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Esta semana y la anterior he hecho el ejercicio de conservar en mi bandeja de salida todos los correos electrónicos que he enviado, llegando a la suma de ciento ochenta y tres. Evidentemente los hay de todos los tipos, desde los que se limitan a unas breves frases hasta los más elaborados, personales o profesionales, interesantes o menos, con documentos adjuntos o sin ellos, enlaces, documentos, en fin, de todo un poco. A poco que dividamos por catorce por
aquello de la estadística el resultado es de trece envíos electrónicos de media por día. Me refiero a los envíos por que son los que lleva un cierto tiempo de confeccionar. No he tenido la precaución de efectuar la cuenta de los “emilios” recibidos porque muchos de ellos los borro sin ni siquiera llegarlos a abrir. Por lo general hay una cierta tendencia por los usuarios, proporcional a su novedad en la red, a enviar y reenviar todo tipo de chascarrillos a su círculo de amistades o no tanto.
Puede que esto no sea generalizado, pero en mi caso estoy por encima de un nivel aceptable de saturación. Y eso que el teléfono móvil inteligente se ha convertido en un excelente aliado que me avisa de los correos entrantes y me da la posibilidad de eliminarlos con un solo gesto. El solo hecho de recibir misivas y tenerlas que borrar sin leer conlleva un tiempo y un desgaste. Muchas de ellas las he recibido, procedentes de otras fuentes, varias veces con anterioridad. El problema es que alguna sea interesante y por las prisas pueda ir a parar a la papelera sin tan siquiera ser abierta.
Y es que no solo el correo es una fuente de información. Además uno está suscrito a unos cuantos RSS’s, de esos que te avisan cuando se ha actualizado un blog que has marcado como interesante o incluso cuando se ha incorporado información a otra página que al menos tienes que echar un vistazo por encima para determinar si hay que profundizar en ello.
A todo esto hay que añadir ciertas operaciones que se van convirtiendo en una actividad diaria, como pueden ser el echar un vistazo a los periódicos o consultar el estado de tus cuentas bancarias o ver por dónde anda el consumo de tu teléfono móvil, esto como las más normales que se me ocurren y que pueden llegar a tener una periodicidad diaria. Pero por si fuera poco, estas fuentes de información han venido a complementarse con el tema de las redes sociales, que generan una profusión de mensajes e intercambios que pueden llevar a una persona a la locura si intenta atender a todo con una mínima dedicación. Una de las más activas puede ser “twitter”, donde poco a poco vas marcando y “siguiendo” a emisores de mensajes, algunos de ellos muy activos, que a su vez te dirigen a páginas y páginas donde es imposible siquiera leer todo lo que te muestran. He aprovechado para ver mi contador y en este momento estoy siguiendo a 34 sobre diferentes temas de mi interés. Algunos de ellos tengo que dejarlos de seguir porque aunque son interesantes, la cantidad de mensajes que emiten me hacen saltar las neuronas solo con leerlos, y eso que son cortitos.
En suma, algunos días tengo la sensación de que el ver el correo, revisar los RSS’s y leer los “twits” es una obligación. Y con el agravante de que si un día, por la razón que sea, no realizas tus tareas, al día siguiente la ración es doble. Unos días de vacaciones sin internet pueden hacer que a tu vuelta los canales informativos que hemos comentado estén a reventar.
El acceso a la información está bien, pero se hace necesario seleccionar mucho si no queremos caer en la saturación y el agobio.
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El QUIZOTE
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