Discriminar —dar trato desigual a una persona o colectividad por motivos raciales,
religiosos, políticos, de sexo, etc. — es una acción que está como nunca a
la orden del día, que ejecutamos unos y otros casi sin darnos cuenta y que en
muchas ocasiones está falta de una reflexión previa mínima antes de pasar a la
acción. El diccionario utiliza el vocablo «etc»
para dejar abiertos los motivos. Un motivo que falta explícitamente y que yo me
atrevo a añadir es precisamente el de la edad.
Cuando yo cursaba en los años setenta del
siglo pasado mis estudios de C.O.U., veía venir que me sería imposible dadas
mis condiciones familiares el estudiar una carrera universitaria. Me hubiera
gustado hacer arquitectura pero fue imposible. Por ello y de forma simultánea a
mi asistencia al instituto y a mi laborar como administrativo en una empresa de
construcción, comencé a prepararme las oposiciones a banca, con la intención de
obtener unos ingresos que me permitieran ayudar a la familia y quizá estudiar
por las tardes, dado que el horario de trabajo finalizaba en aquella época a
las tres de la tarde. Cercana ya la finalización del curso, me presenté y aprobé
dos oposiciones concretamente a Banesto y a la por entonces Caja de Ahorros de
Madrid y Monte de Piedad de Madrid.
Ahora, además de los filtros,
discriminaciones, que suponen los curriculum
vitae y los fisgoneos a los que las empresas someten a los candidatos en
las redes sociales, está la siempre presente entrevista, que no es sino una
forma de quedarse con el último as en la manga para poder discriminar sin
hechos medibles a un determinado candidato y sacarle de un plumazo de su
concurso. La discriminación será ejercida por el entrevistador que podrá ser objetivo
y legal en sus pesquisas o simplemente seguir las instrucciones, por lo general
ocultas, dadas desde más arriba en el sentido de favorecer a un determinado
candidato o eliminar a otros.
Volviendo a mis oposiciones a banca, nada
de esto estaba presente. Hacías tu examen, sacabas tu puntuación y entrabas o
no entrabas a trabajar. Nada de entrevistas, edades, sexos, etc. etc. Bueno, sí
había una discriminación por edad, si es que queremos rizar el rizo, y era por la
mínima, dieciséis años, pero que realmente no venía impuesta por las empresas
sino por la edad mínima que se requería para poder trabajar en aquellos años,
al menos de forma oficial. Recuerdo un amigo, Tomás, camarero toda su vida y
cansado de los horarios del sector de la restauración, preparó y consiguió por oposición
un puesto de administrativo de caja a sus cincuenta y tres años. Ahora las
personas de más de cincuenta años están prácticamente excluidas del mundo
laboral o tienen unas dificultades enormes para acceder a un puesto de trabajo.
La edad discrimina, vaya que discrimina.
Hay otros tipos de discriminación por
edad que serían muy discutibles, como por ejemplo el abono joven de transporte
de la comunidad de Madrid, cuyo tope está establecido en los veintiséis años. Con
esa edad hace unos cuantos años se era mayor y ahora se sigue siendo joven
hasta los veintiocho o los treinta si atendemos a asuntos como la independencia
de los padres o la inserción en el mundo laboral. ¿Por qué el tope en 26 y no
en 24 o 28? ¿Cómo se decide?
Pero voy llegando a donde quiero llegar. No
hay cosa peor que te cambien las reglas del juego cuando este ya ha empezado y
lleva un tiempo transcurriendo. La Comunidad de Madrid oferta unos cursos de
formación muy especiales para desempleados, con una duración de dos años,
destinados a formar personal especializado en mantenimiento de máquinas
tractoras de ferrocarril, que incluye trenes, metro o similares. Una formación muy
dura y muy especializada, que requiere prácticamente dedicación a tiempo
completo durante dos años, el primero de formación teórica y el segundo de prácticas
en las empresas con las que tiene contrato el instituto o escuela que se
encarga de la formación. Un máximo de treinta alumnos conforman la promoción de
cada año, de los cuales alguno se queda por el camino, que no es precisamente de rosas.
Es, o era, importante el número de orden
que se obtenía en la promoción en los estudios del primer año a la hora de
tener preferencias en la elección de las empresas en las que realizar las prácticas
el segundo año. Como cualquier lector avispado se podrá figurar, pocas empresas
hay que se dediquen a estos asuntos de mantenimiento de máquinas de tren,
siendo una de ellas la estatal RENFE. En general, los alumnos se esfuerzan en
sus estudios para sacar la mayor nota posible de forma que se pueda optar a las
plazas ofertadas por esta empresa antes que las de otras empresas digamos «más»
privadas, que en muchos casos son contratas para la propia RENFE, pero que no
son lo mismo a la hora de optar en el futuro por un puesto de trabajo en cuanto
a su seguridad y sus condiciones laborales.
Pues bien… discriminación. Los alumnos de
la promoción del año pasado estaban esperando este comienzo de curso para
elegir su destino de prácticas, cuando de una forma sorpresiva y a última hora,
la empresa estatal ha comunicado que solo admitiría en prácticas a alumnos con
una edad tope de 28 años. ¿Por qué este tope? ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué no
30, 35 o mejor ningún tope? ¿Si esto lo hace una empresa estatal… que no harán
las privadas? En la promoción, seis alumnos se han quedado por encima de esta
edad fijada a última hora y tendrán que renunciar, si es que estaban pensando
en ello, a realizar sus prácticas en RENFE. Esperemos que le busquen acomodo en
otras empresas donde no se hayan cambiado las reglas del juego a última hora.