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miércoles, 6 de enero de 2021

EL BUZÓN DE PEPE


Cuento de Navidad

Pasaba todos los días en su camino al colegio por delante de ese escaparate en el que compartían espacio juguetes y armas. Le llamaba la atención que en una misma tienda se vendieran cosas tan dispares, pero el pueblo era pequeño y había que diversificar la oferta a los clientes. «Juguetería-Armería de los herederos de José del Callejo» rezaba un rótulo como título del establecimiento ubicado en una de las plazuelas más coquetas y céntricas del pueblo. Él no era muy de juguetes y mucho menos de armas, pero algún vistazo fugaz se escapaba al pasar por delante observando que su contenido cambiaba con frecuencia.

Todos los 22 de diciembre de los pocos años que llevaba en este mundo recordaba el cambio drástico que acontecía en ese escaparate: armas y juguetes desaparecían como por arte de magia para dejar un sitio de honor a aquella figura tan especial. Era una pieza hermosa que simulaba un paje real construido con esmero por algún ebanista y que sostenía en sus manos una pequeña caja con un orificio para depositar las cartas en su interior.

Llegada la Navidad, su padre le imponía como al resto de los hermanos la escritura de la consabida carta a los reyes antes de fin de año. El más pequeño todavía no sabía escribir y era el padre el que plasmaba sus deseos con su estilográfica y una letra preciosa. Traía de la juguetería un papel impreso en cuya cabecera había espacio para poner el nombre del niño bajo un dibujo que se repetía año tras año y que representaba a los tres Reyes Magos de Oriente. El propio papel se plegaba dos veces sobre sí mismo según unas indicaciones en los márgenes y se pegaba mojando una tira engominada dejando visible el nombre. Su padre siempre les recordaba la prohibición de utilizar la lengua y preparaba un mojasellos con una esponja humedecida en su interior. Una tarde, siempre antes de que acabara el año, la familia en caravana iba a la tienda a depositar las cartas en el buzón.

Pero él se iba acercando a esa edad en la que las cosas empiezan a no encajar, si bien no se está seguro del todo. ¿Cómo iban a entrar, por muy magos que fueran, por las ventanas de todas las casas cerradas a cal y canto en el duro invierno? ¿Y… a todos los niños del mundo a la vez en la misma noche? Aquel año estaba dispuesto a descubrir lo que ocurría. Se las ingenió para pasar por la tienda y pedir directamente un papel de carta al tendero y en la intimidad del cuarto de baño escribió su deseo: una caja de juegos reunidos de GEYPER. En la familiar sesión de escritura con sus hermanos se las arregló para escribir otro regalo y en el último momento dar el cambiazo.

Solo quedaba esperar al despertar del día de Reyes y descubrir si el regalo que realmente deseaba era el dejado en su zapato o por el contrario había llegado el que había escrito en la carta con sus hermanos que finalmente hizo trizas. Las tres copas con champán y la bandeja de turrón y polvorones para los reyes estaban vacías como también lo estaba el pequeño barreño con agua para los camellos. ¿Entraban también los camellos por la ventana? Su sorpresa fue mayúscula al comprobar que una flamante caja con 55 juegos reunidos GEYPER estaba en su zapato. Nadie le había visto cuando escribía la carta con esa petición, que había sido cerrada a cal y canto en la intimidad del cuarto de baño. Realmente los Reyes Magos eran muy listos y él quedó chafado en su conato de aprendiz de Sherlock Holmes para pillar a los reyes.

Era el mayor de los hermanos y al año siguiente todo quedó claro: los reyes eran... otros, pero incluso así no le cuadraba lo ocurrido el año anterior. La única explicación posible era que Pepe, el juguetero-armero, no cursara las cartas a Oriente y se las entregara a los padres que así podían tener constancia clara de las peticiones de sus hijos incluso aunque estos no les hubieran dejado ver lo que escribían.

El paje-buzón siguió apareciendo muchos años en el escaparate recibiendo las cartas de los niños. Con el tiempo y ya con una cierta edad preguntó a Pepe el proceso que seguía con las cartas: todos los días vaciaba el buzón y las guardaba a mano para entregárselas a algún padre si se acercaba a pedirlas. Todos se conocían en el pueblo, y al final de las Navidades, cuando el paje-buzón desaparecía del escaparate, todas las misivas que no habían sido recogidas eran pasto de las llamas en la cocina de su casa.