«En la enseñanza universitaria, unidad de
valoración de una asignatura o un curso, equivalente a un determinado número de
horas lectivas» es la definición que figura en el diccionario relativa al
tema que me interesa comentar hoy. No debe de llevar muchos años implantado
porque cuando finalicé mis estudios universitarios en 2004, ya mayorcito, no se
utilizaba este sistema sino el clásico de ir aprobando asignaturas a base de
exámenes. De hecho y según he podido leer, algunas universidades dan este
sistema por agotado y están estudiando formas alternativas.
De
vez en cuando asisto a charlas y cursos en los que se otorgan créditos. Es un
asunto al que no presto atención pues en mi caso concreto no me sirven para
nada y me ahorro ciertos inconvenientes en los registros de asistencia por los
que tienen que pasar los interesados. Y es que, en mi opinión, que puede estar
equivocada, algunos asistentes están interesados únicamente en los créditos y
no tanto o nada en el asunto sobre el que verse la charla, seminario o
conferencia.
En
las últimas semanas me he topado con dos casos claros. Uno de ellos consistía
en una conferencia con ponentes internacionales en la universidad que dirigía
un catedrático. El tema era un poco tangencial, aunque interesante, pero me
sorprendió al asistir los dos días en que se desarrollaba que prácticamente
todos los asistentes eran estudiantes, más preocupados por sus móviles salvo
honrosas excepciones que en atender a lo que los ponentes exponían, por cierto,
en inglés, con lo cual había que hacer un ejercicio extra de atención, aunque
se supone que los estudiantes actuales esto del inglés lo tienen superado. Como
digo, lo importante era a la salida, que no a la entrada, registrarse en la
hoja de firmas para conseguir los créditos. Las entradas iniciales o tras los
descansos y la actitud durante la charla no parecían ser controladas por nadie,
con lo que los créditos obtenidos tendrían poca o nula relación con lo
aprendido. Pero servían para la obtención del título.
La
semana pasada me topé con otro caso claro de estas cosas de la vida moderna. La
imagen que acompaña a esta entrada corresponde al apartado de los créditos en
este «seminario» de dos días celebrado en una de las universidades públicas
madrileñas. Como se puede ver, se ofertaba un crédito optativo, entiendo que
para cualquier carrera. O más específicamente en humanidades. Para ello se
requería asistir al 100% de las clases y la realización de un proyecto final. Las
horas lectivas eran de cinco cada día, diez en total. Asistimos unos quince
alumnos, de los cuales catorce eran estudiantes que en la presentación inicial
manifestaron estar cursando ADE, economía, derecho o carreras similares. De entrada,
hay que decir que el tema versaba sobre nutrición, un asunto que poco o nada
tienen que ver con los estudios de los asistentes y al que yo asistí por mera
curiosidad.
Para
resumir de forma rápida, de las diez horas previstas se realizaron siete
escasas y eso contando algún descanso. El segundo día, ya con más confianza, y
a pesar de que la clase empezó con retraso, algún alumno, sin cortarse un pelo,
llegó casi una hora tarde. El desarrollo de la charla fue dinámico y estuvo
interesante, motivándonos bastante el ponente y consiguiendo la participación
activa dado que el tema es de interés general. Al final, la realización
del proyecto necesaria para obtener el crédito consistía en enviar un correo
electrónico al profesor contestando a cuatro preguntas en un par de líneas. Crédito
obtenido.
El
curso me pareció interesante y pude tomar algunas notas que me fueron de utilidad
y me sirvieron para investigar algo posteriormente. Algún día confeccionaré una
entrada con las experiencias sobre alimentación que pueden ser interesantes, al
menos a mí para reflejarlas en un escrito al que acudir de vez en cuando. El
precio también era razonable para las diez horas ofertadas, aunque al quedarse en
siete ya la cosa se encarecía. Pero me quedó claro que se trataba simplemente
de cumplir el expediente y obtener el crédito por parte de los estudiantes. Lo
de cumplir el horario y el temario estaba bien sobre el papel, pero el llevarlo
estrictamente a la práctica ya era harina de otro costal.
Otro
ejemplo pudiera ser un curso que realizo de forma mensual a través de internet.
Consiste en leerse un tema y luego realizar online un cuestionario de 20
preguntas tipo test para el que se dispone de una hora. También está disponible
de forma simultánea el documento electrónico en PDF, con lo que mientras estás
haciendo el test puedes utilizar el buscador de forma paralela: como antaño
hacer el examen con el libro delante, pero a lo moderno. Leer el documento y
hacer el examen me lleva dos horas más o menos. Al acabar, el título electrónicamente
expedido informa que «Este curso cuenta con
2 créditos (20 horas) y es válido para…»
Yo
supongo que cuando una clase se suspende o se acorta, los estudiantes jóvenes
se alegran, salvo honrosas excepciones, porque supone un tiempo libre extra en el
que tumbarse en la pradera exterior o ir a la cafetería a charlar. Pero a los
estudiantes mayores, es mi caso, la suspensión o acortamiento de una clase nos
causa una profunda desilusión porque asistimos por convicción, con ganas de
formación y de aprender.