El
futuro se ha presentado de golpe ante nosotros en estos días. Hace escasas
semanas, una imagen como la que ilustra esta entrada habría sido impensable:
una alumna de siete años atiende la clase de su maestra de sesenta y tantos desde
el salón de su casa a través de un ordenador. El confinamiento que sufrimos
muchos ciudadanos ha supuesto que ciertas cuestiones que revoloteaban por el
mundo de la enseñanza (voy a evitar usar el vocablo educación) hayan cobrado
actualidad de golpe y sin avisar.
Mi querido
y admirado profesor Antonio Rodríguez de las Heras, inmerso ya en la setentena,
lleva muchos años predicando si no en el desierto si sobre terreno baldío sus
profundos estudios y conocimientos acerca de cómo afectan —deberían afectar—
las nuevas tecnologías al mundo de la enseñanza: «su trabajo se centra en la reflexión sobre la sociedad que se está
conformando por efecto de la tecnología y en los consecuentes cambios
culturales y educativos que se producen y los que se deberían producir».
Utilizando su nombre en el buscador de
este blog aparecerán más de una docena de entradas con referencia a sus
actividades. Porque me parece pertinente para el tema de hoy, hago referencia
expresa a un vídeo en Youtube de marzo de 2015, ¡cinco años!, en el que puede verse a este profesor impartiendo una
clase a distancia a ocho alumnos de diferentes países del mundo. No deje de ver
(al menos) los tres y medio primeros minutos haciendo clic en este enlace porque son un compendio de los problemas técnicos que en este tipo de cursos
nos estamos encontrando en estos días y de los que el profesor ayudante Jaime
Cubas López ofrece información interesante para no caer en los errores del
directo. El título de un curso monográfico impartido el pasado año 2019 por
este profesor es revelador: «Para salir
del presente. La urgencia y el reto de la educación».
El
prefijo «tele» se ha puesto de rabiosa actualidad. El teletrabajo es una
palabra constante en estos días de marzo y abril de 2020 durante el confinamiento
obligado por causa del terrible virus SARs.-COV-2 que es más conocido por el
nombre de la enfermedad que causa: COVID-19. Muchos sectores se han encontrado de frente con su leviatán y se han puesto patas arriba al cambiar de la noche a la
mañana la oficina o la clase por el domicilio, pero pocos han sufrido un
impacto tan tremendo como el de la enseñanza.
Yo
teletrabajé por primera vez en mi vida en 1992. Laboraba como técnico de
sistemas en el centro informático del Banco Hipotecario de España. Desde
nuestra casa, podíamos conectarnos a través de un modem y la línea telefónica fija convencional para realizar ciertos
trabajos. Si la memoria no me traiciona, los ordenadores portátiles estaban
todavía por aparecer por lo que había que utilizar un PC de sobremesa, todavía
muy costoso en aquella época. No era concebible un trabajo normalizado por la
lentitud de las comunicaciones, pero en algunas ocasiones nos sacaba de un
apuro a altas horas de la noche por una llamada telefónica de los operadores
ante cualquier situación de emergencia y nos evitaba tener que desplazarnos
físicamente al centro de proceso de datos. Hoy en día, con los avances en
ordenadores portátiles y las comunicaciones, muchos sectores pueden
teletrabajar, aunque las empresas españolas siguen optando por la presencialidad,
por el «estar estando» que no es lo mismo que «estar trabajando». El trabajo
por objetivos que abriría más posibilidades de teletrabajo está por llegar.
Volvamos
al tema central de esta entrada: la enseñanza. Mi amiga Maribel, maestra de
toda la vida, especializada en la etapa infantil, alcanzará su jubilación al
acabar este curso escolar de 2020. Curiosa despedida para ella. Hace unas
semanas, de la noche a la mañana, sin avisar, se ve confinada en su casa y presionada
por directrices ministeriales o de la dirección de estudios de su colegio con
la necesidad de mantener la actividad escolar a distancia. ¿Y eso cómo se hace?
¿Cómo se cambia la pizarra y la tiza y el contacto directo con los alumnos? La
solución es la tele enseñanza.
Se
lleva años hablando de la informatización de las aulas, de los alumnos con
tableta, de los libros electrónicos, de las pizarras electrónicas, de las
clases mediante piezas de vídeo… Pero hasta ahora y que yo tenga conocimiento,
las iniciativas han sido realizadas de forma particular por colegios o
profesores, cada uno a su manera y sin unas directrices definidas.
Maribel,
como muchos profesores en estos días, se ha tenido que poner las pilas a
marchas forzadas en asuntos que no tienen nada que ver con su actividad
docente. Formación rápida en llevar a digital sus documentos o imágenes,
preparar presentaciones en Powerpoint, Prezi o similares, montar videos con las
clases para ofrecer a sus alumnos, aprender a manejar sesiones telemáticas a
distancia con herramientas como Zoom, Google Hangouts, Skype, Slack, Webex o
similares. No es sencillo de la noche a la mañana para una maestra cuyo
cometido es dar clases de una forma convencional el meterse en este mundo, además,
no se olvide, de preparar las clases.
Muchos
profesores estos días han visto la llegada de la Semana Santa como un alivio
por las vacaciones. Han sido días de estar desde las ocho de la mañana hasta
las diez de la noche adquiriendo conocimientos, preparando contenidos,
formándose en herramientas informáticas novedosas que están permitiendo de
alguna manera paliar la catástrofe que está suponiendo para la enseñanza este
confinamiento. Un aplauso también para maestros y profesores.
Esta
pandemia está aflorando muchos héroes. Los más percibidos son los sanitarios
por ser la primera línea en esta lucha; su labor, la misma que hacían antes, se
ha intensificado hasta niveles inconcebibles, con riesgo incluso de su propia
vida. Pero hay otros muchos héroes en esta guerra: algunos realizan la misma
labor bajo otras condiciones, pero en el caso de los educadores, los trabajos
colaterales en asuntos que hasta hace unos días no eran de su incumbencia están
siendo demoledores, sometiéndoles a un estrés difícil de sobrellevar. Y lo
están consiguiendo: mi hija recibe prácticamente todas sus clases de la
universidad y mantiene una actividad en la que solo falta el contacto personal
con profesores y compañeros.
¿Aprenderemos
algo? ¿Cambiará algo? Muchas cosas deberían cambiar cuando salgamos de esta
situación, bastantes de ellas ya conjeturadas por el profesor Antonio Rodríguez
de las Heras desde hace años. Las cosas hechas deprisa y corriendo permiten
ciertos resultados inmediatos, pero con poco futuro si no se asientan, se
estudian y se regulan. Se está partiendo de una base no siempre cierta: que los
profesores disponen en sus domicilios de ordenador propio y conexión a
internet. Y que en ese ordenador están instalados ciertos programas necesarios,
algunos gratuitos y otros no. Y otra cuestión no menos importante es que los
alumnos en sus casas dispongan de ordenador y conexión a internet. Pero hay
domicilios que no disponen de ello, o que son varios hermanos y hay un
ordenador a compartir, o que los estudiantes son pequeños y los padres no
pueden echarles una mano porque desconocen este mundillo.
Maestros
y profesores están haciendo un esfuerzo descomunal para mantener la actividad
educativa en estos días: vaya un sentido y merecido aplauso de reconocimiento también para ellos.