Recibí mi bautismo de vuelo en avión en
los primeros años de la década de los setenta del siglo pasado. En la empresa
para la que trabajaba adquirieron un programa informático complejo para tratar
los por entonces cupones de las acciones y me enviaron a Barcelona a estudiarlo
junto con otro compañero del departamento de valores durante cuatro semanas. El
conocido como «Puente Aéreo Madrid Barcelona» estaba, creo recordar, recién
inaugurado en aquellas fechas y con ello hice seis vuelos, tres de ida y tres
de vuelta porque uno de los fines de semana me quedé allí y aproveché para
acercarme a Andorra, el paraíso de las compras por aquel entonces en que la
diferencia de precios con España era muy significativa, especialmente en
aparatos electrónicos y fotográficos, siempre y cuando pasaras la aduana sin declararlo
y sin que te lo pillaran.
Recuerdo aquellos vuelos como algo distintivo.
Aparte de la novedad que suponía para mí en mi juventud, todavía no había
cumplido los veinte, la atmósfera que rodeaba aquellos trayectos era un poco especial,
pues te hacía sentirte como una persona cuidada
y bien tratada. Aunque se trataba de un trayecto muy corto, la bebida o
tentempié que te ofrecían y una serie de detalles con los pasajeros te hacían
notar que aquello de viajar en avión era una cosa especial.
Desde entonces he subido de forma
esporádica a un avión y me han ocurrido algunas incidencias típicas, tales como
retrasos, cambios de aeropuerto o cancelaciones de vuelos. Nada que no ocurra
ahora solo que en aquellas épocas eran menos frecuentes y sobre todo, y aquí es
donde quiero hacer hincapié en esta entrada, era muy diferente la forma de ser
tratados por las compañías. Un ejemplo que contrasta con el actual que referiré
más tarde. Primeros de enero de 1984, volábamos desde Moscú a Madrid con escala en Viena, con
la compañía Austrian Airlines, una de las que mejores recuerdos tengo. Éramos casi todos españoles en un viaje organizado y en el
trayecto Moscú-Viena el piloto nos anuncia que Madrid Barajas está cerrado por
inclemencias y que la alternativa sería ir a Alicante más un autobús hasta
Madrid o hacer noche en Viena y continuar el vuelo a primera hora del día
siguiente. Optamos por esta segunda alternativa y esto es lo significativo: al
aterrizar en Viena nos estaba esperando personal de la aerolínea que nos
trasladó a un hotel en el mismo aeropuerto, con cena y desayuno incluido y nos dio
las instrucciones claras y precisas para el vuelo del día siguiente. Chapó. Un
trato exquisito.
Desde entonces he tenido algunas
incidencias en algunos vuelos; las incidencias pueden surgir pero me parece que
actualmente son demasiado frecuentes por la dejadez en general de las compañías
o por la saturación de viajeros y lo problemático no es que esas incidencias
ocurran, sino el trato que se recibe cuando te ves inmerso en una de ellas.
Hace unos cinco años, volando desde Londres con la archiconocida Ryanair, la
cosa fue esperpéntica. No voy a relatar aquí lo sucedido pero tras aquello he
dicho que muy forzado me tengo que ver para volver a volar con esa compañía. Si
no tengo dinero para costearme los billetes en otra, me aguantaré y me quedaré
en casita o buscaré alguna forma alternativa.
Hace unas semanas, volábamos de Atlanta a
Madrid. Cuando habían transcurrido dos horas y media de vuelo, el piloto nos
informa que hay una avería en uno de los baños y que no podemos cruzar el
Atlántico con ella, volveríamos a Nueva York, con un tiempo estimado de
reparación de una hora y proseguiríamos viaje. Bueno, que le vamos a hacer.
Como se puede ver en la imagen y sin más avisos, vemos que el avión ha
sobrepasado Nueva York y sigue su trayecto. Nos informan ante las protestas del
pasaje que estamos volviendo a origen a Atlanta, base de operaciones de la
compañía DELTA, porque no han recibido permiso de aterrizaje en Nueva York.
Tras cinco horas de vuelo aterrizábamos en Atlanta cerca de las doce de la
noche. Cuando llegamos a la terminal, nadie había allí para informarnos y eso
que habían tenido unas horas desde la incidencia del vuelo. A las dos horas,
cerca de las dos de la mañana, apreció por allí una azafata de tierra que no
puedo más que poner buena cara a los más de dos centenares de pasajeros que
estábamos allí sin información alguna. Trajeron agua y algunas chucherías
comestibles y ya a eso de casi las cuatro de la mañana empezamos a saber que el
vuelo estaba cancelado porque aunque el avión estaba reparado no tenían
tripulación disponible ya que la que nos había llevado habría sobrepasado sus
horarios. Como digo, vuelo cancelado y el nuevo vuelo, otro distinto, a las
tres de la tarde del día siguiente. Con la boca pequeña a los pocos que
quedábamos allí nos ofrecieron unos vales de taxi y hotel. Por no entrar en más
detalles, los trayectos en taxi de ida y vuelta al hotel, a media hora de coche
del aeropuerto, nos los tuvimos que abonar nosotros. Conservo los tickets de
recuerdo que en teoría podría reclamar a la compañía pero no me quedan ganas de
hacerlo, y eso que son cerca de 70$ porque como he dicho el hotel no estaba
precisamente cerca del aeropuerto.
Insisto, las incidencias se pueden
producir, pero la diferencia está en el manejo de las mismas y el trato
ofrecido por la compañía a los pasajeros. En este caso, DELTA me ha ofrecido
muchas, muchísimas, disculpas y un «regalo», envenenado por lo demás, de 175$ para comprar
billetes en esa compañía durante el próximo año. No creo que los haga
efectivos, porque tengo que decir que un año antes, esa misma compañía en un
vuelo interno dentro de EE.UU dejó a mi hija tirada en el aeropuerto de La
Guardia de Nueva York, de un día para otro, teniendo que dormir en el
aeropuerto, con un vale de 15$ para comprar comida en las tiendas del
aeropuerto y una hora gratuita de conexión a internet.
El problema es que estos casos no son
puntuales, sino que mucho me temo son bastante generalizados. El mismo día que
sufríamos los problemas en Atlanta con DELTA, viajeros de IBERIA en Nueva York
echaban las muelas por el trato recibido por la compañía en problemas
similares. La saturación de pasajeros, la pelea por los precios, la competencia
entre las compañías y cuestiones similares están poniendo el sistema al borde
del colapso y entre tanto es el sufrido pasajero el que paga religiosamente en
febrero por un vuelo que va a realizar en verano y se queda con la mosca tras
de la oreja por si cuando llegue el día no habrá alguna «incidencia», porque no
hemos hablado del «overbooking», otro concepto que las compañías manejan a su
antojo y que en fechas recientes ha motivado en más de una ocasión que
pasajeros sean desalojados del avión a golpes y empujones cuando tenían su
billete pagado y confirmado.
Volviendo a la reflexión del principio,
en los años setenta del siglo pasado, los pasajeros éramos personas a cuidar y
ahora somos poco menos que ganado a manejar sin ningún cuidado ni
conmiseración.