Es muy raro que los humanos realicemos acciones costosas
para prever problemas en el futuro o simplemente medir nuestro comportamiento
ante posibles situaciones. Por ejemplo, no vamos a estar ayunando voluntaria y
completamente durante una semana para conocer nuestras reacciones y los
posibles problemas si por algún motivo nos vemos en esa situación en una isla
desierta: es poco probable que ocurra. Pero si sería interesante medir nuestras
reacciones y actitudes ante hechos que normalmente no ocurren, pero pueden
tener lugar de forma plausible.
El pasado miércoles estuve conectado en casa en internet
desde que me levanté hasta las nueve de la mañana aproximadamente. A esa hora
salí a darme un paseo y hacer algunas compras. Cuando volví, sobre las diez y
media, mi domicilio estaba «desinterneteado»;
pido perdón por la expresión a todas luces incorrecta, pero creo que se
entiende y expresa claramente la situación y la solicitud de perdón sirve de
aquí en adelante porque van a figurar más vocablos en inglés de los que no
tengo ganas de andar buscando alternativa. Y digo mi domicilio, porque yo
seguía teniendo acceso a la red a través de la conexión de datos de mi teléfono
móvil, con lo cual la situación no era de desconexión total. Ya se sabe que muchos
teléfonos inteligentes actuales permiten generar una «wifi» que posibilita seguir conectado desde un ordenador o tableta.
Pero… todos sabemos que no es lo mismo.
Aunque la luz de PON (Passive Optical Network) del ONT
(Optical Network Terminal que
convierte la señal óptica que llega por la fibra) estaba intermitente, realicé
todas las operaciones normales en estos casos: apagar y encender (varias veces),
hacer «reset» con el palillo de turno al «router», esperar 10 minutos y hacerlo de nuevo… Que si quieres arroz, Catalina. Mi diagnóstico era claro: se había
perdido la conexión de la fibra. Extraño, pues dos horas antes había estado
funcionando, pero las cosas cuando ocurren tienen un comienzo.
Tocaba llamar a
mi operadora, Jazztel, que solo me tuvo doce minutos en espera por aquello de «todos nuestros operadores están ocupados,
por favor, espere». Menos mal, insisto, menos mal, que me tocó en suerte un
operador avezado que debió deducir de mis palabras que yo sabía de lo que
hablaba y enseguida, sin hacerme repetir todas las pruebas que ya había
realizado, con sus pruebas coincidió en mi diagnóstico. La cuestión requería la
personación en mi domicilio de un técnico de la propietaria de la fibra, que es
otra empresa, en este caso Movistar. Amablemente me indicó el operador el plazo
establecido para la subsanación de la avería: un máximo de 72 horas pero que no
me preocupara porque normalmente era menor.
No voy a referir aquí las manifestaciones de los miembros de
mi familia cuando fueron llegando a casa por la tarde al comprobar que no había
wifi ni internet y que la avería podía llegar a durar tres días. Quién
más quién menos tenía que hacer una transferencia, consultar unos apuntes de la
universidad o rellenar un formulario… y todo ello a la mayor brevedad posible,
sin dilación. Les aporté como solución ir a la biblioteca pública o a casa de
algún vecino o familiar. Y es que, en mayor o menor medida, todos estamos
afectados por una cierta ciberadicción que
conlleva algunas fobias aparecidas en estos tiempos y relacionadas con la
conexión a la red. Todo tiene que ser inmediato, a cualquier hora, desde cualquier
sitio... En el fondo somos algo conformistas, quizá también algo irresponsables
de depender de un servicio sobre el que no tenemos ningún control y que por
múltiples motivos puede desaparecer en cualquier momento por innumerables
causas.
La fotografía que encabeza esta entrada es de las cajas de
fibra que dan servicio a tres bloques de pisos en la urbanización en la que
vivo. Están en el garaje, accesibles a cualquiera que pase por allí, vecino,
amigo, reparador de la lavadora o el pintor del seguro. Las puertas de acceso a
los garajes están, deberían estar, cerradas con llave, pero la comodidad de
algunos vecinos hace que con bastante frecuencia estén abiertas, atrancadas con
una variedad de artilugios sorprendente. Vamos, que cualquiera puede acceder a
las cajas sin ningún problema, abrirlas con la mano y…
Al día siguiente de la avería, jueves bien entrada la tarde,
apareció el técnico de Movistar. Como me vio interesado, me fue explicando lo
que tenía que hacer para verificar la conectividad de mi fibra. La desconectó
en mi casa del ONT y la puso un emisor láser de luz óptica (el vocablo láser si
está en el diccionario, menos mal). El paso siguiente consistió en ir a la caja
a ver cuál de los cables era el mío, lo que resultó fácil por estar entero el
cable y ver la luz roja que se veía a simple vista en la clavija final. El paso
siguiente fue comprobar la boca de la caja en que estaba conectado… ¡Tachín,
tachín. tatatachín!... ¡Incorrecto! Mi cable estaba conectado en una puerta incorrecta
de la caja 2, pues debía estar conectado en el XX y estaba en el YY. Pero… ¡había
otro cable conectado en mi punto! El técnico procedió a desconectar el
incorrecto, conectó el mío y todo funcionando.
Quedaban en el aire dos preguntas: ¿Quién había
intercambiado las conexiones? ¿A qué vecino correspondía el cable que estaba
enchufado indebidamente? La primera pregunta apuntaba a otro técnico que
hubiera andado hurgando indebidamente en la caja, pero también podía haber sido
un gracioso que le diera por intercambiar los cables. ¿Intercambió más? La
segunda pregunta es mucho más difícil de responder. Tendría que conectar a ese
cable el láser antes aludido y pasar casa por casa para ver en cuál de ellas
estaba el cable iluminado en el otro extremo. Alguien habrá protestado por
haberse quedado sin conexión, y que siga la rueda… Y es que, como se puede ver
en la fotografía, los cables no están etiquetados y no hay manera de saber a
quién corresponde cada uno.
Las cosas funcionan porque Dios es bueno, pero en cualquier
momento se pueden venir abajo. No me parece de recibo que las cajas estén
accesibles a cualquiera sin una mínima protección. No me quiero ni imaginar si
en algún momento a algún desaprensivo le da, no por intercambiar, sino por todos los cables con una cizalla. El caos en todas las casas estaría servido
hasta poder averiguar de quién es cada cable, reparar el conector y volverlo a
enchufar en su sitio correspondiente.
No quiero dar ideas… pero ya por mera curiosidad me gustaría
saber la respuesta a las dos preguntas planteadas: quién anduvo metiendo mano
en las conexiones de la caja y a qué vecino le dejamos desinterneteado, mirando al cielo de los internautas, cuando arreglamos
mi conexión.