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domingo, 4 de noviembre de 2018

CHAFARRINOSOS




Es un truco ya muy viejo, pero no por eso deja de emplearse una y otra vez en todos los ámbitos de la vida, especialmente en el político. Al inicio lo mejor es o bien tirar todo abajo o bien sembrar la confusión para después volverlo a dejar todo más o menos como estaba, pero pareciendo que has hecho algo. Emborronar, manchar, chafarrinar, distraer… de las cuestiones primordiales mediante anuncios estrambóticos que despistan para luego ejecutar unas acciones que ya casi todo el mundo tiene asumidas.

Estos largos años que llevamos de crisis, no solo económica, empezaron con aquello de que «habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades» que no cuajó e incluso se volvió contra ellos, los políticos, que eran realmente los que se podían aplicar el cuento porque la mayoría de la población había ido tirando de acuerdo a sus posibilidades. Bien es verdad que alguno se metió en charcos, léase hipotecas, que luego cuando vinieron mal dadas no pudieron atender y comprobaron con horror que la propiedad que tenían había bajado de precio por primera vez en muchos, muchos años. Pero toda generalización es perversa y la gran mayoría fuimos viviendo como podíamos y nunca por encima de nuestras posibilidades.

En la primera gran crisis a lo largo de mi vida que yo recuerdo, en 1973, la arenga decía algo así como «Vd. puede pagarlo, pero España no» y hacía referencia a las importaciones de petróleo, del que dependíamos y seguimos dependiendo casi totalmente. Un utilitario —SEAT 127— en aquella época costaba alrededor de cien mil pesetas (600 euros) y el litro de gasolina estaba en siete pesetas (5 céntimos de euro) pero había que compararlo con los sueldos que si mi memoria no me traiciona estaban para un obrero medio en las dos mil quinientas pesetas. Aunque individualmente muchos españoles pudieran uno a uno pagar la gasolina para sus coches, el conjunto de la nación no tenía divisas suficientes para costear las importaciones de petróleo. Solución, apretarse el cinturón, unos más y otros menos.

Luego hubo otras crisis, de menos alcance en el tiempo, de las que ya nos hemos olvidado. La de los años ochenta del siglo pasado fue tremenda, pero duró menos tiempo. Un día, los políticos se levantaron diciendo que la crisis se había acabado, les creímos —en aquella época todavía inspiraban algo de confianza— y los españolitos pusimos nuestros ahorros en movimiento, con lo que se disparó de nuevo el gasto y se reactivó la economía, que era de lo que se trataba. En el fondo, antes y ahora, de lo que se trata es que el dinero se mueva, de forma que pueda irse quedando en unos sitios o en otros, con mayor o menor transparencia.

En mi opinión, la crisis que padecemos y que todavía no se ha acabado y creo que nunca se acabará del todo, empezó en 2007 con los tejemanejes de los mercados monetarios y la llamada economía liberal llevada hasta sus extremos. Aunque nuestros políticos insisten en que hemos salido ya ampliamente de esta crisis, los ciudadanos de a pie no les creemos ni un ápice y nos atenemos a lo que vemos en nuestras propias carnes y en las carnes de nuestros vecinos. Como dicen, empezamos a asumir que las generaciones actuales van a vivir —están viviendo— mucho peor que las anteriores, con más dificultades para encontrar trabajos estables, si es que eso existe, que les permitan afrontar un futuro de forma que luego no les digan que se han tirado a la piscina y «han vivido por encima de sus posibilidades».

El relato ahora ha cambiado. Nos dicen que «No nos lo podemos permitir». La pregunta es obligada: ¿Quiénes no nos lo podemos permitir? ¿Qué no nos podemos permitir? Porque el discurso va por un lado y las actuaciones de los que lo proclaman van por otro. Hoy en día las noticias vuelan y son (cada vez) más difíciles de manipular e imposibles de silenciar. Las redes sociales y la comunicación por medios particulares no controlados permiten leer, escuchar e incluso ver las cosas en directo y tomar nuestras propias conclusiones sin tener que esperar a que nos inunden desde medios más o menos oficiales o afines a determinadas tendencias.

Bandazos y más bandazos en temas de impuestos con un eje común: hay que subirlos, no queda más remedio si queremos seguir manteniendo el estado del bienestar que tenemos y que ya se ha menguado con respecto al que teníamos hace algunos años por los sucesivos recortes que los gobiernos han aplicado sin pudor. Las cuestiones básicas para los de a pie, tales como el trabajo, la vivienda, la alimentación, la sanidad, la educación, las pensiones o el transporte público entre otros, deberían ser blindados y puestos por encima de todo lo demás en las actuaciones del Estado para permitir una convivencia básica y sana. Cuando todo esto estuviera suficientemente cubierto, ya nos podríamos plantear en hacernos del Betis, del Getafe o de El Español, o protestantes, católicos o budistas entre otros o del PSOE, del PP, de C’s o de algunos más. Cosas espirituales se cultivan mejor cuando las necesidades materiales básicas están cubiertas adecuadamente.

Según un estudio actual del Observatorio Social de La Caixa, las condiciones materiales de vida empeoran en España; «la vulnerabilidad económica afecta a un 32,6% de la población española y un 8,8% sufre pobreza monetaria y material. En cuanto al riesgo de endeudamiento de las familias, casi un 30% de ellas emplean ahorros o piden dinero prestado para hacer frente a sus gastos». Y concluye que «en más de uno de cada cinco ciudadanos, la renta disponible del hogar está por debajo del umbral de riesgo de pobreza». Sin embargo…. España va bien, razonablemente bien.

En una familia, cuando el dinero no llega y no es posible incrementarlo, hay que reajustar, es decir, reducir gastos. No queda otra. ¿Se plantean nuestros dirigentes reducir gastos? Porque parece que la única solución es incrementar impuestos y en ningún caso se plantean reajustar muchas cosas que nos tienen hartos a gran mayoría de españoles, como el gran número de políticos en diferentes instituciones como las Autonomías o el Senado por no hablar de las «fundaciones» que pululan por la geografía nacional sin control. Seguro que hay muchas cosas a reajustar y reducir, pero eso ni se plantea: hay que subir los impuestos y, como decía una diputada en el congreso para otro asunto, «que se jo…, es decir, ajo(derse), agua(ntarse) y resina(gnación)»