cátedra
sobre el tema. Una persona que empieza duro a las ocho de la mañana, dedica veinte
minutos escasos a desayunar y vuelve a la carga, cuando son las tres de la
tarde está para el arrastre, para irse a su casa, cambiar de ambiente y
recuperar fuerzas para el día siguiente entreteniéndose con la familia, el
ocio, el deporte, el bricolaje o cualquiera de las muchas actividades
placenteras que existen. Tengo que reconocer que durante muchos años el trabajo
fue también una actividad placentera para mí en la que disfrutaba enormemente,
con lo cual rendía mucho y se me pasaban las horas sin enterarme.
Pero es que hay un asunto
que no distinguimos muy bien los españolitos, y es la diferencia en el trabajo
entre «estar estando» y «estar trabajando». Muchas horas se
pasan los trabajadores «estando» en el puesto de trabajo lo que no significa
que estén «trabajando». Esto viene de los tiempos inmemoriales de tipo
funcionarial, donde lo que contaba era la presencia física, el fichaje y el
estar disponible por si el jefe te llamaba. Lo del trabajo por objetivos, lo de
los horarios libres o flexibles, lo de trabajar desde casa y asuntos similares
es un tema pendiente del que no se habla y que es el verdadero quid de la
cuestión.
En una de mis épocas, de esas
de la jornada de siete horas, se rendía a tope. A las ocho de la mañana, nada
más comenzar el trabajo, una reunión operativa del departamento de no más de
quince minutos sobre lo que íbamos a hacer en el día cada uno, de lo que íbamos
a necesitar unos de otros, y todo el mundo a laborar de verdad hasta las tres.
Muchas veces me he quedado por la tarde por mi propia iniciativa personal, por
acabar algo que tenía entre manos o por simple reordenación personal de mis
cometidos. Lo que sí que me ha costado mucho, y pocas veces lo he hecho, ha
sido quedarme cuando me lo mandaban, en algunas ocasiones sin justificación y
por negligencia de otros, que habían dedicado la mañana a «estar estando» y
cuando faltaban quince minutos para marcharnos les entraban las prisas; más de
un problema he tenido a lo largo de mi vida laboral por que se me cayera el
lápiz a la hora si yo no consideraba que lo que se me pedía fuera de horario
era ajustado a los contextos.
Pero aquello acabó. Una
compra de empresas a principios de los noventa del siglo pasado terminó con la
jornada continuada. Se entraba más tarde, una hora para comer, se salía a las
cinco y media de la tarde y claro, ya no había ninguna prisa en la salida para
irse a casa a comer y con ello se inventaron los alargamientos no retribuidos
de jornada, el quedarse en la oficina por si acaso hasta que se hubiera
marchado el jefe e incluso a la salida tomar con los compañeros una cervecita o
más de una. Luego se llegaba a casa a las tantas procurando que los niños
estuvieran acostados y quejándose a la mujer de lo mucho que habíamos trabajado
y lo cansados que estábamos. En aquellos tiempos eso de la «conciliación
familiar» todavía no se había inventado.
Desde que el mundo del
comercio ha abogado por la liberalización y por tener las tiendas abiertas a
todas horas, incluso los festivos, los horarios son un caos porque no olvidemos
que muchas personas trabajan en el comercio, algunas por ejemplo solamente los
fines de semana, que es cuando el resto de su familia y amigos tienen libre. Y
hay muchos tipos de trabajo, especialmente en el mundo del ocio ¿puede un
croupier de un casino, un empleado de un cine o un camarero de un restaurante
acabar su jornada a las seis de la tarde? Es que a esa hora ni han empezado
entre otras cosas porque sus negocios dependen de personas que hayan acabado su
jornada y puedan acceder a esos servicios de ocio.
Las cosas se ajustan y
desajustan con los años, los usos y las costumbres, si bien es verdad que
ciertas condiciones afectan a este ajuste, como por ejemplo la decisión en su
día de permitir la apertura de centros comerciales en domingos y festivos. La
revolución que provocó esta medida trastocó todo lo existente en temas de
horarios, no solo en el comercio, sino en un montón de empresas que no tenían
nada que ver con el tema. Otro paso fue la generalización del horario
continuado, no cerrando a mediodía, que se ha extendido como la espuma y que
habría que analizar a ver si merece la pena.
Sigamos hablando de este tema
mientras descuidamos otros realmente importantes y preocupantes…