Leo
con absoluto estupor que en 2016 la Guardia Civil de Tráfico incoó a
conductores 164.595 expedientes por asuntos relacionados con el alcohol y las
drogas. Me parece una enormidad, pero la fuente es más o menos fiable. Esa
exorbitante cantidad se desglosa en 102.818 expedientes de tipo administrativo
y 61.777, —¡¡¡61.777!!!— de tipo penal. Con esta cantidad de infracciones
detectadas —a saber cuántas habrá no detectadas— uno se echa las manos a la
cabeza y piensa aquello de que no pasan más cosas porque Dios no quiere, que
diría un creyente. Conductas violentas y agresivas en el mundo del tráfico están a la orden del día, culminando en algunas ocasiones en accidentes y delitos.
Me
viene a la mente la lectura ya hace años de un libro maravilloso y muy
recomendable titulado «El señor de las moscas», de William Golding. Una
treintena de muchachos sobreviven a un accidente en una isla desierta. Ningún
adulto está con ellos y desde el primer momento surge la idea y la necesidad de
organizarse mientras suspiran por la aparición de un barco en el horizonte que
se acerque a la isla y los devuelva a casa. Organizarse es la palabra clave.
Cuando en un espacio compartido hay más de una persona, incluso habiendo solo
dos, surge la necesidad de acordar una serie de normas para que la convivencia
resulte llevadera y ambos sepan a qué atenerse. Si esto ocurre en la vida real
en una casa con dos moradores, o en la imaginación de esa isla con treinta
muchachos, que no deberá ocurrir en el mundo real.
Si nos circunscribimos al mundo del tráfico rodado, las
normas tratan de garantizar un adecuado sincronismo entre lo que podemos y lo
que no podemos hacer y cómo debemos comportarnos cuando estamos a los mandos de
un vehículo. Las normas van cambiando y los conductores no siempre nos
actualizamos, cuestión que estoy comprobando en estos días dado que mi hija se
está peleando con el teórico para sacarse el carnet de conducir y me hace
algunas preguntas que no alcanzo a contestar o, lo que es mucho peor, las
contesto mal dada mi desactualización tras cuarenta y muchos años conduciendo.
Pero algunas normas son de sentido común y ni tan siquiera
sería necesario que nos las grabaran a sangre y fuego. Conducir bajo los
efectos del alcohol o las drogas es un peligro para nosotros mismos, —allá
nosotros— pero también para los demás a los que podemos llevar a situaciones
escabrosas sin comerlo ni beberlo por una mala práctica nuestra. Las señales de
tráfico están para recordar las normas, pero muchas veces, aun conociendo
perfectamente su significado, nos las saltamos a la torera: aparcando en un
sitio prohibido al pensamiento justificativo aquel de «si no molesta».
Hay veces que no hay señales, pero el sentido común indica
no llevar a cabo determinadas actitudes. Ya se sabe que el sentido común es el
menos común de los sentidos y, lo que es mucho peor, cada persona tenemos
«nuestro» sentido común, que no tiene forzosamente que coincidir con el de
otros.
Vean la fotografía que ilustra esta entrada. Un enorme
aparcamiento para coches frente a una de las entradas de un campus
universitario. Las personas que aparcan en él son trabajadores o alumnos de la
universidad porque los profesores tienen aparcamiento en el interior. Pongamos
que la generalidad son alumnos, insisto, universitarios.
Tenemos la tendencia de llegar con el coche hasta el punto
más próximo posible a nuestro destino. Si nos dejaran entrar a clase sentaditos
en nuestro coche… lo haríamos. En la puerta de acceso NO HAY ninguna señal de
tráfico que indique que está prohibido aparcar. Por tanto, se puede aparcar.
Pero… ¿es realmente necesario? Bloquear una puerta, generalmente de peatones
pero que en caso de emergencia puede necesitar ser utilizada por vehículos de
emergencia, bomberos, ambulancia, policía… no parece una buena idea y puede
entrar dentro del saco del sentido común; máxime cuando se puede dejar el coche
a muy pocos metros sin estorbar. ¿Se imagina Vd. lo que ocurre? Vea las
siguientes imágenes.
Coches aparcados en plena puerta. Un poco más y hay que
ponerse de perfil para poder entrar. Como el sentido común no basta, al
parecer, los empleados de la universidad colocan y retiran a diario unas vallas
para refrescar el sentido común e instar a los sufridos conductores a no
aparcar sus coches a la vez que velan por su salud al obligarles a dejar el vehículo «un
poco más allá» y dar unos pasos, pocos, que serán buenos para su salud.
Pero somos reincidentes, recalcitrantes, insistentes. Uno de
los días de esta semana había un fuerte ventarrón. Las vallas azules son de
plástico, por lo que con buen criterio el empleado encargado de su colocación
no las puso para evitar que aparecieran en vaya Vd. a saber dónde impulsadas
por el viento. ¿Se imaginan Vds. lo que pasó? La respuesta la tienen en la
fotografía superior: no había vallas, ergo se podía aparcar. Aparquemos pues.
Nos dice el diccionario que extrapolar es «aplicar a un ámbito determinado
conclusiones obtenidas en otro». He mantenido en muchas de las entradas de
este blog que el tráfico es un espejo de la educación de la sociedad, una
educación que en muchos aspectos brilla por su ausencia. Está claro que no
debemos aparcar delante de esa puerta, está claro que no podemos aparcar
subidos a una acera, pero si no tenemos unas vallas o unos bolardos que nos lo
impidan… «ancha es Castilla». No se puede generalizar, pero los que aparcan el
coche en plena puerta... mañana, serán directivos, policías, jueces, médicos, albañiles… Volviendo al
tema religioso… ¡Qué Dios nos pille confesaos!