Cuando
decido un vocablo para el título de cada entrada, operación a veces difícil a
medida que avanza el tiempo, procuro echar un vistazo al diccionario y en
internet a ver que se cuece sobre el asunto en cuestión. Algunas veces hay
sorpresas, como en este caso en el que el concepto existe para otros asuntos y
no para el que yo le quiero emplear. Concretamente, la acepción más encontrada
responde a la operación que pueden hacer de forma voluntaria los jugadores
compulsivos para registrarse en el RGIAJ —Registro General de Interdicciones de
Acceso al Juego— y evitar seguir gastándose los dineros.
En
un viaje en coche realizado esta semana, en el plazo de hora y media que duró
el mismo, mi cuñada recibió dos llamadas en el teléfono móvil de operadores que
querían vender algo. Tienen sus técnicas y salvo que seas un desconsiderado y
cuelgues el teléfono a la voz de ya, cuesta un poco quitarse de en medio y
hacerles ver que además de no estar interesado en nada de lo que puedan
ofrecerte estás siendo molestado. Muchos insisten e insisten hasta que no te
queda más remedio que ser maleducado. Por lo general este tipo de llamadas se
producen por las tardes con lo que más de una siesta han fastidiado cuando no
en medio de una cena cerca de las diez de la noche.
Los
tiempos cambian y las técnicas se adaptan a ellos. Han desaparecido las
comunicaciones directas al correo postal, ha disminuido mucho el buzoneo masivo
de propaganda, son casi inexistentes los papeles en los parabrisas de los
coches, pero parece que prolifera el uso de los medios electrónicos: llamadas y
correos. Los llamados correos SPAM siguen en activo pero las propias empresas
de servicio de internet los detectan y ponen en cuarentena o los propios
usuarios pueden marcarlos como «no deseados» y dejar de recibirlos, aunque
también proliferan las técnicas de utilizar nombres de emisores variables que
soslayan la detección y eliminación.
Pero
en el caso de la llamada telefónica es más difícil escaparse. Yo tengo la
costumbre de no coger llamadas cuyo interlocutor no esté en mi agenda. Esto me
obliga a ser escrupuloso en el mantenimiento de la misma y registrar aquellos
números de los que pueda esperar recibir una llamada para no rechazarla. Hay
inconvenientes con este asunto como el caso del repartidor de mensajería que no
te encuentra en casa y te llama por teléfono para gestionar la entrega: cómo su
número es desconocido para ti, no lo coges. Lo suyo es que intente dejar un
mensaje en el buzón de voz, que no tengo, o en el más socorrido WhatsApp y ya
decidirás tú si le llamas o no. Y me viene al recuerdo cuando recibías alguna
llamada de este tipo y estabas en el extranjero, antes cuando había todavía
roaming; encima te costaba dinero a ti y te seguirá costando en según qué
países en la actualidad.
En
el diario ABC del viernes de esta semana se ha podido leer el siguiente titular
respecto de la ciudad de Madrid capital: «Multas
de hasta 1.500 euros por repartir publicidad por la calle. La nueva ordenanza
obliga a los comercios a apagar sus pantallas a las 22 horas y no permite que
emitan sonidos». Estaría bien que se esto se generalizara a las llamadas
telefónicas y se pusiera en valor el concepto de «publicidad no deseada». Las
empresas deberían de promover sus propios mecanismos para emitir su publicidad
en medios o enviársela personalizada a quién haya notificado su predisposición
a ello. Aquellos tiempos del coche lanzando papelinas o con unos potentes
altavoces comunicando algo ya han pasado a la historia.
Y
ahora al grano. Yo y mi familia hace mucho tiempo que no recibimos llamadas de
este tipo. Supongo que será por lo que a continuación voy a comentar, pero no
podría asegurarlo, aunque el hecho es incontestable: casi ninguna llamada.
Alguna perdida alguna vez, pero son excepción. Hace años me hablaron de la
«Lista Robinson», accesible en este enlace. La cuestión es apuntarte en
ella… «de forma fácil y gratuita, para evitar
publicidad de empresas de las que no seas cliente o a las que no hayas
facilitado tu consentimiento. Funciona para publicidad por teléfono, correo
postal, correo electrónico y SMS/MMS». Hay que registrarse y facilitar
algunos datos, pero el proceso de inclusión, modificación o baja es sencillo.
Cuando
estemos hasta las narices de las «llamaditas», probar a darse de alta en esta
lista no cuesta mucho y parece efectiva. También es verdad que nos podemos
perder alguna oferta interesante, pero ese es el riesgo. Como muchas de estas
actividades que circulan por internet, la fiabilidad es nula, ya que no se
comprueban los datos facilitados: nos podemos dar de alta con un DNI. que no
sea el nuestro y consignar el correo electrónico y el teléfono de nuestro mayor
enemigo para dejarle sin publicidad. A lo mejor hasta nos lo agradece.