Los
que tengan ya unos años recordarán sin duda la profunda crisis que tuvo lugar
en los años setenta del siglo pasado, concretamente en 1973, que ocurrió a
nivel mundial y acabó siendo denominada «Crisis del Petróleo». La dependencia
del parque automovilístico y de la industria de los combustibles derivados del petróleo puso todo
patas arriba y parecía que a largo plazo había que remplazar la energía que
moviera los vehículos.
Pasó
el tiempo y no parecía que ninguna empresa estuviera interesada en abordar
investigaciones, serias y profundas, que permitieran un plazo razonable
sustituir gasolinas y gasóleos y dotar a los vehículos de un sistema de
propulsión diferente. Se hicieron algunas incursiones en el mundo del gas, pero
fueron pocos los vehículos que pasaron a este nuevo combustible que por cierto
ahora vuelve a la carga. Se habló también de inventos como el famoso motor de
agua, pero todo indicaba que el poderío económico de las grandes petroleras
hacían olvidar estas investigaciones.
Hace
relativamente pocos años, la «locura» de una nueva empresa de fabricación de
automóviles que anunciaba una propulsión cien por cien eléctrica parece que
puso en guardia al resto de empresas que empezaron una alocada carrera de
investigación. Ya había bastantes coches híbridos, esto es, propulsados por
baterías eléctricas y alternativamente por gasolina o gasóleo, pero la cosa no
acababa de cuajar. El anuncio de Tesla y sus coches cien por cien eléctricos
removió los cimientos del mercado.
En
mi opinión, no sé si modesta pero desde luego atrevida, el coche eléctrico es
un tremendo error, un error descomunal. Lean la siguiente cita recogida de este
excelente artículo en Eldiario.es:
Los
datos científicos apuntan a que, en las próximas décadas, el continuo
crecimiento del consumo de energía que hemos disfrutado desde mediados del
siglo XVIII se va a acabar. Vamos a tener que realizar una gran transición
hacia una sociedad que no dependa de los combustibles fósiles y cada vez más
científicos/as estamos alertando de que ésta no va a poder basarse únicamente
en cambios tecnológicos. En esta misma década, para poder reaccionar frente al
pico del petróleo, vamos a tener que emplear herramientas de todo tipo:
sociales, económicas, políticas, etc., medidas que casan muy mal con nuestra
economía de mercado y que van a requerir importantes niveles de conciencia
ciudadana y voluntad política.
En
estos últimos días, las noticias nos inundan en una loca apuesta de los
Gobiernos por los coches eléctricos y anuncian el Armagedón a largo plazo, años
40 o 50 de este siglo, prohibiendo los motores de combustión de forma radical.
Desde luego de cara a la contaminación del planeta y de las grandes ciudades
esto será un paso tan grande casi como el que dio Neil Armstrong en la luna
hace casi 50 años. Pero el sector se lleva las manos a la cabeza: las empresas
automovilísticas no están preparadas para fabricar en serie y en grandes
tiradas coches eléctricos, las gasolineras han puesto el grito en el cielo por
los costes y la poca rentabilidad actual de convertirse en «electrolineras»
—palabra que no ha llegado todavía al diccionario— y mucho me temo que la
economía de los países, basada en unos impuestos estratosféricos sobre los
carburantes, pueda resistir renunciar a estos ingresos. De hecho, parece que
cuando las arcas del Estado están bajas suben los precios de los carburantes,
especialmente en días como puentes y vacaciones, sin una razón que parezca más
plausible que recaudar más.
Por
experiencias en otros sectores a no tan gran escala, el asunto de las baterías
está todavía un poco verde. ¿No andamos todos a vueltas con los teléfonos día
tras día por culpa de la batería? Hay anuncios de que no solo será difícil
tener materiales básicos para fabricar tantas baterías, sino que serán un
problema a la hora de su desecho, por su alto poder contaminante.
Las
que sí se frotan las manos con este asunto con las compañías de electricidad.
Ya apuestan por esto del coche eléctrico y dicen que se van a lanzar en una
carrera desenfrenada a instalar puntos de recarga de vehículos por toda la
geografía nacional para sumarse al carro. Es una forma añadida de vendernos más
electricidad y a unos precios que están por ver. Ya tenemos en nuestras casas
una factura desorbitada de la luz como para añadir nuevos consumos bien en
nuestras viviendas para recargar los vehículos bien en «electrolineras» o
puntos de recarga que no serán precisamente gratuitos. Y añado, tampoco serán
rápidos, pues se anuncian tiempos de al menos veinte minutos para recargar
parcialmente los vehículos. Si ahora muchas veces nos desesperamos en las gasolineras
por el tiempo que se tarda en repostar… ¿estamos dispuestos a sumir el tiempo,
muy superior, en todo caso, de recarga de nuestro coche eléctrico?
Paralelamente
a todo esto, el Gobierno español anuncia que quiere cerrar todas las centrales
nucleares. Yo ya no sé cómo entender todo este galimatías. ¿Cómo va el país a
producir la ingente cantidad de electricidad añadida que supondría un parque de
vehículos cien por cien eléctrico?
En
la entrada de este blog titulada «RECARGA», de la que por cierto he reutilizado
la fotografía, se hablaba también de estos asuntos. Era septiembre de 2017,
hace un año, pero el mercado no se había disparado con anuncios demonizantes de
los vehículos de combustión. Los diésel, poco menos que han quedado proscritos,
a pesar del esfuerzo en investigación que las empresas, —algunas de ellas que no
han optado por hacer trampa— para reducir las emisiones de este carburante. ¿Recuperarán
toda esta inversión si siguen las ventas de vehículos diésel cayendo en picado
como en estos últimos meses?
Las
cosas no se pueden arreglar a martillazos, decretos apocalípticos y bandazos en
uno u otro sentido que dejan a empresas y particulares con el paso cambiado. No
hemos hecho los deberes durante muchos años y ahora los queremos hacer la noche
antes del examen. Pues lo más normal es que nos equivoquemos y fracasemos.
Toda
la investigación que se está dedicando al vehículo eléctrico debería enfocarse
según la voz autorizada de algunos expertos, hacia la alimentación por pila de
hidrógeno, elemento muy abundante en la naturaleza, que necesitaría una pequeña
pila para activarse y que «contaminaría» la atmósfera con vapor de agua. Como
ya recomendaba en la entrada antes aludida, una lectura muy esclarecedora sobre el asunto puede encontrarse en el libro de Jeremy
Rifkin titulado «La economía del hidrógeno» del cual puede leerse una reseña en
el blog amigo de A leer que son dos días haciendo clic en este enlace.
La
energía eléctrica es limpia, pero su producción no y menos ahora que España ha
abandonado una investigación puntera en energías renovables como la eólica o la
solar dejándonos en manos de las empresas hidroeléctricas que nos sangran como
sanguijuelas.
Las
calles de pueblos y ciudades están atestadas de coches aparcados. ¿Cómo se
recargarían estos coches si fueran eléctricos? En
resumen, energía limpia para los vehículos desde luego que sí. El medio
ambiente lo necesita. Pero con electricidad y baterías puede que sea el camino
adecuado.
Van saliendo noticias esperanzadoras...
Van saliendo noticias esperanzadoras...