Me
lo han dicho últimamente en varias ocasiones, pero me resisto a creerlo, aunque
vaya Vd. a saber. La persona que inventó el diseño de los sobres de azúcar que
usamos en cafés e infusiones en bares y restaurantes cayó en una depresión que
le llevó a quitarse la vida al comprobar que su diseño, en realidad, no servía
para nada. Al parecer, se trata de una leyenda urbana, una más de esas que
circulan por la red. Pero las personas somos animales de costumbres…
Hace
muchos años el azúcar destinado a los cafés, infusiones o vasos de leche en
bares y restaurantes se facilitaba en formato terrón compacto. Recuerdo haber
sujetado el terrón con la punta de los dedos y sumergirlo un poco para observar
el fenómeno de la capilaridad y como el líquido iba subiendo poco a poco por el
azúcar hasta que llegaba a los dedos y había que soltarlo. Otra versión era
situarlo en la cucharilla ligeramente sumergida y así podíamos aguantar más el
fenómeno hasta que el terrón se deshacía completamente. Juegos de niños
mientras tomabas la leche con tus padres en el bar ya que no debías intervenir
en la conversación de los mayores.
Según
he podido ver en internet, aunque sin dedicarle mucho tiempo, el formato del
azúcar en terrones apareció en el año… ¡1841!. Por alguna razón que supongo
sería práctica, aquello de los terrones desapareció y fue sustituido por los
sobrecitos con el azúcar en su estado natural. Supongo que de cara a la
industria sería más barato. Nos quitaron con esto el juego y lo que se hacía
era sacudir los sobrecitos cogidos por una esquina para que el azúcar bajara
antes de romperlos para su vertido. Hubo otros diseños menos vistos en forma
triangular, pero hace no mucho tiempo empezamos a ver que los sobrecitos se
habían alargado y en la actualidad siguen coexistiendo ambos formatos.
¿Un
cambio de formato simplemente? Si hacemos la prueba con algún conocido —yo lo
he hecho muchas veces en los últimos meses desde que me dijeron lo del
suicidio— casi todo el mundo realiza con el sobrecito alargado la misma
operación que con el clásico, es decir, lo coge por la parte superior, lo
agita, lo rasga por donde lo tiene cogido y lo vierte en el café o lo que sea.
Algunos, para generar menos unidades independientes de basura, meten el papelito
pequeño en el grande antes de arrugarlo todo como conjunto y dejarlo en el
lateral de la taza, cuando no tirarlo al suelo, una costumbre muy española que
todavía puede verse en la barra de los bares.
En
febrero de 2015 hablaba en la entrada «INNOVACIÓN» de cómo evolucionan los
diseños en los paquetes para hacernos la vida más fácil cuando los manipulamos
y como muchas veces no somos conscientes de estos cambios y seguimos con las
prácticas de toda la vida. Esto es lo que nos ocurre con los sobrecitos alargados
de azúcar, que en realidad están pensados para sostenerlos con la yema de los
dedos por los extremos y partirlos por la mitad con una ligera presión de los
pulgares de forma que el azúcar caiga directamente en el recipiente, sin tener
que sacudir, cortar y esas manipulaciones que (casi todos) hacemos.
Por
lo visto, el inventor del formato nuevo no se suicidó, sino que murió
plácidamente en su cama con ochenta y muchos años. Lo que sin duda si sería
verdad es que se sintiera un poco defraudado al ver que los parroquianos de
bares, cafeterías y restaurantes no apreciaban sus esfuerzos por hacerles la
vida más sencilla. Pero somos impredecibles, así que cada uno abrirá el
sobrecito como le de la real gana: con los dientes, con un cuchillo o hasta con
una radial… ¡Hay gente para todo!