Hay
que avanzar en el diccionario de la Real Academia hasta la acepción quinta para
descubrir el significado que nos interesa relativo a la palabra que sirve de
título a esta entrada: «Carta, breve por
lo común». Tengo la impresión de que el término ha caído en desuso y más en
los últimos años con la irrupción de las nuevas tecnologías, en las que las
comunicaciones electrónicas han dado el finiquito a las cartas en papel. No sé
si con el tiempo el diccionario incorporará una acepción nueva aludiendo a los wasaps
que son la forma actual.
Este
término era usado con profusión en las novelas clásicas del siglo XIX para
mandarse mensajes entre enamorados clandestinos. Así, en «El conde de
Montecristo» podemos leer «y bien, vuelva
a leer el billete, examine la
escritura y encuéntreme una falta o de lengua o de ortografía». También en
otro clásico, «Anna Karerina», encontramos «Anna
había pasado toda la mañana ocupada con los preparativos de la partida.
Escribió billetes a sus conocidos de
Moscú, estuvo haciendo cuentas y preparó el equipaje» o «Estas dos alegrías, una jornada de caza
afortunada y el billete de su mujer,
eran tan grandes que dos pequeños contratiempos que se produjeron después
apenas afectaron a Levin».
De
los lectores asiduos a este blog será conocida ni afición en los últimos años a
los cursos MOOC. Recientemente he finalizado uno magnífico, de esos que exigen
mucho tiempo y concentración y dan pena cuando se acaban, titulado «Caligrafía
y paleografía: espacios históricos para su estudio y práctica» en la plataforma
Edx y dirigido por profesores de la Universidad Carlos III de Madrid. Una
maravilla el poder transitar, algunas veces entendiendo algo, por magníficos
escritos de siglos anteriores. Uno de los apartados estaba dedicado a los
ámbitos domésticos y allí aparecían magníficos billetes.
Como
ya he comentado, las cartas manuscritas están desapareciendo progresivamente de
la faz de la tierra, siendo sustituidas por la escritura electrónica y su
visualización efímera en pantallas. Ya hace tiempo hubo una sustitución cuando
se generalizaron las máquinas de escribir, especialmente en los ámbitos
domésticos. Hablando de escrituras notariales del pasado siglo XX, tengo
algunas de mis abuelos redactadas a mano, pero ya a mediados de siglo aparecen
escritas a máquina y hoy en día impresas en papel procedentes de ordenadores.
De escritura a bolígrafo o estilográfica solo se pueden apreciar las firmas y
muchas veces ya ni eso porque empiezan a proliferar las firmas electrónicas:
todo electrónico. Con la proliferación de asuntos hoy en día sería impensable
el manguito de antaño. En mis primeros trabajos como laborante en una Caja de
Ahorros a comienzos de los años setenta del siglo pasado, tampoco hace tanto,
los asientos en las libretas de los clientes y en los libros de contabilidad se
hacían de forma manual, escrita, con bolígrafo y apretando para que se leyera
bien en las copias que se generaban utilizando papel carbón. ¿Alguien se
acuerda del papel carbón?
Volviendo
a los billetes, por lo general se trataba de papeluchos, doblados de cualquier
manera, sin emisor ni destinatario, con comunicaciones breves y directas, que eran
traídos y llevados por criados fieles, aunque no siempre discretos en los
ámbitos domésticos, entregados en mano y la mayoría de las veces medio en
secreto porque su contenido podía ser motivo de algún escándalo si llegara a
ser revelado. Han llegado pocos hasta nuestros días porque por lo general eran
hechos pedacitos en cuanto eran leídos, por si acaso. Algunos que fueron
interceptados llegaron al ámbito judicial porque servían de prueba a maridos
despechados que denunciaban a sus mujeres adúlteras con otros mancebos. La
viceversa no estaba contemplada en aquellos años.
Muchos
billetes eran de naturaleza amorosa, con gran intensidad emocional y alusiones
personales, sin formulismos, intensos y directos. Aunque no se ven en la imagen
que acompaña esta entrada, se podían leer frases como estas:
«Amores
de mis ojos…»
«Amores
de mi vida y de mi alma…»
«Amores
de mi vida. He recibido un susto tan grande…»
«Mi amor y mi dueño. Estoy
con una pena inmensa…»
Tengamos
en cuenta que no había teléfono en aquellas épocas. No es como ahora, que las
conversaciones telefónicas y mensajes de wasap, tuiter o similares son
guardados «para siempre» aunque los borremos, pudiendo aparecer en cualquier
momento pasados unos años, y si no que se lo digan a muchos políticos, por
ejemplo, que han visto aparecer épocas pasadas de sus vidas donde decían cosas
que les dejan, como se suele decir, con el culo al aire.
A lo
mejor con el tiempo hay que volver al billete si queremos intentar no dejar
rastro de nuestras comunicaciones, siempre que cumplamos con la máxima de
hacerlos trocitos y no tirarlos todos juntos en la misma papelera, que ya se
sabe que la papelera es el primer sitio donde buscan los espías o los
investigadores. ¿Cuántos documentos se han visto en los papeles de carbón que
hemos aludido anteriormente y que han sido arrojados a la papelera tras cumplir
su misión?! Pero, claro está, podemos caer en la tentación de hacer una foto
con el móvil al billete antes de destruirle y entonces…