A
pesar de que la ley lleva publicada desde hace más de un año, el 27 de abril de
2016, ha entrado en vigor el pasado viernes 25 de mayo de 2018 y, como suele
ocurrir, casi todas las empresas han dejado su aplicación para los últimos días.
Esta semana los correos electrónicos del mundo mundial han debido echar humo
porque todo aquel que tenga uno o varios habrá visto sus buzones llenos de
mensajes con asuntos de lo más variopinto, todos ellos referidos a la
aplicación de esta ley y la «actualización
de las políticas de privacidad». Por cierto, GDPR son las siglas en inglés de
General Data Protection Regulation,
lo que traducido sería Reglamento General de Protección de Datos. Lo suyo sería
leernos las 119 páginas de la ley accesible desde este enlace.
Ya
desde hace varios años, los que andamos navegando por la red hemos tenido que
soportar en muchas más ocasiones de las necesarias el tener que «registrarse»
para poder obtener algo. El más mínimo regalo, la más mínima información,
pasaba por facilitar como mínimo nuestro correo electrónico y como máximo hasta
el tamaño de alguna prenda íntima. Por pedir datos que no quede. Ya es sabido
que los datos son el oro virtual hoy en día y si no que se lo digan a Facebook,
Microsoft, Google o algunas otras, que —al parecer— obtienen pingües beneficios
con su uso cuando no con su comercialización o cesión a terceros.
Pero
no nos engañemos: la red es solo una extensión de lo que ocurre en la vida
diaria. Desde que los ordenadores personales son el centro neurálgico por el
que pasa hasta la compra de medio kilo de plátanos, el afán por coleccionar
información ha ido in crescendo. Recuerdo hace muchos años el haberme acercado
a un centro médico para realizarme un análisis de sangre. La señorita que me
recibió me pidió todos mis datos, los clásicos de nombre, domicilio, etc. pero
también el DNI, el correo electrónico y el teléfono. No llegó a más, pero me
negué a dárselos, pues yo pensaba recoger personalmente el resultado de los
análisis y para ello ni siquiera hubiera sido necesario mi nombre; con un
código de extracción y un resguardo hubiera bastado. Aclaro que no fue
posible realizarme los análisis en ese centro.
Han
pasado los años y en estas actividades presenciales seguimos igual. Por no ir más
lejos, ayer me dirigí a donar sangre a una unidad de la Cruz Roja. A pesar de
tener mi número de donante y todos mis datos, la señorita que me atendió me hizo
rellenar completamente el formulario con TODOS los datos. Me dijo que era para
verificar los que ya tenía. ¿No sería más fácil preguntar si alguno había
cambiado? La fiebre del dato sigue vigente y atacando por todos los frentes.
El número
de correos que he recibido esta semana, y sigo recibiendo, ha sido brutal. Debe
que ser que tengo mucha actividad en la red. Como a muchos usuarios les habrá
pasado, muchos correos procedían de remitentes que ni recordaba e incluso me
atrevo a pensar que tienen mi correo electrónico sin que yo se le haya dado:
SPAM se llama a esto y es una actividad creciente que inunda nuestros buzones
de correo a diario, porque los remitentes cada vez utilizan más y mejores técnicas
para saltarse los controles anti-spam.
El
hecho es que, según la ley, tenemos que dar nuestro consentimiento expreso al almacenamiento
y uso que de nuestros datos «pretendan» hacer las empresas ahora o el futuro. Sin
embargo, pocos correos de los que he recibido, yo creo que no han llegado ni a
la decena, me han llevado a conectarme a sus páginas web para leer —teóricamente—las
nuevas condiciones y pulsar expresamente un botón de aceptación. La gran mayoría
se han limitado a comunicar que han adaptado su normativa a la ley y que si
quiero algo les dirija un correo electrónico usando mi derecho a la rectificación
o cancelación.
En muchos
casos, y si cumplen con lo que deben, este bombardeo hubiera sido un buen
mecanismo para que se olviden de nosotros, no haciendo nada a la recepción del
correo, con lo que según la ley nuestros datos deben ser borrados de sus
ordenadores. Pero los que dicen que se «adaptan» seguirán teniendo nuestros
datos sin nuestro consentimiento expreso, o sea, que seguimos con más de lo
mismo. Hasta ahora, solo una empresa, en mi caso, sigue insistiendo con un
correo diario desde el pasado martes manifestando que «queremos seguir en contacto contigo» Como yo no quiero seguir en
contacto con ellos y deseo que me olviden, no pulso el enlace y siguen con la
matraca.
Por
cierto, MUCHO OJO a estos enlaces que pueden apuntar a páginas web clandestinas
que obtengan nuestros datos de forma fraudulenta. Hay que recordar que desde un
correo electrónico NO se pueden pedir datos NI SE DEBE HACER CLIC en un enlace.
Y en caso de que se haga, tener mucho cuidado con el sitio al que seamos
dirigidos. Los amigos digitales de lo ajeno han tenido aquí un gran potencial
que sin duda habrán intentado y conseguido aprovechar.
En
este blog he hablado de estas cosas en entradas anteriores como «CLAVES» y «CONTRASEÑAS»
o «IDENTIDAD» que no está mal recordar. En la relación que mantengo de mis
registros, me he molestado en actualizar con una marca aquellas empresas con
las que he renovado mi conexión a raíz de esta ley. No hay mal que por bien no
venga. Con otra marca diferente he anotado las que no he contestado, de forma
que dentro de unas semanas podré hacer una revisión para detectar estos cambios
y obrar en consecuencia, si es que los mortales tenemos alguna capacidad de
maniobra en estos temas y a pesar de las leyes. Hay que mencionar que las
denuncias ahora tienen que ser interpuestas a nivel Europeo. Vayamos
aprendiendo buen inglés…
En
demasiadas ocasiones en este mundo de la red, el refrán «Ojos que no ven corazón que no siente» es la mejor manera de acometer
estos asuntos. Sin embargo, la versión actualizada del refrán, «Ojos que no ven, tortazo que te pegas» seguro que le es de aplicación
a más de uno. Hartos de estos y otros temas «modernos», podemos dejarnos llevar
por la indiferencia y la apatía y no hacer nada. Me viene a la memoria aquel
eterno poema atribuido a Bertol Brech pero que otros señalan a al pastor alemán
Martin Niemöller como su autor:
Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,guardé silencio,porque yo no era comunista,Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,guardé silencio,porque yo no era socialdemócrataCuando vinieron a buscar a los sindicalistas,no protesté,porque yo no era sindicalista,Cuando vinieron a buscar a los judíos,no pronuncié palabra,porque yo no era judío,Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí,no había nadie más que pudiera protestar