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domingo, 22 de julio de 2018

AHÍTO




Ahora hace un año, en julio de 2017, reflexionaba en la entrada «VOLAR» de este blog sobre el asunto de los viajes en avión. Entresaco de ese texto la siguiente frase: «La saturación de pasajeros, la pelea por los precios, la competencia entre las compañías y cuestiones similares están poniendo el sistema al borde del colapso y entre tanto es el sufrido pasajero el que paga religiosamente en febrero por un vuelo que va a realizar en verano y se queda con la mosca tras de la oreja por si cuando llegue el día no habrá alguna «incidencia».

En muchas circunstancias, uno no se puede plantear la forma de realizar un viaje, pero en otras nos puede asaltar la duda. En desplazamientos nacionales por España… ¿avión? ¿tren? ¿coche? Cada uno tendrá sus propios planteamientos y también dependerá del tiempo del que se disponga. Si uno tiene una reunión de trabajo en Valencia, Zaragoza, Barcelona o Sevilla, y quiere ir y volver en el día, la opción del coche puede quedar descartada y en mi caso, sin ninguna duda, escogería el tren. Claro, hay truco, a estas ciudades llega el AVE y el tiempo de viaje es aceptable. Otro asunto sería si la reunión es en Bilbao, donde todavía no llega el AVE y la opción del tren queda descartada para un viaje en el día. En este caso… ¿Coche o avión? Tuve la experiencia hace unos años y me equivoqué al optar por el avión. No voy a relatar mis peripecias en aquel vuelo, pero me arrepentí de no haber optado por el coche: algunos colegas lo hicieron y madrugaron menos y llegaron antes a sus casas a la vuelta.

Cuando el desplazamiento es más largo, pongamos a París o Munich, la opción de ir y volver en el día es menos escogible, así como si tenemos mar por medio como sería un desplazamiento a las islas Canarias, con lo que el avión parece ser la única opción. Voy a decir aquí que he ido más de una vez a París y a Munich en mi coche, disfrutando del viaje y sobre todo no sufriendo los inconvenientes de los viajes en avión.

Algo cambió con los atentados terroristas a las Torres Gemelas en 2001. Si ya estaban bastante insistentes los registros en los aeropuertos, estos atentados los acabaron de convertir en un fastidio para los pasajeros, que en algunas ocasiones se tienen que quitar hasta los zapatos para pasar los controles. Llegará el día en que tengamos que pasar en ropa interior, quién sabe si desnudos, y soportar que incluso en esas condiciones te pasen el detector por todo tu cuerpo.

Algo tiene que cambiar para que los pasajeros no tengan que soportar, literalmente sufrir, en los desplazamientos en avión. Igual que uno llega a la estación a coger un tren dispuesto en una vía, debería poder llegar a coger un avión aparcado en una pista del aeropuerto, sobre todo en trayectos únicos. Ya sé que esto es imposible en el estado actual de las cosas, pero mientras sigan así, la opción del tren seguirá ganando adeptos, por la cercanía de las estaciones a las ciudades de origen y destino y por la mayor facilidad de acceso.

No voy a hablar de mi experiencia pero si de la de mi hija, reciente en esto de utilizar aviones, en los últimos dos años: cuatro desplazamientos en avión, los cuatro con incidencias. Cinco horas de retraso, cancelación de un vuelo hasta el día siguiente (en dos ocasiones), overbooking de pasajeros en un viaje en grupo que quedó partido en dos y la última hace unos días, pérdida temporal de la maleta, que ha llegado a los dos días y destrozada.

Uno compra un billete de avión en marzo, no precisamente barato, y desde ese mismo instante se pone a rezar para que todo vaya bien. Y si no que se lo digan en estas fechas a unos cuantos miles de pasajeros de RyanAir que tienen el billete religiosamente pagado desde hace varios meses y tiene toda la pinta de que en los próximos días se van a quedar en tierra. Y cuando todo va con «normalidad», uno no las tiene todas consigo. Se hace el check-in desde casa el día anterior para pillar plaza, que no está garantizada porque si hay overbooking pueden dejarte en tierra. Luego, aunque te dicen que en vuelos internacionales llegues dos horas antes al aeropuerto, dos horas y media antes estás allí y te encuentras con una cola tremenda porque prácticamente todos los pasajeros de tu vuelo han tenido la misma idea: véase la imagen que acompaña a esta entrada donde se aprecia un tercio de la cola que había a las cuatro menos diez de la madrugada, dos horas y media antes de la hora del vuelo previsto a las seis y veinte.

Cuando tras dos vuelos, una conexión intermedia y 15 horas de trajín llegas a tu destino, contento porque todo ha ido bien, te quedas con la cara de haba cuando ves a la cinta de las maletas dar vueltas y vueltas y la tuya no aparece. Más tiempo añadido para hacer la reclamación antes de salir del aeropuerto con lo puesto y rezando porque la maleta aparezca, lo que en este caso ocurrió a los dos días. Pero apareció destrozada, por lo que no sirve para el viaje de vuelta, con lo que hay que comprar otra, reclamar indemnizaciones, trámites y más trámites…Esto de viajar en avión es una gozada, cada día más.

El sistema está ahíto, empachado, no puede más. Cuando hacemos cosas que se hacen una vez en la vida, somos capaces de soportar los mayores inconvenientes, pero esto de volar se está convirtiendo, por nuestros modos de vida, en una cuestión de relativa frecuencia que acaba por hastiarnos cada vez que nos vemos obligados a pasar por ello. Demasiadas incidencias, cada vez parece que más, y lo peor es que las soluciones a las mismas son, cuando las hay, muchas veces inadecuadas y con retrasos y molestias para el sufrido pasajero que paga por un servicio que no recibe de forma adecuada. Lo que en los años 70 del siglo pasado era un placer, viajar en avión, ahora es una verdadera tortura… incluso cuando no hay incidencias. «Viajes en avión tengas... y llegues bien» dice la adaptación de una conocida maldición gitana.