Pido perdón por la licencia de utilizar
como título de esta entrada una palabra que no figura en el diccionario, pero
la que pretendía usar originalmente, anotación, queda un poco más diluida. Ya
sabemos que la Wikipedia no es de fiar, pero en ella aparece una entrada para marginalia que la define como «el término general para designar las notas,
glosas y comentarios editoriales hechos en el margen de un libro. El término
también se usa para describir dibujos y manuscritos ilustrados medievales. No
se deben confundir las marginalia con signos, marcas (por ejemplo estrellas,
cruces, entre otros) o garabatos hechos por el lector en los libros». Añade
que anotación es la manera formal de designar el agregado de notas descriptivas
a un documento. Por ahondar un poco más en una cuestión que me ha llamado la
atención y que puede resultar curiosa: marginalia
es un plurale tantum y de ahí de
hablar de las marginalia, en plural y
no en singular.
Empecé como lector empedernido en mis diez
años de edad, con aquellos libros de la editorial Bruguera de la colección
Historias Selección en los que la guinda estaba en que cada cierto número de
páginas normales —rellenas solo de letras— se incluía una gráfica de tipo
comic; yo hacía primero una lectura completa del libro por sus ilustraciones
—eran 250 según rezaba en las portadas—, con lo que me hacía un idea del
contenido, para a continuación proceder con la lectura completa. Conservo algún
ejemplar de estos libros que ya tienen más de cincuenta años porque muchos de
ellos los intercambiaba por una modesta cantidad en pesetas en el puesto del
tío Juanito, que hacía esto con estos libros y con las famosas novelas del
oeste de Marcial Lafuente Estefanía y otros.
No tenía costumbre en aquella época en
tomar notas de mis lecturas, como tampoco lo hice hasta mi primera gran
interrupción lectora, que tuvo lugar cuando comencé a estudiar una carrera
universitaria a distancia en la UNED. Transcurrieron once años sin acercarme a
ningún libro que no fuera relacionado con los estudios que simultaneaba con mi
trabajo y mi familia. Finalizada esta, recuperé inmediatamente mi voracidad
lectora y ahí empecé con la costumbre de tomar algunas notas y copiar algunas
frases para hacer un pequeño resumen que ponía en una hoja informática excel donde registraba —lo sigo
haciendo— cada libro que leía. Así pues, desde septiembre de 2004 tengo
registrados en mi particular bitácora de lecturas la cantidad de setecientos
setenta y nueve libros con algunas notas y/o frases, registro que me hace un
buen servicio para recordar si he leído o no un determinado libro, y un pequeño
resumen o detalles relevantes. En alguna ocasión me ha ocurrido el comenzar la
lectura de un libro y parecerme que me sonaba el tema. Una consulta a mis
registros me permite aclarar el hecho. El último con el que me ha ocurrido ha
sido con «Intemperie» de Jesús Carrasco, que leí de nuevo para un club de
lectura.
Las notas las tomaba en alguna hoja de
papel suelta que andaba entre las páginas y que alguna vez he llegado a perder,
dado que mis lecturas tenían lugar principalmente en el transporte público.
Allá por dos mil nueve mi buen amigo Miguel Ángel me introdujo de lleno en el
mundo de los lectores electrónicos, en los que es muy sencillo tomar notas y
añadir comentarios según vas leyendo, que luego pueden ser transferidos
directamente al ordenador. En ellos tomar notas o copiar párrafos es un juego
de niños. Desde entonces, procuro leer todo en formato digital por su mayor
comodidad y por las facilidades añadidas como la comentada y otra que también
suelo practicar como es acudir al diccionario de forma automática cuando dudo
del significado de algún término, otra operación que en el lector electrónico
es cómoda y directa.
Pero no todos los libros en los que focalizo
mi interés están disponibles en formato digital. De hecho, según mi bitácora, el
primer libro leído en formato digital fue «Juliano el apóstata», de Gore Vidal,
que venía cargado en el lector que recibí como regalo el día de Reyes de 2010.
Desde entonces he leído cuatrocientos ochenta y cinco, de los cuales tan solo
cincuenta y uno lo han sido en papel.
Acostumbrado desde hace años a tomar mis
notas digitalmente, volver a hacer esta operación cuando me enfrento a un libro
en papel deviene en una verdadera incomodidad; no hay nada como dejar viejas
costumbres que resultaban engorrosas y tenerlas que retomar. Hay que tener en
cuenta que salvo muy contados casos en los que el continente merece la pena, no
compro libros en papel ya que si lo hago, al finalizar su lectura los tengo que
regalar porque tengo cuasi prohibida su entrada en casa dado que no hay sitio
material donde colocarlos.
Muchos de los que leo en papel son
prestados por amigos u obtenidos en bibliotecas, lo que me lleva según mi
código de conducta a tratarlos de forma exquisita para poderlos devolver en el
mismo estado en que han llegado a mis manos. Por ello, procedo a forrarlos con
papel y en esta operación, quién me lo iba a decir, he encontrado la solución a
la toma de notas. Para ello añado un pequeño cordón que me sirve de marca
páginas y aprovecho para colocar en su extremo un lápiz de los de Ikea —hago la
propaganda a cambio del lápiz—. Cuando quiero tomar una nota la escribo
directamente en el forro del libro que ya procuro que sea en papel blanco para
este menester y si se trata de un párrafo anoto la página y hago una pequeña
marca con el lápiz en el lateral que luego puede ser borrada fácilmente. Al
finalizar la lectura y antes de devolver el libro recupero el forro con las notas, el cordón y el lápiz para la siguiente
ocasión y reviso las páginas anotadas para copiar algún párrafo y borrar las
marcas laterales.