¡Hasta
ahí podíamos llegar! No alcanzo a imaginarme como se puede entrar en un
comercio de los de toda la vida y sin abrir la boca sea el dependiente el que
te llene la cesta de la compra. Pero al paso que vamos a todo podemos llegar. Y
si no vean el anuncio de la imagen en el que nos aclaran, por si teníamos
alguna duda, que podemos elegir lo que queremos comprar.
Que los
tiempos han cambiado y mucho no se nos escapa a nadie. Recuerdo en mi infancia cuando
lo de ir a la compra era una tarea diaria a la que muchas veces, cuando estaba libre
de obligaciones escolares, me mandaba mi madre. Una cuestión fundamental es que
en casa no había frigorífico, con lo que la conservación de los alimentos era un
verdadero problema, especialmente en verano. Se compraba, en el mercado o en
los comercios próximos, estrictamente lo que se iba a consumir en el día. En
una ventana de una habitación que daba a un patio trasero en el que nunca
llegaba el sol, había un cajón con paredes, suelo, techo y puerta hechos con
valla metálica muy fina que llamábamos «la fresquera», donde se guardaban los
alimentos fuera del alcance de bichos para que pudieran conservarse un poco más
frescos, a temperatura ambiente. Las bolsitas de cubitos de hielo era un
invento todavía por descubrir y lo único que se podía hacer, para
circunstancias especiales, comprar un trozo de barra de hielo en una fábrica
cercana.
Al
disponer ahora de frigorífico y congeladores en las casas, este asunto de la
compra se hace semanalmente e incluso quincenalmente pues las técnicas de
conservación permiten que la caducidad de los alimentos sea a largo plazo. Algunas
personas mantienen la costumbre de la compra directa en carnes, pescados o frutas,
pero son las menos. Fijémonos, por ejemplo, en la leche, un producto que era
llevado directamente a diario a casa por el lechero y que ahora podemos comprar
con caducidad de meses en el tetrabrik y que ni siquiera hay que conservar en
frío. Y como la leche otros muchos alimentos.
Y
fuera ya de lo que es la alimentación y volviendo al tema de las compras, la
fiebre y la importación de costumbres extranjeras nos ha llevado esta semana
pasada a la locura denominada «black friday», es decir, «viernes negro», un
concepto que ha puesto patas arriba ya de una forma arraigada estos últimos días
de noviembre y que lo que antes era un día ahora es una semana e incluso más,
pues ha aparecido el «ciber monday» establecido el lunes siguiente para los
retrasados. Lo que en principio era algo relativo a la tecnología ha llegado a
todo tipo de comercio, lo que genera verdaderos quebraderos de cabeza a los
comerciantes que no quieren perder comba pues muchas personas aprovechan estas
rebajas anticipadas para adelantar sus compras de Navidad.
Con
la gran cantidad de datos personales que aportamos voluntaria o involuntariamente
con nuestros teléfonos móviles o nuestras interacciones en redes sociales, nuestras
búsquedas en internet, nuestros pagos con tarjetas de crédito y otras muchas
fuentes, las empresas aplican sus algoritmos y «saben» casi mejor que nosotros
lo que vamos a hacer y los que nos conviene. De hecho, muchas de ellas
aprovechan todos los medios a su alcance mediante «App’s» en teléfonos móviles
o correo electrónico para ofrecernos productos que andamos buscando. Haga Vd.,
la prueba de buscar en medio de una semana en cualquier plataforma un
restaurante en Segovia y verá como le llueven ofertas de todos lados sobre el
particular, por no menciona el buscar una aspiradora en alguno de los grandes
comercios y observar como en los días siguientes nos llueven ofertas de
aspiradoras.
Estamos
a un paso de que esas recogidas de datos se alimenten, además, con datos biométricos
que permitan ir un paso más allá a los fisgadores. El llevar una pulsera que
monitoriza nuestra actividad física, nuestras pulsaciones o nuestra tensión
arterial, permitirá a los algoritmos saber mucho más acerca de nosotros y
recomendarnos incluso hasta la toma de medicamentos en el futuro. Con esto,
cuando entremos en la carnicería, el algoritmo nos preparará directamente nuestra
compra del día sin que podamos abrir la boca. Si nos apetecen unos callos pero
nuestro colesterol está alto, ese día nos quedaremos con las ganas y a cambio
nos servirá unas lonchas jamón de york light o filetes de pechuga de pollo.