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domingo, 14 de junio de 2020

GUIRIGAY




En estos ya tres meses que llevamos de confinamiento obligados por las circunstancias, todos en mayor o menor medida hemos estado expuestos a situaciones nunca antes experimentadas o por lo menos con la intensidad con la que las hemos sufrido. Estaremos todos de acuerdo en que el número de videollamadas que hemos realizado en estos días ha sido en una cantidad nunca antes imaginada.

La videoconferencia no es un asunto nuevo ya que existe desde hace algunos años. Fue una evolución lógica de la simple llamada telefónica una vez que se generalizaron los teléfonos inteligentes y la mejora exponencial de las comunicaciones y de internet. Skype, una de las primeras aplicaciones que permitían videollamadas fue fundada en 2003. Luego vinieron otras muchas de la mano de los gigantes de internet como Google, Microsof o Apple. Una desconocida para mí antes de este período es ZOOM, que vio la luz en 2011 y sobre la que han existido numerosas controversias y alguna que otra falsedad en un intento de frenar el aumento exponencial de usuarios particulares y empresas que la han utilizado. De no conocerla he pasado a utilizarla no menos de cinco veces por semana para encuentros con familiares, amigos, asistir a conferencias o recibir clases a distancia incluso, quién lo iba a pensar, de música.

Toda nueva herramienta que queremos usar requiere un esfuerzo y una inversión de tiempo en su aprendizaje para poderla utilizar con soltura y comodidad y sacarla todo el partido posible. Todas las aplicaciones tratan de ser lo que en su día en los entornos informáticos se comenzó denominando «WYSIWYG», un acrónimo de la expresión inglesa «What You See Is What You Get», que podemos traducir en español por «Lo que ves es lo que obtienes». Vamos, dicho en román paladino, que las aplicaciones y herramientas tratan de ser amigables, sencillas y fáciles de utilizar de forma que uno se ponga y casi sin preocuparse pueda manejarse y funcionar.

Pero esta supuesta simplicidad no quita para que todas tengan sus resplandores, sus funcionalidades internas, que habrá de descubrir la persona interesada acudiendo a manuales de la propia aplicación o, de forma más cómoda, viendo los números tutoriales en Youtube o similares, que no siempre son garantía pero que nos pueden llevar a conocer o indagar aspectos desconocidos de las herramientas que harán más fáciles nuestras interacciones con ellas. Pero esto de preocuparse por aprender no comulga con la gran mayoría de las personas porque siguiendo los dictados de la ley del mínimo esfuerzo se lanzan a usarlas y a base de ensayo, error y dar la lata a otros consiguen utilizar los mínimos indispensables para salir adelante.

Da igual una que otra aplicación o herramienta, la esencia de todas ellas es la misma; habrá diferentes modos de acceder y usar las funcionalidades, pero sin grandes diferencias. Haciendo un poco de recuerdo histórico, en mis primeras incursiones en el mundo de los radioaficionados de la mano de mi amigo Agustín, se admitían pocas posibilidades una vez establecido el contacto: hablar y escuchar. Para hablar había que pulsar un interruptor que se soltaba tras la mágica frase de «cambio y corto» para que el otro pudiera pulsar su interruptor y empezar a hablar.

Ahora todo es más complejo, porque intervienen micrófonos, audio, vídeo, varias personas a la vez, varios tipos de hablantes o escuchantes, moderadores, presentadores …. Un mejunje total que requiere una cierta etiqueta en el uso de las aplicaciones que todos parecen ignorar y que a mí me pone, perdón, me ponía, de los nervios. De hecho, en el 99% de las ocasiones me limito a lo del mono: ver, oír y callar. En alguna ocasión levanto —electrónicamente— la mano y si me conceden la palabra… trato de hablar, aunque invariablemente seré interrumpido por algún otro o por el cuchicheo de quienes mantienen sus micrófonos abiertos, aunque no tengan concedido el uso de la palabra.



