La
Semana Santa es una de esas épocas del año en la que algunos automovilistas nos
metemos entre pecho y espalda una montonera de kilómetros para alcanzar ese
lugar de descanso en el que pasar unos días. No sabría definir lo que se
entiende por un trayecto largo en coche pero por llegar a un acuerdo podríamos
convenir que sería aquel en el que recorramos más de doscientos kilómetros o
empleemos más de dos horas. Los conductores profesionales, «vigilados» por sus
tacógrafos, tienen unas normas estrictas de cumplimiento que dejan bien claro
los períodos en los que pueden estar conduciendo y los descansos de obligado
cumplimiento, pero los conductores particulares no estamos sometidos a ningún
control y podemos negociar la ruta y los tiempos como nos venga en gana mientras
el cuerpo aguante.
Yo
siempre he sido de los de subir al coche con todo preparado e intentar no parar
ni una sola vez hasta el destino. Mi mayor tirada consistió en hacer mil
ochocientos kilómetros de continuo, desde el corazón de Suiza a Madrid, parando
lo mínimo para repostar gasolina para el coche, alimento para el cuerpo y un
par de cabezaditas cortas cuando empezaba a notar cansancio por tantas horas
seguidas de conducción. Anticipo desde ahora mismo que esto de no parar es un
craso error por las experiencias y razones que esgrimo a continuación.
Se
nos insiste y repite de forma machacona que debemos detenernos cada dos horas
de conducción o doscientos kilómetros. Nos resistimos a creer en lo que los
expertos nos dicen y tomamos nuestras propias decisiones haciendo caso omiso de
las recomendaciones, que por lo general son acertadas y basadas en multitud de
estudios y experiencias. En todo caso, y para aquellos conductores
recalcitrantes en no parar ni para ir al baño, no está de más que en una
ocasión se propusieran seguir las recomendaciones y así poder contrastar sus opiniones
al respecto.
«A la fuerza ahorcan» reza el dicho
popular y a mí me tocó «ahorcarme» y hacer caso con motivo de un viaje familiar
en coche a Munich con mi mujer embarazada de tres meses. Son algo más de dos
mil kilómetros que realizamos en dos días. La ginecóloga que atendía a mi mujer
se negó en redondo a ese desplazamiento en coche en un primer momento, pero
tras insistir por nuestra parte, claudicó bajo dos condiciones básicas que
deberíamos observar a rajatabla. Eran muy sencillas, consistiendo la primera en
que cada hora mi mujer tenía que hacer ejercicios de estiramientos de brazos y
piernas en el propio asiento del coche durante unos minutos y la segunda era
que cada dos horas teníamos que parar unos minutos, bajarnos del coche y andar
un poco. Recuerdo que comentó jocosa que podíamos darle vueltas andando al
propio coche.
El
primer tramo previsto del viaje fue de mil cuatrocientos kilómetros, todo por
autopistas. Nos pusimos en marcha temprano y cumpliendo estrictamente las
normas dadas llegamos a nuestro destino pasadas las siete de la tarde.
Llevábamos la tartera con la tortilla y los filetes empanados pues pensábamos
cenar un poco y acostarnos previsiblemente molidos tras el viaje. En ese
momento comprobé en mis propias carnes el error de no parar en los
desplazamientos largos. Tras el pequeño refrigerio, ninguno de los tres
estábamos cansados y decidimos ir a dar una vuelta por la ciudad. Me quedó
claro que ese no estar cansados era debido a las paradas obligatorias que
habíamos realizado.
Dese
entonces lo tomo por norma y siempre que puedo realizo una parada técnica cada
dos horas. Son unos minutos, se aprovecha para tomar algo o ir al baño y el
cuerpo se tonifica y aunque se alcance algunos minutos más tarde el punto de
destino, la sensación de llegar descansado es inmejorable, aparte de que la
seguridad se ve incrementada al ir más frescos y despejados.
Hay
muchas recomendaciones para el conductor desde todas las instancias oficiales
que indican tener cuidado con los medicamentos y sus posibles interacciones,
dormir lo suficiente y bien, nada de alcohol, vigilar la copiosidad de las
comidas inmediatamente antes o durante el viaje, mantener una temperatura
adecuada en el interior del vehículo, evitar las distracciones, combatir el
aburrimiento sin recurrir a usos indebidos de móviles o tabletas y en general
seguir unas pautas racionales que nos permitan no solo llegar bien a nuestro
destino sino descansados y con ganas de hacer cosas.
El
consejo fundamental es no tratar de vencer a la fatiga y sobre todo al sueño.
Por experiencia propia diré que las ventanillas abiertas, el frío o la radio a
todo volumen son trucos que no funcionan para combatir la somnolencia. La
técnica que yo utilizo es mirar al espejo retrovisor exterior y si al volver la
vista al frente me cuesta enfocar de nuevo la carretera es un síntoma
inequívoco de cansancio que requiere una parada lo más pronto posible. Si
nuestro acompañante tiene carnet de conducir y está en condiciones, lo mejor es
ceder el puesto de conductor y si no es así, una cabezadita por un tiempo
prudencial nos permitirá ponernos de nuevo en marcha.
Yo
utilizo otro sistema complementario, que es el beber agua en sorbitos pequeños
aún sin tener sed. La hidratación nunca está de más y al menos una botella de agua
mineral de esas de litro y medio suele caer en los viajes con una consecuencia
añadida: entran ganas de orinar que obligan sí o sí a la parada correspondiente.