Hemos
culminado la quinta semana de confinamiento por mor del coronavirus ese de
nombre innombrable que nos infecta con COVID-19. Esto nos permite disponer de
mucho tiempo en casa lo que para algunas personas es un hecho inusitado al que
no están acostumbradas. Las consecuencias psicológicas pueden ser variadas,
pero lo que está claro es que la mente no para de idear actividades para evitar
eso que se ha puesto de moda y que algunos airean en las redes: aburrirse.
La semana pasada escribía en este blog la entrada
«ZAFARRANCHO» en la que comentaba algunas de las actividades que yo andaba
realizando en estos días. He de confesar que la palabra «aburrir» no está en mi
diccionario y me falta tiempo para hacer cosas. Pero esto no es lo común. Una
de las actividades comentadas era poner orden en nuestras carpetas y ficheros
del ordenador.
Ayer sábado me pasé más de media mañana con llamadas
telefónicas de tres personas —¿amigos? — que habían acometido eso de poner
orden en su ordenador, valga la casi redundancia. Cuando no se ha tenido la
precaución de desarrollar una actividad de forma paulatina a lo largo del
tiempo, ponerse de golpe con ella puede ser peligroso si no se extreman las
precauciones, Y, aun así.
Borrar ficheros o carpetas o simplemente cambiarlas de sitio
puede traer consecuencias indeseables si no se sabe lo que se está haciendo. Y
esas consecuencias pueden ser un desastre en estos tiempos en los que estamos
todos encerrados en casa y no podemos recurrir al amiguete a que venga a darse
una vuelta por casa, se tome una cerveza y de paso… nos arregle el desaguisado
que hemos montado en nuestro ordenador.
La tecnología ha venido en ayuda de estos «descolocadores» de información.
Herramientas informáticas como TeamViewer permiten tomar control de un
ordenador desde otro lugar y (tratar de) ver qué ocurre. Porque muchas veces la información telefónica
que te brindan es inadecuada o confusa. Siempre en estos casos me viene a la
mente un hecho real ocurrido a finales de los años 70 cuando empezaba la
informatización de las oficinas bancarias. Un administrativo de una oficina
había llamado al centro de atención al usuario por un problema y cuando el
operador le preguntó que tenía en la pantalla, el administrativo le contestó: «El
tabaco y las cerillas».
Muchas veces es mejor que no te cuenten nada y verlo por ti
mismo. Voy a comentar brevemente dos de las intervenciones de ayer que me
ocuparon un buen tiempo y me privaron de hacer otras cosas... mías.
Uno de mis interlocutores se puso a borrar aplicaciones de
su ordenador porque al arrancar una aplicación nueva que había instalado —en
estos días cuantas menos cosas nuevas se instalen, mejor— recibía mensajes de
que no tenía memoria. Muchos usuarios de ordenadores caseros no saben lo que
significa «memoria» en un computador y lo asocian a espacio en el disco. Así
que este amigo se lio a desinstalar aplicaciones y borrar cosas con un criterio
que no voy a valorar. El hecho es que consiguió que le funcionara esa
aplicación nueva, pero… al día siguiente descubrió con sorpresa que le habían
dejado de funcionar otras. ¿Qué había pasado? Tras un buen rato al teléfono
conseguí averiguar lo que estaba pasando y ofrecerle una solución. Pero mucho
me temo que volverá a la carga con nuevas sorpresas.
El otro caso fue mucho más sibilino. No había manera de
determinar el alcance de lo que me estaba diciendo por teléfono y lo que no le
funcionaba en su ordenador era un programa vital para su teletrabajo en
confinamiento. «Quién me manda tocar nada» era la menor de sus lamentaciones.
Lo del teletrabajo en estos días es una cosa seria y no tuve más remedio que
conectarme a su ordenador para (intentar) ver lo que estaba ocurriendo.
Los ordenadores caseros de muchas personas son una fuente de
problemas. Pocos hay que pertenezcan exclusivamente a una sola persona y que
además esa persona sea celosa de lo que ocurre en su interior y no permita que
nadie toque ni haga modificaciones en ellos. El vecino, el amigo, el marido o
la mujer o el compañero de la oficina nos ha preparado nuestro portátil para
poder hacer teletrabajo en casa o para otros menesteres. Pero ahora, en
confinamiento, no podemos recurrir a ellos si alguna de las cosas que otro nos
ha preparado deja de funcionar.
No voy a entrar en detalles técnicos de lo que estaba
pasando en el ordenador de este segundo «amigo» —lo pongo entre comillas porque
voy a tener que empezar a perder amigos de estos—. En sus operaciones de poner
orden en su ordenador había movido una carpeta de sitio. Pero resulta que la
posición de esa carpeta estaba consignada de forma directa en la configuración
del programa de trabajo que quería utilizar, con el consiguiente fallo que, como
suele ocurrir debido al gran Murphy, da un mensaje de error absolutamente
desconcertante en lugar de decir «Burro, más que burro, ha movido Vd. la
carpeta XXX y no lo ha actualizado en la configuración de este programa».
Me imagino que situaciones como esta estarán a la orden del
día en esta época de confinamiento en la que los magines del personal están en
ebullición. Yo he hecho una recolocación de mi estantería de libros físicos,
con la purga de una decena de bolsas llenas de libros y documentos viejos que
he retirado. No sé lo que haré con ellos porque no los quieren en ningún lado,
pero por el momento descansan en el maletero del coche por quitarlos de en
medio. Tengo unos días para rescatar alguno y volverlo a colocar en la
estantería. De momento ningún otro libro se ha quejado de los que faltan, pero
los ordenadores son muy listos…
Por cierto, el título de esta entrada, pergeñar, tiene un
significado diferente del que yo me pensaba antes de atacar el diccionario. Su
significado es «disponer o ejecutar algo con más o menos habilidad». Así que
una recomendación para los que quieran poner orden en sus ordenadores: pergeñen
con cuidado que la pueden liar. Y si no están seguros de lo que están haciendo…
no lo hagan. Como se dijo hace algunos años… «la arruga es bella», ergo, el desorden
tampoco es tan malo si nos está funcionando y no tenemos muy claro lo que
estamos haciendo.