Es
un truco ya muy viejo, pero no por eso deja de emplearse una y otra vez en
todos los ámbitos de la vida, especialmente en el político. Al inicio lo mejor
es o bien tirar todo abajo o bien sembrar la confusión para después volverlo a
dejar todo más o menos como estaba, pero pareciendo que has hecho algo.
Emborronar, manchar, chafarrinar, distraer… de las cuestiones primordiales mediante
anuncios estrambóticos que despistan para luego ejecutar unas acciones que ya
casi todo el mundo tiene asumidas.
Estos largos años que llevamos de crisis, no solo económica, empezaron con aquello
de que «habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades» que no cuajó e
incluso se volvió contra ellos, los políticos, que eran realmente los que se
podían aplicar el cuento porque la mayoría de la población había ido tirando de
acuerdo a sus posibilidades. Bien es verdad que alguno se metió en charcos,
léase hipotecas, que luego cuando vinieron mal dadas no pudieron atender y
comprobaron con horror que la propiedad que tenían había bajado de precio por
primera vez en muchos, muchos años. Pero toda generalización es perversa y la
gran mayoría fuimos viviendo como podíamos y nunca por encima de nuestras
posibilidades.
En
la primera gran crisis a lo largo de mi vida que yo recuerdo, en 1973, la arenga
decía algo así como «Vd. puede pagarlo,
pero España no» y hacía referencia a las importaciones de petróleo, del que
dependíamos y seguimos dependiendo casi totalmente. Un utilitario —SEAT 127— en
aquella época costaba alrededor de cien mil pesetas (600 euros) y el litro de
gasolina estaba en siete pesetas (5 céntimos de euro) pero había que compararlo
con los sueldos que si mi memoria no me traiciona estaban para un obrero medio
en las dos mil quinientas pesetas. Aunque individualmente muchos españoles
pudieran uno a uno pagar la gasolina para sus coches, el conjunto de la nación
no tenía divisas suficientes para costear las importaciones de petróleo.
Solución, apretarse el cinturón, unos más y otros menos.
Luego
hubo otras crisis, de menos alcance en el tiempo, de las que ya nos hemos
olvidado. La de los años ochenta del siglo pasado fue tremenda, pero duró menos
tiempo. Un día, los políticos se levantaron diciendo que la crisis se había
acabado, les creímos —en aquella época todavía inspiraban algo de confianza— y
los españolitos pusimos nuestros ahorros en movimiento, con lo que se disparó
de nuevo el gasto y se reactivó la economía, que era de lo que se trataba. En
el fondo, antes y ahora, de lo que se trata es que el dinero se mueva, de forma
que pueda irse quedando en unos sitios o en otros, con mayor o menor
transparencia.
En
mi opinión, la crisis que padecemos y que todavía no se ha acabado y creo que
nunca se acabará del todo, empezó en 2007 con los tejemanejes de los mercados
monetarios y la llamada economía liberal llevada hasta sus extremos. Aunque
nuestros políticos insisten en que hemos salido ya ampliamente de esta crisis,
los ciudadanos de a pie no les creemos ni un ápice y nos atenemos a lo que
vemos en nuestras propias carnes y en las carnes de nuestros vecinos. Como
dicen, empezamos a asumir que las generaciones actuales van a vivir —están
viviendo— mucho peor que las anteriores, con más dificultades para encontrar
trabajos estables, si es que eso existe, que les permitan afrontar un futuro de
forma que luego no les digan que se han tirado a la piscina y «han vivido por
encima de sus posibilidades».
El
relato ahora ha cambiado. Nos dicen que «No
nos lo podemos permitir». La pregunta es obligada: ¿Quiénes no nos lo
podemos permitir? ¿Qué no nos podemos permitir? Porque el discurso va por un
lado y las actuaciones de los que lo proclaman van por otro. Hoy en día las
noticias vuelan y son (cada vez) más difíciles de manipular e imposibles de
silenciar. Las redes sociales y la comunicación por medios particulares no
controlados permiten leer, escuchar e incluso ver las cosas en directo y tomar
nuestras propias conclusiones sin tener que esperar a que nos inunden desde
medios más o menos oficiales o afines a determinadas tendencias.
Bandazos
y más bandazos en temas de impuestos con un eje común: hay que subirlos, no
queda más remedio si queremos seguir manteniendo el estado del bienestar que
tenemos y que ya se ha menguado con respecto al que teníamos hace algunos años
por los sucesivos recortes que los gobiernos han aplicado sin pudor. Las
cuestiones básicas para los de a pie, tales como el trabajo, la vivienda, la
alimentación, la sanidad, la educación, las pensiones o el transporte público
entre otros, deberían ser blindados y puestos por encima de todo lo demás en
las actuaciones del Estado para permitir una convivencia básica y sana. Cuando
todo esto estuviera suficientemente cubierto, ya nos podríamos plantear en
hacernos del Betis, del Getafe o de El Español, o protestantes, católicos o
budistas entre otros o del PSOE, del PP, de C’s o de algunos más. Cosas espirituales
se cultivan mejor cuando las necesidades materiales básicas están cubiertas adecuadamente.
Según
un estudio actual del Observatorio Social de La Caixa, las condiciones
materiales de vida empeoran en España; «la
vulnerabilidad económica afecta a un 32,6% de la población española y un 8,8%
sufre pobreza monetaria y material. En cuanto al riesgo de endeudamiento de las
familias, casi un 30% de ellas emplean ahorros o piden dinero prestado para hacer
frente a sus gastos». Y concluye que «en
más de uno de cada cinco ciudadanos, la renta disponible del hogar está por
debajo del umbral de riesgo de pobreza». Sin embargo…. España va bien,
razonablemente bien.
En
una familia, cuando el dinero no llega y no es posible incrementarlo, hay que
reajustar, es decir, reducir gastos. No queda otra. ¿Se plantean nuestros
dirigentes reducir gastos? Porque parece que la única solución es incrementar
impuestos y en ningún caso se plantean reajustar muchas cosas que nos tienen
hartos a gran mayoría de españoles, como el gran número de políticos en diferentes
instituciones como las Autonomías o el Senado por no hablar de las
«fundaciones» que pululan por la geografía nacional sin control. Seguro que hay
muchas cosas a reajustar y reducir, pero eso ni se plantea: hay que subir los
impuestos y, como decía una diputada en el congreso para otro asunto, «que se
jo…, es decir, ajo(derse), agua(ntarse) y resina(gnación)»