Sin
duda es esta una palabra o acción que provoca sentimientos encontrados. Si no
recuerdo mal, surgió allá por los años ochenta del siglo pasado y la mejor definición
es la que brinda el diccionario: «firma,
texto o composición pictórica realizados generalmente sin autorización en
lugares públicos, sobre una pared u otra superficie resistente». Una
definición actualizada por aquello de «generalmente
sin autorización», porque cuando empezaron las primeras acciones grafiteras desde luego eran totalmente
desautorizadas.
En
aquella época se hicieron famosas las pinturas del ya fallecido Juan Carlos
Argüello que iba dejando su firma o logotipo por todo Madrid. Todos recordarán
el famoso «Muelle» que con el tiempo llegó a ser premiado por su diseño y
originalidad e incluso en Madrid tiene dedicado un parque. En algunos barrios,
como el de Malasaña en Madrid, el ayuntamiento y los comerciantes promueven un
día al año donde las pintadas se hacen de forma oficial y controlada, cediendo
los comerciantes y comunidades sus paredes y fachadas para el ejercicio de este
llamado «arte urbano». A este asunto se debe referir el diccionario porque
estas pintadas sí son autorizadas.
Por
lo general, la inmensa mayoría de las «decoraciones» con las que no obsequian
estos artistas son desautorizadas. También la gran mayoría son burdas firmas o «rayajos» que lo único que hacen es
ensuciar las fachadas de los edificios y las puertas de los garajes. Los
españoles nos gastamos un buen dinerito, bien a través de ayuntamientos u
organismos públicos bien de forma particular, en restaurar y dejar medianamente
limpios los edificios tras la agresión de estos… maleducados por decirlo de
alguna forma educada, que vuelven a las andadas en cuanto ven una pared limpia donde
dejar sus huellas artísticas.
Sería
interesante que se dedicaran a pintar sus propiedades, las paredes del salón de
su casa o de su habitación. De esa forma podrían contemplar a diario su «obra»
y no nos obsequiarían a los demás con sus creaciones. Las fachadas de mi
urbanización, de piedra de granito, aparecen decoradas una y otra vez por estos
desalmados. El único respeto que parece que tienen es a no pintar encima de
otros; por ello, cuando el ayuntamiento o la comunidad limpian las fachadas
parece que es un reclamo y un lienzo en blanco para ser decoradas de nuevo. Se
quitan las ganas una y otra vez porque al poco tiempo vuelta que vuelta.
Desconozco
si la ley dice algo en relación con estas acciones. Supongo que es difícil
pillar a estos por lo general mozalbetes y no tan mozalbetes que se gastan sus
buenos dineros en espráis de pintura en vez de gastarlo en lienzos u otras
formas de ocio de tinte cultural para dar salida a sus aficiones sin
castigarnos a los demás, no solo a nuestra vista sino nuestros bolsillos. Un
buen escarmiento en caso de ser pillados in fraganti sería que fueran
condenados a limpiar no solo sus pintadas sino las de los demás, a ver si así se
daban cuenta del daño que causan. En estas últimas semanas las acciones en
grupo han llegado a ser violentas, amenazando a un conductor de Metro para que
lo detuviera para pintarrajearlo y en Madrid y en Barcelona se han dedicado a
dejar sus obras de arte en trenes, en algunos casos de forma violenta.
Cuando
las cosas se consienten, se toleran, van avanzando más y más hasta que llega el
punto de que se convierten en un problema. Una de las soluciones como la
anteriormente comentada en Madrid es que los propietarios de fechadas y puertas
de garaje contraten a un pintor oficial para que les decore de una forma
artística su puerta o fachada, de forma que mantenga una cierta limpieza y sea
agradable a la vista, en vez de estar limpiando una y otra vez la obra gráfica
de estos crueles anónimos. Un ejemplo es la imagen a continuación de la puerta
de un garaje en Madrid.
Y
volviendo a la imagen que sirve de portada a este comentario, en España tenemos
tantas piedras y tantos monumentos que su conservación o restauración resulta
casi imposible, bien por falta de dinero, bien por falta de ganas ya que hay
muchas «otras cosas» a las que dedicar los dineros por parte de los que mandan
y no queda para esto. La imagen son los restos de un molino del siglo XVI que
estuvo funcionando cerca de dos siglos. Los molinos fueron indispensables al
aprovechar la fuerza del agua para diferentes usos como moler grano, abatanar
lanas y paños o pulir mármoles como fue la función principal de este cuyos
restos dan testimonio todavía de su grandiosidad.
Está
en un paraje inaccesible, no se pasa por allí salvo que sepas de su existencia
y lo busques y no se ve desde ninguna carretera. Cuando decides dar un paseo, sentarte
enfrente en una piedra y tratar de imaginar cómo era el lugar hace siglos, de
repente te encuentras que alguno de estos artistas urbanos ha llegado allí y ha
«decorado» con su firma los restos moribundos. No sé si a alguien le agradará
esta transgresión, pero desde luego a mí me produjo una desazón enorme: ni los
restos casi olvidados de lo que antaño fuera importante quedan a salvo de ser
mancillados.