Ángel
Jiménez de Luis es un periodista especializado en tecnología que lleva desde
2001 colaborando de forma habitual con el diario «El Mundo». Procuro leer sus
artículos de forma regular como una forma de mantener activo mi espíritu «GEEK»
y mantenerme un poco al tanto de estos asuntos tecnológicos que avanzan hoy en
día a velocidad de vértigo y que a los que ya vamos siendo un poco mayores nos
cuesta asimilar. Una frase del mencionado artículo...
Incluso
los usuarios que se hartaron hace tiempo de Facebook saben que tienen que
permanecer si quieren participar en ciertas dinámicas sociales de amigos y
familiares. Facebook es un agujero negro, un ente tan masivo que ejerce una
atracción desmedida y atrapa incluso a muchos de los que quieren escapar.
Me
he tomado la licencia de modificar el titular del artículo aparecido en el
diario citado el pasado 26 de abril de 2018, sustituyendo el original Facebook
por XXXX, en el sentido de que lo que se comenta es válido para otras empresas que
gestionan lo que se denomina en la actualidad Redes Sociales o proveedores de
servicios de Internet.
De
entrada, no soy un usuario activo de Facebook, ni espero serlo, aunque tengo
que confesar que he tenido la necesidad en el pasado. Hace años me di de alta
para consultar el muro de un amigo que publicaba convocatorias de un tema que
me interesaba. Con el tiempo conseguí, tras ímprobos esfuerzos darme de baja,
aunque ya se sabe que nunca se olvidan de tus datos. El año pasado, durante el
curso escolar y por motivos de la sección deportiva en la que participaba mi
hija, tuve que volver a darme de alta, pero esta vez fui más precavido y me
doté de un usuario fantasma especial para ello. Sigo en esa red con ese usuario
fantasma, porque no quiero pasar por el esfuerzo de darme de baja, pero ni lo
uso, ni me conecto, ni nada de nada. No lo necesito, además de no tener tiempo
para ello.
Facebook
no solo ha reconocido una metedura de pata monumental en los últimos días al
ceder sus datos, los datos de los usuarios, a una empresa privada, por lo que
su director ha tenido incluso que comparecer ante el Senado de los Estados
Unidos y pedir perdón. Pero no ha pasado ni un mes cuando ya se anuncia que su
política de captura y almacenamiento de datos de los usuarios no solo va a continuar,
sino que se intensificará con datos de actividades sexuales, médicos y quién sabe
cuáles más. El ansia es infinita y todo lo que pueda capturarse, e incluso
deducirse, se incorporará a sus —que no nuestras— bases de datos que incluso no
borrarán incluso aunque lo solicitemos y nos demos de baja.
Sabemos
todo esto, sospechamos mucho más y aun así seguimos utilizando este y otros
servicios supuestamente «gratuitos» que nos hacen la vida más cómoda y nos
permiten estar en contacto casi permanente con la información que nos interesa,
aunque sea a cambio de un alto precio: nuestra intimidad y nuestra vida.
El
mes pasado, abril de 2018, escribía la entrada «RASTREADOS» en este blog donde
se referían prácticas similares por otra empresa, Google, si bien en el
apartado de correos electrónicos, agendas y calendarios entre otros. Google
sabe que el próximo fin de semana me voy a ir de excursión con unos amigos y a
poco que sincronice mi agenda con la de ellos, mis correos electrónicos con los
suyos, conoce perfectamente donde hemos quedado para hacer una visita y también
en el restaurante que vamos a comer e incluso la hora. ¡Maravilloso! Llegará el
día en que mande un comercial a la puerta del restaurante a recibirnos para
ofrecernos toda clase de productos. Y el comercial dispondrá, además de
nuestras fotos, de un detallado informe sobre nuestros gustos, nuestras
preferencias, nuestras inclinaciones y nuestra vida familiar, laboral y social.
Vamos, que lo tendrá a huevo; como dice el refrán, así se las ponían a Felipe
II.
Y es
que los humanos somos así. Cuando algo nos interesa buscamos toda clase de
excusas para seguir en ello, aunque la realidad nos intente convencer de lo
contrario. Y al mismo tiempo buscamos y encontramos numerosas razones para
descalificar lo que no queremos hacer. «Los
usuarios parecemos dispuestos a perdonarlo todo» según reza en el citado
artículo. El conocimiento de los hechos y las suposiciones más que fundadas
sobre más y más de lo mismo deberían llevar a los usuarios a abandonar Facebook…y
todos los demás. ¿Pero podemos hacerlo?
Yo
me estoy pensando seriamente en intentarlo. Al menos en lo que concierne a todo
lo que rodea el teléfono inteligente que nos atenaza sobremanera hasta dominar
nuestras vidas. Lo primero sería contratar un número nuevo y abandonar el nuestro... jajaja. Pero poco a poco ese nuevo número de teléfono entraría a formar parte, relacionado con nuestro nombre, foto, dirección y demás datos, de las agenas de contactos de nuestras amistades: pillados de nuevo. Los que transitamos por el mundo Android sabemos que es
necesaria una cuenta de Gmail. Podemos crearnos una duplicada, solo destinada a
dar soporte al teléfono. Bien. Pero… ¿Ponemos nuestros contactos en esta
cuenta? ¿Ponemos nuestra agenda en esta cuenta? Cosas tan básicas son necesarias,
imprescindibles diría yo, para un normal desenvolvimiento. Si lo hacemos, ya
estamos pillados. Y luego en el siguiente paso habría que contar a las
amistades que no tenemos WhatsApp ni similares, que los correos electrónicos ya
no los veremos de forma inmediata en el teléfono y otro montón de «inmediateces»
que no podremos utilizar si llevamos hasta las últimas consecuencias aquello de…
que paren este mundo (tecnológico) que me bajo.
Y ya
para finalizar, no me resisto a expandir esta actitud de los humanos a otras áreas.
¿Seguimos con el mismo banco a pesar de las trastadas que nos hacen? ¿Con la
misma compañía de seguros? Y no quiero entrar en temas políticos… ¿seguimos
votando a los mismos que una y otra vez nos toman el pelo? Cada uno tendrá su
respuesta que apoyará o matizará con mil y una razones. Pero yo me quedo con la
frase anteriormente referida: «Los
usuarios parecemos dispuestos a perdonarlo todo». Así nos va.