Fijémonos
bien en la imagen. Cada jardinero está tirando la basura en la parcela del
vecino. Al final cada uno tiene su parte de «mier…» y, para más inri, no es la suya. ¿Nos suena esto en
estos días? Tengo pocas ganas de escribir y además el tema es de esos de los
que no se puede hablar, salvo querer entrar en vías no muertas sino muy vivas
que parece que según se les mire conducen un día a un sitio y otro día a otro.
Es en las situaciones extremas cuando se puede apreciar la
valía de las personas. Cuando todo marcha como miel sobre hojuelas, cuando todo es jijí-jajá, no salen a la luz las bajezas y las tropelías que
permanecen agazapadas.
El Estado
tal y como lo tenemos planteado no funciona o al menos en estos días está
bastante puesto en cuestión. En esta situación en la que nos encontramos por
mor del coronavirus, y también en otras anteriores recientes más focalizadas
que están dormidas (léase separatismo de alguna comunidad autónoma de cuyo
nombre no quiero acordarme), ha quedado en evidencia una cosa que ya todos
sabemos desde chiquitines, y me permito adaptar el dicho: «la desunión NO hace
la fuerza». Se han visto las consecuencias que supone que una fuerza de
seguridad como son los Mossos de Escuadra tenga sus propias directrices y estas
no concuerden y se alineen con las de otros cuerpos similares como la Policía Nacional
o la Guardia Civil. Menos mal que las competencias del Ejército no han sido
transferidas a las comunidades, porque si no esto hubiera estuviera sido un (absoluto) caos. Y si
hablamos de la Sanidad…
Ya
desde hace seis años figura en este blog la entrada «AUTONOMÍ…suyas» que ahora en la distancia
se hace más reveladora y de la que recomiendo una lectura pausada a la luz de los últimos acontecimientos que
estamos viviendo en estos días de la primavera de 2020. La frase de Montesquieu
cobra fuerza: «Los intereses particulares
hacen olvidar fácilmente los públicos».
La
imagen siguiente apareció en el diario El Mundo el 19 de octubre de 2014 y…
sobran las palabras. Han cambiado los personajes pero la esencia se mantiene.
Como
siempre ha dicho mi buen amigo Félix, los hechos son el meollo de la cuestión y
no las opiniones o soflamas que cada uno pregona al viento en función de sus
intereses particulares o partidistas. ¿Alguna duda en estos días de que la Sanidad, con
mayúscula, ha sido y sigue siendo un caos? Tuya-mía, yo me encargo, yo no te
dejo, yo dispongo, yo no lo admito, lo que tú haces está mal, déjame que lo
haga yo… Creo que no hace falta ninguna explicación. Hasta la llegada de
«esto», la Sanidad estaba plenamente transferida a las Comunidades Autónomas,
que en el día «D» estaban en general con el culo al aire. En un momento determinado toma el
control un Gobierno que no sabe por dónde le vienen los tiros, con un
Ministerio de Sanidad mínimamente dimensionado que no da para tapar las goteras
de las tormentas que le caen por dentro y por fuera. Hechos, no conjeturas.
Para
mí y a riesgo de equivocarme una vez más, las Autonomías no representan una
mejora real en la vida de los ciudadanos, por mucho que vendedores de humo
intenten convencernos aludiendo a nuestras emociones en lugar de a nuestros
estómagos. Y tras la situación de estos últimos y tenebrosos días, al menos ha
quedado claro que ciertas cuestiones no son transferibles: la Sanidad por
ejemplo. Y luego podemos seguir con otras, como la Educación.
En
el libro «Ordesa», de Manuel Vilas, encontramos una frase demoledora: «El terror es ver el fuselaje del mundo».
Más que terror es pánico lo que algunos hemos sentido al encontrarnos con el
fuselaje del Estado en carne viva, puesto al descubierto por un bichito que está
recorriendo el mundo y mostrando los pies de barro sobre los que está
construida nuestra civilización. Hablando de libros y para que vayamos tomando
conciencia de lo que (creemos que) somos, haría referencia a «De animales a
dioses (Sapiens). Una breve historia de la humanidad» y «21 lecciones para el
siglo XXI», ambos de Yuval Noah Harari e «Ismael» de Daniel Quinn. Hay muchos más
que cobran rabiosa actualidad en estos días, pero estos son sencillos y
entendibles sin esforzarse mucho.
Las
Autonomías Españolas son, a mi entender, un concepto agotado y habríamos de ir
pasando página: cuanto antes mejor. No sé si la solución es la recentralización,
un estado federal o… Habría que preguntar a un alemán o un estadounidense, por
ejemplo, como vería que uno de sus estados federales fuera una ciudad —estoy
pensando en Melilla o Ceuta— o una región minúscula como Asturias o La Rioja.
Un asunto este de los localismos o nacionalismos que lleva en España un montón
de años sin resolver, del que se hizo un apaño de aquella manera en la Transición
con el «café para todos» y que sigue y seguirá aflorando hasta que TODOS
miremos por el interés general y le demos una solución definitiva, al menos en
las grandes cuestiones que nos afectan a la mayoría. Pero esa solución no parece
estar nada cercana porque supondría una revolución tan radical y cambios tan
significativos que ni nos la queremos plantear.