Coincidiendo
con la tremenda ola de calor de la semana pasada de primeros de agosto de 2018,
hemos disfrutado de unas pequeñas vacaciones en las provincias de Gerona y
Barcelona, ambas catalanas, y españolas, europeas y del mundo, al menos por el
momento. Aunque existieron momentos de playa, necesarios por lo demás por las
altas temperaturas, el propósito era conocer los puntos más destacados de la
geografía gerundense en general y de la ciudad de Barcelona en particular.
Nosotros la habíamos visitado cinco años atrás, pero la compañía de nuestros
amigos Manolo y Maribel nos hizo rememorar y disfrutar, a toda prisa eso sí y
en una atmósfera asfixiante, de unos enclaves, unos paisajes y unas personas
magníficas.
No
se trata de hacer una reseña turística de los sitios visitados sino focalizar en
un tema que me parecen importante hoy en día: la masificación en los puntos de
interés de ciudades y pueblos. En estos últimos tiempos, prácticamente todo el
año, pero especialmente en los momentos generalizados de vacaciones, la
masificación de personas deambulando por ciudades y pueblos lleva prácticamente
a la exasperación, además de generar dificultades, y costes, para acceder a los
sitios.
Recuerdo
la primera vez que visité la Alhambra de Granada, allá por los años setenta del
siglo pasado, en que llegué a la puerta, saqué mi entrada y la visité pausada y
tranquilamente, disfrutando de su atmósfera, haciendo fotografías y casi sin
gente, sin turistas alocados que hoy en día van corriendo a todos lados, viendo
el monumento a través de sus cámaras y teléfonos y no disfrutando; parece que lo
único que quieren es contar que han estado allí a sus amigos o compañeros de
trabajo y nada más. Unas pocas fotos compartidas por wasap y luego todas a
dormir en el fondo de un disco duro para no volverlas a ver nunca. A nadie se
le puede ocurrir hoy en día ir a visitar la alhambra sin haber reservado
previamente la visita con varios días o semanas de antelación.
No
pretendo disponer de los lugares y monumentos para disfrutarlos solo, aunque espero con
ansia tener la posibilidad de visitar los sitios en los meses de noviembre o
febrero cuando la afluencia de personas es claramente inferior. Por ahora,
seguiremos yendo «cuando va todo el mundo» y sufriendo los inconvenientes, de
los cuales quiero destacar dos.
Uno
de ellos es el aparcamiento. En la actualidad, el coche es fuente de problemas
para muchos, pero también el foco de las acciones recaudatorias desmesuradas.
Dicen que es para regular las afluencias, pero al final vamos todos, cueste lo
que cueste, y nos sangran el bolsillo de qué manera. Detenerse en un pueblo como
Playa de Aro a comer dos horas y sin pasarse un minuto supone un desembolso de
seis euros de aparcamiento porque no hay manera de dejar el coche en ningún
lado. Los aparcamientos en la playa de Sa Riera están pintados desde bastante
antes de la arena con unas rayas azules que ya sabemos todos lo que significan:
pasar por la maquinita y clink, clink,
clink. Si queremos visitar las ruinas de Ampurias, más de lo mismo en un
aparcamiento con una concesión privada, y si queremos ir al museo de Dalí en
Figueras, salvo que dejemos el coche a una cierta distancia o nos hinchemos a
dar vueltas, lo mejor es poner el Waze al parking más cercano, cerrar los ojos
y aflojar lo que nos pidan.
Hay
que reconocer, es justo, que quedan algunos enclaves donde (todavía) no cobran
por aparcar. Por citar algunos, El Faro de Creus, el bellísimo pueblo medieval
de Besalú o, sorprendentemente, la capital, Gerona, que dispone de varios y
enormes aparcamientos gratuitos desde los que se puede llegar andando al centro
histórico en menos de diez minutos. No he llevado la cuenta, pero los euros
invertidos en aparcamientos a lo largo de la semana han sido unos cuantos.
El
otro asunto es el precio de las visitas culturales. De acuerdo que los sitios
hay que mantenerlos, pero si me imagino a una familia normal de dos hijos y
pienso los euros diarios que necesitan para las visitas, se me hace imposible.
Un ejemplo, catedral de Gerona con su claustro, una belleza, cuatro entradas
son 24 o 28 euros, no lo recuerdo. Y en una hora, y más con niños o jóvenes,
despachada. Vamos a los baños árabes, cuatro entradas, ocho euros, quince
minutos y a otra cosa. No es un asunto baladí y se necesita un bolsillo bien
preparado para ver lo que hay que ver sin dejarse nada.
Pero
la que se lleva la palma es la Sagrada Familia de Barcelona. Como la Alhambra,
no se le ocurra a nadie ir sin reservar la entrada con mucha antelación. Hay varias
modalidades, pero la estándar de visita guiada, en esta época de agosto de 2018
y que no llega a la hora de duración, es a 24 euros por cabeza, con lo que la
familia ejemplo que tenemos necesita 96 euros y ¡cómo no se va a visitar la
Sagrada Familia! No te dejan entrar hasta quince minutos antes de la hora o sea
que no sirve de nada llegar con mucha antelación, porque habrá que conformarse
con mirarla por fuera. La visita guiada estuvo bien, pero a los pocos días me
cogí un enorme cabreo cuando intercambiamos las fotos del viaje con nuestros
amigos y vi las tres fotos que acompañan esta entrada: Pero, ¿dónde demonios
estaban esas magníficas luces?
En
los cinco minutos anteriores al comienzo de la visita guiada, teniendo que
esperar fuera, mi amigo entró un momento e hizo las fotografías. Como hago
siempre, durante la visita guiada, me pego como una lapa al guía y no me pierdo
una palabra de lo que dice. Pues nada, de ese efecto magnífico de luz que
generan las vidrieras en las bóvedas ni me enteré ni vi nada. Mi mujer tampoco.
Dicen que la finalización de las obras está prevista en el 2026, centenario del
nacimiento de Gaudí. Habrá que volver para entonces, en noviembre, y pensar en
desembolsar los euros que cueste la entrada en ese año, pero a lo mejor está
nublado ese día y nos quedamos con las ganas. Y como hay que sacar las entradas
con antelación… Vamos a tener que mirar el tiempo hasta para planificar las
visitas.
Menos
mal que por la tarde fuimos a la otra catedral, más recoleta pero no menos
preciosa y emblemática, la de Santa María, la Catedral del Mar. Aquí la visita,
también de poco menos de una hora cuesta 10 euros, con lo que otros cuarenta
menos para el bolsillo de la familia. Por lo menos haces ejercicio, porque te
hinchas a subir y bajar escaleras, aunque la vista de Barcelona desde los
tejados merece la pena.
Un
día, dos catedrales, dos horas, 136 euros de entradas. Un imposible para muchas
familias. Pero es cultura, hay que hacer lo imposible.