Vivimos en la era de la inmediatez, todo tiene que ser en el
momento o cuanto antes mejor. La tecnología ha puesto en nuestras manos esos archiperres llamados smartphones que nos mantienen conectados
permanentemente al mundo. Para lo bueno y para lo malo, añadiría yo. Siempre la
cuestión central es el uso que les demos y los que les dejemos incidir en
nuestro devenir diario. La opción de desconexión y apagado siempre estará en
nuestras manos. Pero el hecho real es que los llevamos permanentemente
encendidos y encima, hasta cuándo vamos a visitar al amigo Roca.
El pasado martes estaba escuchando placenteramente una
formidable charla sobre tecnología con el teléfono en el bolsillo, puesto en
vibración y con el bluetooth
activado, para que las notificaciones me llegasen al reloj de pulsera donde las
puedo leer con discreción. Un mal uso de la tecnología por mi parte porque no
estaba esperando ninguna llamada o mensaje importante. En plena charla me vibra
el teléfono y el reloj y puedo leer que se trata de un correo electrónico de
una empresa desconocida para mí, TELEFÓNICA CONSUMER FINANCE, en adelante TCF, en
el que, entre otras cosas, me informaban con gran familiaridad que… «tu solicitud de préstamo ha sido
pre-autorizada y adjunto encontrarás el contrato que has firmado digitalmente»
Adjunto venía un documento en formato «.pdf» que lógicamente no abrí siguiendo
las reglas elementales de no hacerlo con enlaces desde un correo y menos de
desconocidos.
Yo no había pedido ningún préstamo a esa empresa y mucho
menos había firmado, ni digital ni personalmente, ningún contrato. ¿Qué leñes
me estaban contando? ¿Se trataba de una suplantación de personalidad? ¿Un timo
por internet de esos que tanto abundan? A pesar del tremendo interés de la
conferencia, la bilirrubina iba subiendo poco a poco, tanto que me daban ganas
de marcharme al ordenador de casa para, con más tranquilidad y herramientas,
ver lo que estaba ocurriendo. Aguanté la charla con cierta impaciencia y al
terminar la misma salí echando chispas.
La empresa que me mandaba el correo existía. Descargué con
seguridad el documento adjunto, le escaneé con mi antivirus para detectar
posibles enjuagues y finalmente viendo que estaba limpio, le abrí. Asunto
aclarado. No había por qué preocuparse… esta vez.
«Más conectados, más vulnerables». «Si desea estar seguro al 99%, solo cierre la puerta, desenchufe su Ethernet y apague su WiFi».
Creo
que esto solo sería cierto para aquellas personas, si es que existe alguna, que
nunca hubieran tenido conexión en casa, nunca hubieran tenido teléfono
inteligente y nunca hubieran usado internet. Alguna persona de estas características
habrá, pero me temo que serán muy pocas. Por otro lado, tiene que haber
bastantes tocayos míos en el mundo y también con mi mismo primer apellido, que
es bastante común sin ser García, Rodríguez y González, que pasan por ser los
más comunes seguidos, de Fernández, López, Martínez, Sánchez, Pérez, Gómez y
Martín en el ranking de los diez primeros según el I.N.E.. A igualdad en el
nombre y primer apellido y hablando del mundialmente conocido y usado servidor
de correo Gmail, lo normal es que se produzcan errores en la toma del correo y
en su incorporación a las bases de datos si no se tiene cuidado.
Pero una cosa elemental que muchas empresas hacen, y deberían hacer todas, es verificar el correo antes de usarle como bueno, cosa que estos
de TCF no han hecho, dando por bueno un correo electrónico que no corresponde a
su cliente real. En el documento en PDF del citado contrato que me han remitido
desde TCF figuran todos los datos, todos, de una persona que se llama como yo
aunque su segundo apellido es diferente, con su domicilio, su DNI, sus
teléfonos fijo y móvil, su estado, su situación laboral, sus ingresos
mensuales, su cuenta corriente… ¿Qué más datos hacen falta de un persona?
Faltan la altura, color, talla de calzoncillos y el equipo de fútbol de sus
entretelas. ¡Madre mía!
Y esto no es un caso aislado. Esta misma situación me está
ocurriendo en estos días con varias empresas, media docena, entre las que se
encuentran, vaya nivel Maribel, MAPFRE y UBER, que se suponen empresas serias como
la (¿ínclita?) TCF. ¡Menuda fiabilidad! Mapfre insiste una y otra vez en
mandarme contratos y partes de un tocayo que vive en Huelva y UBER tiene a bien
ofertarme sus servicios y comunicarme los viajes que hago por la República
Dominicana utilizando sus servicios. El lector puede pensar que esto es un
relato de ciencia ficción que me estoy inventando…
No comento otros casos porque son de empresas de publicidad,
de venta por internet y similares que están a la caza de direcciones de correo
para mandarte todo tipo de información que tú no has solicitado, ni autorizado
y que mando directamente a la carpeta de «correo no deseado» cuando no son
directamente tirados por los servidores a la de «spam».
En fin, los sobresaltos están a la orden del día. Por el
momento son solo eso, e-sobresaltos, pero viendo los niveles de profesionalidad
que tienen ciertas empresas en el control de sus procesos y sus datos, mucho me
temo que más de uno, yo puedo ser uno de ellos, acabará cayendo en cualquier
trampa informática de las muchas que circulan por internet. Al tocayo de MAPFRE
me molesté en llamarle por teléfono y me dijo que lo iba a arreglar, pero se ve
que o bien no lo ha hecho o bien MAPFRE es incapaz de arreglarlo. Lo de UBER ahí
está, me divierte ver por «dónde estoy de vacaciones» en la República
Dominicana. Y a los de TELEFÓNICA CONSUMER FINANCE les he mandado un par de
correos a su servicio de atención al cliente que me ha respondido que se limitan a registrar el correo que les facilita el cliente.
Se constata que esas cosas de la Protección de Datos les traen muy mucho sin cuidado a algunas empresas. Apañaos estamos.
Vamos más de culo que san Patrás en estos asuntos de la tecnología mal
utilizada.