Cómo se puede apreciar en la imagen, mientras hablaba el profesor, 8 participantes de un total de 23 tenían sus micrófonos (indebidamente) abiertos, con lo que se les oía hablar por teléfono, mascar, levantarse, cuchichear con alguien, asentir, ruidos varios… un verdadero guirigay que interrumpía constantemente la nitidez en la escucha de lo verdaderamente importante.

Y es que en todas las relaciones hacen falta unas reglas para la buena marcha del «negocio». Pero nadie, aun conociéndolas o intuyéndolas, las respeta. No pude por menos de enviar unas notas en modo colaborativo al profesor. Son estas:
 
Solo como mera colaboración constructiva contigo de cara a futuras charlas, te comento algunas cosillas derivadas de mi experiencia en estos tipos de charlas y más concretamente por ZOOM. Te ruego me disculpes el atrevimiento, insisto, en plan absolutamente constructivo.
En una conferencia virtual de este tipo hay tres tipos de personas:
Participantes. Asisten a la conferencia como oyentes. Por lo general, durante la charla se les admite que hagan preguntas (escritas) a través del CHAT y al final pidiendo el turno (mano levantada electrónica) por orden y cuando el moderador les ceda la palabra. No pueden hablar dos a la vez.
Presentador o Ponente, generalmente una sola persona que imparte la conferencia, puede compartir o no la pantalla y se centra en la exposición.
Moderador o Anfitrión, persona o personas que controla(n) la reunión. Está(n) atenta(s) a la conferencia, pero su misión principal es manejar el CHAT, preparar preguntas al final, ver si hay algún problema, ayudar al presentador con alguna incidencia, silenciar micrófonos, admitir a la reunión a los que lleguen tarde, etc. etc.
En reuniones con muchas personas, como la de hoy con más de 20, no pueden intervenir todos a la vez. Si el presentador hace la pregunta de si se ve la pantalla, si se oye el sonido o se ve el movimiento del puntero del ratón… solo debería contestarle un moderador, imagínate que contestan (o intentan contestar) los 20 a la vez.

Todas las aplicaciones funcionan en la medida de su diseño si se hace un uso correcto de sus funcionalidades. Esta semana he asistido a una prueba de clase universitaria con una herramienta nueva denominada «BB Collaborate». Es esencialmente igual que otras, pero tiene sus particularidades. Un par de días antes me molesté en leer el manual y ver tutoriales de ejemplo de la propia universidad y en Youtube, así como información y recomendaciones en páginas web, de forma que al empezar la clase me encontraba como pez en el agua: todo es muy parecido ya que los conceptos son los mismos.

Nuevamente, una vez acabada la prueba, no puede remediarme de enviar un correo a la secretaría con unas apreciaciones…
 
… En ese sentido deberíais considerar en dar estatus de moderador a Fulanito Fulánez, de forma que pueda intervenir en cualquier momento sin necesidad de pedir la palabra y esperar turno, ¡estaría bueno!
 También, sería conveniente valorar la posibilidad de dar a «alguna alumna» un estatus especial para poder intervenir e interrumpir al profesor cuando la venga en gana. De esa forma podría seguir haciendo online lo que ya acostumbra a hacer en las clases presenciales.


El lector curioso que haya llegado hasta aquí se preguntará que significan los tres monitos sabios superpuestos en la imagen que encabeza esta entrada. Durante muchos años en mi vida profesional utilicé como palabra clave de acceso a los sistemas el acrónimo «VOCHPHM». Como lo utilizaba en numerosas ocasiones a lo largo del día, era como un mantra que repetía y repetía: ver, oír, callar, hablar cuando me pregunten y hacer lo que me manden… ver, oír, callar, hablar cuando me pregunten y hacer lo que me manden… Una actitud pasiva y defensiva porque no me quedaba otro remedio, so pena de acabar con una úlcera de estómago o cosas peores. Ahora, en mis sesiones telemáticas actuales… más de lo mismo, porque el mundo es mundo y seguirá dando vueltas, con pandemia o sin ella: las reuniones típicas de la comunidad de vecinos y los cuchicheos seguirán existiendo, presencial o electrónicamente.