Siempre que en este blog utilizo como título una entrada que
comienza por el prefijo «DES» no tengo por menos de recordar una de las que yo
destacaría en este blog, «DESAPARCAR», escrita en sus inicios hace ya doce años. El título elegido hoy no refleja ni
de lejos el contenido, pero es un consenso al que he llegado con mi amigo José
María para evitar utilizar un palabro inglés que se entendería mejor: «root» o «rootear», que se aplica generalmente a los ordenadores y más
concretamente a los móviles inteligentes o smartphones.
Entrando por un momento en los aspectos lingüísticos,
desprecintar es el efecto de quitar el precinto, que la RAE define como «Ligadura o señal sellada con que se cierran
cajones, baúles, fardos, paquetes, legajos, puertas, cajas fuertes, etc., con
el fin de que no se abran sino cuándo y por quien corresponda legalmente».
Una vez más estamos ante un vocablo comúnmente usado para el que el español no
tiene una traducción, al menos simple, que defina concretamente su significado.
Una opción es elevar la siguiente consulta a la FUNDEU, que se ocupa de estas
cosas
El término inglés «root» o la expresión «hacerse root» o simplemente «rotear» se usa para describir la operación por la que un usuario de un teléfono móvil inteligente toma el control del software y las aplicaciones del mismo para saltarse las restricciones que imponen los fabricantes y poder gobernar SU PROPIO EQUIPO a su gusto.En estos días, el banco ING está avisando a sus clientes que será necesario de acuerdo a la nueva normativa usar un teléfono móvil que NO PODRÁ ESTAR ROOTEADO.Me gustaría conocer si existe palabra alternativa en español para este vocablo inglés, que también se conoce como «hacer jailbreak».Muchas gracias por su atención.
La contestación recibida ha sido la siguiente:
Una opción sería «obtener acceso privilegiado» o «con permisos de superusuario», aunque son considerablemente más largas que la voz inglesa y no hemos encontrado una alternativa más corta.
En estos días de primeros de septiembre de 2019, los bancos
están aplicando una normativa que les obliga a hacer una doble verificación de
los usuarios en sus accesos a la operativa a través de dispositivos electrónicos
o páginas web. Las opciones que están barajando bancos y empresas, por lo
general, es utilizar el teléfono móvil y dentro de esta opción dos
posibilidades: mensajes de tipo SMS con un código de validación o
notificaciones directas a las aplicaciones instaladas en el teléfono.
Esto obliga, sí o sí, a los usuarios a disponer de un teléfono
móvil para realizar sus operaciones. Y no solo eso, sino a tenerle disponible,
encendido y con conexión a la red telefónica en el caso de los mensajes SMS y a
internet en caso de las notificaciones. Esto implica que si estamos queriendo
consultar nuestro saldo bancario en los ordenadores de una biblioteca perdida
en un pueblo perdido donde no hay cobertura y no tenemos el teléfono porque lo
hemos perdido, está sin batería o nos lo hemos dejado en casa pues… no podremos
operar.
Cada vez más demasiadas cosas se están basando en disponer
de un teléfono móvil que esté plenamente operativo, cuando hay muchas razones
por las que en determinados momentos no disponemos de él. Pero es que, además,
no solo te obligan a tener un teléfono, sino que algunas de estas empresas se
toman atribuciones que van más allá, y te obligan a tener el teléfono de una
determina manera y con unos niveles de programas adecuados. Vamos, que tenemos
que ir todos como borreguitos por donde ellos digan. ¿Por qué un banco como ING
se puede permitir forzarme a tener mi teléfono de una determinada forma y a un determinado
nivel? Más… ¿por qué me obliga a tener un teléfono para poder realizar su
operativa que no olvidemos es forzosa, prácticamente, a través de internet al
no disponer (casi) de oficinas físicas?
Como puede verse en la imagen anterior, algunos bancos y
empresas detectan en sus aplicaciones que el teléfono «ha sufrido alteraciones», «se
ha modificado la configuración de fábrica» o mensajes similares en aplicaciones de otras empresas. Está bien que me avisen por si la modificación no
la he realizado yo y que me indiquen que si sigo adelante es bajo mi
responsabilidad. Pero otros, como por ejemplo ING o la Universidad Carlos III
de Madrid no permiten seguir adelante con los accesos.
Mi teléfono está a punto de cumplir dentro de dos meses los
siete años de antigüedad. Se trata de un Samsung Galaxy Note II —me fastidia
decirlo por lo que supone de propaganda para la marca—. Como ya se sabe, las marcas
«abandonan» los dispositivos a los 18 o 24 meses no queriendo saber nada de
ellos, pues los dejan de dar soporte y de actualizar. Si yo siguiera con la última
actualización estaría en el nivel 4.4.2 de Android y muchas de las aplicaciones
actuales no funcionarían en él. Vamos, que, si no te quieres complicar la vida,
cada dos años como mucho y aunque esté funcionando a la perfección, las marcas
te obligar a tirar el teléfono a la basura y adquirir uno nuevo. Pues lo
siento, va a ser que no, me resistiré lo que pueda.
Las marcas quieren que seamos todos tontitos, que usemos sus
teléfonos como ellas quieren, con las aplicaciones que nos vengan impuestas de
fábrica y con una capacidad de maniobra prácticamente nula. Eso sí, siempre por
nuestro bien y por nuestra seguridad, que nosotros no entendemos y la podemos
liar. Es como si uno se comprase un coche y le obligaran a poner combustible en
una determinada marca de gasolinera, poner las ruedas de una determinada marca,
llevar las fundas de los asientos de un color determinado y que el llavero
fuera uno concreto. Si modificamos los programas y la operativa del teléfono podemos
perder la garantía, podemos perder la protección, renunciamos a las
actualizaciones del fabricante, y, toma ya, algunas aplicaciones pueden no ser
compatibles. Obsolescencia a dos años, pura y dura, anunciada con todo el
morro.
Hace ya tres años, septiembre de 2016, en la entrada de este
blog titulada «PISAPAPELES» contaba cómo me resistía a comprarme un teléfono nuevo
y que mi teléfono quedase de eso, de pisapapeles. Para ello tuve que tomar el
control del mismo como superusuario, es decir, hacer «root», limpiar el teléfono,
instalar en él los programas y aplicaciones que a mí me parezca bien y
mantenerle limpito, vivito y coleando como está en estos momentos, con un nivel
de Android 7.2 y a punto de subirle a la última versión estable, la 9.0, en
cuanto los «cocineros» solucionen unos pequeños problemas, «bugs», que tiene la
versión que están preparando.
Las empresas deberían reconsiderar su postura en este asunto
y de querer usar el teléfono utilizar los SMS. Me he puesto en contacto con ING
y la respuesta ha sido que no y nones, que su departamento de seguridad no lo admite.
Ante esto, se me ocurren algunas opciones, pero seguro que hay más:
» Dejar de ser cliente de ING. Hay más bancos en este país.
» Instalar alguna aplicación en el teléfono que «oculte» su estado.
» Cambiar de teléfono
Veremos cómo acaba la cuestión...