El
hidrógeno es un elemento químico muy ligero y el más abundante en la
naturaleza. Como es bien sabido, dos moléculas de hidrógeno en conjunción con
una de oxígeno forman el agua. Sin embargo, una de sus virtudes menos conocida es su gran capacidad como combustible.
En
los últimos tiempos estamos asistiendo —quién lo iba a decir hace apenas unos
años— a una carrera desenfrenada de los fabricantes de automóviles por ofrecer
al mercado vehículos en principio híbridos, pero finalmente totalmente
eléctricos que aporten una solución al grave problema de la contaminación que
se produce por la combustión de derivados del petróleo, gasolinas o diésel. En
otro tiempo parecía que este asunto era retrasado una y otra vez por una poderosa
industria que rodea a la producción de petróleo en el mundo, amén de la
dependencia de muchos países de un suministro externo que está constante
influenciado por intereses de todo tipo.
Pero
de forma paralela, las fuentes de producción de energía eléctrica, necesaria
para recargar las baterías de estos coches eléctricos, están siendo puestas en
cuestión. Las centrales derivadas de combustibles como el carbón o el gas están
en franco retroceso, las hidroeléctricas son cada vez más inconsistentes, las
de energía solar están por implantarse y las más potentes, las nucleares, no
están bien vistas del todo tras algunos incidentes mundiales como los de
Chernobil o Fukusima que han puesto a la población sobre aviso de la fiabilidad
y seguridad de estas instalaciones y los riesgos devastadores que conllevan en caso
de fallo o catástrofe natural.
Por
todo lo anterior, no parece que sea una buena idea derivar el parque
automovilístico hacia lo eléctrico, que si bien es recomendable en el aspecto
contaminante no lo es tanto en la necesidad de energía que a su vez tiene que
ser producida por centrales cuyo futuro está a su vez cuestionado.
Hay
soluciones más a largo plazo que nadie parece tomar en consideración. Hace un
par de años escribía en el blog amigo de ALQS2D la reseña del libro cuya imagen
acompaña esta entrada y que se titula «La economía del hidrógeno». Recojo aquí
algunas líneas de su sinopsis que decían
«La
idea central de la que parte este libro es que, en una época no muy lejana, las
reservas mundiales de combustibles fósiles —petróleo, gas, carbón—, que
conforman la base de la economía actual se acabarán, aunque previamente las
explotaciones quedarán limitadas, especialmente las de petróleo, a pocos países
del Golfo Pérsico que pueden llegar a desestabilizar la estructura de la economía
mundial actual o cuando menos condicionarla con sus decisiones relativas a
producción y precios. Además, hay que hacer mención al daño que causan a la
atmósfera con los gases contaminantes que se desprenden de su combustión y que
están subiendo la temperatura global de la Tierra con previsibles consecuencias
nada deseables. Una vez desarrollada esta idea, la transición hacia una
economía basada en otros tipos de energía empieza a ser perentoria, apostando
el autor por el hidrógeno, muy abundante en la Tierra y que permitiría una
energía limpia cuyos residuos serían oxígeno y/o agua, elementos poco
sospechosos de ser contaminantes».
Asumiendo
las ideas expuestas en este libro, la solución del coche eléctrico aparece como
un parche novedoso que tiene los días contados por todos los problemas
comentados. Se decía igualmente en la entrada aludida:
Una
de las enormes ventajas de la economía del hidrógeno es que permite una
redistribución que podría llegar a ser individual, obviando los problemas
derivados de grandes centrales y su transporte hasta el usuario, que podría
constituirse como su propio productor de energía. Un coche dotado con una pila
de combustible de hidrógeno, que permanece por lo general aparcado cerca del
domicilio muchas horas y especialmente cuando estamos en él, podría servir de
mini central eléctrica para la casa. Esto tendría unas consecuencias
exponenciales en su vertiente de democratización energética, generando un mapa
económico nuevo que habría que volver a construir, pues gran parte de la
economía de los Estados está basada en sustanciosos impuestos sobre los
combustibles.
Con
la Iglesia hemos topado: la economía de los estados. En estos días de nuevo
gobierno en España, ya nos anuncian la subida de impuestos que irán asociados a
la gallina de los huevos de oro de siempre: los combustibles del parque automovilístico.
Lo del céntimo sanitario ya suena a cachondeo y nunca sabremos cuantos
«céntimos» gravan los combustibles, porque con los juegos con los precios de
las compañías petroleras tolerados y alentados por el propio Estado, los
consumidores vamos de sorpresa en sorpresa buscando en nuestros móviles las
gasolineras más baratas para repostar. Y no me resisto a mencionar aquello que
ya existió, oficialmente consentido, de las barras de pan de 1 kilo que pesaban
950 gramos.