«Hacienda
somos todos» rezaba un antiguo eslogan que intentaba concienciar a todos
los ciudadanos para que cumpliéramos escrupulosamente nuestras obligaciones con
el erario público. Los años han ido pasando y diversas actuaciones de algunos
próceres que se suponen debieran dar ejemplo con su comportamiento han ido
convenciendo a todos que no somos iguales a la hora de pasar por taquilla y que
cada cual se organiza como puede ajustando su código ético personal a su
deambular económico. La corrupción está a la orden del día en nuestro país, por
más que se empeñen en negarlo por activa, por pasiva y por plasma, y
continuamente asistimos a actuaciones que pudieran ser correctas pero no éticas
y que a buen seguro suponen la punta del iceberg de otro montón que no llegan a
ser conocidas por el público.
No hay mejor defensa que un buen ataque y
en ello se basaba el comentario de un político realizado días atrás cuando
esgrimía el asunto de los pagos en negro, sin facturas de por medio, y por
tanto escamoteando el IVA al erario público y por añadidura a todos los
españoles que ven cómo se reduce el estado del bienestar sobre todo en temas de
sanidad y de educación. Como se decía en uno de los eslóganes del diluido
movimiento 15-M, «no hay pan para tanto
chorizo».
Con ejemplos se entiende esto mejor. El
esgrimido por el político aludido hacía referencia a los trabajos, vulgo
«chapuzas», que profesionales nos hacen en nuestros domicilios; un fontanero
que nos revisa la caldera de la calefacción o un pintor que nos adecenta la
casa tras varios años. Pongamos por caso y para hacer números redondos que el
montante de los trabajos realizados asciende a cien euros. ¿Con factura o sin
factura? Si queremos factura, por aquello de garantías o posibles denuncias,
estamos automáticamente asumiendo que disponer del papelito nos va a costar
veintiún euros más que escaparán de nuestro bolsillo y nunca más se supo. Lo
único bueno de esta acción será que de alguna manera estamos posiblemente
obligando al profesional a declarar esta cantidad como ingreso en sus
entendimientos con Hacienda. La alternativa, sin factura, es que nos ahorramos
directamente esos veintiún euros que nunca vienen mal en las apretadas
economías que sobrellevamos en estos últimos años.
Pero no solo ocurre esto en chapuzas
caseras. Cuando tomamos un aperitivo en el bar, también estamos abonando
impuestos por esa cerveza o vinito, impuestos que «no constan» y que son
añadidos a los que ya pagamos por otros conductos. En algunos bares te dan un
ticket en que al menos figuran los datos del establecimiento y el IVA que te
están aplicando, pero en muchos de ellos, el camarero te lo canta a viva voz y santas pascuas, si te he visto no me
acuerdo. En este último caso… ¿Cómo sabe Hacienda el número de cervezas y vinos
que han despachado?
Lo primero que hago, cuando me levanto
por la mañana, es mirar por la ventana a ver qué día hace —esto no tiene
gravamen— y a continuación tomar un vaso de agua con el zumo de un limón y una
cucharada de miel. Agua, limón y miel están gravados con el correspondiente
IVA, así como la luz que empleamos en nuestra máquina de afeitar, nuestra pasta
de dientes o el champú y el agua de la ducha. No sigamos por ahí, porque salvo
el respirar —de momento—, por todo lo que usemos estamos aflojando el bolsillo.
Otro gallo nos cantaría si tuviéramos la
posibilidad, en nuestra anual Declaración de la Renta, de adjuntar todos los
tickets y facturas que hubiéramos satisfecho de forma que pudiéramos deducirnos
la montonera de impuestos que minuto a minuto, día tras día, vamos pagando. Y
por añadidura, y esto es lo más importante, Hacienda tendría constancia de los
cobros de todos con lo cual podría cerrar el círculo de todas las transacciones
que se realizan, hasta la de los aperitivos en el bar o la compra en el
supermercado. Hacienda lleva años demostrando que tiene capacidad informática
para manejar esto, pero otra cosa es que a ciertos estamentos sociales les interese esta forma de manejar los impuestos. Es mejor sacarlos de los
combustibles o de otros sitios y no preocuparse mucho de adaptar a los nuevos
tiempos un sistema tributario que hace aguas se le mire por donde se le mire.
La denominada «España profunda» sigue
vivita y coleando. Hace unos años, en la entrada «PROFUNDA» de octubre de 2013
relataba un caso similar al que voy a relatar a continuación. Han pasado cuatro
años y la vida sigue igual. En aquella ocasión era una localidad abulense y
ahora es alcarreña. Vea Vd. el «papel» —no puedo denominarlo de otra manera— en
el que nos mostraron la cuenta de la comida en un restaurante, no precisamente
una tasca de pueblo a tenor de los precios, en los que el montante por persona
ascendió a treinta y cinco euros. Guardo electrónicamente los tiques y facturas
de los sitios por los que voy pasando y en este caso he tenido que añadir a
mano el nombre del restaurante y el lugar porque no figuran por ningún lado. Lo
único válido es la fecha y ni siquiera el nombre del camarero que nos atendió.
Nada, un papelucho de mala muerte, un «comprobante», sin ningún tipo de identificación, ni de IVA,
ni nada de nada. ¿Debería haber sido yo un ciudadano comprometido y exigir al
restaurante una factura en condiciones y arriesgarme a montar un numerito? Y
otra pregunta de más calado, ¿Pagará este restaurante la correspondiente
alcabala a Hacienda por esta transacción? Respóndase Vd. mismo.