Buscar este blog

domingo, 21 de mayo de 2017

ALCABALAS



«Hacienda somos todos» rezaba un antiguo eslogan que intentaba concienciar a todos los ciudadanos para que cumpliéramos escrupulosamente nuestras obligaciones con el erario público. Los años han ido pasando y diversas actuaciones de algunos próceres que se suponen debieran dar ejemplo con su comportamiento han ido convenciendo a todos que no somos iguales a la hora de pasar por taquilla y que cada cual se organiza como puede ajustando su código ético personal a su deambular económico. La corrupción está a la orden del día en nuestro país, por más que se empeñen en negarlo por activa, por pasiva y por plasma, y continuamente asistimos a actuaciones que pudieran ser correctas pero no éticas y que a buen seguro suponen la punta del iceberg de otro montón que no llegan a ser conocidas por el público.

No hay mejor defensa que un buen ataque y en ello se basaba el comentario de un político realizado días atrás cuando esgrimía el asunto de los pagos en negro, sin facturas de por medio, y por tanto escamoteando el IVA al erario público y por añadidura a todos los españoles que ven cómo se reduce el estado del bienestar sobre todo en temas de sanidad y de educación. Como se decía en uno de los eslóganes del diluido movimiento 15-M, «no hay pan para tanto chorizo».

Con ejemplos se entiende esto mejor. El esgrimido por el político aludido hacía referencia a los trabajos, vulgo «chapuzas», que profesionales nos hacen en nuestros domicilios; un fontanero que nos revisa la caldera de la calefacción o un pintor que nos adecenta la casa tras varios años. Pongamos por caso y para hacer números redondos que el montante de los trabajos realizados asciende a cien euros. ¿Con factura o sin factura? Si queremos factura, por aquello de garantías o posibles denuncias, estamos automáticamente asumiendo que disponer del papelito nos va a costar veintiún euros más que escaparán de nuestro bolsillo y nunca más se supo. Lo único bueno de esta acción será que de alguna manera estamos posiblemente obligando al profesional a declarar esta cantidad como ingreso en sus entendimientos con Hacienda. La alternativa, sin factura, es que nos ahorramos directamente esos veintiún euros que nunca vienen mal en las apretadas economías que sobrellevamos en estos últimos años.

Pero no solo ocurre esto en chapuzas caseras. Cuando tomamos un aperitivo en el bar, también estamos abonando impuestos por esa cerveza o vinito, impuestos que «no constan» y que son añadidos a los que ya pagamos por otros conductos. En algunos bares te dan un ticket en que al menos figuran los datos del establecimiento y el IVA que te están aplicando, pero en muchos de ellos, el camarero te lo canta a viva voz y santas pascuas, si te he visto no me acuerdo. En este último caso… ¿Cómo sabe Hacienda el número de cervezas y vinos que han despachado?

Lo primero que hago, cuando me levanto por la mañana, es mirar por la ventana a ver qué día hace —esto no tiene gravamen— y a continuación tomar un vaso de agua con el zumo de un limón y una cucharada de miel. Agua, limón y miel están gravados con el correspondiente IVA, así como la luz que empleamos en nuestra máquina de afeitar, nuestra pasta de dientes o el champú y el agua de la ducha. No sigamos por ahí, porque salvo el respirar —de momento—, por todo lo que usemos estamos aflojando el bolsillo.

Otro gallo nos cantaría si tuviéramos la posibilidad, en nuestra anual Declaración de la Renta, de adjuntar todos los tickets y facturas que hubiéramos satisfecho de forma que pudiéramos deducirnos la montonera de impuestos que minuto a minuto, día tras día, vamos pagando. Y por añadidura, y esto es lo más importante, Hacienda tendría constancia de los cobros de todos con lo cual podría cerrar el círculo de todas las transacciones que se realizan, hasta la de los aperitivos en el bar o la compra en el supermercado. Hacienda lleva años demostrando que tiene capacidad informática para manejar esto, pero otra cosa es que a ciertos estamentos sociales les interese esta forma de manejar los impuestos. Es mejor sacarlos de los combustibles o de otros sitios y no preocuparse mucho de adaptar a los nuevos tiempos un sistema tributario que hace aguas se le mire por donde se le mire.

La denominada «España profunda» sigue vivita y coleando. Hace unos años, en la entrada «PROFUNDA» de octubre de 2013 relataba un caso similar al que voy a relatar a continuación. Han pasado cuatro años y la vida sigue igual. En aquella ocasión era una localidad abulense y ahora es alcarreña. Vea Vd. el «papel» —no puedo denominarlo de otra manera— en el que nos mostraron la cuenta de la comida en un restaurante, no precisamente una tasca de pueblo a tenor de los precios, en los que el montante por persona ascendió a treinta y cinco euros. Guardo electrónicamente los tiques y facturas de los sitios por los que voy pasando y en este caso he tenido que añadir a mano el nombre del restaurante y el lugar porque no figuran por ningún lado. Lo único válido es la fecha y ni siquiera el nombre del camarero que nos atendió. Nada, un papelucho de mala muerte, un «comprobante», sin ningún tipo de identificación, ni de IVA, ni nada de nada. ¿Debería haber sido yo un ciudadano comprometido y exigir al restaurante una factura en condiciones y arriesgarme a montar un numerito? Y otra pregunta de más calado, ¿Pagará este restaurante la correspondiente alcabala a Hacienda por esta transacción? Respóndase Vd. mismo.