Hay
ciertos elementos del mobiliario urbano que siguen entre nosotros, pero no
dejan de representar una cierta anacronía, especialmente para las personas
jóvenes que seguramente las miran con recelo sin tener muy claro para lo que
sirven ya que no las han utilizado nunca. Muy al contrario, evocarán una cierta
nostalgia para las personas de más edad porque habrán sido importantes en sus
vidas, aunque tampoco las hayan usado en los últimos años.
Según
noticias que se han podido ver en los periódicos, existen unas dieciséis mil
cabinas telefónicas repartidas por pueblos y ciudades de España, mantenidas ─es
un decir─ por la compañía Telefónica y que son consideradas por el Gobierno
como un bien público y una necesidad, porque se establece que debe haber una al
menos en cada pueblo y otra más por cada tres mil habitantes. Parecía que al
igual que la obligatoriedad de las guías telefónicas y la consulta telefónica
de números de abonados iban a pasar a mejor vida, pero por el momento han sido
«indultadas» y seguirán formando parte del paisaje urbano en el que llevan
varias decenas de años.
Al
igual que ocurre con los teléfonos en muchas habitaciones de hotel que salvo
para cuestiones internas apenas se utilizan, la telefonía móvil puso en desuso
hace varios años las cabinas telefónicas que antes eran un elemento vital en la
vida de las personas, o al menos de algunas de ellas, como por ejemplo
repartidores, camioneros, o viajantes que precisaban de su uso para su devenir
diario. Yo mismo las he utilizado durante mis vacaciones en España y en el
extranjero para llamar de vez en cuando a la familia. Pero muchos lectores
jóvenes que no conozcan la historia se preguntarán por qué tienen ese nombre…
¿cabinas?
Cabina,
según el diccionario y entre otras acepciones es «un recinto pequeño, generalmente aislado, adaptado a sus diversos usos».
Los que tengan cierta edad recordarán que las cabinas telefónicas antaño se
ajustaban a esta definición pues disponían de su puerta para entrar en ellas,
su pequeño mostrador para apoyar nuestras notas o cachivaches y sobre todo un
entorno cerrado con una cierta intimidad para nuestras conversaciones. Para que
aquellos que no la conozcan, y yo también me aplico la recomendación, sería
interesante volver a ver el formidable mediometraje de 1972 titulado «La Cabina»,
protagonizado por José Luis López Vázquez. La memoria me traiciona porque creía
que era en blanco y negro, pero no es así, es en color, y puede verse completo
con una presentación de su guionista Antonio Mercero en la web de Radio
Televisión Española en este enlace.
Las tradicionales cabinas inglesas rojas son un ejemplo
mundialmente conocido que siguen plenamente vigente en ese país, ubicadas en
los sitios más insospechados como puede verse en la siguiente imagen ─no es
ningún montaje fotográfico─ en una carretera escocesa.
Los modelos que han llegado a nuestros días, por lo menos en
el entorno en el que me muevo, ya no son cabinas sino postes, columnas o no
sabría cómo calificarlos. Al menos la urbana que aparece en la fotografía introductoria
de esta entrada funcionaba perfectamente: he hecho el ejercicio de introducir
unas monedas, euros, y hacer una llamada. Digo lo de euros porque en mis
recuerdos la última vez que las utilicé eran pesetas las monedas requeridas. La
telefonía móvil de forma extendida ha sido lo que ha acabado con la necesidad
de cabinas, pero llegó de forma masiva bien entrado este siglo XXI, por lo que
todas las cabinas debieron ser adaptadas a las nuevas monedas.
Yo no utilizaba monedas porque había un servicio de prepago
en el que llamabas a un número 900 gratuito ─que yo me sabía de memoria─ y a
continuación llamabas al número que quisieras con cargo a tus fondos de
prepago. Yo este sistema lo utilizaba incluso en teléfonos convencionales de
amigos o de la oficina cuando quería hacer llamadas a mi cargo y me dio grandes
resultados en el extranjero, donde también podía utilizarse y minimizaba no
pocos problemas en el uso de cabinas y monedas. Hay que recordar también que
eso de las tarifas planas y las llamadas «gratuitas» en los fijos es una cosa
relativamente reciente: las conocidas como llamadas interurbanas costaban no
poco y hacían subir la factura telefónica a poco que te descuidases.
Supongo
que a la compañía propietaria de las cabinas no le hará ninguna gracia tener
que seguir con el mantenimiento que presumo será muy costoso en relación
con lo que recaude. Me imagino que en algún sitio habrá alguna estadística de
las llamadas efectivas que se hacen desde este tipo de cabinas públicas, cuyo
uso será muy diversos según el ambiente urbano de gran ciudad o de un pequeño
pueblo. Por el momento se mantienen y por un tiempo su presencia y su estética
seguirá entre nosotros.